Aunque globalmente y a nivel literario La gesta de los caballistas es un relato mediocre, sus instantes iniciales prometen de veras al lector, que se encuentra, sin lugar a dudas, ante uno de los mejores pasajes de A sangre y fuego de Chaves Nogales. Un cortijo, un gran propietario de la nobleza, el señor marqués, rezando en la capilla, paso previo para la cacería que se avecinaba. Fuera, sus lacayos forman el cortejo "justiciero". Los esperan campos desiertos y pueblos blancos con casas selladas por el miedo a la represión que se avecinaba. El hecho histórico es de sobra conocido: en julio de 1936 columnas paramilitares e irregulares comandadas por "señoritos" a caballo, al más puro estilo andaluz, seguidos después por milicias falangistas y carlistas y unidades de legionarios y regulares moros, partieron desde la Sevilla del golpista Queipo de Llano para controlar las comarcas agrícolas cercanas y aplastar la posible resistencia de milicianos izquierdistas, sembrando el terror entre las masas miserables de jornaleros. Especializadas en la limpieza política rural, eran columnas ligeras y móviles que se desplazaban constantemente, tenían su propio capellán voluntario -lo que también aparece en la narración- y estaban financiadas por los propios terratenientes, que aportaban el equipamiento, los caballos y a sus hombres, criados y lacayos, una auténtica "hueste feudal". Un terror salvaje se apoderaba de los pueblos que ocupaban estos "ejércitos señoriales". Vestidos al estilo campero, duchos en el saludable deporte de la montería, salían a la caza del "rojo", acosando y abatiendo jornaleros marxistas desperdigados por los campos. Un ejemplo de esta caballería paramilitar de maneras campestres fueron los dos escuadrones de la Policía montada de Sevilla que organizó a principios de agosto de 1936 el comandante de Infantería Alfredo Erquicia y en el que participaron muchos propietarios y terratenientes voluntarios. Su actividad se centró especialmente en la provincia de Córdoba.
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A la izquierda, a caballo, José García Carranza, alias Pepe El Algabeño hijo (Fuente: europeana.eu). A la derecha, Ramón de Carranza y Gómez-Pablos, aristócrata y alcalde de Sevilla entre 1936 y 1938, tras su designación por Queipo de Llano (Fuente: lasevillaquenovemos.com). |
Sin embargo, el más conocido de estos grupos fue la llamada columna Carranza, que ejerció una durísima represión en los pueblos del Aljarafe y del Condado onubense en su avance hacia la ciudad de Huelva. Dirigida por el aristócrata Ramón Carranza, nuevo alcalde de Sevilla tras el triunfo del golpe de estado, contaba entre sus filas con el Algabeño, torero, terrateniente y... asesino, al que se alude en el relato de Chaves de forma tangencial. Tras los hombres de Carranza, los legionarios y regulares del comandante Antonio Castejón y grupos de carlistas y falangistas. Sin nombrarlo expresamente, éste es el territorio y la escena que nos muestra Chaves, los pueblos cambian de nombre, Villatoro podría ser Hinojos o Bollullos, Manzanar es con toda probabilidad La Palma del Condado. Fue en La Palma, donde el 26 de julio de 1936, los milicianos mal armados y en retirada, entre los que se contaban muchos mineros de Riotinto, se agruparon en el verano de 1936. Son asesinados 15 presos derechistas locales que había sido recluidos en la prisión del pueblo. Cuando más tarde lleguen las columnas rebeldes, la venganza será brutal. Chaves rememora los hechos con importantes variaciones: en vez de La Palma nos habla de Manzanar, según su relato los caballistas del señorito irrumpieron en el ayuntamiento, donde fueron asediados y cogieron prisioneros a niños y mujeres que allí se refugiaban. Los milicianos se retienen de volar el edificio por la presencia de sus familias. Allí aparecen las contradicciones de la guerra y el elemento sentimental del que tanto gusta el autor, la vieja amistad entre el hijo del marqués y el maestro que lidera a los milicianos. Esa amistad llevará al hijo del marqués a prisión, junto al maestro, por sospechas de colaborar con el enemigo, una vez que el pueblo sea ocupado por los legionarios y regulares. El joven de la nobleza no será fusilado, su origen le salvará, pero terminará camino del exilio.
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En primer término, Queipo de Llano (izquierda) junto al comandante Castejón (derecha). Fuente: elperiodico.es |
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Represión en el pueblo sevillano de Tocina. Legionarios frente a presos de izquierdas. Fuente: Fototeca Municipal de Sevilla. Archivo Serrano. |
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Las tropas franquistas entran en el pueblo sevillano de Constantina, siendo recibidos por decenas de mujeres que tratan de evitar la matanza. Fuente: blogs20minutos.com |
En las páginas finales, Chaves se embarca en una fidedigna descripción de la cárcel donde se hacinaban con otros muchos presos los dos protagonistas, el maestro miliciano y el señorito traidor. Variopinta y pintoresca al extremo, marcada por el desorden más absoluto, la prisión se mostraba ante el lector como una proyección del gracejo andaluz. Según el autor, la cárcel se situaba de forma improvisada en "un viejo music-hall popular, el pintoresco Salón Variedades de la calle Trajano". En la realidad, el lugar al que hace referencia Chaves era el Salón de Variedades Lido, cuyo edificio daba a dos calles, la Amor de Dios y la Trajano, una construcción con fachada neomudéjar a ambas calles, que después de la guerra terminó siendo el cine Trajano. La situación en la ciudad del Guadalquivir llegó a ser extrema en las primeras semanas de la guerra, la cantidad de presos que llegaban a Sevilla cada día era tal que la cárcel provincial de la Ranilla o la Delegación de Orden Público de la Segunda División (situada en la residencia de los Padres Jesuitas de la calle Jesús del Gran Poder) se vieron desbordadas. Por todo ello, las autoridades recurrieron a salas de espectáculos como el Salón de Variedades Lido, que fueron habilitadas como centros de detención y como dependencias comisariales.