Cartel de la Columna de Hierro. F.:laguerracivilenaragon.blogspot.com |
Sin lugar a dudas, La Columna de Hierro es el peor de los relatos que integran la obra A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Todas las debilidades narrativas del autor se condensan en un cuento de narración tan rápida como simple, con un estilo facilón y personajes tan insostenibles como faltos de vida, ejemplificados en las figuras del aviador inglés, Jorge, y de Pepita, una supuesta chica de vida alegre pero que termina revelándose, de la manera más inconsistente, como una infiltrada "fascista".
Cartel de la Columna de Hierro. F.: archivoIR.com |
Sede de la Columna de Hierro en Valencia. Fuente: rebelionenlagranja.net |
A la hora de valorar la historicidad de los hechos narrados, de nuevo debemos poner reparos y cuestionar su veracidad. Una vez más, los acontecimientos son modificados, mezclados y simplificados. A grandes rasgos, se puede afirmar que los sucesos narrados por Chaves ocurrieron, pero los hechos se mezclan y fusionan de manera parcialmente ajena a la realidad, aunque posiblemente con la honesta intención de hacerlos más accesibles al lector común.
El inicio del relato encaja con la realidad sin problema alguno. Chaves señala que el piloto inglés, Jorge, tenía su base en Albacete, y en efecto, en dicha ciudad estaba una de las grandes bases aéreas de la República, la que después, con el franquismo, se convertiría en la actual base de Los llanos. En la base aérea de Albacete tenían su sede las Brigadas internacionales, formada por voluntarios antifascistas que habían llegado a España bajo el amparo de la Internacional Comunista, sin embargo, entre sus integrantes no se contaban pilotos de aviación. A pesar de todo, la figura de Jorge se ajusta a la realidad: en la base de Albacete hubo pilotos extranjeros que vinieron a luchar como voluntarios y que lo hicieron por su cuenta, al margen de las Brigadas Internacionales. Aunque, a partir del otoño de 1936, la Unión Soviética mandó gran cantidad de técnicos, así como aviones y pilotos, siempre hubo en Albacete un reducido número de voluntarios de otras nacionalidades.
No parece tampoco muy lejos de la realidad la escena inicial en la que los milicianos entran en el music-hall. La España de los años 30 había visto crecer los espacios dedicados a las variedades, music halls y cabarets, que en Valencia estaban muy en boga con locales como el Shanghai, Bataclán o Eden Concert. La presencia de milicianos en dichos locales durante la guerra era asidua y de hecho, sindicatos como la CNT o la UGT solían poner por entonces carteles que llamaban al comportamiento responsable de los milicianos. Durante la Guerra Civil, en la sala Bataclán un cartel rezaba: "Camaradas, respetad a los artistas, que están trabajando".
Milicianos de la Columna de Hierro. Fuente: petreraldia.com |
Pero el eje central del relato es la crítica feroz a la violencia brutal de las columnas anarquistas, al caos que reinaba en su seno y a la mezcla letal entre fanatismo ideológico y delincuencia común que, para el autor, formaban el batiburrillo de sus milicias. En aparente contradicción con la figura de esta especie de miliciano-delincuente, que ya vimos en Masacre, masacre; en el relato aparece la figura del miliciano concienciado y honrado, personificado en campesinos humildes y honestos, gente trabajadora y comprometida con la República o la Revolución, personaje que volveremos a ver en otros relatos como Los guerreros marroquíes. Este buen miliciano aparece en el texto como el defensor de la legalidad republicana frente a los criminales que utilizaban la ideología como excusa para matar y robar. Ambos son una proyección de la dualidad de poderes que en todo momento aparece en el conjunto de los relatos y que el autor remarca continuamente, aunque lo hace especialmente en este cuento. Por un lado, la existencia de una violencia caótica, al margen y con frecuencia enfrentada con el poder legal y legítimo, el estado republicano; por otro lado, una gobierno incapaz de imponer su autoridad y poner coto a los desmanes de los muchos desalmados que controlan la calle. Ese rasgo tan característico de la violencia en la zona republicana, es algo que el autor deja claro a lo largo y ancho de toda su obra, pero que se convierte en el eje vertebrador de este relato.
No nos debe sorprender la percepción de la realidad de Chaves, no olvidemos que estos relatos se gestan en los primeros meses de la guerra, momento en que el gobierno y las instituciones republicanas se mostraban desbordadas por la violencia de los grupos armados de todo género que proliferaban en su retaguardia. A partir de noviembre de 1936 y a lo largo de los primeros meses de 1937, tal situación cambiaría de manera significativa con la reconstrucción del estado republicano y el poder de sus instituciones.
Cartel de la Columna de Hierro. F: archivoIR.com |
El foco central lo pone Chaves en las columnas anarquistas que inmediatamente después del golpe de estado salieron en dirección al frente para contener al enemigo, centrándose en una de las más llamativas, la Columna de Hierro. Lejos de los mitos, la capacidad militar de dichas columnas fue muy discutible, mientras que su acción represiva fue especialmente intensa. Ambas cosas son puestas en valor por el autor, sin embargo, hay que puntualizar muchas de sus afirmaciones, que desbordan y simplifican la realidad. Tras el golpe de estado, en las zonas donde fracasó la rebelión se asistió a la práctica desaparición del ejército republicano, mientras se extendía por el país el fermento revolucionario de las organizaciones obreras. Los partidos políticos de izquierdas y los sindicatos organizaron grupos de voluntarios civiles o milicianos que se unieron a los restos del ejército y las fuerzas de seguridad estatales que habían permanecido fieles a la República. Claves en la defensa de las grandes ciudades frente a los golpistas, los milicianos se organizaron pronto en columnas que se dirigieron hacia el frente para contener el avance rebelde.
Foto coloreada de Buenaventura Durruti en el frente de Aragón durante el verano de 1936. Foto: Rafael Navarrete (twitter.com) |
Aunque las hubo de distinto signo político, las principales columnas fueron las anarquistas, destacando especialmente las que salieron de Cataluña hacia el frente de Aragón, hacia Huesca y Zaragoza, entre ellas la de Durruti, la de Ascaso, la Sur-Ebro, la de Ortiz y la de los Aguiluchos. Sin embargo, el autor se centra en la Columna de Hierro, que salió de Valencia en dirección al frente de Teruel. Aunque los anarquistas rechazaban el sistema penitenciario y abrieron muchas cárceles, absorbiendo en sus milicias a muchos presos comunes, sería injusto y poco riguroso -en contra de lo afirmado por Chaves- magnificar el peso de dichos presos en las columnas y milicias anarquistas, compuestas sobre todo de anarquistas convencidos. En segundo lugar, el autor llega a mezclar burdamente la realidad de las columnas anarquistas catalanas y la valenciana Columna de Hierro. Poniendo como ejemplo a Durruti, que nada tenía que ver con la Columna de Hierro, Chaves hace referencia a la actitud de los jefes anarquistas, que ante la realidad de la guerra, impusieron una disciplina brutal y los delincuentes se fueron a la retaguardia a sembrar el terror: "este bárbaro caudillaje fue eliminando del frente a los criminales y a los cobardes que habían acudido solo al olor del botín. Destacamentos enteros se desgajaron en franca rebeldía del núcleo de las fuerzas gubernamentales, y una de estas fracciones indisciplinadas de la Columna de Hierro era la que recorría la comarca sembrando el terror por dondequiera que pasaba". Estamos ante una nueva simplificación de la realidad. Muchos delincuentes y prostitutas se volvieron a la retaguardia cuando la guerra mostró su cara, algo que favorecieron los propios líderes milicianos, pero la instauración de una dura disciplina militar no fue la causa principal, entre otras razones porque la disciplina en el sentido literal tan solo se impuso en las milicias anarquistas con la militarización de éstas, proceso iniciado a partir de octubre de 1936 y que no culminó hasta mediados de 1937, como bien señalamos más adelante. Precisamente serían la Columna de Durruti y la Columna de Hierro las que se mostraría más hostiles a su conversión en unidades militares clásicas. Lo que si ocurrió con cierta frecuencia es el abandono del frente por grupos de milicianos, de procedencia variada, que en más de una ocasión de dedicaron al saqueo, actuando como auténticos delincuentes -así ocurrió en algunas zonas de Cataluña, Aragón o Valencia-. En todo caso, hay que precisar que la mayoría de su excesos y represión derivaban de la preocupación por hacer la revolución a la vez que la guerra, algo en lo que destacó la Columna de Hierro.
A finales de 1936, una unidad de la Columna de Hierro llega al pueblo turolense de Puebla de Valverde, cercano a la ciudad de Teruel. Fuente: alamy.es |
En la época en la que se sitúan los acontecimientos narrados en A sangre y fuego, entre septiembre y octubre de 1936, con el frente estabilizado en Teruel, y ante la falta de armamento y munición, algunas centurias anarquistas valencianas se desplazaban con toda libertad hacia la retaguardia, ante la desesperación del gobierno republicano, que trataba de controlarlas y poner coto a sus desmanes. Su respuesta era la fuerza, asaltaban cárceles y fusilaban a presos derechistas por su cuenta y sin juicio alguno -así ocurrió en Vinaroz o en Castellón- o se enfrentaban a los comunistas en las calles de Valencia,
Bandera del 1º Batallón de la 83ª Brigada Mixta. |