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Channel: Las historias de Doncel

El nacimiento de los Estados Unidos de América: desde las primeras colonias hasta la Guerra de Independencia.

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The Birth of Old Glory de Percy Moran. Betsy Ross, la mujer que según la leyenda diseñó la bandera estadounidense, la presenta a los representantes del Congreso Continental: George Washington, George Ross y Robert Morris, 
LOS ORÍGENES DE EE.UU. 
LA COLONIZACIÓN BRITÁNICA DE NORTEAMÉRICA EN EL XVII Y XVIII
A partir del siglo XVII, sucesivas oleadas de colonos británicos se irían asentando en los territorios de la costa este de América del Norte; les movían las más diversas motivaciones, que iban desde las estrictamente económicas hasta las religiosas. Se trató de una colonización marcada por el desorden y la improvisación, llevada a cabo en los momentos iniciales por compañías comerciales como la de Londres o la de Plymouth, una colonización que, casi desde el principio, estuvo determinada por la existencia de dos modelos socioeconómicos diferentes, uno en las colonias del sur, el otro en las del norte. 
Los primeros asentamientos se produjeron en lo que sería la colonia de Virginia, en la bahía de Chesapeake, donde algo más de un centenar de colonos, bajo el amparo de la Compañía de Londres y dirigidos por John Smith, fundan la ciudad de Jamestown en 1607. Se trataba de un grupo variopinto formado por nobles de bajo nivel, artesanos, campesinos y todo tipo de aventureros, que tuvieron que hacer frente desde el principio a las adversidades naturales y a los conflictos con los indígenas. Los nuevos colonos pronto entrarán en contacto con una nueva planta, la del tabaco, que en poco tiempo y a lo largo de la década de 1610, se irá convirtiendo en la base económica de la nueva colonia y el motor de sus exportaciones. A pesar de la creciente presión de los nativos indígenas (masacre de Jamestown en 1622), la colonia se consolidará. Las condiciones ambientales duras y la falta de mano de obra propició pronto el recurso a la esclavitud, y en 1619 llegaron los primeros esclavos negros, bien adaptados a los veranos calurosos y húmedos, llenos de mosquitos, del sur de Virginia. Con la expansión de la esclavitud se consolidarían los grandes latifundios, pues la Compañia de Londres ofrecía 50 acres de tierra a cada colono, pero cedía 2.500 acres si se poseían 50 esclavos. Se iba así confeccionando un modelo económico agrario de base latifundista y esclavista, que se mantuvo cuando la colonia pasó posteriormente al control de la corona. Este modelo se extendería después a otras colonias cercanas como la vecina Maryland (colonia real fundada inicialmente por católicos), y sobre todo hacia el sur, con el surgimiento de Carolina del Norte, Carolina del Sur y finalmente, en 1732, Georgia, la última de las trece colonias que dieron lugar a los Estados Unidos. Todavía más al sur se encontraban ya las tierras del Imperio español, en la península de Florida, donde se había fundado el primer asentamiento colonial que prosperó y se consolidó en el actual territorio estadounidense, la ciudad española de San Agustín, fundada en 1565.
John Smith, sentado en el barril,  negociando con Powhatan y otros líderes de las tribus nativas para obtener alimentos. Fuente: www.virginiaplaces.org



En enclave de Jamestown, al sur de Virginia, fue la primera ciudad fundada por los ingleses en América del Norte.
Fuente: www.americanhistoryusa.com
Jamestown Settlement es un museo de historia viviente que recrea la realidad del primer asentamiento británico en América del Norte. Fuente: Wikipedia.





El proceso de colonización de Norteamérica se vio acelerado a partir de la década de 1620, cuando empezaron a llegar colonos a zonas situadas más al norte, donde se iría conformado una realidad social y económica diferente. En 1626 los holandeses habían creado Nueva Amsterdam (aunque pronto la presión inglesa forzarían a su rendición, pasando a control británico en 1664) y crecía y prosperaba la colonia de Quebec, creada por los franceses en la desembocadura del río San Lorenzo en 1608. Sin embargo, el hecho más destacable fue la llegada a la actual costa de Massachusetts de 102 colonos a bordo del Myflower y la fundación en 1620 de la colonia de Plymouth. Son los conocidos como Padres Peregrinos en la mitología fundacional estadounidense. Desviados 800 kilómetros de su objetivo inicial, la colonia virginiana de Jamestown, los inicios de la nueva colonia resultaron durísimos, pues no eran campesinos y desconocían como sobrevivir en unas tierras que se les presentaron pronto hostiles y salvajes. Cerca de la mitad moriría en los siguientes meses, pues su llegada se produjo en pleno otoño y el crudo invierno de la zona se cernió demasiado pronto sobre la nueva comunidad. Tan solo la ayuda de los indios, que les enseñaron a obtener frutos de la tierra y pescar, les permitió prosperar: en 1628 nuevos colonos fundarían un nuevo asentamiento, Salem, y en 1630 nacía la ciudad de Boston, ambas en la que se conocía como la colonia de la Bahía de Massachusetts. La mayoría de los nuevos colonos habían huido de las islas británicas por cuestiones religiosas, eran puritanos, protestantes calvinistas que se oponían a la consolidación de la iglesia anglicana en Inglaterra. Por todo ello, la vida social y política de la nueva colonia estuvo siempre marcada por la profunda religiosidad de sus habitantes. Un moralismo radical teñía la convivencia y se mezclaba con una fuerte intolerancia religiosa, mientras se concebía el gobierno como un brazo que debía cumplir los designios de Dios. A pesar de las enormes dificultades encontradas, a partir de 1635, los colonos se extendían ya por la zona de Connecticut, mientras Roger Williams, un puritano defensor de la tolerancia religiosa y la separación entre poder civil y religioso, abandonaba Massachusetts y fundaba una nueva colonia en Rhode Island, la cual se cimentaria sobre la base de la libertad religiosa. 
Los puritanos tenían un carácter independiente y querían evitar en la medida de lo posible el control sobre ellos de la corona y el parlamento inglés. Participaban todos en el gobierno de la colonia y conformaban una sociedad igualitaria en la que los miembros de la comunidad elegían a sus diputados y representantes. Con el tiempo, la colonización se extendería por toda Nueva Inglaterra, hacia New Hampshire y más tarde a los territorios del actual estado de Maine. Eran hombres religiosos que poseían armas y que tuvieron que enfrentarse muchas veces a los nativos americanos. Todos sabían leer porque su deber era conocer la Biblia, por lo que en las nuevas ciudades proliferaron las escuelas e imprentas.

El Mayflower-II es una réplica del buque Mayflower que llevó a los primeros pioneros hasta la costa americana de Massachusets. Fue construido en 1955 y botado en 1956. Fuente: www.seahistory.org

La partida de los Padres Peregrinos desde Plymouth en 1620, según una obra del pintor británico Bernard Finigan Gribble.
Al sur de Nueva Inglaterra y al norte de Virginia existían extensos territorios que serían también foco de colonización muy pronto. En 1681 la corona le concede al cuáquero William Penn el territorio que después sería Pennsylvania. Penn organizó las nuevas tierras de forma concienzuda y consiguió atraer a numerosos colonos ofreciendo 50 acres de tierra a cada uno de ellos. Llegaron así granjeros, campesinos y artesanos que rápidamente hicieron florecer la nueva colonia. Los cuáqueros eran perseguidos en Inglaterra por no aceptar la obediencia a la autoridad existente, eran defensores de la justicia, la vida sencilla, la integridad moral, la honradez estricta y el pacifismo. Cuestionaban la religión establecida, evitando la pomposidad y la guía sacerdotal. Penn fundó la ciudad de Filadelfia, que creció muy rápido, e impuso la tolerancia religiosa y un orden democrático. Opuesto a la esclavitud y los siervos de rescate (blancos que trabajaban durante varios años para aquellos que le habían pagado el viaje), quería una colonia de distintas razas, religiones y lenguas en armonía. Y de hecho, a Pennsylvania llegarían en las décadas posteriores muchos colonos no ingleses, sobre todo alemanes, que dejaron sus lugares de origen por razones económicas o religiosas (menonitas, etc.). Igualmente, muchos colonos alemanes se asentarían después, a principios del XVIII, en la zona de New York, que desde 1664 pertenecía a Inglaterra, tras la rendición de los holandeses, fundadores de la ciudad en 1625 con el nombre de Nueva Amsterdam. La zona había sido cedida por el rey británico, Carlos II, a su hermano, el Duque de York, y tras su conquista, la ciudad fue rebautizada como New York en su honor. En 1664 el duque de York se hizo también con el control de los territorios de los actuales estados de New Jersey y Delaware, que había sido una colonia sueca hasta 1655 y que en ese momento también se hallaba bajo control de los holandeses. La colonia de Delaware pasaría a estar bajo la órbita de Pennsylvania durante las décadas siguientes.
 Tratado de William Penn y los indígenas Delaware en Shackamaxon. Óleo de Benajamin West.

Estas colonias (Nueva York, Pennsylvania, Delaware, New Jersey) estarían, por su estructura social y económica, muy próximas a las situadas más al norte, en Nueva Inglaterra, con las que tendrían muchos rasgos coincidentes. Todas ellas estaban compuestas mayoritariamente por campesinos autosuficientes, con una agricultura sin grandes latifundios, donde la aspiración por una nueva sociedad era fundamental, y donde pronto se desarrollaron grandes ciudades como Filadelfia, Nueva York o Boston, convertidas en el paradigma, especialmente a partir del siglo XVIII, del ascenso de una sociedad comercial, industrial y burguesa.
A pesar de las diferencias existentes entre las colonias del sur y del norte, así como entre todas y cada una de ellas, el caso es que las trece colonias estuvieron marcadas por un crecimiento económico y demográfico constante e intenso. La tierra era abundante y la mano de obra escasa, lo que daba enormes posibilidades a los hombres libres que allí llegaban, los cuales podían prosperar con facilidad y conseguir una independencia a nivel económico que hubiera sido imposible en la vieja Europa. La americana resultaba una sociedad mucho más igualitaria, en la que jamás existió algo similar a una nobleza feudal, y en la que se fue fraguando a lo largo del siglo XVII y XVIII una mentalidad propia, marcada por los ideales religiosos calvinistas y puritanos de austeridad, laboriosidad y espíritu participativo. Pero, además, dicha mentalidad se vio aderezada con ingredientes propios del espíritu de frontera como es el desarrollo de un profundo individualismo y un agudo sentido de la autonomía personal. Esta mentalidad se mostraría de forma evidente durante la Guerra de Independencia americana, donde resultaría decisiva.

LA GUERRA DE INDEPENDENCIA Y EL NACIMIENTO DE UNA NUEVA NACIÓN

A mediados del siglo XVIII la población de Estados Unidos superaba el millón de habitantes y crecía con fuerza. A la altura de la independencia, veinte años después, se alcanzaban los dos millones y medio, repartidos en las trece colonias existentes: Massachusetts, New Hampshire, Rhode Islands, Connecticut, Nueva York, New Jersey, Pennsylvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia. Las nuevas colonias se había convertido en lugares prósperos que atraían población desde Europa. Gozaban de autonomía a nivel político, pero las clásicas relaciones económicas coloniales cercenaban su desarrollo  económico: Gran Bretaña monopolizaba el comercio, los americanos tenían que comprar sus productos y no podían instalar determinadas industrias que pudieran competir con las de la metrópoli. Las colonias americanas se veían así convertidas en suministradoras de materias primas, a la vez que engrosaban las arcas de corona gracias a los fuertes impuestos.
La situación se vio agravada con el fin de la Guerra de los Siete Años (1756-63) que enfrentó especialmente a Gran Bretaña y Francia, aunque intervinieron otras potencias europeas como España. La guerra terminó en 1763 con el Tratado de París, que supuso el fin del imperio colonial francés en América del Norte y la consolidación de Inglaterra como potencia hegemónica en la zona. A cambio, los colonos francófonos católicos de Quebec fueron respetados en sus derechos religiosos, políticos y económicos.
Esto no agradó nada en las trece colonias, que se sentían injustamente tratadas por la metrópoli, a pesar de haber colaborado activamente en la guerra contra Francia tanto militar como económicamente. Por el contrario, Gran Bretaña trató de cargar el costo de la guerra sobre las propias colonias, a base de impuestos. La ley del Sello o Ley del Timbre (Stamp Act), en 1765, iba en esta línea, al gravar los documentos y publicaciones. A estos impuestos habría que añadir otros nuevos sobre el papel, el vidrio o el plomo, o sobre productos de gran consumo como el té. Estos impuestos crearon un gran malestar en las colonias, que consideraban injusto cualquier impuesto aprobado en el parlamento inglés, cuando ellas no participaban en la elección de Parlamento británico. Esta postura llevó a la generalización en las colonias de la oposición al pago de dichos impuestos: si no se tenía representación política, tampoco se debían pagar impuestos.
El té terminaría siendo clave en todo el proceso. El boicot de los americanos al té inglés, importado por la Compañía de las Indias Orientales, frente al té de origen holandés, introducido por los contrabandistas americanos a precios más baratos, desató el conflicto. El gobierno británico eliminó los aranceles para el té de la compañía inglesa (Ley del Té o Tea Act) lo que la volvió a hacer competitiva en precios. La reacción de colonos fue de activa oposición y en diciembre de 1773 se producía el Motín del Té (Boston Tea Party), en el que algunos colonos, disfrazados de indios mohawks, lanzaron al mar los cargamentos de té que la compañía tenía en los barcos del puerto Boston. La reacción de las autoridades fue el cierre del puerto y la represión sobre los rebeldes, lo que supuso la puesta en marcha de las llamadas Leyes Intolerables (Intolerable acts), que eliminaban algunos de los derechos históricos de la colonia de Massachusetts, incluido su autogobierno, provocando, a su vez, una ola de indignación generalizada en el conjunto de las trece colonias.

Boston tea party, litografía de Nathaniel Currier de 1846. Fuente: Wikimedia commons.

De esta manera, el descontento surgido se extendió como la pólvora por las trece colonias y desembocó en 1774 en la organización del Primer Congreso de Filadelfía, donde se reunieron representantes de todas las colonias menos Georgia, y en el que se formuló una declaración de derechos y agravios, defendiendo el derecho de las colonias americanas a gestionar sus asuntos internos. La corona rechazó de forma tajante sus peticiones y postulados. El clima para la independencia ya estaba creado, aunque todavía había muchos colonos que mantenían su lealtad al rey inglés, Jorge II, los llamados lealistas o kings men. Se calcula que una cantidad que oscilaría entre el 15% y el 20% de los colonos permaneció a lo largo del proceso de independencia del lado británico.
En abril de 1775 se iniciaban los primeros enfrentamientos armados entre los colonos y el ejército británico en la zona de Massachusetts: batallas de Concord y Lexington, asedio a Boston y batalla de Bunker Hill. Esta última, aunque se saldó con la victoria final de los británicos, demostró la enorme capacidad de resistencia de los insurrectos y su determinación, lo que se evidenció en el elevado número de bajas del ejército vencedor. En mayo de ese año se celebraba el Segundo Congreso en Filadelfia, que empezó a funcionar como un gobierno, organizando un ejército, cuyo mando se confirió a George Washington, un terrateniente esclavista de Virginia, un hombre reflexivo y con carácter, cuyo nombramiento fue clave para reducir los iniciales recelos de las colonias del sur al proceso de independencia. Washington fue el encargado de convertir en un verdadero ejército, lo que era un amasijo de hombres de la más diversa procedencia, donde había desde agricultures y cazadores, hasta comerciantes y aventureros, la mayoría de ellos sin disciplina ni experiencia militar.
La batalla de Lexington, 19 de abril de 1775. Obra de Don Troiani

Stand Your Ground Lexington Green de Don Troiani, nos muestra el combate entre las milicias americanas y el ejército británico en la batalla de Lexington, Massachusetts.

Concord Bridge, obra de Don Troiani, nos muestras los combates en Concord (Massachusetts) entre los milicianos americanos y los soldados británicos en los primeros momentos de la Guerra de Indenpendencia.


Bunker Hill, obra de Howard Pyle. La batalla resultó ser una victoria pírrica del ejército británico.
En junio de 1776 la colonia de Virginia proclamaba su independencia, creando una constitución y la  primera declaración de derechos humanos moderna de la historia, la Declaración de Derechos de Virginia, que recogía los principales derechos y libertades: igualdad ante la ley, soberanía popular, división de poderes, libertad de expresión y religión, derecho a la vida y a la propiedad. Tal iniciativa obligó al Segundo Congreso Continental a poner en marcha el proceso de independencia de Estados Unidos. El 11 de junio se designaba un comité para desarrollar la Declaración de Independencia, lo formaban cinco miembros, John Adams de Massachusetts, Benjamin Franklin de Pennsylvania, Thomas Jefferson de Virginia, Robert R. Livinston de Nueva York y Roger Sherman de Connecticut. El borrador inicial fue realizado por Thomas Jefferson y la Declaración de Independencia fue aprobada por los 56 miembros del Congreso el día 4 de julio de 1776, lo que suponía la independencia de las trece Colonias del Imperio británico y su constitución como un nuevo estado. En él se defendía la democracia política, la libertad, la división de poderes, la igualdad jurídica y el derecho a la rebelión contra la tiranía:
"Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla, o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad".

Declaration of Independence, obra de John Trumbull.

A pesar de los pasos dados, la independencia de las trece colonias estaba todavía muy lejos de materializarse. Gran Bretaña rechazaba la declaración, y en esos momentos era una gran potencia militar: contaba con la mayor flota de guerra del planeta, cuyos buques participarían activamente en el conflicto militar, y un imponente ejército, formado por profesionales experimentados y entrenados, que llegó a tener más de 70.000 soldados en Norteamérica, entre los que tendríamos que incluir los 30.000 mercenarios alemanes que servían en el ejército británico. En frente se hallaba un ejército con unos pocos miles de soldados mal equipados y poco preparados, a los que habría que añadir las milicias de cada estado. Era un ejército embrionario que carecía de una oficialidad formada y profesional, y como prueba de ello se hallaba su comandante en jefe, el propio George Washington, que no era más que un antiguo teniente coronel de las guerras franco-indias (Guerra de los Siete Años). Washington tenía cierta experiencia militar, pero desconocía lo que era comandar un ejército y mover grandes conjuntos militares. Sin embargo, la inicial desventaja de los americanos se veía compensada por la prepotencia inglesa, cuyo estado mayor tardó en darse cuenta de la dificultad que entrañaba la victoria. Los ingleses confiaron siempre en la superioridad técnica y militar de su ejército y desdeñaron a los insurrectos, a la vez que sobredimensionaron los apoyos existentes entre los colonos a la causa real, no hay que olvidar que los lealistas fueron siempre una minoría. Por otro lado, Gran Bretaña tenía que dirigir una guerra a miles de kilómetros de distancia y los suministros y la intendencia resultaron pronto un grave problema. A ello habría que unir las enormes distancias y la falta de control del terreno, pues fuera de las ciudades, el peso específico de los rebeldes americanos era mucho mayor y la capacidad de movimiento del ejército americano era mucho más elevada. A esto habría que añadir un hecho que no hay que desdeñar: la no existencia de un centro neurálgico, que tomado, hubiera permitido acabar pronto con la rebelión. Por el contrario, los ingleses se hallaban ante un territorio marcado por una enorme fragmentación política, con trece colonias con sus respectivos gobiernos, con escasas ciudades y enormes extensiones. El ejército británico buscó siempre una batalla decisiva que nunca consiguió, mientras el ejército americano optaba por el hostigamiento, las pequeñas escaramuzas y las tácticas de guerrilla, buscando el desgaste del enemigo.

Composición realizada a partir de imágenes extraídas de Pinterest

Composición realizada a partir de imágenes extraídas de Pinterest


En 1776 y 1777 la guerra desembocó en una situación de tablas entre ambos ejércitos, que sin embargo, confería más posibilidades a los americanos, al permitir la consolidación de su ejército, a la vez que ganaban en preparación y aumentaba su moral. Tras la batalla de Long Island (también conocida como batalla de Brooklyn), a finales de agosto de 1776, el general británico William Howe tomaba New York, que desde ese momento y hasta su evacuación final en 1783, se iba a convertir en el gran feudo británico durante la guerra. A pesar de la derrota, Washington consiguió evacuar al grueso de su ejército de Manhattan, lo que le permitió posteriormente obtener algunas estratégicas e importantes victorias en la zona de New Jersey. Tras cruzar el helado río Delaware, atacó en diciembre de 1776 a los británicos, venciéndolos en la batalla de Trenton y más tarde, en enero de 1777, en la de Princeton. Aunque se trataba de victorias menores desde el punto de vista estrictamente militar, tuvieron un papel determinante y marcaron una inflexión en la guerra, al permitir que el ejército de Washington, marcado por las deserciones y la desmoralización, pudiera recuperar su autoestima y prestigio, lo que multiplicó en lo sucesivo la llegada de nuevos reclutas que se incorporaron al nuevo ejército.

El regimiento Delaware en la batalla de Long Island el 27 de agosto de 1776 (foto Domenick D'Andrea de un cuadro de la Guardia Nacional de EE.UU.).


Washington cruzando el Delaware, óleo de Emanuel Leutze.
A finales  de 1777 se produciría, sin embargo, una inflexión en la guerra que cambió el signo de los acontecimientos en favor de los insurgentes. A pesar de la ocupación de Filadelfia en septiembre de 1777 por parte de los británicos, que no supuso un golpe tan importante como en principio pudiera pensarse, en octubre de ese año se producía la batalla de Saratoga, al norte de New York, la primera victoria importante de los colonos, que se impusieron a los mercenarios alemanes del general Burgoyne. La batalla resultó clave, porque reforzó la convicción en la victoria de los rebeldes y porque decidió a Francia y a España a entrar en el conflicto, lo que decantó la guerra a favor de los insurrectos. El Tratado de París de 1763, que había puesto fin a la Guerra de los Siete Años, había tenido funestas consecuencias para Francia y España, ahora ambas potencias podían tomarse la revancha apoyando sin reservas a los rebeldes americanos. Meses después de la batalla de Saratoga, en febrero de 1778, los franceses perciben las posibilidades de los rebeldes y optan por una alianza con ellos: envían munición, armas y provisiones, adiestran a los soldados americanos, e intervienen de forma directa a través de su flota naval y el envío de miles de soldados al mando del marqués de La Fayette y del mariscal Rochambeau. España, sin embargo, se involucró en menor medida en la guerra: aportó dinero, armas y municiones, pero nunca intervino de forma directa. Tenía interés en la derrota de los británicos, lo que le permitiría recuperar Gibraltar y Menorca, así como territorios al norte de Florida (Pensacola o Mobile) o las zonas perdidas en el Caribe de América central, como Honduras y Campeche; pero era consciente del peligro de que el movimiento de emancipación se extendiera a su propio imperio colonial.
La ayuda extranjera terminó resultando determinante para el ejército americano, que vivió en el invierno de 1778  una nueva prueba de fuego: Washington trató de buscar un lugar donde acuartelar su ejército y acampó en Valley Forge, donde en malas condiciones, se dispuso a soportar el invierno. La falta de alimentos, higiene, ropa y refugio adecuado resultaron una dura prueba para el nuevo ejército, provocando la muerte de uno de cada cuatro soldados. Sin embargo, el ejército de Washington se sobrepuso y no se disolvió. Con la ayuda de los franceses, al final del invierno, los llamados "patriotas" se recuperaron y salieron reforzados de la experiencia.

Washington in Valley Forge , obra de Edward P. Moran.

La batalla decisiva llegaría en septiembre de 1781. Los británicos, ocho mil hombres dirigidos por lord Charles Cornwallis, abandonaron sus feudos del sur (costas de Georgia, Carolina del Sur y Carolina del Norte), donde se habían hecho fuertes, y avanzaron hacia Virginia, asentándose en Yorktown. Allí, más de 10.000 franceses y 9.000 insurgentes americanos sitiaron la ciudad. La flota francesa evitó la llegada de refuerzos británicos por mar y Lord Cornwallis tuvo que rendirse en octubre de 1781.

Disposición de las tropas americanas, francesas e inglesas en la batalla de Yorktown. Fuente: theMAPfactory.com
























General Lafayette durante la campaña de Yorktown , Virginia 1781, obra de Don Troiani.

El Mundo al Revés, Yorktown, 19 de octubre de 1781, obra de Mort Kunstler.




El Tratado de París ponía fin definitivamente a la guerra. El predominio en el mar seguía siendo británico, pero en tierra se imponían los rebeldes y Gran Bretaña firmaba la paz con los nuevos Estados Unidos de América. Se reconocía el nuevo estado, que se extendería al norte de Florida, al sur de Canadá y al este del Mississippi; se aceptaban las confiscaciones de las propiedades de los lealistas, colonos fieles a Gran Bretaña, decenas de miles de los cuales huyeron hacia Canadá. España era el otro gran beneficiado: recuperaba Menorca, Florida se consolidaba bajo su soberanía, recuperaba las costas caribeñas de Honduras, Nicaragua y Campeche, aunque Gibraltar, que había resistido un asedio español, quedaba bajo control británico. A pesar del gran esfuerzo económico y militar en favor de los insurgentes, Francia obtuvo un botín limitado: islas de las Antillas como Tobago o Santa Lucía, algunas plazas en África, además del enclave de San Pedro y Miquelón y derechos de pesca en Terranova (Canadá).

LAS BASES DEL NUEVO ESTADO

Tras el Tratado de París de 1783 surgía un nuevo estado que, sin embargo, se hallaba muy lejos de estar definido. En un principio, y en la práctica real, existían trece estados diferenciados y soberanos, unidos entre sí por tenues vínculos de gobierno. De hecho, entre 1776 y 1780, cada uno de ellos se fue dotando de su propia constitución: el primero fue New Hampshire, en enero de 1776, más tarde lo hicieron Carolina del Sur, Virginia y New Jersey, el último sería Massachusetts, en 1780, aunque su constitución sería la primera en ser refrendada por el pueblo. Los nuevos estados tenían como eje vertebrador una institución, el Congreso de la Confederación, el órgano de gobierno de los Estados Unidos entre 1781 y 1789, formado por delegados nombrados por las legislaturas estatales. Tal institución había sucedido al Segundo Congreso Continental, reunido en Filadelfía, pero tenía escasas atribuciones reales. Estaban vigentes los llamados "Artículos de la Confederación", el primer documento de gobierno de la historia de Estados Unidos, un total de 13 artículos que sancionaban la soberanía de cada estado, permitiendo la libre circulación de mercancías y personas, pero dejando para el Congreso tan solo las atribuciones monetarias, militares y de política exterior. Terminada la guerra, tal marco jurídico e institucional resultaba a todas luces insuficiente y pronto surgieron problemas de toda índole. El Congreso decidió entonces dar un paso en la construcción institucional y jurídica: se creó una convención en Filadelfia, compuesta por 55 miembros, que se ocupó de redactar una constitución federal en 1787. En su elaboración destacaron hombres como James Madison, Alexander Hamilton o Gouverneur Morris. Con la nueva constitución surgía un nuevo estado bien definido, marcado por su carácter liberal, democrático, republicano y federal. La Constitución de 1787 sigue hoy vigente, aunque modificada y actualizada por sucesivas enmiendas posteriores, y es considerada, salvando el caso de las constituciones estatales previas, la primera constitución escrita de la Historia.

La constitución de los EE.UU. es considerada la primera constitución escrita de la Historia. F.: edition.cnn.com

La constitución recogía los principios básicos del liberalismo político: la soberanía popular, la división de poderes o los derechos y libertades individuales (libertad religiosa, de imprenta o expresión, de reunión, el habeas corpus o derecho a no ser detenido arbitrariamente). Establecía igualmente un estado federal, que trataba de compaginar la soberanía de los estados miembros (cada uno gozaba de gran autonomía, con parlamento y constitución propia) con la existencia de un estado central con poderes bien definidos, surgiendo desde el principio una cierta tensión entre los partidarios de un poder federal fuerte y aquellos que defendían la mayor autonomía de los estados.
El nuevo poder federal se estructuró en base a la división de poderes. El poder legislativo residía en un Parlamento o Congreso de carácter bicameral, elegido por sufragio universal directo y masculino. Existían dos cámaras, por un lado, un Senado en el que se defendían los intereses de cada estado, y en el que éstos estaban representados de forma equilibrada (dos miembros por estado), por otro lado, una Cámara de Representantes, en el que se veía reflejada la soberanía del conjunto de la Nación y donde cada estado aportaba un número de representantes en función de su población. El Congreso aprobaba los impuestos y los presupuestos, tenía la iniciativa legislativa de hacer las leyes y declaraba la guerra y la paz.
El Capitolio de Washington es la sede del poder legislativo de EE.UU. Fuente: es.wikiarquitectura.com






Retrato de G. Washington, por G.S. Williamstown
El poder ejecutivo estaba encarnado en el presidente, elegido cada cuatro años por sufragio universal, indirecto y masculino. Según este sufragio, los ciudadanos no elegían directamente al candidato, sino que con su voto delegaban esa función en 538 compromisarios o electores -nominados por los partidos políticos- que son los que a su vez votarían en su nombre en los 13 estados. Elegido por cuatro años, el presidente es el ejecutor de la ley federal, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, se haya al frente de la política exterior y podía ejercer el derecho a veto sobre la legislación del Congreso. El presidente nombraba a los miembros del gobierno, el Gabinete, que son presentados al Senado para su ratificación por mayoría simple. Juran entonces su cargo y reciben el nombramiento de secretario, siendo su cometido el de aconsejar y asistir en sus deberes al presidente. El primer presidente fue George Washington, que fue investido en 1789, después de un voto unánime del colegio electoral, que a su vez designó un Gabinete de cinco personas: Thomas Jefferson (secretario de Estado, lo que en la Europa actual sería un ministro de exteriores), Alexander Hamilton (secretario del Tesoro, equivalente a los ministros de hacienda y economía), Henry Knox (secretario de Guerra, equivalente a un ministro de defensa actual), Samuel Osgood (jefe del Servicio Postal, se encarga de las comunicaciones de correo, desde 1971 este cargo ya no está en el Gabinete) y Edmund Randolph (Fiscal General, equivalente al ministro de justicia y el único cargo que no tiene la denominación de secretario).

Inaugurada en 1800, la Casa Blanca ea la residencia oficial del Presidente de los Estados Unidos y su principal lugar de trabajo. Desde el principio se convirtió en el símbolo del poder ejecutivo. Fuente: laboratoriomediatico.com

El poder judicial sería independiente y estaría encarnado en el Tribunal Supremo, sus miembros eran nombrados por el presidente y debían velar porque las leyes se ajustaran a la constitución, a la vez que juzgaban las disputas entre los estados.
Un elemento a tener en cuenta, es que el nuevo sistema político no confería derechos políticos a la población negra, que no podía participar en las elecciones al Congreso y a la presidencia. Los esclavos negros suponían una quinta parte de la población del país, la mayoría concentrada en los estados esclavistas del sur: Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Virginia y Maryland. No existió en aquella época un debate en torno a la esclavitud, tampoco sobre los derechos políticos de los negros, cuyo solo planteamiento hubiera quebrado el nuevo país antes de surgir. Prueba de ello, es que tanto George Washington, como Thomas Jefferson, dos de los llamados "Padres fundadores", eran terratenientes poseedores de esclavos. Jefferson fue el redactor de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, que establecía que "todos lo hombres eran creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Nadie se planteó entonces que estas palabras pudieran ser aplicables a la población negra. El debate político entorno a la población negra existió, pero no respecto a los derechos políticos de los negros, sino a si se tenía en cuenta, y en qué medida, a la población negra a la hora de establecer la población que debía generar representantes en la Cámara de Representantes. Curiosamente, los estados más defensores de las tesis esclavistas defendían que se tuviera en cuenta a la población esclava a la hora de aportar representantes al Congreso. Tal contradicción no era tal, en los estados del sur la población esclava era muy abundante, en algunos casos superior a un tercio del total, no tenerla en cuenta restaba mucha presencia política a dichos estados en las instituciones estatales. Al margen de este debate, lo que si parece claro es que con la independencia, la esclavitud se fortaleció y creció con fuerza en los estados de sur: en paralelo al desarrollo económico y territorial de la nueva nación, millones de africanos llegarían como esclavos a Estados Unidos en las décadas siguientes.

Washington representado como granjero en Mount Vernon, obra de Junius Brutus Stearns. En la imagen aparecen algunos de sus esclavos negros trabajando en las tierras de su propiedad.


Marcada por estos claroscuros, no podemos dejar de significar que la revolución americana constituye el primer ejemplo de revolución basada en los principios del liberalismo político, a la vez que el primer proceso descolonizador desarrollado en el mundo, y que en ambos aspectos tuvo una enorme repercusión a nivel mundial. Fue un referente en la lucha que la burguesía europea desarrollaría en sus procesos revolucionarios a partir de la revolución francesa de 1789, así como en los procesos de independencia de los países de América Latina, iniciados a principios del siglo XIX.

En este vídeo podemos disfrutar de un estupendo resumen de todo el proceso de independencia de los Estados Unidos de América. En él se abordan de forma sencilla y amena las causas, el desarrollo y las consecuencias del proceso.

             

Estados Unidos en la primera mitad del XIX: expansión territorial y desarrollo económico

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Cruzando el Mississippi sobre el hielo, obra de C.C.A. Christensen, Fuente: www.deseretnews.com

Como hemos podido ver en otra entrada de este mismo blog (el nacimiento de los Estados Unidos de América), los orígenes de EE.UU. se retrotraen hasta los comienzos del siglo XVII, con la creación de las primeras colonias estables en la costa este de América del Norte, primero en tierras de lo que más tarde sería el estado de Virginia (fundación de Jamestown en 1607), después más al norte, en Massachusetts (fundación de Plymouth en 1620). Desde esos momentos iniciales hasta la independencia de los británicos, en 1783, las trece colonias que formaban el territorio crecieron de forma intensa y lo hicieron sobre dos bases esenciales: por un lado, la ocupación continua de nuevos territorios (siempre mirando hacia el interior y el oeste), y por otro lado, la afluencia constante de inmigrantes europeos (mayoritariamente procedentes de las islas británicas, pero también de otros lugares de Europa). Tal proceso no se vio interrumpido tras la guerra de independencia contra Gran Bretaña, si no todo lo contrario, las trece colonias de los Estados Unidos de América conformaron un nuevo estado que se embarcó de forma decidida en un intenso proceso de expansión territorial que alcanzaría su culminación a lo largo del siglo XIX y que le llevaría hasta la costa del Pacífico. El proceso de expansión territorial y el desarrollo económico, sin embargo, terminaron amplificando las contradicciones, divisiones internas y desajustes inherentes al país desde su nacimiento, lo que desembocó en una cruenta guerra civil, la Guerra de Secesión de Estados Unidos, que desgarró y dividió al país. De sus ruinas emergió la gran potencia económica y política que hoy conocemos.

                         EXPANSIÓN TERRITORIAL HACIA EL OESTE

Desde la costa este, el nuevo país surgido de la Guerra de Independencia iniciaría pronto una rápida expansión hacia el oeste que no fue parte de un plan establecido y se efectuó a través de diversos procedimientos. Algunos territorios fueron comprados, ese fue el caso de Louisiana, una colonia francesa vendida por Napoleón en 1803 a Estados Unidos por 15 millones de dólares. Se trataba de un inmenso territorio en el que se incluían enormes espacios casi despoblados situados entre Nueva Orleans al sur y Montana y Minnesota al norte, copando amplios territorios en el margen oeste del río Mississippi, incluyendo la inmensa cuenca del río Missouri. También fue objeto de compra la península de Florida, vendida por España en 5 millones de dólares a partir del Tratado transcontinental de 1819 (Adams-Onís). En este caso, sin embargo, se trataba de una compra obligada que encubría realmente la anexión del territorio por ocupación militar realizada con anterioridad por el presidente Monroe. El gobierno español del Trienio Liberal ratificaría definitivamente dicho tratado en 1821. Más tarde, se recurriría de nuevo a este procedimiento con la compra a México en 1853 del territorio de "La Mesilla", conocido como Gadsden por los estadounidenses, y que resultaba esencial para contruir el ferrocarril que debía unir Texas y la costa de California. Quince años después, en 1867, Estados Unidos compraba Alaska a los rusos por 7 millones de dólares. 

Sin embargo, Estados Unidos no dudó, en determinados momentos, en optar por el recurso a la guerra para incorporar nuevos territorios, es lo que ocurrió con muchos de los territorios del oeste y suroeste americano. Tras la pérdida de Florida, España permitió que gran cantidad de colonos anglosajones, liderados por Moses Austin, se asentaran en la zona de Texas, entonces despoblada. Cuando en 1821 México se convierte en un estado independiente, se permite a los colonos seguir asentándose, hasta convertirse en la mayoría de la población del territorio. Sin embargo, el creciente control del gobierno mexicano sobre ellos los condujo a la insurrección y en 1836 se sublevaron dirigidos por Samuel Houston. La derrota mexicana permitió el reconocimiento de la independencia de Texas, estableciéndose la frontera con México en el río Grande. Aunque el nuevo estado pretendía anexionarse a los EE.UU., los recelos del presidente Jackson ante la entrada en la Unión de un gran estado esclavista lo impidieron. No será hasta 1845, con el presidente James K. Polk, cuando se produzca la anexión de Texas a Estados Unidos. La oposición de México conducirá entonces a la guerra con México, que concluirá en febrero de 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo y la cesión por México de amplios territorios del oeste americano, no solo de Texas. Las fronteras se fijaron entre el golfo de México y el Pacífico, pasando a través del río Gila, el río Bravo o Grande, el río Colorado y los linderos de Nuevo México y la Alta California. México perdía así la mitad de los territorios que poseía antes de la guerra: renunció a reclamar Texas y cedió a Estados Unidos los territorios de los actuales estados de Arizona, California, Nevada, Utah, Nuevo México y parte de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.

En el mapa podemos observar la incorporación continua de territorios realizada por EE.UU. durante el siglo XIX. Los territorios fueron cedidos (a veces después del recurso a la guerra) o comprados. Fuente: Elaboración propia.

Sin embargo, el elemento clave de la expansión territorial de los EE.UU. hacia el Oeste fue el poblamiento. En algunos casos la incorporación al país de algunos territorios no se produjo por conquista o compra, ese fue el caso de amplias zonas del noroeste, que se encontraban casi despobladas, como el territorio de Oregón, una enorme extensión de terreno que entonces se extendía por los actuales estados de Washington, Idaho y Oregón y que abarcaba incluso la región de Vancouver, en el actual Canadá. En 1819, en virtud del Tratado de Adams-Onís, España se había visto obligada a renunciar a sus derechos sobre Oregón y, de hecho, en la zona apenas existían asentamientos españoles, en general pequeños y temporales. La llegada creciente de población anglosajona permitió rápidamente consolidar el control del territorio, que se fraccionaría con el tiempo en varios estados. No sería hasta el Tratado de Oregón, en 1846, cuando Gran Bretaña renunciaba definitivamente a dichos territorio, a cambio de consolidar su dominio sobre la costa más al norte, la llamada Columbia Británica. Este modelo de poblamiento fue esencial también en otros territorios adquiridos por compra, como ocurrió en buena parte de los territorios de Lousiana, en gran medida despoblados, nos referimos a zonas como Montana, Dakota del Sur, Dakota del Norte, Nebraska, Wyoming o Minnesota. La llegada masiva de inmigrantes fue determinante también en la anexión, que ya hemos comentado, de territorios como Texas, y en la consolidación definitiva de los amplios territorios arrebatados a los mexicanos posteriormente: un caso llamativo al respecto fue el territorio de Utah, donde los mormones de Brigham Young se habían asentado ya en 1847, justo antes de la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo con México, huyendo de la persecución religiosa a la que eran sometidos en el resto del país.

Familia de pioneros en Nebraska (1866). Fuente: www.archive.go
En estos territorios semivacíos del Oeste americano la población indígena será poco a poco diezmada y expulsada de sus territorios, algo que ya había ocurrido con anterioridad en los territorios situados más al este. El proceso de expulsión y ocupación de sus tierras de los nativos americanos encontró un punto de inflexión inicial a partir de 1830, cuando el presidente Andrew Jackson aprobaba la Indian Removal Act, la Ley de Traslado Forzoso de los Indios. Esta ley obligaba a los nativos americanos que habitaban al este del Mississipi a trasladarse a las tierras al oeste del río. Se producía así el The Trail of Tears, el Sendero de Lágrimas, como es conocido por los indios el traslado forzoso sufrido por los pueblos indígenas del sureste de los Estados Unidos en la década de 1830: los choctaw en 1831, los chickasaw, semínolas y creek entre 1830 y 1835, los cherokee en 1838. Más de cuatro mil indios murieron debido especialmente a la mala organización del traslado masivo desde sus zonas de origen hasta el territorio de Oklahoma. Especial atención merece, en esta primera mitad del siglo, la resistencia del pueblo semínola, que se enzarzó en tres guerras contra el gobierno de Estados Unidos, las llamadas "Guerras Semínolas": la segunda de dichas guerras se produjo en los años 30, precisamente por la resistencia de los semínolas, dirigidos por el jefe Osceola, al traslado forzoso desde sus territorios hacia el oeste. La tercera guerra aconteció en la década de los 50, cuando los últimos semínolas que permanecían en Florida fueron desplazados definitivamente.

The Trail of Tears (El Sendero de Lágrimas) obra de Robert lindneux.


El sendero de las Lágrimas. Ppueblos desplazados y rutas hasta el nuevo Territorio Indio (Oklahoma). F.: Wikipedia

Aunque acontecido posteriormente, el proceso de colonización y poblamiento al oeste del Mississippi resultó igualmente imparable. Los pueblos de los desiertos, montañas y praderas del oeste, que todos conocemos a través del cine (sioux, comanches, apaches, crow, paite, pies negros, navajos, etc.) vivirían una presión creciente ante la llegada de nuevos colonos, y lo harían ya con anterioridad a la Guerra de Secesión (así fue en Texas, Utah, las zonas de las praderas, California u Oregón). Este proceso se intensificó después de la guerra y desembocó en lo que conocemos como las llamadas guerras indias, que se desarrollaron entre las décadas que van desde 1860 a 1890. En ellas se englobaban múltiples conflictos con las distintas tribus del oeste americano, que condujeron a la firma de tratados y la reclusión en reservas de los nativos americanos, confinados en las peores tierras, reservas que a posteriori serían modificadas por el gobierno de forma unilateral y tratados que serían reiteradamente violados por el hombre blanco. Mientras, los nuevos colonos se asentaban de forma masiva en los nuevos territorios, como si fueran una plaga, escogiendo las mejores tierras. Terminado el proceso, en 1890, las fronteras del país quedaron fijadas definitivamente.

Asemiento de los sioux lakota en las praderas de Dakota del sur, a finales de la década de 1880. Fuente: Taringa.net
El célebre jefe Nube Roja y otros sioux. Fuente: Wikipedia.

Buscador de oro (1849) Fuente: Pinterest
Este proceso de expansión hacia el oeste a través del poblamiento se vio estimulado a partir de los años 40 por el descubrimiento de riquezas minerales, particularmente de oro, lo que permitió el desarrollo de sucesivas fiebres del oro, que condujeron a la inmigración masiva de población en oleadas de buscadores de oro que trabajaban en las minas o cribaban el agua de los ríos. Entre 1848 y 1855, cientos de miles de personas llegaron a la zona norte de California en busca de oro provenientes de otras zonas del país o el extranjero, convirtiendo la pequeña localidad de San Francisco en una ciudad y fundando nuevas poblaciones que dieron lugar al nacimiento de un sistema legal y de gobierno, con la proliferación de escuelas, carreteras e iglesias, lo que llevó a la admisión de California como estado de la Unión en 1850. En la década de 1850 nuevas fiebres del oro se producirían en las tierras de Colorado, en el norte de Nevada y en la zona del cañón del Fraser, en el suroeste de Canadá. En las década de 1860, la fiebre del oro alcanzaría a Montana y, más tarde, en la segunda mitad de la década de 1890, a áreas situadas mucho más al norte: Alaska y el Klondike canadiense.

Daguerrotipo de 1850 que muestra la fiebre del oro en California. Fuente: www.newyorker.com
Ciudad minera de Gold Hill (Nevada, 1867). Fuente: momentosdelpasado.blogspot.com
La penetración en zonas tan extensas y poco pobladas, con frecuencia habitadas por pueblos hostiles y marcadas por las grandes distancias y la inseguridad, resultó siempre muy precaria hasta la mitad del siglo XIX. Se realizaba generalmente a caballo o con carros y carretas pesadas construidas de madera y reforzadas con hierro, cubiertas a su vez con lonas impermeabilizadas con aceite de linaza. Estaban tiradas por mulas y sobre todo por bueyes, más resistentes y baratos, y se agrupaban en grandes convoyes buscando la seguridad en medio de un viaje largo y peligroso. Los colonos seguían varias rutas que se iniciaban en primavera, pasado el duro invierno y cuando la provisión de pastos para las caballerías y el ganado era abundante, y utilizaban itinerarios que con frecuencia seguían los cursos de agua. La mayoría de las rutas partían de Missouri y fueron posible gracias a las exploraciones de auténticos aventureros como Meriwether Lewis y William Clark (entre 1804 y 1806 exploraron el curso del río Missouri y atravesaron las Montañas Rocosas hasta llegar a las costas del Pacífico en Oregón) o John C. Frèmont y Kit Carson, que en la década de 1840 exploraron Nevada, Oregón y California. Entre las rutas más destacadas (ver mapa inferior), habría que destacar la Ruta de Lewis y Clark hasta Oregón siguiendo el Missouri, la Ruta de Oregon, que llegaba también a este territorio pero por zonas más al sur, a través de Wyoming y Idaho, la Ruta de los Mormones hasta Utah, la Ruta de California o el Camino de Santa Fe hasta las tierras de Nuevo México, del que partía el Viejo Sendero Español hasta el sur de California.

Típica carreta cubierta y tirada con bueyes. Hasta la incorporación del ferrocarril fue el medio de transporte básico utilizado por los colonos americanos que se asentaban en las tierras del oeste. Fuente: Wikipedia.
El pintor danés C.C.A. Christiansen viajó a Utah como pionero en las típicas caravanes del oeste, y reflejó más tarde en algunas obras su peripecia vital. Ese es el caso de su obra Sugar Creek.
Caravana de emigrantes mormones hacia el oeste (1879), Fuente: www.archives.gov

Caravana de pioneros en la zona de las Black Hills (Dakota del Sur). Fuente: Taringa.net
Principales rutas de penetración de las caravanas de pioneros hacia el oeste. F-: Elaboración propia.

La mayoría de dichas rutas irían quedando en desuso con la introducción del ferrocarril en las últimas décadas del siglo XIX. Antes de que hubieran terminado las hostilidades de la Guerra de Secesión, se crea la Ley de Ferrocarriles del Pacífico, firmada por el presidente Lincoln el 1 de julio de 1862, que autorizaba la construcción del Ferrocarril Transcontinental. En 1869, en una famosa ceremonia, se colocaba el llamado "Clavo de Oro" o Golden Spike, que simbolizaba la finalización de su construcción. Quedaban así unidas las ciudades de Sacramento, en California, y Omaha, en Nebraska. En el futuro, en torno a las grandes líneas que llegaban a la costa del Pacífico se dispondrían la mayoría de las poblaciones: al norte, la Northern Pacific unió Chicago y Astoria; en el centro, la Kansas Pacific unió Chicago con San Francisco; en el sur la Southern Pacific llegaba hasta Los Ángeles. Ciudades como Kansas City, Omaha, Denver, crecieron también al abrigo del ferrocarril.

El llamado Golden Spike simbolizaba la unión de los dos tramos del ferrocarril que unían el este y la costa oeste de EE.UU. Fuente: www.massmoments.org

La marcha hacia el Oeste, iniciada en los inicios del siglo XIX, resultó un elemento clave en el surgimiento de la nación estadounidense y contribuyó a forjar la personalidad y carácter de sus habitantes. El historiador F.J. Turner, en su obra El significado de la frontera en la Historia de los Estados Unidos, escrita en 1893, puso el hincapié en la frontera como conformadora de la identidad de la nueva nación. Aunque hoy en día, muchas de sus posturas están en cuestión, no hay duda de que la existencia de tierra libre en el Oeste ha influido de alguna manera en el individualismo tan característico de los americanos, ya que el hombre en las nuevas tierras hubo de hacer frente en solitario a situaciones diversas, lejos de la protección de la autoridad y el estado; por otro lado, es evidente que una frontera en continua expansión se convirtió además en una válvula de escape para el excedente de población, contribuyendo a la reducción de las tensiones sociales propias de la industrialización, que sin embargo, también existieron. Es indudable que el ideal de frontera es clave en la historia americana, y que sin duda ha ayudado a conformar el carácter pionero y emprendedor que se supone al espíritu americano. En todo caso, las tesis de Turner han de ser matizadas, se trata de una visión idealizada que trata además de justificar el expansionismo americano, encubriendo la existencia de fuertes tensiones sociales y fuertes desigualdades, que tambień existieron.
Aún cuando la expansión territorial tuviera efectos como los antes mencionados, también fue importante en cuanto que no contribuyó a formar un país homogéneo, y de hecho las divergencias entre el Norte y el Sur no dejaron de acusarse según el país iba ampliando sus fronteras e incorporando nuevos estados. En el Norte, Nueva Inglaterra se convertía en una poderosa región industrial; en el Sur, la economía se centraba cada vez más en el cultivo y exportación de algodón, y Nueva Orleans en el puerto que daba la réplica a Nueva York. Los estados del Sur, con esclavos, procuraban mantener la mitad de los miembros en el Senado, para lo que se preocupaban de que ingresaran en la Unión tantos estados esclavistas como no esclavistas, generándose una fuertes tensiones políticas y territoriales que veremos en una entrada próxima y que desembocarían en la Guerra Civil Americana.

CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO Y ECONÓMICO

Como hemos podido ver, la expansión territorial de la nueva nación hacia el oeste se cimentó sobre el asentamiento masivo de población. En la mayoría de los casos, los colonos se afincaban en nuevos espacios, y cuando estos se encontraban suficientemente poblados, el nuevo el territorio se incorporaba como estado a la Unión. En este sentido, la existencia de grandes contingentes de población disponible resultó básica para la conformación territorial del nuevo estado. Desde la independencia del país, la población creció de forma vertiginosa: si en 1790 apenas llegaba a los 4 millones de habitantes, en 1830 era de trece millones y en 1870, tras la guerra de secesión, alcanzaba los 40 millones. Tal realidad solo fue posible por la llegada masiva de inmigrantes europeos a lo largo del siglo XIX, en su mayoría y hasta 1870, procedentes de Inglaterra e Irlanda, tan solo Alemania se acercaría en algunos momentos a las cotas de los emigrantes británicos, pero de forma irregular. El que la mayoría de los inmigrantes procedieran de las islas británicas, contribuyó a la conformación de una sociedad netamente anglosajona, lo que solo fue posible porque la constitución de la nueva nación coincidió con la revolución demográfica europea y sobre todo inglesa, que permitió la reducción de la mortalidad y el crecimiento intenso de la población, posibilitando la transferencia de grandes masas humanas hacia el nuevo país. A finales del siglo XIX llegarían gentes de la Europa del Este (rusos, polacos, etc.) y la Europa mediterránea (italianos y griegos), pero ya lo harían sobre un país bien definido en sus rasgos culturales anglosajones.

El crecimiento de la población de EE.UU fue muy intenso en la pirmera mitad del XIX. Fuente: .www.ncpedia.org

El primer gráfico muestra la inmigración a Estados Unidos entre 1820 y 1860. El segundo gráfico muestra la composición de dicha inmigración en cuanto a su procedencia. Fuente: www.latinamericanstudies.org

 Inmigrantes irlandeses desembarcan en New York en 1855. Fuente: www.buffalospree.com (Copyright Everett Historical)

La expansión del ferrocarril en EE.UU. Fuente: www.econedlink.org
Si el crecimiento demográfico y la inmigración fueron claves en la expansión territorial del país, fueron igualmente esenciales en el vertiginoso crecimiento económico e industrial del país, que le llevó a convertirse en una potencia industrial ya a mitad del siglo XIX, llegando a finales de la centuria a alcanzar los niveles de industrialización de Gran Bretaña. La llegada masiva de inmigrantes le permitió disponer de abundante mano de obra y un importante mercado interno de consumidores, ambos elementos básicos para el desarrollo industrial. Por otro lado, el enorme territorio y la abundancia de recursos mineros (carbón, oro, petróleo) y agrícolas (tierras fértiles), permitió contar con las fuentes energéticas y materias primas que requería la industria. A estos factores habría que añadir la rápida construcción de la red de ferrocarriles, que permitió el desarrollo comercial y estimuló la industria metalúrgica, siendo clave en la expansión territorial hacia el Oeste. La primera línea se construyó poco después de la primera línea inglesa, en 1830, y entre 1850 y 1860 se triplica el tamaño de la red, alcanzando los 50.000 km.

Pittsburg (Pennsylvania) en 1857. La industria se concentró en el noreste del país. Fuente: commons.wikimedia.org


El último factor que permitió la configuración de Estados Unidos como una potencia industrial, ya en la primera mitad del XIX, es la pronta incorporación de las innovaciones técnicas surgidas en Inglaterra, así como una gran capacidad para mejorarlas con nuevos inventos. Un inmigrante, Samuel Slater, fabricó en 1789, a partir del modelo de Arkwright, la primera máquina de hilar algodón; Oliver Evans inventó una máquina de vapor de alta presión y Fulton construyó los primeros barcos de vapor en 1806. Más importante aún fue la aplicación temprana del sistema de división del trabajo y la producción estandarizada, iniciada ya por Oliver Evans en 1782. En 1800, en Connecticut, se construyeron armas con piezas standard, intercambiables, lo que simplificó la producción y las reparaciones. La producción en cadena, que se iría aplicando a lo largo del siglo XIX, permitiría el desarrollo enorme de la industria americana en un futuro no muy lejano. El crecimiento industrial fue importante desde el inicio del XIX, pero adquirió gran fuerza entre 1850 y 1860, siendo el motor la industria textil, gracias a inventos como la máquina de coser de Elias Howe en 1846.

Elias Howe y su máquina de coser. Composición elaborada a partir de imágenes de www.newenglandhistoricalsociety.com

La Guerra de Secesión Americana y el problema de la esclavitud

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John Pelham y su artillería ligera móvil en acción en Frederickburg, pintura de Don Troiani. Convertido en héroe de la Confederación, Pelham unió sabiamente caballería y artillería, como prueba de la modernidad de guerra civil americana.

TENSIÓN CRECIENTE: EL CAMINO HACIA LA GUERRA 

Desde sus orígenes, los Estados Unidos de América nacían marcados por fuertes contradicciones. Por un lado, las tendencias centrífugas que concebían el nuevo país como una unión de estados, por otro lado, aquellas que defendían un poder central fuerte y creían en un estado descentralizado pero único. Hay que tener en cuenta, además, la existencia de diferentes modelos socioeconómicos que marcaban grandes diferencias entre los estados del Sur y del Norte. Tras la independencia, la expansión territorial permitió la consolidación de la nueva nación y su desarrollo económico, pero a la vez contribuyó a formar un país cada vez más heterogéneo, amplificando los contrastes y contradicciones existentes, lo que terminó desembocando en la Guerra Civil.
No cabe duda, el momento clave en la conformación y consolidación de Estados Unidos como nación fue la Guerra de Secesión, en la que se enfrentaron los estados del Norte y el Sur. La posición de ambos ante el problema de la esclavitud era radicalmente opuesta, sin embargo, el conflicto iba mucho más allá y reflejaba un complejo enfrentamiento entre dos modelos productivos y socioeconómicos contrapuestos.
En los estados del Sur, la economía se basaba en la producción agrícola de plantación, especialmente de productos como el algodón y en menor medida el tabaco, el arroz o la caña de azúcar, que utilizaba como mano de obra esencial a los esclavos negros. La demanda creciente de algodón de la industria textil mundial permitió que se duplicara la producción algodonera cada diez años a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, alcanzando en 1860 los 2/3 de las exportaciones globales de los Estados Unidos. La expansión del cultivo del algodón supuso, a la vez, el aumento imparable del número de esclavos. Con una economía agraria de claro carácter exportador, el Sur se oponía a la política proteccionista que demandaban los industriales del Norte.
El mapa muestra la población esclava en el sur de EE.UU. He traducido el mapa y su
 leyenda, siendo fiel al original en inglés. Fuente: www.bowdoin.edu 

El mapa muestra la población esclava y los cultivos de plantación en el sur de EE.UU. He traducido el mapa y sus leyendas manteniéndome fiel en todo momento al original en inglés. Fuente: www.bowdoin.edu 

Esclavos en una plantación de algodón de Georgia en 1860. Fuente: www.reddit.com 
La obra de Stowe vendió 300.000
ejemplares en el primer año y fue
clave en el debate sobre la esclavitud.
En los estados del Norte, sin embargo, existía una economía urbana e industrial, más parecida a la del norte de Europa, con importantes ciudades industriales donde un proletariado creciente trabajaba en las fábricas metalúrgicas y textiles. Se trataba de una economía mucho más diversificada, con un alto nivel tecnológico e innovador y con mucho menor peso de la agricultura que la existente en los estados del Sur. Las infraestructuras de comunicaciones y transporte tejían una tupida red que conectaba los núcleos urbanos, especialmente a través del rápido desarrollo de la red ferroviaria. Con un sector industrial emergente, los estados del Norte buscaron siempre una política arancelaria proteccionista que les permitiera crecer, lo que terminó generando conflictos con los intereses del Sur.
En los estados del Norte la población negra era muy reducida, menos del 5% de la población afroamericana del país. La inmensa mayoría se encontraba en el Sur (95%). Por otro lado, en el Norte estaban en vigor leyes discriminatorias para los negros, que no tenían derechos políticos, aunque existía un creciente movimiento abolicionista, que rechazaba la esclavitud y cuya propaganda era cada vez más intensa. Tal situación culminó con la publicación en 1852 de La Cabaña del Tío Tom, novela de Harriet Beecher-Stowe, que contribuyó de forma determinante a generar un clima hostil a la esclavitud en el conjunto de la opinión pública.

En el norte de EE.UU. se concentraban la mayoría de las ciudades industriales. New York en 1850. F.: fineartamerica.com



Esta situación de división se complicó a nivel político cuando el país inició la expansión hacia el oeste. Existía desde antes de la independencia una línea separadora entre los estados esclavistas situados al sur y los no esclavistas ubicados al norte, la llamada línea Mason-Nixon. Esa línea separaba los estados de Delaware y Pennsylvania de los estados de Virginia y Maryland. Con la expansión hacia el oeste la línea se estableció en el río Ohio. Los problemas surgieron, más tarde, cuando con la expansión territorial hacia el oeste se inició una carrera entre abolicionistas y esclavistas por incorporar los nuevos estados a su "bando", lo que estalló con la pretensión de un nuevo estado esclavista de unirse al país en 1819, Missouri. Se desequilibraría, así, la relación de estados a favor de los esclavistas, lo que le daría más peso en la Cámara de representantes (en ella había dos representantes por estado, con independencia de su población), provocando el recelo de los estados no esclavistas. En un intento de solucionar los problemas, en 1820 se firmaba el compromiso de Missouri: se aceptaba la incorporación de Missouri, estado esclavista, a la vez que la de Maine, abolicionista, lo que mantenía el equilibrio preexistente. Se establecía, desde ese momento, el paralelo 36º 30º hacia el oeste como línea Mason-Nixon, es decir,  como límite entre los estados esclavista y los abolicionistas. 
Las tensiones, sin embargo, no remitieron y volvieron con fuerza en la segunda mitad de la década de 1840, cuando tras la intervención militar estadounidense contra México, EE.UU. pasó a controlar amplios territorios hacia el suroeste (Utah, Nuevo México y California). Surgió rápidamente la controversia sobre el estatus de tales territorios y su relación con la esclavitud, agudizándose con el problema suscitado en esos años respecto a los esclavos fugitivos que huyendo del Sur se refugiaban en los estados del Norte. Según la Ley de Esclavos Fugitivos de 1793, los esclavos fugados debían ser devueltos a sus legítimos dueños, pero en la práctica algunos estados del Norte no cumplían lo establecido. El aumento de la tensión terminó con la puesta en marcha del Compromiso de 1850, que supuso la publicación de una ley más restrictiva para los esclavos fugitivos, así como la incorporación a la Unión de California como estado libre no esclavista (a pesar de tener parte del territorio por debajo de la línea Mason-Nixon) y la asunción de los territorios de Utah y Nuevo México como territorios donde la esclavitud sería posible por decisión de soberanía popular.
Fuente: elaboración propia.



Abraham Lincoln. Fuente: wikipedia.org


  El compromiso de 1850 no evitó que continuara la carrera entre esclavistas y abolicionistas por incorporar los nuevos estados a su “bando". Ese fue el caso paradigmático de Kansas, donde ambos sectores entraron en abierto conflicto. Finalmente la victoria electoral en 1855 de los sectores contrarios a la esclavitud llevó al territorio a ponerse del lado de Unión durante la guerra, convertido ya en el 34º estado. 
Esta situación, de por sí ya muy tensa, estalló en 1860 con la victoria electoral del republicano Abraham Lincoln, defensor de la abolición de la esclavitud. Antes de que Lincoln se convirtiera en presidente del país se produce la separación de la Unión de siete estados esclavistas del Sur, que veían en peligro las bases de su sociedad y formaron la Confederación: Alabama, Texas, Mississipi, Louisiana, Carolina del Sur, Georgia y Florida. El gobierno de Estados Unidos ("La Unión") se negó a aceptar una secesión que tildó de ilegal. En abril de 1861 el gobierno confederado, dirigido por Jefferson Davis, dio la orden de tomar Fort Sumter, fortificación en manos federales situada en la bahía de Charleston (Carolina del Sur). Lincoln llamó entonces a filas a 75.000 soldados y se inició la guerra. Es entonces cuando 4 nuevos estados se incorporaron a la Confederación: Tennessee, Arkansas, Virginia y Carolina del Norte.
En los estados del Norte la mayoría de la población vivió los acontecimientos de Fort Sumter como una intolerable agresión contra el gobierno legítimo y legal y la guerra surgía como necesaria para defender la Constitución, el gobierno y la unidad del país, así como para preservar la herencia de sus antecesores que lograron la independencia de Gran Bretaña. Los confederados vieron en Lincoln un tirano (había sido elegido con los votos del Norte y tenía nulos apoyos entre los blancos sureños), que creaba un ejército enemigo del Sur y amenazaba con invadirlo para destruir sus libertades y modo de vida. Para ellos, el Sur se encontraba ante una nueva guerra de independencia en defensa de sus derechos. En este escenario que describimos, el problema de la esclavitud, al contrario de lo que se suele afirmar, se encontraba situado en un segundo plano y no resultó, en modo alguno, el más determinante.
Fuente: elaboración propia.

LA GUERRA CIVIL AMERICANA
Los 19 estados del Norte tenían más población, 19 millones de habitantes, y mucha más capacidad industrial, lo que les permitió resistir mejor un conflicto prolongado en el tiempo. La superioridad técnica y militar del Norte se vio reflejada en el enorme poderío de su flota, que permitió ejercer sobre el Sur un potente bloqueo naval durante buena parte del conflicto. Los 11 estados del Sur solo tenían 5,6 millones de blancos, además de 3,5 millones de negros. Cuatro estados esclavistas (Missouri, Kentucky, Delaware y Maryland), habitados por 2,5 millones de blancos, permanecieron fieles a la Unión, lo que debilitó a la Confederación. Sin embargo, la guerra se prolongó en el tiempo, entre otras razones por la indiferencia de los negros hacia el conflicto, lo que impidió una insurrección generalizada de éstos, que hubiera hundido al Sur.


Principales núcleos de población de EE.UU. en 1850. Resulta evidente que la mayoría de las principales ciudades están situadas en los estados del norte. Fuente: elordenmundial.com

El conflicto se desarrolló en dos escenarios: por un lado, la costa este, donde estaba la capital de la Unión, Washington, y la de la Confederación, Richmond; por otro lado, al oeste de los Apalaches, en la cuenca de los ríos Mississippi y Ohio. En los dos primeros años, la iniciativa fue de los ejércitos sureños, que obtuvieron algunas victorias significativas (Bull Run, Seven Days o Chancellorville entre otras), pero posteriormente el Norte supo dar un vuelco a la situación y pasó a la ofensiva. Pronto el Sur sufrió un duro bloqueo marítimo que mermó sus posibilidades, mientras los generales del Norte, Sheridan, Sherman y Grant se iban imponiendo gracias a la superioridad material de sus ejércitos. En frente, el general sureño Lee, un militar con gran capacidad estratégica, pero que contaba con un ejército menor y peor preparado.

Banderas de la Confederación y la Unión durante la Guerra Civil Americana.
     Robert. E. Lee. Fuente: Wikipedia.                                           Ulysses S. Grant. Fuente: blog.nyhistory.org

La prolongación de la guerra y el paso del tiempo no jugó a favor del Sur. Mientras en 1863, el Norte se encontraba en una situación de prosperidad económica (exportaba grano a Europa y sus fábricas producían al máximo rendimiento), el Sur padecía todos los sufrimientos derivados de la guerra y su economía, basada en el monocultivo de algodón, estaba en quiebra: no se vendía ni se recogía algodón, existía una fuerte carestía de alimentos básicos y una peligrosa escasez de hierro. En esta situación se produjo la gran batalla que marcaría un punto de inflexión en el conflicto cuando el general confederado Robert E. Lee, aprovechando que una parte importante del ejército unionista se hallaba involucrado en el sitio de la ciudad confederada de Vicksburg, en el río Mississippi, penetró en el territorio de la Unión y se adentró en Pennsylvania, entrando en contacto con el ejército enemigo en el pueblo de Gettysburg. La batalla resultó ser la mayor carnicería de la guerra y en ella llegaron a participar más de 150.000 soldados de ambos bandos. Aquella batalla, que se prolongó durante varios días, se convirtió en el paradigma de la Guerra de Secesión, con sus encuentros de caballería, intensos duelos de artillería y cargas frontales de infantería absolutamente brutales, como la llamada "Carga de Barksdale", progatonizada por el general confederado del mismo nombre, o la archiconocida "Carga de Pickett", donde el general confederado George Pickett lanzó a sus hombres de forma temeraria contra el enemigo, siendo diezmados por el intenso fuego de artillería y fusilería hasta la casi extinción de sus fuerzas. En Gettysburg el general confederado Robert E. Lee perdió su aureola de invencibilidad y sufrió una durísima derrota. 


Recreación de la batalla de Gettysburg. Fuente: www.destinationgettysburg.com



La carga del general Barksdale en Gettysburg: “Barksdale’s Charge”, obra de Don Troiani.


"On they came with flags flying", obra de Mort kunstler, recrea la carga del general Pickett en Gettysburg.


























El fotógrafo T.H. O`sullivan consiguió esta imagen en los campos de batalla de Gettysburg. La tituló "A harvest or death" (Una cosecha de muerte) y actualmente se conserva en la Biblioteca del Congreso. Fuente: www.getty.edu 

Poco después de la batalla de Gettysburg, en julio de 1863, terminaba el sitio de la gran fortaleza confederada del Mississippi, Vicksburg, que se prolongó durante varios meses. La ciudad de Vicksburg, situada en un meandro en el río Mississipi, a medio camino entre Nueva Orleans y Memphis, resultaba clave para ambos bandos en el frente del oeste. La Unión había conquistado los dos puertos citados y pretendía el control definitivo de todo el río Mississippi, lo que le permitiría dividir en dos el territorio confederado. El general de la Unión Ulysses S. Grant cruzó el gran río y obligó al ejército confederado de John C. Pemberton a replegarse hacia la ciudad fortificada de Vicksburg. Las posiciones defensivas confederadas fueron asaltadas en varias ocasiones, pero unas defensas bien organizadas repelieron los ataques y provocaron severas pérdidas a la Unión, obligando a Grant a iniciar un duro asedio a la ciudad que terminó el 4 de julio de 1863 con la rendición confederada. Para la Confederación esta pérdida resultó un golpe definitivo, pues permitió al ejército federal controlar en su totalidad el río Mississippi.

Asedio de Vicksburg. En azul las fuerzas de la Unión, dirigidas por el general Grant, en rojo
 las confederadas, bajo el mando de Pemberton. Fuente www.thoughtco.com

Fuerzas de la Unión durante el sitio de Vicksburg. Cromolitografía de finales del XIX. Fuente: www. history.com

Octavo Regimiento de Infantería de Wisconsin, apodado como el Regimiento del Águila por su mascota.
Participó en el sitio de Vicksburg. Pintura de Don Troiani. 


Desde el invierno de 1864, el Sur vivió una auténtica agonía y sus ejércitos acusaron la alarmante falta de medios y suministros de todo tipo, viéndose gravemente afectados por las deserciones. Se produjo entonces la llamada Marcha de Sherman hacia el Mar, una cruenta campaña dirigida por el general Sherman, que le llevó a internarse en el corazón de la Confederación, a través de Tennessee y hasta Georgia, donde conquistó Atlanta, avanzando después hacia la costa atlántica para conquistar Savannah. Sherman derrotó a las tropas confederadas que se le enfrentaron y aplicó una política de tierra quemada, basada en el saqueo, que supuso la destrucción de industrias, infraestructuras, ganado, cultivos, talleres, almacenes y todo aquello que sirviera para sostener la economía sudista, mermando así seriamente su capacidad de mantener el esfuerzo de la guerra. Conseguía también, a nivel estratégico, desviar los esfuerzos militares de la Confederación y evitar que los ejércitos confederados ayudaran al general Lee, que se había hecho fuerte en Virginia en la defensa de Petersburg y Richmond. 

Grabado contemporáneo que muestra La Marcha de Sherman hacia el Mar a través de Georgia en 1864.
Fuente:. www.wsj.com. 
Soldado confederado muerto dentro de Fort Mahone, Petersburg (Virginia). Fotografía de Thomas Roche (1865).
Fuente: Wikipedia.


Fuente: elaboración propia.

Finalmente, tras la batalla de Five Forks, el 1 de abril de 1865, Lee evacuaba Petersburg y la capital, Richmond, que era abandonada por el gobierno confederado de Jefferson Davis y ocupada por el XXV Cuerpo de la Unión, compuesto por afroamericanos. No debemos olvidar que cerca de 200.000 negros combatieron en el ejército de la Unión, eso sí, en unidades segregadas y bajo normas de discriminación, en regimientos designados como "tropas de color": 138 regimientos de infantería de color, 6 de caballería de color y 14 de artillería de color. Poco después, el general Lee comprendía su derrota y firmaba la rendición frente al general Grant en Appomattox, el 9 de abril. Los estados confederados volvieron a la Unión y aceptaron la abolición de la esclavitud. Cinco días después, el presidente Lincoln era asesinado y Andrew Johnson se convertía en presidente. El resto de los ejércitos confederados se irían rindiendo en los meses siguientes y a finales de junio deponía sus armas el último general sudista.
Soldados del 4º Regimiento de infantería de color de los Estados Unidos. Fuente:. www.dailymail.co.uk




Rendición del general confederado Robert E. Lee en Appomattox. Obra de Robert Wilson.

Como hoy parece obvio, las posibilidades de la Confederación de ganar la guerra fueron siempre escasas, el mayor desarrollo tecnológico e industrial de la Unión, así como su mayor población, pesó desde el principio, pero especialmente según la guerra se prolongaba: su potente industria y su economía saneada, le permitió mantener un suministro estable de armamento. Por el contrario, el Sur tuvo que lidiar desde el principio con graves problemas de abastecimiento armamentístico, no en vano, antes de la guerra, la mayoría de las fábricas de armas del país se hallaban en las zonas industriales del Norte. Tal situación le llevó a depender básicamente del contrabando de armas. En consecuencia, los soldados de la Confederación a menudo estaban armados con sus propias armas caseras o las que iban recogiendo en el campo de batalla, y con frecuencia, no tenían ni un uniforme decente que ponerse. 
Por otro lado, el desarrollo industrial del Norte le permitió disponer de una densa y eficaz red de transporte basada en el ferrocarril, que hizo posible, en poco tiempo y con pocos costes, el traslado masivo de tropas y todo tipo de suministros, mientras el uso sistemático del telégrafo permitió agilizar las comunicaciones en el frente y con la retaguardia. En el Sur, por el contrario, la débil infraestructura ferroviaria dificultaba el transporte de las tropas y los suministros. A esta situación habría que añadir  el control de los grandes ríos y el bloqueo marítimo ejercido por la flota de guerra del Norte sobre los principales puertos del Sur (Nueva Orleans, Mobile o Savannah), ejerciendo un control absoluto de las aguas del Golfo de México y el Atlántico, e impidiendo a la Confederación seguir exportando sus productos agrícolas, como el algodón, que eran la base de su economía. En este sentido, hay que resaltar el papel que tuvieron en la guerra los buques blindados de vapor, ironclad, barcos protegidos por una armadura de hierro. Surgidos en Francia en 1859, sería durante la Guerra Civil Americana, donde este tipo de buques se utilizaron de manera generalizada por primera vez.

Las cañoneras blindadas de poco calado, diseñadas por el ingeniero James Buchanan, estaban diseñadas para navegar por ríos como el Mississippi. Fuente: teamboattimes.com


El ferrocarril fue determinante en la victoria del Norte en la Guerra Civil Americana.. Fuente: railroadheritage.org

La guerra provocó más muertos que ninguna otra en la historia de Estados Unidos, unos 620.000 muertos, aunque en la última década algunos autores hablan de cifras superiores a los 700.000. Más de la mitad se produjo por enfermedades o por las infecciones producidas por las heridas de guerra. Entre las razones del elevado número de bajas se hallarían las mejoras en la tecnología armamentística, que se evidenciaron en el desarrollo de nueva munición, en el uso creciente a lo largo del conflicto de armas de retrocarga  (no se cargaban por la parte delantera) y en la implementación de las estrías en las bocas de fuego de rifles, pistolas, revólveres o cañones (a diferencia de los mosquetes de la guerra revolucionaria, los rifles de la guerra civil tuvieron ranuras en el interior del cañón que presionaban y centrifugaban la bala) y la aparición incluso de armas de repetición como el rifle Spencer, que sin embargo, nunca se llegaron a generalizar, debido a las dificultades en el suministro de la munición necesaria. En 1861 se había inventado la ametrallada Gatling, considerada la primera de su género, pero su excesivo peso y el miedo a que se produjeran terribles masacres, evitó que ninguno de los dos contendientes la usaran en el conflicto.
Sin embargo, no debemos olvidar que la mayoría de las pistolas y rifles usados en la guerra seguían siendo armas de carga frontal o avancarga, que requerían colocar las balas en la boca del arma. Usaban pólvora negra, que se cargaba por separado a la bala y que producía una gran cantidad de humo, de hecho, y como se nos muestra en muchas ocasiones en el cine, las batallas estaban envueltas en auténticas humaredas provocadas por los disparos de las armas de fuego. Los mosquetes también estaban equipados con bayonetas para el combate cuerpo a cuerpo. El arma principal de la guerra civil fue el rifle Springfield, un arma larga de un sólo tiro, que sin embargo, experimentó un notable incremento de la precisión y el alcance. Un ejemplo, en este sentido, era el  Springfield Modelo 1861, un mosquete de avancarga que mejoraba los modelos anteriores, con más fiabilidad, alcance y precisión, y que fue cada vez más utilizado, aunque en los primeros años predominaron todavía modelos anteriores como el Modelo 155 o incluso el Modelo 1842 y 1816, ambos con algunas modificaciones.

Springfield 1861, mosquete de avancarga muy utilizado en la Guerra Civil Americana. Fuente: wikipedia.










En el caso de la artillería se observa también una evolución, con la introducción del rayado de ánima en los cañones y otras mejoras tecnológicas, que permitieron la aparición de cañones de retrocarga. Hablamos de cañones de larga distancia que se utilizaban esencialmente en los asedios y sitios. Este era el caso también de los morteros, utilizados con frecuencia durante el conflicto.
Existía también una artillería de campaña, más ligera y de menor alcance, con cañones de avancarga entre los que destacaban el "Parrot" de 10 libras o el "Napoleón" de 12 libras, el más usado en la guerra y construido con bronce fundido, conocido así porque su diseño se realizó por encargo de Napoleón III.

Cañón napoleón de 12 libras de 1857. Fuente: civil-war-uniforms.over-blog.com



Asedio de Yorktown (Virginia) en 1862. Morteros de 13 pulgadas del 1º Regimiento de artillería pesada de connecticut.
Fuente: Wikipedia.

El mortero “Dictador”, de 13 pulgadas,  era único porque estaba montado y se desplazaba en ferrocarril.
Foto: grapetersburg foreignpolicy.com

La mejoras introducidas en las armas permitieron minimizar y optimizar el tiempo entre carga, recarga y acción consecutiva, ampliando así el tiempo de exposición de las líneas atacantes al fuego enemigo. Esta realidad se haría mucho más evidente cuando las posiciones defensivas empezaron a ser sistemáticamente fortificadas, como ocurrió a lo largo de la guerra. De esta forma, la capacidad de fuego de los contendientes resultó ser muy superior a la de otros tiempos, lo que convirtió en inapropiadas las tácticas típicas de las épocas napoleónicas que llevaban a las tropas a avanzar en formación, articulándose en largas líneas que avanzan hacia las fuerzas enemigas. Esta táctica, que provocaba grandes bajas en las primeras filas, especialmente según los soldados se aproximaban a las líneas enemigas, había funcionado bien hasta entonces gracias al limitado potencial y alcance de las armas. Sin embargo, con la mejora del armamento la infantería desplegada a la espera del enemigo conseguía mayor cadencia de fuego frente a las líneas de asalto, los soldados podían disparar a distancias mucho mayores y con más potencia de fuego, lo que producía un elevado número de bajas en la tropa atacante, que aún respetaba órdenes de seguir marchando ordenadamente hacia adelante al estilo tradicional. Como reacción ante esta situación y ante el aumento de las bajas en combate, los comandantes fueron poco a poco introduciendo nuevas estrategias de combate, que daban más peso a la defensa frente al ataque, que modificaban las técnicas de retirada, que desarrollaban el ataque por los flancos o que priorizaban la organización del ejército en unidades más manejables (cuerpos de ejército, divisiones y brigadas). En este sentido, se considera a la Guerra de Secesión un conflicto bisagra, la última guerra antigua (pervivencia de las tácticas bélicas de herencia napoleónica o de los fusiles de avancarga) y la primera guerra moderna (con nuevo armamento, cambios en las tácticas, uso masivo de medios técnicos y logísticos como el ferrocarril o el telégrafo, y recurrencia a la guerra total, con la destrucción del adversario y la movilización masiva de millones de ciudadanos).
Los soldados se alinean para la batalla. Fotografía Alexander Gardner. Fuente: www.dailymail.co.uk

En esta recreación actual se evidencia la táctica arcaica de avanzar en formación de forma ordenada hacia las líneas enemigas. Fuente: enemigasdiscerninghistory.com


Recreación de la "Carga de Pickett" en Gettysburg. Las líneas sudistas avanzaron de forma temeraria hacia las tropas
 de la Unión, que emplearon un intenso fuego de fusilería y artillería para diezmarlas casi por completo. 

Recreación de la batalla de Chancellorsville. El uso de pólvora negra producía enormes humaredas durante las batallas. Fuente: Wikipedia

El aumento de la potencia de disparo de los defensores se tradujo en un creciente número de bajas entre los atacantes. Fuente: www.diakonseniorliving.org


La Guerra Civil americana supuso igualmente un punto de inflexión en otros muchos ámbitos como el de la fotografía. Fue el primer conflicto que fue cubierto de forma masiva por los medios de comunicación, abriéndose al mundo a través de las imágenes fotográficas: fotos de campamentos, de campos de batalla, de prisioneros, etc. mostraron las diversas facetas del conflicto sin reparos, que de esta forma llegó a todos, desmitificado y desprovisto de su aureola heroica, para mostrarse en su brutalidad. El fotoperiodismo nace en esta guerra a través de fotógrafos como Matthew B Brady, Alexander Gardner o Timothy O'Sullivan.

El presidente A. Lincoln junto al Major General John A. McClernand durante la batalla de Antietam (Maryland). Fotografía de Alexander Gardner. Fuente: www.mcmahanphoto.com


La Guerra de Secesión supuso un punto de inflexión en la historia del país. El conflicto resultó ser algo mucho más complejo que una batalla decisiva entre el abolicionismo y el esclavismo, enfrentó a dos modelos socioeconómicos y marcó el cenit de la tensión, surgida desde la independencia, entre las tendencias más descentralizadoras, que defendían el poder de los estados, y las posturas más proclives al fortalecimiento del poder federal. En este sentido, el conflicto resultó clave, al consolidar definitivamente la unidad política de la nación, permitiendo el establecimiento de un gobierno federal con autoridad y sentando las bases para que los Estados Unidos emergiera como una potencia mundial en el siglo XX.
Tras el fin de la esclavitud, el linchamiento se convirtió
en una forma de control social y terror sobre la población
negra del sur de EE.UU. Fuente: joseangelgonzalez.com
A pesar de todo, el legado más inmediato de la Guerra Civil fue la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos a través de la Decimotercera Enmienda a la Constitución. Después del conflicto, cerca de 4 millones de esclavos confirmaron su estatus de libertad, aunque no de igualdad. Una vez terminada la guerra, se inició el llamado periodo de "Reconstrucción" (1865-1877), en el que se abordó la reintegración en la Unión de los estados sureños secesionistas, que terminó en 1877, cuando los tres últimos estados (Luisiana, Carolina del Sur y Florida) se reincorporaron a los Estados Unidos de forma definitiva tras el Compromiso de 1877. Las tropas de la Unión salieron de los estados del Sur y la antigua élite blanca sureña, que había perdido sus privilegios con la derrota en la guerra, recuperó el protagonismo político y social, haciéndose con el control de los gobiernos estatales a través del Partido Demócrata. La población de raza negra, recién liberada de la esclavitud, perdió la protección de las autoridades establecidas por el gobierno federal, mientras el fortalecimiento de las posiciones de los blancos racistas del sur (en 1866 surge el Ku-klux-kan como sociedad secreta racista), permitió reinstaurar la "supremacía blanca" mediante el terror y la represión, pero sobre todo con el establecimiento de leyes que restringieron en la práctica severamente los derechos civiles de los negros, sometiéndolos a una fuerte segregación y discriminación racial. Nos referimos a las llamadas Leyes de Jim Crow, que se prolongaron casi un siglo, desde 1877 hasta 1965, cuando la lucha por los derechos civiles, liderada por Martin Luther King, acabó definitivamente con ellas. Se trataba de una legislación de lo más variada, que iba desde la limitación de los derechos electorales (votar o ser candidato), hasta la segregación en las instalaciones públicas bajo el lema "separados pero iguales": segregación educativa (escuelas y universidades para blancos), segregación en baños públicos o en restaurantes y lugares de ocio, segregación en el transporte, etc. Se sistematizaba así un mundo de desventajas sociales, económicas y educativas para la población negra. La segregación de iure se aplicó sobre todo en los estados sureños, pero no fue ajena a los estados del Norte, donde se estableció una segregación de facto sobre una población negra asentada en los guetos de las grandes zonas urbanas. La segregación escolar fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Estados Unidos en 1954, mientras el resto de las leyes de Jim Crow fueron anuladas por la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de derecho de voto de 1965.

Las siguientes imágenes nos remiten a las décadas que siguieron a la Guerra Civil, nos muestran la realidad del Sur en las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX. Si algo podemos deducir de ellas, es que la vida de la población negra en las tierras sureñas apenas se había transformado desde la abolición de la esclavitud: duras condiciones de trabajo en las plantaciones, supremacía racial de los blancos,  miseria y segregación.
Escena de una plantación en 1895. El capataz blanco a caballo y los jornaleros negros recogiendo algodón. El tiempo no parecía haber pasado y la imagen podría ser de la primera mitad de siglo, con la esclavitud aún vigente. F: www.gwu.edu
















Tarjeta postal que muestra una plantación de algodón en West Point (Mississippi) en 1908. Fotografía de H. Tees en la que aparece escrito: "El plantador de algodón y sus recolectores". La imagen no puede ser más explícita: habían pasado más de cuarenta años desde la abolición de la esclavitud, pero la supremacía blanca queda bien reflejada en la figura del propietario, armado y con postura dominante, rodeado de los jornaleros negros que trabajaban sus tierras. Fuente: newsela.com.






Niños negros trabajando en una plantación de Mississippi en las décadas siguientes a la guerra. Fuente; werehistory.org. Avery Research Center in the college of Charleston.




Este vídeo nos muestra de manera sencilla y didáctica las bases y desarrollo de la Guerra de Secesión

El Sexenio Democrático o Revolucionario en España (1868-1874)

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El titulo hace referencia a la famosa opera Roberto el diablo, considerada la primera del subgénero de la Grand Ópera francesa, estrenada en 1831 en París. En esta viñeta de La Flaca podemos observar el debate que existía en España entre la República y la Monarquía. Además refleja a la perfección la ideología de la revista, representando la parte de la Monarquía con guerra y represión, mientras que la parte republicana se nos muestra en un contexto idealizado. Fuente: Taringa.es










Durante seis años, desde 1868, España entra en un periodo revolucionario de fuertes cambios que suponen, por un lado, la democratización del sistema (se introduce la soberanía nacional, el sufragio universal y amplias libertades) y por otro, el cambio de dinastía (expulsada Isabel II, se busca un nuevo rey en Amadeo de Saboya).
Pero los cambios se ven acompañados de una gran conflictividad. El mantenimiento de la monarquía provocó el conflicto con los republicanos, mientras surgía una elevada conflictividad social debido a que los grupos obreros y campesinos vieron frustradas sus aspiraciones: pensaban que la revolución iría más allá y cambiaría las bases sociales y económicas del país, pero no fue así. Por último, una doble guerra, con los carlistas en el norte de España y con los independentistas en las colonias americanas de Cuba y Puerto Rico.

CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA DE 1868

La revolución de 1868 y la caída de Isabel II fue posible porque en los últimos años (1866-68) el país estaba viviendo una fuerte crisis económica y política, que había afectado a casi toda la sociedad y que habían enfrentado a buena parte de los grupos sociales y políticos con el gobierno moderado y la reina Isabel II.
Entre 1866 y 1868, España sufrirá una crisis económica global que va a afectar a la mayoría de los sectores sociales (burguesía, terratenientes, clases medias y especialmente sectores populares, campesinos y obreros). Se produce una triple crisis:
Crisis financiera: una vez terminada la construcción del ferrocarril, éste no resultó rentable. El valor de las acciones ferroviarias cayó y la bolsa se hundió, muchos inversores se arruinaron. La burguesía financiera y muchos bancos se vieron afectados.
Crisis industrial: afecta a la industria textil algodonera catalana. Ésta se enfrenta a la competencia del textil británico, a la falta de materia prima (la guerra civil americana redujo la producción de algodón y lo encareció) y la falta de demanda por la crisis económica general. Se ve afectada la burguesía industrial (pierde beneficios) y la clase obrera (paro).
Crisis agrícola y de subsistencia: desde 1866 se suceden las malas cosechas, lo que produjo la escasez de productos básicos como el trigo. Esto provocó el alza de los precios. La situación condujo a la crisis de subsistencia y la hambruna, creando un clima de violencia social, atizado además por el rechazo general a los consumos y las quintas (“contribución de la sangre”).
A nivel político, desde 1866, la situación de los gobiernos moderados y de Isabel II se había vuelto insostenible, cada vez más aislados y rechazados por los otros grupos políticos. A la corrupción reinante y el autoritarismo creciente del gobierno, se unió la reciente represión, como se evidenció en la revuelta de los sargentos progresistas del cuartel de San Gil en 1866: 66 personas son fusiladas tras la insurrección, la mayoría sargentos del arma de artillería.
Fusilamientos del 25 de Junio de 1866 tras la sublevación de San Gil (Biblioteca de la Facultad de Derecho y Ciencias del Trabajo Universidad de Sevilla). Fuente: collcenter.es

Esta situación radicaliza a los progresistas (dirigidos ahora por Prim) que se acercan a los demócratas. La monarquía apoya siempre a los moderados y los progresistas ven imposible el acceso al poder de forma pacífica. Se alejan del sistema, optando por la rebelión armada y la conspiración contra la reina.
Finalmente, en 1866, los progresistas y los demócratas firman el Pacto de Ostende (1866), que sentaba las bases de la revolución del Sexenio: los progresistas aceptan el sufragio universal y la expulsión de Isabel II. Un año después se unen al pacto amplios sectores de la Unión Liberal del general Serrano, algo determinante para el triunfo de la revolución, pues a dicho partido pertenecían muchos altos militares, Isabel II perdía así el apoyo del ejército.
El Pacto de Ostende. Las tres figuras centrales son Prim, Serrano y el almirante Topete. Fuente: nuevatribuna.es

















LA REVOLUCIÓN DE 1868 (“LA GLORIOSA”)

El punto de partida del Sexenio será el pronunciamiento militar del brigadier Topete que subleva a la marina en Cádiz en septiembre de 1868. Tras el manifiesto “España con honra”, la revolución se extiende y es apoyada por los partidos del Pacto de Ostende. Surgen Juntas revolucionarias por todas las provincias que llaman al pueblo a la insurrección. Las tropas fieles a gobierno fueron derrotadas en Alcolea y el gobierno moderado dimitió. Isabel II, sin apoyos, abdicó y tomó el camino del exilio.
Cartel propagandístico con los protagonistas de la Gloriosa. Fuente: laveudelliria.com
Se crea un Gobierno Provisional presidido por el general Serrano(unionista) y con Prim como ministro de la Guerra (progresista). Se disuelven las juntas y se restablece el orden, optándose por la monarquía como forma de gobierno. Es el triunfo de aquellos cuyo objetivo era derrocar al gobierno y no querían ir más allá, no estaban dispuestos a cuestionar la propiedad privada o proclamar la República. Se frustran así las aspiraciones de los republicanos (una parte importante de los demócratas oscilan hacia el republicanismo y crean el Partido Republicano Federal) que apostaban por un nuevo modelo político no monárquico, y sobre todo, se frustra la revolución de las clases populares, que ansiaban un cambio social que repartiera mejor la riqueza y mejorara las condiciones de vida. Tal frustración desembocará a lo largo del periodo en una conflictividad constante que conducirá a una continua inestabilidad. 
El nuevo gobierno provisionalinició una política de reformas que implicó el reconocimiento del derecho de reunión y asociación, la libertad de imprenta o el sufragio universal, la democratizaron los ayuntamientos y diputaciones. Se convocarán elecciones a Cortes constituyentes, elegidas por sufragio universal para formar unas Cortes que hicieran una nueva constitución. Por primera vez en España se elegía un parlamento por sufragio universal masculino de los varones de más de 25 años  En ellas vence la coalición de los progresistas y unionistas, con el apoyo de los demócratas que habían aceptado la monarquía, obteniendo 236 diputados del total de 352 (la mayoría de ellos progresistas, 159). Defendían la monarquía subordinada a la soberanía nacional y amplias libertades públicas y contaban con el apoyo de la burguesía, las clases medias urbanas y amplios sectores del ejército y la intelectualidad. Con estos apoyos, se crea la Constitución de 1869, monárquica, liberal y democrática. El nuevo marco jurídico sancionaba la soberanía nacional, en manos de las Cortes, y establecía una clara división de poderes: ejecutivo en manos del Rey, legislativo en las Cortes y judicial en manos de tribunales independientes (se establecía el juicio por jurado y la oposición como procedimiento de acceso a la judicatura). Se establecía el sufragio universal directo y masculino, así como una amplia declaración de derechos y libertades que junto a los ya tradicionales (libertad de expresión, asociación, reunión, etc.) incluía otros nuevos (inviolabilidad del correo o libertad de residencia). Se establecía la aconfesionalidad del Estado y libertad de religión y enseñanza (aunque el Estado se comprometía a sostener el culto católico). Hasta encontrar un nuevo rey se nombró como regente a Serrano y jefe de gobierno a Prim
Solemne apertura de las Cortes Constituyentes el día 11 de febrero de 1869. Grabado de Enrique Alba y Rodríguez.
Fuente: Wikipedia


Fuente: Vicens Vives
En frente del nuevo gobierno, como grupos de oposición, existían tres tendencias. Por un lado, a la derecha se ubicaban los carlistas, entre los que un grupo había aceptado presentarse por primera vez a las elecciones, y que defendían la monarquía tradicional y el catolicismo a ultranza frente a la libertad de religión. Su influencia seguía muy concentrada en zonas concretas, especialmente en la zona vasco-navarra. En un ámbito ideológico muy conservador se situaban también los moderados, fieles a la monarquía de los borbones, entre cuyos líderes destacaba Cánovas del Castillo. Contaban con el apoyo de la oligarquía terrateniente y exigían el regreso de la dinastía borbónica al trono. En tercer lugar, y situados a la izquierda, se encontraban los republicanos del Partido Republicano Federal, que contaba con 69 diputados, convirtiéndose en la mayor fuerza opositora. Liderados por Pi y Margall, Castelar o Figueras, defendían la República y eran partidarios de amplias reformas a nivel social y político, en un sentido más próximo a las clases populares.
A nivel económico el nuevo gobierno reorientó la política económica en un sentido liberalizador, que facilitara el desarrollo de un capitalismo moderno basado en la libre iniciativa y el desarrollo industrial y comercial del país. Se optó por una política librecambista que se plasmó en la Ley de Bases Arancelarias de julio de 1869, más conocida como Arancel Figuerola por el ministro de Hacienda que la puso en marcha, que acababa con la tradición proteccionista de la economía española del siglo XIX. Se optó por la apertura de la economía española a la entrada del capital extranjero, lo que se evidenció en la Ley de Bases de Minas de 1868, que por otra parte, trataba de hacer frente al gravísimo problema de la Hacienda debido a la elevada Deuda Pública, que impedía la acción de gobierno por la inexistencia de los recursos necesarios. La Ley suponía en realidad la desamortización de las minas, hasta entonces de dominio público, a la vez que se simplificaban los trámites para las concesiones mineras, las cuáles ganaban además en seguridad y estabilidad. Tal situación atrajo al capital extranjero (inglés, francés o belga), especialmente en una época en la que las economía europeas demandaban de forma creciente ingentes cantidades de minerales. Se abría así el camino a una auténtica fiebre minera durante las últimas décadas del siglo XIX.
Gracias a la Ley minera de 1868, las minas de Río Tinto fueron compradas en 1873 por un consorcio británico. A finales del siglo XIX y principios del XX se convertirían en las mayores minas de cobre del mundo. Fuente: www.elpais.com
A pesar de que se abolió el impuesto de consumos, una de las grandes demandas de los sectores populares, el modelo socioeconómico no se vio apenas modificado, de forma que las clases trabajadoras y campesinas no vieron mejoradas sus condiciones de vida. Esto supuso una fuerte conflictividad social: a las revueltas generales contra el alza de precios, las condiciones de vida y trabajo y el rechazo a las quintas y consumos, se añadían las revueltas campesinas, especialmente en el sur latifundista (jornaleros en demanda de tierra). Aunque los republicanos canalizaron en gran parte el descontento social, durante el sexenio llegaron a España las ideas anarquistas y socialistas, de la mano de la Primera Internacional, que crecerían al abrigo de las amplias libertades públicas del nuevo régimen. En octubre de 1868 llegan las ideas anarquistas de la mano de Giuseppe Fanelli y en 1870 se celebra el Congreso de Barcelona, donde se funda la Federación Regional Española. Las ideas marxistas llegaría en 1871 con Paul Lafargue, yerno de Marx, que impulsaría los primeros núcleos marxistas en Madrid.
Congreso obrero de Barcelona en 1870 en el Teatro Circo. Fuente: Wikipedia.



Manuel Céspedes. F: www.juventudrebelde.cu
La inestabilidad crónica y la debilidad del Estado favoreció el estallido de la sublevación independentista en Cuba y Puerto Rico. Ambos movimientos insurreccionales estaban relacionados con la falta de libertades y la incomprensión de los gobiernos isabelinos hacia las demandas de autonomía de las colonias. El 23 de septiembre de 1868 estallaba la revuelta y se proclamaba la República de Puerto Rico con el llamado Grito de Lares, mientras en octubre de ese mismo año daba comienzo la insurrección cubana cuando Manuel Céspedeslanzó el Grito de Yara con pretensiones independentistas, antiesclavista y anticolonialista, iniciando así la llamada Guerra de los Diez Años. Los gobiernos del Sexenio buscaron la conciliación y ofrecieron reformas, pero la alta burguesía con intereses en Cuba se oponía a cualquier concesión a los insurgentes. Hubo que esperar a 1878, en plena Restauración, para que se firmara la Paz de Zanjón, y con ella la pacificación temporal del Caribe español hasta el inicio de la Guerra de Independencia de Cuba en 1895. 
Batallón de caballería de las Tropas mambisas cubanas en la Guerra de los Diez Años. Fuente: www.ecured.cu












EL REINADO DE AMADEO DE SABOYA (1870-73)
Tras el triunfo electoral de la opción monárquica y la promulgación de la Constitución de 1869, los partidos que sustentaban el gobierno convirtieron en su objetivo principal el encontrar la figura de un nuevo rey que fuera compatible con los principios modernizadores y democráticos del nuevo régimen. Tras descartar a otros candidatos, en noviembre de 1870 se encontró rey en la figura de Amadeo de Saboya, hombre abierto a la concepción democrática de la monarquía. Amadeo de Saboya, duque de Aosta, era el segundo hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia desde 1861, tras la unificación italiana. Era un hombre progresista y católico, que encajaba bien. Se convertía en el primer rey de España elegido en un Parlamento, lo que era una gran afrenta para los monárquicos de siempre.
Topete, Prim y Serrano subastan la corona de España. Publicado en La Flaca en abril de 1869. Fuente: elindependiente.com
Amadeo I. Retrato de Carlos L. de Ribera y Fieve.
Fuente: Wikipedia.
Su reinado no fue fácil. La aristocracia borbónica sentía un claro desdén por un rey extranjero y advenedizo, mientras el pueblo mostraba su clara indiferencia por el nuevo monarca, que nunca supo aproximarse a las masas populares, le faltaba don de gentes, cercanía y carisma, y desconocía el idioma. En diciembre de 1870 el nuevo rey acepta su elección, pero justo mientras viajaba a Madrid desde Italia, el 30 de diciembre, moría en un atentado su gran valedor, Juan Prim, líder de los progresistas. De esta forma, su situación se volvía especialmente difícil. El 2 de enero fue proclamado rey de España en Madrid.
Esta situación llevó a una gran inestabilidad política marcada por la fuerte oposición que se manifestó hacia el nuevo rey por amplios sectores. Los moderados, fieles a los Borbones, rechazaban de plano la nueva monarquía. Conscientes de la dificultad que entrañaba la vuelta de Isabel II, comenzaron ya en esta época a defender la opción del príncipe Alfonso como rey y como garantía de estabilidad social y política, captando a muchos unionistas y progresistas a la causa. La Iglesia recelaba de una monarquía constitucional  y progresista, mientras algunos sectores carlistas, ante el nuevo rey, volvían a la insurrección armada en 1872, Tercera Guerra Carlista, con las expectativas de colocar en el trono a su candidato, Carlos VII. La rebelión surgió en el País Vasco y se extendió a Navarra y áreas de Cataluña, adquiriendo fuerza y creando graves problemas de inestabilidad. A esto hay que añadir el recrudecimiento de la Guerra de los Diez Años en Cuba. La inestabilidad se veía acrecentada por la hostilidad manifiesta de los sectores republicanos y las revueltas sociales, que no hacían sino crecer. En 1872 se produjeron insurrecciones federalistas en las que las ideas republicanas se mezclaban con las ideas internacionalistas obreras de carácter anarquistas. En julio de 1872 el propio rey sufrió un atentado contra su persona.
A esta situación habría que añadir la división interna en la coalición de gobierno (unionistas, progresistas y demócratas). Una parte de la Unión Liberal osciló hacia la causa borbónica, mientras los progresistas se escindían entre radicales, dirigidos por Ruiz Zorrilla, y constitucionalistas, bajo el liderazgo de Sagasta. Se suceden 6 gobiernos y hubo que convocar elecciones tres veces. Al empezar 1873, la coalición gubernamental, debido a las fricciones constantes, se separó definitivamente, presentándose por separado a las elecciones. Privado de todo apoyo, el 10 de febrero de 1873, Amadeo I renunciaba al trono de España.


LA I REPÚBLICA
Tras la abdicación de Amadeo I, el 11 de febrero de 1873, era proclamada la I República de la mano del Congreso y el Senado, reunidos ambos en Asamblea Nacional. Estanislao Figueras, republicano federal de gran prestigio, será elegido como primer presidente del Poder Ejecutivo de la República. La nueva realidad resultaba, sin embargo, muy engañosa y la República nacía con falta de apoyos reales. Se llegaba a ella porque sencillamente no había otra cosa a mano, y porque los monárquicos, realmente mayoritarios, pretendían acelerar el proceso de deterioro y caos político, mientras preparaban el retorno de los borbones. A esta realidad habría que añadir el aislamiento internacional del nuevo régimen, que no fue reconocido por ninguna de las grandes potencias europeas, al ser concebido por éstas como un régimen revolucionario que ponía en riesgo la estabilidad de una Europa predominantemente conservadora y burguesa.
Esta compleja realidad otorgaba pocas posibilidades de éxito a una República que nacía demasiado débil, que debía desarrollarse como régimen en un país en el que apenas había cambiado el equilibrio de fuerzas sociales desde la caída de Isabel II: el ejército era monárquico, la economía continuaba en crisis y el aparato administrativo seguía siendo conservador.
Artilleros carlistas en Vizcaya. Fuente:juantxoegana.blogspot

Con la I República, los conflictos armados existentes se acentúan. Prosigue la guerra en Cuba, favorecida ahora por la hostilidad de las autoridades y funcionarios coloniales españoles respecto al nuevo régimen republicano. Por otro lado, se agrava la Tercera Guerra Carlista y extensas zonas rurales del norte de España (especialmente en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña) caen bajo control carlista, llegándose a crear un gobierno paralelo con la entrada del pretendiente al trono, Carlos VII, que llega a Navarra desde Francia e instala su corte en Estella. Las victorias carlistas se suceden durante el año el 1873 y el gobierno republicano será incapaz de revertir la situación, de forma que en el País Vasco y Navarra, tan solo las capitales quedaron bajo su control.

Escuadrón de Gerona durante la Tercera Guerra Carlista, obra de Augusto Ferrer Dalmau

La conflictividad social alcanzó cotas elevadísimas: la República fue vista desde el principio por las masas populares como el momento de hacer realidad sus aspiraciones. Además, las ideas anarquistas y socialistas estaban penetrando con rapidez. En el campo latifundista del sur del país, los jornaleros protagonizaron insurrecciones y revueltas, empujados por el tradicional "hambre de tierras" y los obreros catalanes exigieron mejores salarios y condiciones de trabajo. 
La situación de inestabilidad se vio acrecentada por la división interna de los propios republicanos. Los republicanos federales, liderados por Pi y Margall, defendían una República federal, cimentada en un pacto entre las distintas regiones o pueblos de España, que gozarían de una gran autonomía. Eran anticlericales y laicistas, defendían reformas para mejorar las condiciones de vida y los derechos laborales de las clases populares. Dentro de ellos, los más radicales, los llamados intransigentes, creían que el proceso se conseguiría a través de la insurrección (de abajo hacia arriba), frente a los defensores de la legalidad y el orden. Por otro lado, los republicanos unitarios, liderados por Castelar, defendían una República unitaria, con un gobierno centralizado. Eran más conservadores a nivel social y político.
Caricatura de la República Española entre la República Federal, representada por José María de Orense, y la Unitaria,  representada por Emilio Castelar. Revista La Flaca. Fuente: Wikipedia
Francisco Pi y Maragall. Fuente: dbe.rah.es


Todos estos factores influyeron en una evolución política marcada por la inestabilidad. En junio se celebraron elecciones, con una aplastante victoria de los republicanos federales, lo que resultaba muy engañoso, porque la mayoría de la oposición no participó y la abstención fue del 60%. Se crea un gobierno presidido por Pi y Margall, que trató de poner en marcha reformas progresistas a la vez que mantenía el orden (amnistía, abolición de la esclavitud en las colonias, supresión de las quintas, mejoras laborales) y proponía la aprobación de un proyecto de constitución federal que no llegaría a término. La nueva constitución creaba una República Federal, utilizando como modelo la Constitución de Estados Unidos de 1787 a la hora de diseñar la organización territorial, las instituciones y las relaciones entre el Estado y los poderes autónomos. En la nueva República el poder debía repartirse entre regiones y ayuntamientos, a los que se concedía plena autonomía. Se creaban 15 estados federados, más las colonias de Cuba y Puerto Rico. Por lo demás, era un texto democrático que tomó como referencia la Constitución de 1869: soberanía nacional, sufragio universal, división de poderes, amplias libertades, aconfesionalidad del Estado (aunque más anticlerical).
La constitución no satisfacía las exigencias de los republicanos intransigentes, que estaban descontentos con la evolución política de República y abandonaron las Cortes, llamando a la creación de cantones independientes. El movimiento cantonalista se extendió por las zonas de más fuerte implantación republicana, sobre todo por el sur y este peninsular. En estas zonas, muchas comarcas y poblaciones se proclamaron "cantón" independiente del poder central, cuestionando además la propia existencia del Estado. En julio de 1873 se proclamban el cantón de Cartagena, Sevilla, Cádiz, Torrevieja, Almansa, Granada, Castellón, Málaga, Salamanca, Valencia, Bailén, Andújar, Tarifa, Alicante y Algeciras. Los cantonalistas eran una masa popular radicalizada de artesanos, tenderos y trabajadores en los que se mezclaban las ideas republicanas federalistas y las ideas anarquistas (rechazo al Estado y revolución social) que habían entrado en España con los primeros núcleos de la I Internacional. 
Fuente: Wikipedia

10 reales cantonales. El Cantón de Cartagena llegó a acuñar su propia moneda.. Fuente: www.numisbids.com

Cartagena fue bombardeada duramente hasta la rendición de las fuerzas cantonalistas. Daños en la calle de las Beatas, 1874. Fuente: www.elpais.com 

Incapaz de enfrentarse a la revuelta cantonalista y sofocarla por las armas, Pi y Margall dimitió y fue sustituido por Nicolás Salmerón, que aplicó una política de dureza, optando por la intervención militar, lo que permitió sofocar el movimiento cantonalista en todos los lugares salvo en Cartagena, que aún resistiría algunos meses, hasta enero de 1874. Salmerón, con el lema "El imperio de la Ley", recurrió a sectores militares ajenos al republicanismo federalista, el general Pavía aplastó el movimiento cantonal en Andalucía, mientras Martínez Campos lo hacía en Valencia y Murcia. El estamento militar encabezaba así una dura represión, adquiriendo un enorme protagonismo como garante del orden. En dicho contexto, Salmerón dimite al negarse a firmar algunas condenas de muerte y accede al poder Castelar, máximo representante de los republicanos unitarios, con el que se produce un giro claramente conservador y autoritario, restableciéndose el orden público y el respeto a la propiedad.
Imagen satírica del golpe de estado del general Pavía. Publicada en 1874 en la revista La Madeja Política. F.: cadenaser.com



Ante las presiones de los federales sobre Castelar, el ejército intervino y en enero de 1874 el general Pavía dio un golpe de estado, entrando en las Cortes y disolviéndolas. Se crea entonces una República autoritaria y conservadora, presidida por el general Serrano, sustentada por unionistas y progresistas. Pero tal opción no tenía futuro alguno, las posibles bases sociales acomodadas y conservadoras, que la podían sustentar, ya habían optado por la opción alfonsina como alternativa de gobierno, es decir, por la vuelta del hijo de Isabel II, Alfonso XII. Desde el 25 de junio de 1873, momento en que la reina Isabel II había abdicado sus derechos dinásticos en favor de su hijo Alfonso, éste se había convertido para los monárquicos en el legítimo rey de España. La causa alfonsina tenía además un gran valedor en las Cortes, Antonio Cánovas del Castillo, político clave que llevaba tiempo trabajando en la restauración borbónica. El 1 de diciembre de 1874 Alfonso XII firmaba el Manifiesto de Sandhurst, desde la academia británica del mismo nombre en la que estudiaba, en el que se defendía el regreso a una monarquía constitucional, defensora del orden, pero que garantizaba la puesta en marcha de un sistema político liberal. El 29 de diciembre de 1874, el pronunciamiento del general Martínez Campos acababa con la República y proclamaba rey a Alfonso XII.
Se iniciaba un nuevo período histórico marcado por el nuevo sistema político de la Restauración, diseñado por Cánovas del Castillo, que se prolongaría hasta la II República, durante el reinado de Alfonso XII, la regencia de María Cristina y el reinado de Alfonso XIII, y que estaría marcado por la estabilidad política y la confección de un sistema político oligárquico y conservador que se estructuraría sobre la base del bipartidismo, el turno de partidos y el caciquismo.
Arsenio Martínez Campos. Fuente: Wikipedia
Alfonso_XII. Retrato de Alejandro Ferrant y Fischermans
 (1875). Fuente: Wikipedia

kursk: la mayor batalla de tanques de la II Guerra Mundial

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Un Panzer III avanza por la estepa cercana a kursk dejando a un lado a un T-34 ruso fuera de combate. F.: Pinterest

En el verano de 1943, en un llamativo saliente del frente del este, próximo a la ciudad de kursk, se desarrollaría la mayor batalla de tanques de la historia. Kursk se encontraba en el occidente de Rusia, al norte de la frontera con la Ucrania ocupada y a más de 600 kilómetros de la capital, Moscú. La ambiciosa operación sería conocida con el nombre en clave de Zitadelle (Ciudadela) y la batalla resultante se tornaría determinante en el devenir de una guerra tan colosal como despiadada: la que enfrentaba desde 1941 a la Wehrmacht alemana y al Ejército Rojo soviético en el llamado frente oriental. En 1943, los soviéticos poco tenían que ver con el ejército que dos años atrás, en junio de 1941, se había visto desbordado por el avance vertiginoso de las tropas alemanas tras la puesta en marcha de la operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética. El Ejército Rojo de entonces, que poco antes había sufrido la brutal purga de buena parte de su oficialidad y la mayoría de sus generales, carecía de capacidad estratégica y militar y estaba marcado por la desorganización y la indisciplina. Sin embargo, aunque los avances alemanes fueron enormes en los primeros meses de la campaña de Rusia y las derrotas soviéticas continuas y demoledoras, el estado soviético se mantuvo en pie dirigido con mano dura por el dictador J. Stalin. La Werhmacht no pudo tomar ninguna de las grandes ciudades de la URSS: caída Minsk o kiev, ni Leningrado, sometida a un brutal cerco, ni Moscú, ni después Stalingrado, cayeron en manos germanas. Tras un verano de rápidos avances, en el que no se habían cumplido los objetivos establecidos, llegaba el otoño y después el terrible invierno, para el que los alemanes, confiados en una rápida victoria, no habían previsto preparativo alguno. Como consecuencia, la guerra se prolongó a lo largo de 1942, y aunque los alemanes habían fracasado en la consecución de sus grandes objetivos estratégicos, mantuvieron en ese año siempre la iniciativa militar como ejército dominante en los campos de batalla.

Retroceso alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Fuente: guerrayhistoria.files.wordpress.com

El momento trascendental de la contienda había de llegar con el año 1943, primero en el invierno, con la cruenta batalla de Stalingrado; después en verano, con la batalla de Kurks. Si la destrucción total del VI Ejército alemán en Stalingrado había demostrado a los ojos de todo el mundo que los alemanes no eran invencibles y la derrota había supuesto un duro golpe a la moral de combate victoriosa de los alemanes, la batalla de Kursk, desarrollada unos meses después, sentenció definitivamente las posibilidades de victoria alemana en aquella guerra. Kursk fue la última vez que los alemanes pudieron tomar la iniciativa en el frente ruso. A partir de entonces la guerra expansiva de la Werhmarcht se tornó en una durísima guerra defensiva y los soviéticos iniciaron el lento y tortuoso camino hacia Berlín. En este sentido, la batalla de kursk se convirtió en un marcado punto de inflexión en aquella encarnizada guerra sin cuartel en la que se había convertido el frente ruso.
En el verano de 1943. los soviéticos habían crecido como ejército: disponían de ingentes recursos humanos y gran cantidad de material bélico, que resultaban inagotables a los ojos de sus enemigos alemanes; habían mejorado también su capacidad estratégica, su organización, logística y disciplina, y lo que no era menos importante, su fe en la victoria final y la confianza en sus posibilidades. En Kursk, los ejércitos alemanes habían elegido el terreno y el momento para el combate, los más propicios para sus tácticas, y sin embargo, habían sido primero detenidos y más tarde rechazados por el tamaño y la capacidad de las fuerzas del Ejército Rojo.

Los Panzer alemanes del II SS Cuerpo Panzer avanzan por la estepa rusa en formación de combate, dejando sus huellas marcadas sobre los pastizales y cultivos. Fuente: Ullstein bild/Getty Images

Dos ejércitos frente a frente

La batalla de Kurks implicó a cerca de dos millones de soldados, en torno a unos 800.000 alemanes y una cifra cercana al 1,5 millón de soldados soviéticos. Pero es, sobre todo, conocida por la ingente acumulación de fuerzas acorazadas y mecanizadas, especialmente por la participación masiva de carros de combate. Las cifras bailan, pero podemos afirmar que participaron en la contienda unos 2.000 tanques por el lado alemán, que alcanzaría los 2.500 si incluimos otros vehículos blindados, y una cifra ligeramente superior a los 3.000 tanques soviéticos, que algunas fuentes rusas elevan hasta los 5.000, aunque un tercio de ellos serían tanques ligeros. En total, en la batalla de kursk se emplearon un mínimo de 5.600 blindados y un máximo de 7.500. Se trata de unas fuerzas formidables que solo se podían alcanzar en el frente del este y que superan las cifras de cualquier batalla u operación registrada en los otros frentes de la Europa en guerra.
El ejército alemán o Werhmacht había convertido al carro de combate en la base de su capacidad militar terrestre, en el arma clave de su Blitzkrieg o guerra relámpago, aquella que le llevó a la toma de casi toda Europa occidental, que le condujo a las puertas de Egipto y que le permitió conquistar una parte importante de la Unión Soviética europea. Esto suponía un cambio radical respecto a la Primera Guerra Mundial, donde el tanque apenas había sido utilizado, era en general lento y pesado, y estaba en todo momento subordinado a la infantería, desconociéndose buena parte de sus posibilidades estratégicas. Sin embargo, durante la II Guerra Mundial, los carros de combate se convirtieron, especialmente en el ejército alemán, en grandes peones estratégicos, la base de una nueva táctica que permitía a un ejército golpear con contundencia y rapidez en una zona concreta y desbordar el frente de combate. Unos carros de combate cuyo papel protagonista los llevaba a conformar unidades blindadas y mecanizadas específicas de las que eran el eje principal, las llamadas Panzerdivision o divisiones Panzer alemanas. En dichas divisiones el protagonismo indiscutible era para los carros de combate, incorporando además otras unidades que le servían de apoyo, como el caso de la infantería motorizada (camiones, vehículos semiorugas y otros vehículos), la artillería autopropulsada, así como unidades de reconocimiento, anticarro, antiaéreas o de zapadores. Se trataba pues de formaciones combinadas, como lo eran también las divisiones Panzergrenadier, unidades en teoría inferiores, que tenían un batallón menos de tanques aunque contaban con más infantería, incorporando también artillería y otras unidades de apoyo. Estas divisiones podían a su vez conformar grandes formaciones acorazadas llamadas Panzerarmee.


Panzer III y IV. Fuente: weaponsandwarfare.files.wordpress.com


Columna de Panzer III alemanes atravesando una aldea rusa en su avance por el saliente de kursk. F: dziennikpolski24.pl


La mayoría de los carros de combate alemanes que participaron en la batalla de kursk eran Panzer III y Panzer IV. El Panzer III o Pzkpfw III era un tanque mediano que llegó a artillar cañones de 50 mm, mientras el Panzer IV o Pzkpfw IV era un tanque más pesado y con mayor tamaño que el anterior, que estaba armado con un cañón de mayor calibre, 75 mm. Sin embargo, la gran baza de la Wehrmacht en aquel momento eran los nuevos carros de combate Panther (Panzer V) y Tiger I (Panzer VI), con los que confiaban en anular la inicial ventaja numérica del ejército soviético. De hecho, la operación Zitadelle fue pospuesta en el tiempo hasta que estuvieron disponibles un numero apreciable de estos carros. En total los alemanes consiguieron reunir casi 260 Panther y más de 200 Tiger. El Tiger I era un carro pesado imponente, que montaba un cañón de 88 mm y fue construido para hacer frente al magnífico T-34 soviético. Tenía un blindaje muy superior al Panzer IV (100 mm frente a los 80 mm) en la parte frontal, donde recibía la mayoría de los impacto de la artillería antitanque, aunque por los laterales era más vulnerable, por su menor blindaje. Su complejidad técnica y el elevado coste de sus componentes y materiales ralentizó su producción y no se llegaron a construir más de 1.350 unidades. El Panther era también un gran carro de combate, montaba un cañón de 75 mm y disponía de un buen blindaje frontal, aunque también vulnerable por los flancos. Era más ligero y por tanto más veloz, lo que le permitía una mayor maniobrabilidad que la del pesado Tiger.

Tiger I avanzando en kursk. Fuente: vince58.cgsociety.org

El Tiger I desde varias perspectivas. Composición realizada a partir de material de la Fuente: espunto3dexport




















Columna de tanques Tiger I de la  Panzergranadier SS Das Reich avanzando hacia Projorova, al sur del saliente de Kursk.
Carro de combate pesado alemán Panzer V o Panther. Fuente: legendsofwar.fandom.com
























   
Panther de la división de Panzergranadier Grossdeutschland. Fuente: www.worldwarphotos.info


Aún más imponente que estos carros sería el Tiger II, que sin embargo no entró en servicio hasta el verano de 1944, por lo que no participó en la batalla de Kursk. El ejército alemán si pudo contar con unos 90 Panzerjäger Elefant (Ferdinand), enormes cazacarros pesados que montaban un cañón de 88 mm. Su punto débil era la falta de ametralladora defensiva, que incorporaría solo más tarde, además de su lentitud y pesadez. Los cazacarros eran vehículos blindados destructores de tanques que contaban con un cañón anticarro y se disponían como apoyo defensivo para las unidades mecanizadas y blindadas.

El Panzerjäger Ferdinand, después denominado Elefant, era un cazacarros pesado alemán. F.: Pinterest


En general, blindados como los Tigers, Panther o los Elefants (Ferdinand) mejoraron la capacidad militar de los alemanes, pero generaron también grandes problemas de mantenimiento y a nivel mecánico, además de que parte de las tropas no habían recibido la formación necesaria para sacar provecho de sus evidentes posibilidades. Por estas razones algunos generales alemanes dudaban del momento y lugar elegidos para la ofensiva.
El hecho de que se pospusiesen las operaciones alemanas durante meses, así como el conocimiento que los soviéticos tenían de las intenciones alemanas, gracias al espionaje, permitió a éstos fortificar al extremo el saliente de Kurks y concentrar en la zona una formidable fuerza de combate blindada. Los soviéticos construyeron en la zona unas imponentes defensas estructuradas a partir de sucesivas líneas defensivas, con trincheras, casamatas, alambradas, campos de minas, etc.
El ejército soviético había alcanzado un indudable nivel organizativo y había multiplicado su capacidad militar, contando con una enorme superioridad material y humana. El ejército alemán lo sabía, por eso confiaba en el efecto sorpresa y el impacto causado por un ataque inesperado, lo que finalmente no se produjo. Los soviéticos esperaban la ofensiva y está se vio pronto atascada en una cruenta batalla de desgaste que eliminó toda posibilidad de victoria alemana y favoreció al ejército más grande y con mayores reservas, el Ejército Rojo.
Ni siquiera a nivel técnico los soviéticos eran inferiores a esas alturas. Como prueba de ello, el T-34 , para muchos el más completo de los carros de combate utilizados durante la Segunda Guerra Mundial, con un excepcional equilibrio entre potencia de fuego, maniobrabilidad y blindaje. El T-34 reemplazó al T-26 y el BT a partir de 1940, mejorando ampliamente las capacidades y el blindaje de éstos. Era un tanque medio que tenía un cañón de 76,2 mm y un buen blindaje de 45 mm de acero. Era ágil y veloz, y las anchas orugas lo convertían en un todo terreno de gran estabilidad, pudiendo alcanzar la velocidad de 50 km por hora y gozar de una gran autonomía. Era un tanque barato de producir, sencillo y con un mantenimiento fácil. Inicialmente se vio lastrado por las carencias militares y tácticas de los soviéticos, así como por sus deficiencias en el sistema de comunicaciones y en el compartimento de la tripulación. Sin embargo, tenía un buen blindaje inclinado y podía llevar tropas encima debido al gran espacio trasero tras la torreta dotado con guardamanos (esto último lo hacía menos vulnerable al ataque de la infantería). Su cañón no era muy efectivo frente al Tiger, este podía lanzar contundentes disparos de precisión a largo alcance y no sufrir ante los impactos enemigos, por lo que los T-34 hacían uso de su maniobrabilidad y atacaban en grandes grupos por los laterales. Aún así, en Kurks los soviéticos pudieron comprobar la clara inferioridad del T-34 frente a los nuevos carros pesados alemanes, lo que los llevó a crear un nuevo tanque más pesado que no entró en funcionamiento hasta 1944, el nuevo T-34/85, una versión mejorada, con cañones de más calibre y mejor blindaje. Tenía un cañón de 85 mm, que le permitía enfrentarse en plan de igualdad a los Tiger y Panther.

El T-34 ruso fue probablemente el mejor carro de combate de la Segunda Guerra Mundial. Fuente: Pinterest

Interior de un T-34 soviético con sus tripulantes.






















Soldados alemanes ante un T-34 soviético fuera de combate. Fuente: www.worldwarphotos.info



En kursk si estuvieron más de 200 carros pesados KV-1, con más calibre y blindaje que el T-34, aunque más lentos y poco maniobrables, y un número elevado de carros ligeros del tipo T-60 o T-70. Junto a los carros de combate, los soviéticos desplegaron más de 250 cañones autopropulsados, que no deben confundirse con carros de combate, sino que son piezas de artillería montadas sobre chasis que se mueven con orugas, lo que permite al cañón maniobrar por sus propios medios y no ser remolcado por otro vehículo. Hablamos del SU-76, el SU-122 y sobre todo el el SU-152, el más potente de los empleados en la batalla de Kurks, que como su nombre indica montaba un cañón de 152 mm. Tanto éste último, como el SU-122 eran capaces de acabar con los Tiger alemanes cuando se aproximaban.

Carro de combate pesado soviético KV-1. Fuente: Wikipedia.


Cañones autopropulsados soviéticos SU 122 y SU 85. Fuente: weaponsandwarfare.files.wordpress.com 

Cañón autopropulsado soviético pesado SU-152. Fuente: tank-encyclopedia.com
Cañón autopropulsado U-152 expuesto en el museo de kubinka de Moscú. Fuente: tankmuseum.ru

La batalla

Con la llegada de la primavera y el deshielo de las nieves invernales, la célebre rasputitsa, las operaciones militares en el frente del este entraban en un periodo de descanso. Sin embargo, cada uno de los dos contendientes se dedicó a planificar sus siguientes movimientos y tratar de prever los movimientos del enemigo. El OKW (Oberkommmando der Wehrmacht o estado mayor de las fuerzas armadas, a cargo de las operaciones excepto en el frente de Rusia) defendía que las fuerzas alemanas debían pasar a una posición de defensa estratégica, permitiendo así liberar tropas para las zonas ocupadas en Occidente, donde se esperaba una intervención aliada. El OKH (Oberkommando des Heeres o estado mayor del ejército) a cargo de la guerra en la URSS, bajo la supervisión general de Hitler, estaba más o menos de acuerdo, pero con matices. El OKH creía necesario lanzar una ofensiva en verano para desbaratar las intenciones ofensivas soviéticas. Hitler estaba de acuerdo, porque veía la necesidad de una victoria contundente contra los soviéticos, con el fin de reavivar la fe en la victoria de su ejército y de sus aliados, cada vez más escépticos al respecto.
Walter Model, a la izquierda, junto al SS brigadeführer
 Heinz Harmel. F.: warhistoryonline.com 
Decidida la opción de una gran ofensiva, el OKH optó por elegir el gran saliente cercano a la ciudad rusa de Kursk, sobre el que se lanzarían los ejércitos alemanes siguiendo la clásica estrategia de las pinzas. El plan era sencillo: desde el norte avanzaría sobre Kursk el IX Ejército del mariscal de campo Walther Model (integrado en el grupo de ejércitos Centro del mariscal de campo Günther von Kluge), desde el sur lo haría a su vez el IV Panzerarmee, del teniente general Hermann Hoth, y el destacamento armado Kempf, del general Wilhem Kempf, (parte del grupo de ejércitos Sur del mariscal de campo Erich von Manstein). Cuando convergieran ambas pinzas, quedarían atrapados los frentes Central y Voronezh del Ejército Rojo, que serían después destruidos. Concluida la operación con éxito, parte de las fuerzas alemanas empleadas en él podrían  ser liberadas para nuevos objetivos en el oeste.
El problema principal es que el lugar resultaba obvio para cualquier ofensiva o contrataque (ver mapa) y que los servicios de inteligencia soviéticos, al contrario que los alemanes, tenían acceso a muchos de los planes del enemigo, lo que evitó el factor sorpresa, determinante para el éxito de la operación alemana, que contaba con una clara inferioridad humana y material.
En principio, el OKH quería que la ofensiva se iniciara en abril, cuando el lodazal en el que se convertía Rusia con el fin del invierno se había secado, lo que permitía la movilidad de los vehículos acorazados. Sin embargo, el plan fue pospuesto, en principio por falta de tropas y material bélico, después por las dudas que mostraron algunos de los generales y que también tenía el propio Hitler. Era evidente que el ejército alemán necesitaba tiempo para recomponer sobre todo sus unidades acorazadas, que necesitaba refuerzos importantes y que debían incorporar un volumen importante de nuevos carros de combate Tiger y Panther para aumentar su capacidad ofensiva. Sin embargo, las nuevas unidades y pertrechos llegaban con lentitud por la debilidad de la industria alemana, que no podía fabricar más rápido. En este sentido, el tiempo jugaba en contra de los alemanes, pues cada día que se perdía en la operación, corría a favor de los soviéticos, que podían reforzar y fortificar sus posiciones. Muchos altos oficiales alemanes eran conscientes de la necesidad de tiempo para preparar adecuadamente la ofensiva, pero a la vez, de la falta de éste para que el golpe fuera realmente eficaz. Por ello, rechazaban la operación más o menos abiertamente.
Heinz Guderian. Fuente: Pinterest
El caso del teniente general Heinz Guderian era el más paradigmático al respecto. Guderian se había convertido desde el inicio de la guerra, en Polonia y luego en Francia, en uno de los grandes estrategas de la bligtkrieg. Se trataba de un magnífico comandante de unidades acorazadas que, sin embargo, por su carácter díscolo se había enfrentado con frecuencia a sus superiores. Tras el fracaso en la batalla de Moscú, había sido cesado, pero las creciente necesidad de mandos con sus cualidades, debido al mal discurrir de la guerra, obligaron a la Werhmacht a reincorporarlo como inspector general de las fuerzas acorazadas. Para Guderian las fuerzas acorazadas no estaban preparadas, los recursos se iban a desgastar en unas posiciones no muy relevantes, recursos que además iban a ser necesarios para la previsible defensa de Europa occidental, y los nuevos blindados Panther, Tiger y Elefpaht serían desaprovechados por la falta de preparación y entrenamiento apropiado de las tropas. Conforme pasaba el tiempo, las dudas de Guderian y otros generales se iban haciendo mayores, el factor sorpresa se iba debilitando y los preparativos defensivos soviéticos se hacían cada vez más ostensibles.

Hermann Hoth y Heinz Guderian charlan animádamente un día antes de la ofensiva de kursk. F.: weaponsandwarfare.com

Al margen de las dudas y tardanzas alemanas, resultó determinante la capacidad de la inteligencia soviética para estar bien informada de lo que planeaban los alemanes. Los detalles de la ofensiva alemana eran conocidos previamente por los soviéticos gracias su red de espías Lucy en Suiza y de su espía en Gran Bretaña, John Cairncross. Stalin estaba, pues, informado y su estado mayor también. Zhukov, Comandante Supremo Adjunto, percibió las posibilidades de la situación. Los soviéticos tenían previsto fuertes ofensivas en la zona y Zhukov creía que había que cancelarlas y pasar a una estrategia defensiva de desgaste, esperar al enemigo bien fortificado para destruir sus fuerzas ofensivas en dicha defensa. El enemigo se agotaría contra las potentes defensas soviéticas, perdiendo así buena parte de sus fuerzas acorazadas, después las mayores reservas del Ejército Rojo le permitirían pasar a la ofensiva. De esta forma, kursk se convertiría en una trampa donde el poder blindado alemán sería destruido, un poder que sería difícilmente reconstruible debido a las manifiestas limitaciones de la industria alemana. Siguiendo esta estrategia, en abril los soviéticos iniciaron la construcción de potentes posiciones defensivas y fortificaciones. Estas no dejaron de consolidarse hasta principios de julio, por lo que los alemanes jugaban con el tiempo en contra, lo que terminaría por convertir la ofensiva en una ratonera. El Ejército Rojo tuvo todo el tiempo del mundo para preparar a conciencia la defensa de sus posiciones, una defensa en profundidad a base de sucesivos cinturones defensivos, con campos de minas, fortificaciones, grandes zanjas antitanques, concentración artillera, etc., todo ello dispuesto en decenas de kilómetros de profundidad para evitar el avance de los tanques alemanes y desgastar sus fuerzas. Semejante despliegue se mostró muy eficaz y de hecho los alemanes no profundizaron más de 12 km. en el frente norte y 35 km. en el sur.
Los soviéticos contaban con una enorme ventaja de material y soldados (en una relación de 2'5 a 1) y la única posibilidad del ejército alemán era su capacidad de sorprender y el impacto de su fuerza acorazada sobre las fuerzas soviéticas, estratégica típica de la Werhmacht desde sus campañas victoriosas en Occidente. Sin embargo, por las razones ya esgrimidas, la situación prevista por los alemanes no se dio, desembocando en una guerra de desgaste que evidentemente favorecía al ejército más dotado y con mayores reservas.

Fuente: elaboración propia.

Fuente: elaboración propia.
Carros de Combate en la estepa de Kursk al inicio de la ofensiva. Fuente: Wikipedia (Bundesarchiv)



Por lo demás, el saliente de Kursk era un lugar inmejorable para la guerra acorazada, los vehículos se podían mover con facilidad en una tierra poco poblada, sin grandes bosques ni relieve escarpado. Por el contrario, abundaban los campos de cereal y girasol en un paisaje agrario, ondulado y compuesto de suaves colinas. En la zona, los alemanes reunieron una formidable fuerza, que contaba con lo mejor de los ejércitos situados al sur y al norte del saliente. El IX Ejército del mariscal Model contaba con seis divisiones Panzer y una Panzergrenadier, además de 15 divisiones de infantería, de las que no todas se utilizarían en la ofensiva. En conjunto disponía de 920 carros de combate y cañones de asalto, la mayoría Panzer III y Panzer IV, muchos obsoletos y no todos operativos cuando comenzó la batalla. En el aire estaba apoyado por unos 730 aviones de la Sexta Flota Aérea, aunque limitada por la falta de combustible, que dificultó seriamente las operaciones de apoyo aéreo cercano. A esta fuerza militar habría que añadir el apoyo artillero de 6.000 cañones y morteros.
En el sur, von Manstein contaba con fuerzas militares mejor preparadas y equipadas: dos Panzergrenadier, nueve divisiones Panzer y once de infantería, aunque sólo siete de ellas entraron en combate. Contaba además con 1.000 tanques y 150 cañones de asalto, entre los que se contaban 200 nuevos Panther y 94 Tiger I. El apoyo aéreo lo proporcionaba la Cuarta Flota Aérea, con 1.100 aviones y la cobertura artillera contaba con 4.000 cañones y morteros. Entre estas fuerzas se encontraban algunas de las mejores unidades del ejército alemán. El IV Panzerarmee de Hermann Hoth tenía bajo su control al II Cuerpo Panzer de las SS, con tres divisiones de Panzergrenadier de las SS (Leibstandarte, Das Reich y Totenkopf) y al XXXXVIII Cuerpo Panzer, con la célebre División de Panzergrenadier Grossdeutschland. Las tres divisiones de las SS acumulaban 364 carros de combate, entre los que se encontraban 42 carros Tiger I y 130 cañones de asalto, y la Grossdeutschland disponía de 329 carros de combate y 35 cañones de asalto, entre los que se encontraban casi todos los carros Panther, unos 200.

Tiger I de la división SSDas Reich. Fuente: albumwar2.com



Soldados de la SS Leibstandarte durante la ofensiva de kursk. Fuente: stabsaswache-de-euros.blogspot.com


Blindados de la división SS Totenkopf avanzando hacia Kursk. Fuente: dziennikpolski24.pl



Soldados de la división Panzergranadier Grossdeutschland sobre un carro de combate. Fuente: histomil.com 



Las fuerzas alemanas acumuladas en la zona eran enormes, pero tenían importantes limitaciones. Muchas unidades habían sido reorganizadas después de la derrota germana en Stalingrado y en el frente Sur, era el caso de la 3 y 11º divisiones del XXXXVIII Cuerpo Panzer, y no tenían todavía su máximo potencial de combate, además faltaban reemplazos y las reservas de material y hombres eran insuficientes. Por otro lado, los nuevos vehículos acorazados (tanques Tiger o Panther), en los que se habían depositado grandes esperanzas, eran escasos y generaban grandes problemas de mantenimiento y mecánica, lo que reducía sus posibilidades, a lo que habían que añadir la insuficiente formación y experiencia de las tripulaciones en su uso.
En frente, los alemanes tenían a enormes fuerzas soviéticas, que se dispusieron siguiendo el plan general configurado por el mariscal G. Zhukov, que coordinaba las labores de la Stavka o estado mayor del Ejército Rojo. Su plan no pretendía solo contener la ofensiva alemana en la zona, sino que una vez encallados los alemanes en las defensas soviéticas, se lanzarían ofensivas contra las líneas alemanas al norte y sur de Kursk, en Orel y Jarkov. Como hemos comentado, Zhukov gozó de un contexto bastante favorable, al tener cuatro meses para preparar una serie de fabulosas defensas y fortificaciones. La primera línea, de unos cinco kilómetros de anchura, la constituían cinco filas de trincheras reforzadas con gran cantidad de puestos antitanques. En esta zona, se distribuyó una enorme cantidad de minas antitanques y antipersonas, (en torno a 2.500 minas de cada tipo por milla cuadrada). Once kilómetros detrás se situaba una segunda línea de las mismas características. Treinta y dos kilómetros más allá de la segunda había una tercera línea muy poderosa. Tras ella, estaban las reservas del frente atrincheradas en potentes defensas. Al final del todo, se disponían las últimas reservas, el frente de la Estepa o de Reserva al mando del general Konev, que protegía el cuello del saliente. Su función era evidente, podía ser la base para formar una última línea defensiva en caso de  que los alemanes hubieran avanzando hasta tal profundidad, evitando la fractura del saliente en dos como pretendían los alemanes, a la vez que servía para reforzar en cualquier momento a cualquiera de los dos frentes, tanto el del norte, como el del sur.

Posiciones soviéticas defendidas con morteros de 82 mm. Fuente: lasegundaguerra.com


Principales generales soviéticos involucrados en la batalla de Kursk.


En el saliente se encontraban las fuerzas del frente Central dirigido por el general Rokossovsky, dispuesto ante las tropas de Model, y el frente Voronezh del general Vatutin, ante las fuerzas de von Manstein. Teniendo en cuenta que un ejército ruso equivale a un cuerpo de ejército alemán y un cuerpo ruso a una división reforzada alemana, el frente Central tenía un ejército de tanques y cinco de infantería y dos cuerpos de tanques; el frente Voronezh contaba con cinco ejércitos de infantería y uno de tanques, junto a un cuerpo de infantería y dos de tanques, mientras el frente de la Estepa de Konev estaba formado por cuatro ejércitos de infantería y uno de tanques, con el apoyo de un ejército más de tanques, otro mecanizado y tres cuerpos de caballería. En total, un enorme ejército que tenía 13.000 cañones, 6.000 cañones antitanques y 1.000 obuses para los dos frentes avanzados, unos 2.500 aviones del II y XVI Ejércitos del aire y al menos 3.000 vehículos blindados, aunque como ya hemos comentado, pudieron ser un número muy superior, en torno a 5.000.

Carros de combate soviéticos del frente de Voronezh. Fuente: sputniknews.com 

Los soviéticos tenían mucha información de los planes alemanes, pero ese no era el caso de éstos, que desconocían la profundidad de las defensas soviéticas, entre otras razones porque el control del aire que desde 1941 había ejercido la aviación alemana, se había visto reducido y sus aviones de reconocimiento no habían conseguido la suficiente información sobre los preparativos soviéticos en el saliente. En los cielos de Kursk los excelentes Ilyushin-2 Shturmovik se mostraron muy capaces, dotados como estaban de un blindaje que no tenía ningún otro avión de su época. Se trataba de un avión especializado en ataque a objetivos de tierra, dentro de la idea dominante en el Ejército Rojo, que priorizaba el uso de la aviación como herramienta de apoyo a las fuerzas de tierra.

Aviones de combate soviéticos Il-2 en pleno ataque. Fuente: lasegundaguerra.com 


El 5 de julio se inició la ofensiva. Tras dos horas de intenso bombardeo de las posiciones soviéticas, el IX Ejército pasó al ataque, pero las defensas soviéticas permanecieron sólidas y pronto las unidades del mariscal Model encontraron una importante resistencia. Seis días después, el 11 de julio, Model habían enviado a luchar a todas las tropas de que disponía, sin conseguir avanzar más allá de los 20 kilómetros de profundidad, en torno a los pueblos de Ponyri y Oljovatia. Allí el II Ejército blindado soviético opuso una dura resistencia y se produjeron fuertes enfrentamientos. Los alemanes hacían valer la enorme capacidad de sus tanques nuevos, muy eficaces a larga distancia, mientras los soviéticos recurrían a la mayor movilidad y rapidez de sus carros de combate para buscar la corta distancia, donde su inferior armamento tenía más posibilidades En una zona relativamente pequeña lucharon dos mil tanques y cañones autropropulsados y las bajas en ambos ejércitos fueron terribles. El IX Ejército, exhausto, se frenó finalmente y se detuvo ante la pequeña cordillera tras la cual se bajaba directamente hasta Kursk. Las fuerzas de Rokossovsky habían roto así la parte norte de la pinza alemana y Model había perdido 25.000 soldados, más de 200 tanques y una cifra similar de aviones de la 6º Flota.

Panzerjäger Ferdinand o Elefant. Fuente: worldwarphotos.info

Un carro de combate ligero soviético pasa junto a un Tiger alemán destruido. Fuente: learning-history.com 



Infantería soviética en la zona industrial de Ponyri, el llamado "Stalingrado de kursk". F.: lasegundaguerra.com






En el sur, los resultados fueron mejores. Von Manstein optó por una estrategia diferente a la de Model, éste había utilizado a la infantería, zapadores y artilleros para abrir el camino a los tanques en lo que era una estrategia más convencional, sin embargo, von Manstein, no disponía de la suficiente infantería, por lo que optó por que sus blindados hicieran de punta de lanza y abrieran el camino para el resto del ejército. Recurrió para ello a la táctica de la cuña blindada o Panzerkeil, que inicialmente tenía a la cabeza a los Panther o los Tiger, desplegando más atrás y en los laterales a los más débiles y anticuados Panzer III y Panzer IV. Pronto von Manstein, un hombre muy solvente y gran estratega, percibió la debilidad de dicha táctica, que desaprovechaba el alcance y potencia de los Panther y Tiger: al acercarse los tanques rusos a dicha cabeza se desaprovechaba el potencial de fuego de los carros pesados alemanes, especialmente eficaces a larga distancia. Como consecuencia, se cambió la estructura de la cuña blindada y los tanques más antiguos, con menos calibre, fueron desplazados a la parte delantera para enfrentarse de cerca a los blindados y cañones autopropulsados soviéticos, mientras los Panther y Tiger, alejados del choque frontal, podían utilizar sus grandes cañones para alcanzar blanco a gran distancia y destruir los blindados enemigos con facilidad.

Soldados soviéticos disparando con una ametralladora maxim M1910. Fuente: Wikipedia

 Un grupo de Panzer IV de la 12 División Panzer cruza un improvisado puente construido por los ingenieros durante la Batalla de Kursk. Fuente: mejoresfotos2gm.blogspot.com

El IV Panzerarmee, que debía atacar Kursk en la zona de Oboyan, avanzó inicialmente con fuerza frente al VI Ejército de guardias ruso, pero más tarde chocó con el I Ejército blindado y redujo su avance. Mientras, el destacamento Kempf lanzaba su ataque por el noreste desde el sur de Belgorod para proteger el flanco derecho del IV Panzerarmee de los refuerzos soviéticos que estaban acercándose desde el este. Para el 6 de julio, tanto el IV Ejército blindado como el destacamento Kempf habían penetrado con fuerza en las líneas soviéticas, sin embargo, la llegada de importantes reservas del Ejército Rojo, entre ellas el V Ejército blindado soviético, una unidad de élite, complicó la situación para ellas. Lentamente las fuerzas alemanas fueron venciendo la resistencia y para el 11 de julio el ala izquierda de Hoth, con el XLVIII cuerpo Panzer como su fuerza de vanguardia, había penetrado casi 25 km, haciendo retroceder a los XI y VI Ejércitos de guardias y el I Ejército blindado. En el ala derecha de Hoth, el II Cuerpo SS Panzer, dirigido por el general Paul Hausser, avanzaba todavía más rápido y llegaba a Projorova, a 50 km dentro de las líneas soviéticas. El destacamento Kempf avanzaba también con fuerza y alcanzaba Rzhavets, en el alto Donetz. El 12 de julio, la cabecera del V Ejército blindado de guardias llegó a Projorova y se topaba con los blindados del cuerpo SS Panzer, dando comienzo a una batalla cruenta y durísima, marcada por una enorme concentración de blindados. El desgaste sufrido por los alemanes permitió a los soviéticos detener su avance y la situación del II Cuerpo SS Panzer se tornó delicada. La llegada desde el Donetz del III Cuerpo Panzer, convertido en punta de lanza del destacamento Kempf, resultó provervial, al lanzarse sobre el flanco del V Ejército blindado de guardias soviético. Se desarrollaron entonces intensísimos combates a la desesperada y para el 13 de julio la situación, muy confusa, parecía decantarse a favor de la Werhmacht.

Soldados soviéticos tras un tanque soviético KV-1. Fuente: russkiymir.ru





Ataque soviético en la zona de Projorova, tras los tanques T-34 avanza la infantería. Fuente: prokhorovka.gehm.es 




Sin embargo, Hitler decidió ese mismo día cancelar la operación Zitadelle, la situación del ejército alemán en occidente había cambiado drásticamente con el desembarco aliado en Sicilia unos días antes, mientras los soviéticos acababan de lanzar una brutal ofensiva al norte del saliente de kursk contra las tropas de von Kluge, que para el día 18 había hecho retroceder a los alemanes en la zona de Orel, perdiendo todos los territorios conquistados por Model desde el inicio de la ofensiva. Von Kluge aprobó la decisión del Führer, no en vano su situación al norte se había vuelto muy complicada, pero von Manstein, que precisamente se habían opuesto tenazmente a la operación en sus inicios, defendió proseguir con ella, convencido como estaba de que podía destruir una parte importante del poderío blindado ruso cerca de Projorova. Von Manstein pidió a Hitler que reconsiderara su decisión y el Führer aceptó aunque con muchas reservas. Hausser se lanzó entonces contra el V Ejército blindado de guardias. Pero Hitler decidió finalmente el 17 de julio cancelar definitivamente la ofensiva y trasladar parte de los cuerpos SS Panzer hasta Italia. Terminaba así la batalla de Kursk, los alemanas fracasaban en su objetivo inicial de conquistar el saliente y finalmente también en el objetivo de destruir el poder blindado soviético. En todo caso, es más que discutible la percepción que Manstein tenía de la situación militar, él creía poder acabar con el grueso del poder blindado soviético, minimizando sus grandes reservas y su enorme potencial de retaguardia, un poder que se evidenció en las ofensivas posteriores. Los soviéticos disponían de unas fuerzas blindadas muy superiores a las que el ejército alemán podía destruir en aquel momento.

Infantería rusa junto a un tanque T-34. Fuente: mundo.sputniknews.com








 Un Panzer IV y un blindado Sdkfz 251 halftrack. Fuente: warhistoryonlinepuntocom
Tiger I alemán maniobrando al sur del saliente de Kursk. Fuente: Pinterest
En todo caso, terminada la batalla, los soviéticos se lanzaron al ataque y el 3 de agosto los frentes de la Estepa, Voronezh y del Suroeste iniciaron una fuerte acometida que permitió el 23 de agosto conquistar el saliente de Jarkov. Una ofensiva general se inició a lo largo de todo el frente desde el oeste de Moscú hasta el Mar Negro, lo que a finales de diciembre permitiría a los soviéticos hacer retroceder a los ejércitos alemanes del Centro, Sur y A hasta la línea del río Dniéper. El XVIII Ejército fue aislado en Crimea y los rusos también se aseguraron cabezas de puente a lo largo del Dniéper, desde Gomel en el norte hasta kiev en el sur (ambas cayeron el 6 de noviembre) y entre Kremenchg y Zaporozhye.
El acontecimiento más importante del año había sido el intento alemán de eliminar el saliente de Kursk. Fue la última vez que los alemanes tuvieron la iniciativa en Rusia; a partir de entonces, lo único que les importó fue tratar de mantener sus posiciones. Tercamente, Hitler se negó a ordenar la retirada, pero el peso y volumen de las fuerzas rusas hicieron retroceder gradualmente a los alemanes hasta sus propias fronteras.

Los soviéticos inspeccionan un Panther alemán destruido por la artillería en Projorova. Fuente: lasegundaguerra.com


Conclusión

Durante la batalla de Kursk, la ofensiva alemana contó con una posición de clara desventaja: como ya hemos comentado, los soviéticos conocían los planes con bastante precisión, y por otro lado, el Ejército Rojo había mejorado a esas alturas mucho respecto al que había combatido a los alemanes a principios de la operación Barbarroja. Los soviéticos habían alcanzado un alto grado de organización, sus mandos habían ganado en experiencia y preparación, y sobre todo, tenían una enorme poderío militar, muy superior en hombres y material al de la Werhmacht. Contaba con enormes reservas humanas y tenía detrás una poderosísima industria militar que superaba con mucho las mermadas posibilidades de la industria alemana. La única opción de triunfo para los alemanes era el impacto y la sorpresa que pudieran producir su fuerzas acorazadas en los primeros momentos, lo que finalmente no ocurrió, porque los soviéticos estaban bien dispuestos y habían fortificado fuertemente la zona. La batalla desembocó en una ardua guerra de desgaste, algo para lo que los alemanes estaban menos preparados y que, debido a su mayor "debilidad" militar, jugaba claramente en su contra.
Con frecuencia se habla de la batalla de Kursk como un embate determinante que marcó un antes y un después en la guerra, suponiendo la hecatombe final de los ejércitos alemanes en el frente del Este. Sin embargo, esto hay que matizarlo. Resulta evidente su importancia, como también que con frecuencia ha sido sobredimensionada. El ejército alemán no se desangró a niveles insoportables, tampoco fue humillado en el transcurso de la batalla. Tuvo 54.000 bajas y perdió más de 750 tanques y cañones de asalto, lo que no resultaba irreparable, aunque sí eran pérdidas elevadas para una Alemania con serias dificultades para reponer sus mermas. Los soviéticos perdieron mucho más, entorno a 180.000 hombres y más de 1.500 tanques y cañones autopropulsados, pero sus reservas eran inagotables. Las ofensivas posteriores que siguieron a kursk multiplicarían estas pérdidas en ambos bandos.
A pesar de todo, Kursk si tuvo un papel real como punto de inflexión, supuso el inicio de la hegemonía militar soviética y, después de kursk, Alemania ni siquiera pudo aspirar a mantener la iniciativa estratégica en el Este. Las ofensivas posteriores rusas llevaron además a la conquista de enormes territorios de la Rusia Soviética y Ucrania, y la moral de los alemanes quedó muy deteriorada. Aún más allá, también la confianza de sus aliados se tambaleó: Stalingrado le costó a la Alemania el apoyo de algunos de sus estados satélites y tras kursk la situación se agudizó, sus fieles Finlandia y Rumanía comenzaron a buscarse la vida y velar por su propio futuro.
A partir de kursk, la Werhmacht se introdujo en una situación difícilmente sostenible que le llevó a la derrota final. La industria alemana no podía, a pesar de la mano de obra esclava, producir en las cantidades necesarias los nuevos blindados y aviones que podían aportar a su ejército una ventaja técnica. Pero, sobre todo, con kursk comenzó a generarse un pernicioso círculo vicioso. Cada nuevo revés obligaba a los alemanes a lanzarse al combate con mayor premura y con menor entrenamiento a sus tropas de reemplazo recién reclutadas y a sus divisiones Panzer recién equipadas. Esas tropas, apenas entrenadas, sufrían unas tasas de bajas anormalmente altas antes de que pudieran asimilar la dureza del combate. Bajas que hacían, a su vez, que los comandantes tuvieran que recurrir a los siguientes reemplazos en una fase aún más temprana de su entrenamiento. Mientras tanto, la columna vertebral de la Werhmacht, formada por los veteranos que había protagonizado las grandes victorias entre 1939 y 1941, iba sufriendo un fuerte desgaste producto de las múltiples bajas y la crudeza de la lucha.

Prisioneros alemanes durante la batalla de Kursk. Fuente: lasegundaguerra.com



El nacionalismo del siglo XIX (I): concepto y tipos de nacionalismos

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"La República Universal". Litografía de Frédéric Sorrieu. Publicada en 1848, exalta de forma alegórica los valores republicanos, liberales y democráticos, que movilizan a todos los pueblos de Europa. Fuente: journals.openedition.org

La sociedad contemporánea se conforma desde finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX como una nueva realidad política, social y económica que va a sustituir al Antiguo Régimen, una realidad compleja que se cimentará sobre los principios ideológicos del liberalismo y el nacionalismo. Íntimamente ligadas, ambas ideologías siguen hoy articulando a nivel político la Europa actual. En dos entradas de este blog analizaremos en toda su complejidad el desarrollo y expansión de la ideología nacionalista en el siglo XIX. Por un lado, en esta entrada profundizaremos en las bases del nacionalismo decimonónico, definiendo el concepto de nacionalismo y analizando sus tipos. Por otro lado, en la siguiente entrada ("El nacionalismo del siglo XIX (II): los movimientos nacionalistas y el surgimientos de nuevos estados en Europa"), abordaremos las sucesivas oleadas revolucionarias de la Europa del siglo XIX y el desarrollo en ellas de los movimientos nacionalistas, así como la aparición de nuevos estados, desde el nacimiento de Grecia o Bélgica a principios de siglo y las posteriores unificaciones alemanas e italianas, a la aparición de los estados balcánicos al final de la centuria.

Las bases del nacionalismo del siglo XIX

El canciller austriaco Klemens von Metternich
Fuente: Wikipedia
Tras la derrota de Napoleón y la destrucción del Imperio francés, da comienzo la época de la Restauración. Las viejas monarquías son restauradas y se inicia un periodo de reacción para volver al Antiguo Régimen. El sistema de la Restauración, diseñado en 1815 en el Congreso de Viena y cuya figura clave fue el canciller austriaco Metternich, tenía como base ideológica el legitimismo, que defendía los derechos legítimos de los monarcas absolutos del Antiguo Régimen. Las libertades y derechos defendidos por el liberalismo son rechazados de plano y se retorna a la sociedad estamental, el régimen señorial y la monarquía absoluta. Las aspiraciones de muchos de los pueblos que habían luchado contra la ocupación de Napoleón son desoídas y el mapa de Europa se reordena fortaleciendo los viejos reinos e imperios. En este sentido, el surgimiento de la Santa Alianza (Rusia, Prusia y Austria) permitió la defensa del orden creado y el absolutismo frente a la amenaza liberal y la de los nacionalistas, que cuestionaban los estados existentes.
Es en este contexto en el que se extienden los movimientos nacionalistas desde principios del siglo XIX, influidos por una triple realidad:
- Las ideas liberales, inspiradas por la revolución francesa, habían calado con fuerza y otorgaban a la nación la soberanía. Eran muchos los que ya no se consideraban súbditos de reyes, sino ciudadanos libres e iguales, miembros de una nación, de un pueblo, de un colectivo que tiene el derecho a disponer de sí mismo.
- Las tropas napoleónicas permitieron la propagación de muchas de las ideas del liberalismo, pero a la vez produjeron una fuerte reacción nacionalista frente al invasor francés. Muchos eran los que habían luchado contra la ocupación francesa durante la época de Napoleón y habían tomado conciencia de su propia identidad, surgiendo un sentimiento nacional de rechazo a la presencia extranjera en su territorio. Así fue en el caso paradigmático de los estados alemanes, pero también en el de la propia España, no en vano se considera la resistencia popular a las fuerzas ocupantes en la Guerra de Independencia como el germen del sentimiento de pertenencia a la nación española.
Por otro lado, tras la instauración de la Restauración, las aspiraciones de los pueblos que habían luchado contra la ocupación de Napoleón son desoídas y sofocadas, los viejos reinos e imperios se consolidan a costa de muchos pueblos, que aspirando a conformar un nuevo estado, se ven ahora sometidos a imperios que no reconocen su identidad y su personalidad propia. Es así como los belgas quedan bajo el dominio de los Países Bajos, los noruegos bajo el reinado de Suecia o los polacos son repartidos entre Rusia, Austria y Prusia.

Fuente: I.C.L. Vicens Vives.

- A ello habría que añadir la extensión en la época del Romanticismo como movimiento cultural y artístico que exaltaba la rebeldía, la libertad, los sentimientos y las pasiones, que remarcaba lo diferente frente a lo común, aspectos todos ellos que le vinculaban al nacionalismo. Los románticos vuelven hacia la tradición en busca de la identidad y el espíritu de la nación: el folklore, las viejas costumbres, la épica, las antiguas leyendas medievales, la preocupación por el pasado históricos.

El pintor romántico Eugène Delacroix pintó en 1830 la obra "La libertad guiando al pueblo" en la que refleja la revolución liberal francesa de 1830. Fuente: Wikipedia.
Los tres movimientos irán de la mano a lo largo de los procesos revolucionarios de 1820, 1830 y 1848, y por supuesto, en el surgimiento a partir de la década de 1860 de dos nuevos grandes estados, Italia y Alemania, que suponen el colofón al triunfo de las ideas nacionalistas en la Europa del XIX.

La ideología nacionalista: concepto de nacionalismo

- En el Antiguo Régimen existían estados/reinos o imperios, articulados en torno a un monarca absoluto. El estado estaba ligado a la monarquía, de forma que pertenecían a un mismo país todos aquellos que eran súbditos de un mismo monarca absoluto, con independencia de que fueran gentes de cultura, costumbres y tradiciones diferentes. Esto permitía, por un lado, que pueblos culturalmente afines, como los alemanes, estuvieran divididos en multitud de reinos diferentes con distintos monarcas. Por otro lado, imperios como el de Austro-Hungría incluía bajo sí pueblos tan diferentes como los austriacos, los húngaros, los serbios, los rumanos o los polacos, unidos bajo un mismo rey, que era lo único que tenían en común.

El Imperio austrohúngaro ejemplifica a la perfección los estados pluriétnicos del Antiguo Régimen.
Fuente: elaboración propia.

- Frente a ello los nacionalistas defienden un nuevo concepto, el de estado/nación. La nación es la base del estado y toda nación debería tener uno. Y ¿qué es la nación? La nación es una comunidad de individuos con unos rasgos comunes: una cultura, una lengua, una raza, una religión, unas tradiciones, un derecho, unas instituciones, etc. Estos rasgos y elementos culturales son una herencia, se forjan a lo largo de la historia, de ahí el peso que para los nacionalistas tienen los lazos históricos. Todos estos rasgos comunes daban a los hombres que los compartían una"conciencia nacional" (conciencia de pertenecer a una misma nación, junto a otros hombres con una cultura similar), que les llevaba al deseo y la voluntad de vivir en común dentro de un mismo estado, con unas mismas fronteras. Un ejemplo paradigmático sería el nacionalismo alemán que pretendía unir a todos los estados de cultura y lengua alemana en único estado, lo que finalmente consiguió con el proceso de unificación terminado en 1870, aunque quedó al margen Austria.

La Alemania unificada del siglo XIX es un ejemplo paradigmático de estado-nación. Fuente: elaboración propia.

Después de lo dicho, parece evidente que el nacionalismo busca estados mucho más homogéneos a nivel jurídico, lingüístico, cultural o religioso, que los existentes en el Antiguo Régimen europeo. Tal proceso de uniformización y homogeneización es el que protagonizan aquellos pueblos que pretenden escindirse de un estado superior mucho más diverso para crear un estado más monolítico, pero es también el que emprenden en el siglo XIX aquellos estados que quieren configurarse como un estado-nación, aún conteniendo en su interior una gran diversidad cultural, ese es el caso de Francia o de España (el segundo con evidente menor éxito), estados que utilizarán todos los medios del estado, la administración o el sistema educativo en este sentido.
Por lo general, los movimientos nacionalistas del siglo XIX pasan por dos fases. Por un lado, inicialmente se desarrolla un nacionalismo cultural que trata de reivindicar la cultura propia, que pretende desarrollarla y reivindicarla: intelectuales nacionalistas escriben en su lengua vernácula, ponen en marcha estudios históricos o filológicos, se potencian las costumbres, las tradiciones, el folklore local. Paralelamente, o a posterior, se va desarrollando un nacionalismo político, cuando la intelectualidad nacionalista percibe que la mejor manera de preservar o desarrollar la personalidad propia es a través de la creación de un estado propio, con sus propias instituciones. Se desarrollan así las aspiraciones nacionalistas a través de organizaciones políticas, optando en ocasiones por procesos revolucionarios que desembocan en la independencia. Así ocurrió en Alemania o Italia en la década de 1830, cuando surgen sociedades secretas nacionalistas como la Joven Italia o la Joven Alemania. En el caso de España, tras el desarrollo de movimientos culturales de recuperación de la lengua y la cultura propia, como el caso de la Renaixensa catalana, surgieron a finales del siglo XIX los primeros partidos políticos de corte nacionalista como la Unió Catalanista o el Partido Nacionalista Vasco.

Diferencias entre patriotismo y nacionalismo

A la hora de definir nacionalismo, son muchos los que ponen el énfasis en las diferencias entre nacionalismo y patriotismo. No faltan los que, incluso, defienden el carácter antagónico de ambos términos. En el mundo académico, el patriotismo suele definirse como el sentimiento de pertenencia a un estado a través de sus instituciones, a partir del sistema de gobierno existente, de los principios vitales y valores compartidos. En este sentido, el patriotismo tendría un sentido cívico e integrador, no rechazaría la pluralidad y la diversidad, que considera enriquecedora. Este concepto encajaría perfectamente con los sentimientos de pertenencia a estados plurinacionales o plurilingüísticos clásicos como Bélgica, Suiza o Canadá o estados nacidos de la unión de múltiples entidades políticas, como el caso de Estados Unidos de América. Para muchos sectores académicos, los sentimientos de pertenencia a Francia o España tendrían este mismo perfil.
Por el contrario, el nacionalismo es la lealtad al grupo étnico, aquel que posee una lengua o cultura diferenciada, elementos claves a la hora de construir una nación. En este sentido, el nacionalismo tiene un objetivo que es la construcción nacional, y tiene enemigos, aquellos que se oponen a ella. Un ejemplo serían buena parte de los estados surgidos en el siglo XIX, como Alemania o Italia, y por supuesto los nacionalismos centrífugos de la España actual, con el caso vasco o catalán como paradigmas.
A esta acepción de nacionalismo, algunos añaden un claro matiz peyorativo. En este sentido, el nacionalismo excluiría al diferente: "mientras el patriotismo une, el nacionalismo desune". En consonancia con tal valoración, el nacionalista sería un supremacista y se consideraría no solo diferente, sino superior, su intolerancia le haría proclive al uso de la violencia. Según esta postura, y en contraposición, el patriotismo sería tolerante e integrador.

Qué difícil es diferenciar en esta imagen al patriota del nacionalista. Fuente: blogs.público.es


El autor de este artículo no comparte esta visión, premeditadamente ingenua, que tanto circula por muchas webs. Aún existiendo el patriotismo, muchas, demasiadas veces, esconde un nacionalismo encubierto. Así ha sido en el caso de Francia o España a lo largo de la historia contemporánea. El estado centralista francés no solo se cimentó en el siglo XIX en un patriotismo cívico, sino que inició un claro proceso de homogeneización cultural a través de todos los medios que tuvo a su alcance en un sentido claramente nacionalista. Si hoy el nacionalismo francés tiene forma de patriotismo es porque tiene colmada sus aspiraciones nacionales. En el caso de España, la situación fue parecida, aunque la debilidad del estado liberal español le incapacitó para llevar a cabo su labor como hubiera querido, fracasando parcialmente en su intento de crear una nación uniforme. No pudo homogeneizar lo suficiente, ni pudo destruir la diversidad, y cuando lo hizo, recurrió con demasiada frecuencia al autoritarismo. Concebir al liberalismo español del siglo XIX como patriota y no nacionalista, es tergiversar la realidad. La línea de separación entre ambos conceptos es muy delgada: si el nacionalismo catalán no tuviera una vertiente patriota, no daría derechos de autodeterminación y protegería la diversidad cultural de su propio territorio, como lo demuestra en su actitud respecto al caso del valle de Arán.
En realidad, el patriotismo suele ser la versión nacionalista más moderada de aquellos estados diversos que ya existen y por tanto tienen colmadas sus aspiraciones nacionales (sus fronteras no se cuestionan internacionalmente y tienen base histórica, su lengua predominante es fuerte, su cultura apenas sufre con la globalización actual) pero en los que pervive una mayor o menor diversidad. Tanto en España como en Francia abundan los patriotas, pero existen también muchos nacionalistas españoles o franceses que se encubren en el patriotismo para no mostrar sus similitudes con los nacionalismos centrífugos que combaten y desprecian. El patriotismo que sacraliza las fronteras, al que le "duele" la diversidad, aunque la tolere con mayor o menor dificultad, que no asume la evidente plurinacionalidad cultural de España, que la concibe como una nación no solo en el sentido político o cívico, sino cultural y lingüístico, que no termina de asimilar como una normalidad la existencia de españoles cuya lengua materna no es el castellano; ese patriotismo reproduce los mismos "vicios" del nacionalismo, sencillamente porque es nacionalismo. En otras palabras, cuando fusionas estado con nación y concibes la nación a partir de unas fronteras inalterables, una cultura concreta y una lengua común, ya eres un nacionalista, aunque además otorgues un valor enorme al componente cívico y los valores compartidos. El nacionalismo centrípeto no es solo el que fusiona diversos estados para crear un estado nación superior, es también el que se parapeta en las instituciones y los supuestos valores comunes para defender a capa y espada las fronteras nacionales existentes.

Como bien denuncia "El Roto" en sus viñetas, el nacionalismo tiene una enorme necesidad de símbolos y banderas.



Nacionalismo orgánico y nacionalismo liberal

Johann Gottfried Herder Retrato de F.A.
Tischbein (1796). Fuente: Flickr.com
- Nacionalismo orgánico: es el nacionalismo desarrollado especialmente en Alemania por intelectuales como Herder o Fichte, que pone el énfasis en la existencia de unos valores culturales comunes en la base de una nación, que la definen como tal y la diferencian de las demás naciones. La nación sería un organismo vivo con unas características hereditarias que la definen (lengua, tradiciones, cultura, territorio) y que se han ido conformando a lo largo del proceso histórico. En este sentido, la nación es una realidad objetiva, que no depende de la voluntad o el deseo de los individuos que la componen. Las personas no deciden su pertenencia a la nación, simplemente forman parte de ella. En este sentido, Herder desarrolla el concepto de "Volkgeist" ("espíritu del pueblo"). Cada pueblo tiene su espíritu nacional propio, una forma de ser que lo diferencia de otras naciones, por lo que debe vivir separado, cada uno en su propio estado, preservando sus propias costumbres y cultura.

Los hermanos Grimm fueron lingüistas que recogieron cuentos populares alemanes (Caperucita roja, Hansel y Gretel o La bella durmiente), buscando en la literatura tradicional el espíritu nacional alemán. Fuente: nationalgeographic.com.es

- Nacionalismo liberal: lo desarrollan intelectuales como el italiano Giuseppe Mazzini, que hacen hincapié no tanto en la existencia de una cultura propia, sino en la voluntad de los pueblos de vivir en común, debido a la existencia de una conciencia nacional. El individuo es el que decide de forma subjetiva formar parte de una nación, de ahí que el deseo y la voluntad de los individuos sea determinante: un colectivo se convierte en nación por libre elección. Se desarrolló en el sur de Europa, en Italia o Francia, influido por las ideas de la ilustración y el liberalismo. 

Nacionalismo centrípeto y nacionalismo centrífugo

- Nacionalismo centrípeto o integrador: se unen diversos estados pequeños hasta formar un estado-nación superior, al compartir todos ellos una misma cultura y lengua. Su objetivo es integrar y unir. Un ejemplo son las unificaciones de Italia y Alemania. En este tipo de nacionalismo se incluirían  también algunos de los estados del Antiguo Régimen que como España o Francia, tratan en el siglo XIX de convertirse en estados-nación, intentando forjar una identidad a través de un esfuerzo de nacionalización de sus habitantes a través de la educación, las tradiciones, las leyes.
- Nacionalismo centrífugo o disgregador: determinados territorios pretenden independizarse de estados superiores, al reconocerse a sí mismo como naciones. Su objetivo es separar o disgregar. Por ejemplo los irlandeses respecto a Gran Bretaña, los catalanes y vascos respecto a España, los griegos respecto al imperio turco, los húngaros o checos respecto al Imperio austrohúngaro o los polacos frente al Imperio ruso.

Fuente: elaboración propia

Al contrario de lo que con frecuencia se expone, ninguno de los dos tipos de nacionalismo es en esencia negativo o positivo. Es cierto que el concepto de "integrar" tiene una connotación en principio mucho más positiva, pero con frecuencia a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, la integración solía ir ligada a la uniformización, a la destrucción de la diversidad, lo que le conferiría un claro matiz negativo. Por el contrario, "separar" o "disgregar" suele tener connotaciones negativas en nuestro pensamiento, sin embargo, la separación puede implicar la libertad del que se separa, cuando su singularidad no es respetada, en ese sentido, la separación puede ser la mejor manera de preservar la diversidad. Con frecuencia, el nacionalismo disgregador ha servido para salvaguardar la diversidad, al permitir la preservación de culturas minoritarias que a duras penas sobrevivían en el contexto de marcos estatales y nacionales superiores, culturas que de otra manera se hubieran visto abocadas a la desaparición. Un ejemplo paradigmático al respecto lo tendríamos en el nacionalismo vasco y la defensa de la cultura y la lengua euskaldún. A finales del XIX nacía el nacionalismo vasco con una ideología racista y excluyente, sin embargo, su nacimiento fue clave en la supervivencia de una cultura rural y arcaica, que de otro modo hubiera desaparecido con el desarrollo industrial, el centralismo cultural y político del liberalismo español y la expansión y generalización del castellano en la cultura y la educación.
En este sentido, aunque con frecuencia el nacionalismo centrífugo ha conducido al desprecio del diferente, en busca de la reafirmación propia, también lo ha hecho el nacionalismo centrípeto con su afán homogeneizador. No hay, pues, nacionalismos buenos y malos. Como casi siempre, el maniqueísmo interesado solo nos conduce al error y la confusión. El nacionalismo es una realidad política y cultura compleja que tiene aspectos negativos y positivos, algo que comparten los distintos tipos de nacionalismos por igual.

El nacionalismo en el siglo XIX (II): movimientos nacionalistas y nuevos estados.

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En la segunda mitad del siglo XIX estaban de moda los mapas satíricos como éste. Bajo el título "Angling in Troubled Waters" (Pesca en aguas turbulentas) mostraba la complejidad política de la Europa de 1899. Fuente: Pinterest.


Esta entrada sería la segunda parte de nuestra aportación al análisis del nacionalismo decimonónico. En la primera parte, El nacionalismo en el siglo XIX (I), analizamos las bases y el contexto general del nacionalismo decimonónico, así como el concepto y tipos de nacionalismos. En esta segunda parte, nos sumergiremos en las sucesivas oleadas revolucionarias de carácter liberal y nacionalistas que sobresaltaron la Europa de la primera mitad del siglo XIX, dando lugar al nacimiento de nuevos estados nacionales como Grecia o Bélgica, para abordar después los procesos nacionalistas de la segunda mitad del siglo XIX, que dieron lugar a las unificaciones de Italia y Alemania y el surgimiento a finales del siglo de nuevos estados en los Balcanes. Finalizamos como un breve análisis del nacimiento en la España de la época de los primeros movimientos nacionalistas, en especial en Cataluña y Euskadi.

La oleada revolucionaria de 1820 y la independencia de Grecia

Entre 1820 y 1825 se inicia una oleada revolucionaria liberal que se extendió especialmente por el área mediterránea, afectando a Portugal y a algunos estados italianos. En España triunfa el pronunciamiento militar de Riego, que conduce al llamado "Trienio Liberal" (1820-23) y supone la puesta en vigor de nuevo de la constitución de 1812. En Grecia, sin embargo, esta oleada cobra forma de reacción nacionalista frente a la dominación del Imperio turco.
El nacionalismo griego surge a finales del XVIII, estimulado por una Rusia que comparte con los helenos la religión cristiano-ortodoxa y cuyo principal objetivo era desgastar el poderío turco en los Balcanes. De hecho, al frente del levantamiento independentista en sus inicios estaría la organización secreta  Philiké Hetairía, creada por comerciantes griegos en la ciudad rusa de Odessa en 1814.
Lord Bayron con indumentaria albanesa. Retrato
de Thomas Phillips (1835). F.: nationalgeographic
En 1820, el Pachá o gobernador de Ioanina (al norte de Grecia) se subleva. Un año después, la rebelión se extiende por el Peloponeso, donde los campesinos tienen hambre de tierras, pues éstas estaban muy mal distribuidas (la minoría turca poseía gran cantidad de propiedades). Los comerciantes urbanos se unirían pronto al movimiento, que contaría, además, con el apoyo de los griegos emigrados a otros países europeos. De hecho, la revolución griega no se entiende sin el movimiento internacional que se generó en su favor. El romanticismo europeo ensalzó el legado clásico de Grecia como el germen de Europa y las simpatías hacia la causa griega se extendieron por todo el continente, se reunieron fondos y se crearon asociaciones para apoyar a los insurrectos, muchos aristócratas e intelectuales helenófilos, como el poeta inglés Lord Byron o el historiador escocés Thomas Gordon, combatieron en Grecia junto a los rebeldes. Las simpatías hacia la revolución se vieron favorecidas por las atrocidades turcas, convertidas en Europa en un símbolo de la crueldad oriental frente a la civilización occidental. El brutal asesinato de Gregorio V, patriarca griego de Constantinopla, ahorcado el Domingo de Pascua de 1821, enfureció a griegos y rusos y provocó enormes protestas en toda Europa. A pesar de todo, las potencias occidentales, Francia y Gran Bretaña, recelaban de la insurrección por la creciente influencia rusa en la zona.
En 1921, el líder de la Philiké Hetairía, Alexandros Ipsilantis, penetra en el Imperio turco desde Rusia a través de la Moldavia rumana, pero es derrotado. Sin embargo, la insurrección se extiende por el Peloponeso griego y en enero de 1822, los rebeldes se reúnen en Asamblea Nacional en Epidauro, proclamando la independencia y aprobando una constitución. Alexandros Mavrokordatos se convierte en el primer presidente, pero sin el poder efectivo y real. Las divisiones internas y los enfrentamientos entre griegos marcaron en todo momento la guerra de la independencia y debilitaron el movimiento independentista: enfrentamientos entre distintos grupos sociales con intereses encontrados (navieros, comerciantes, notables, jornaleros) y también entre las islas y los territorios continentales. Las debilidades del movimiento independentista se vieron acentuadas con la intervención en favor del sultán Mahmud II de su vasallo más poderoso, el Pachá de Egipto.
 Óleo de T. Vryzakis (1853) sobre el asedio de Missolonghi en 1826. Los griegos se luchan
  para sacar de la ciudad a mujeres y niños. F.: historia.nationalgeographic.com
Las potencias europeas esperaban que la rebelión fracasase, pero al persistir, se vieron obligadas a actuar, forzadas por la presión de sus respectivas opiniones públicas, el recelo ante la intervención egipcia y la defensa de sus intereses políticos y comerciales (los ingleses controlaban las islas jónicas). Británicos y rusos aproximan sus posturas y las potencias deciden intervenir militarmente en la zona: el 20 de octubre de 1827 las flotas francesa, inglesa y rusa derrotan a los turcos en Navarino. Posteriormente, los franceses desembarcan en el Peloponeso y en 1828 los ejércitos rusos penetran en el Imperio turco a través del Danubio. En septiembre de 1929, el Tratado de Adrianápolis sella la paz y supone la aceptación de la independencia de Grecia y el libre tránsito por los estrechos de Bósforo y Dardanelos. Pero las potencias europeas, en el Protocolo de Londres de 1830, limitaron el territorio de la nueva nación griega al Peloponeso, la región de de Atenas y las islas Cícladas, mucho menos de lo esperado por los griegos, imponiendo además una monarquía bajo su control y protección.
Fuente: elaboración propia

La oleada revolucionaria de 1830 y la independencia de Bélgica

La oleada revolucionaria de 1830 nace en Francia y se extiende a Bélgica, Polonia y otros territorios europeos, en los que tendrá un claro carácter nacionalista. En Francia, la revolución supuso el triunfo de la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleans frente a las tendencias autoritarias de Carlos X. La revolución se extiende pronto hacia la vecina Bélgica, mezclando la ideología liberal con las aspiraciones nacionalista. Bélgica pertenecía a los Países Bajos, pero tenía una religión diferente (frente al calvinismo de los holandeses, los belgas eran católicos), gozaban de mayor desarrollo industrial e incluso tenía una lengua diferente -en la región de Valonia, al sur y este del país se hablaba francés, que era además el idioma de la élite de Flandes, la zona de habla neerlandesa o flamenca-. El estado era unitario y Bélgica no disfrutaba de autonomía alguna. Las instituciones de gobierno estaban en Holanda y aunque Bélgica poseía más población, los belgas tenían el mismo número de diputados en el parlamento y el gobierno estaba compuesto mayoritariamente por holandeses.
Fuente: elaboración propia.

La revolución nacional estalla en Bruselas el 25 de agosto. Bajo el estímulo de la revolución de París, los rebeldes exigen la autonomía. El rey Guillermo I de los Países Bajos envía a finales de septiembre un ejército a Bruselas para acabar con la insurrección, lo que desencadena un auténtico levantamiento nacional. El ejército holandés es derrotado. Las tropas holandesas abandonan las principales ciudades belgas y el 4 de octubre un gobierno provisional declara la independencia.
La situación se internacionaliza y Francia respalda al nuevo país, con la intención final de anexionárselo, mientras los ingleses miran cada vez con más simpatías al movimiento revolucionario belga. Los holandeses tenían esperanzas de contar con el apoyo de Rusia y Prusia, garantes de las fronteras definidas en el Congreso de Viena, que sin embargo, nunca se llegó a a formalizar del todo. Finalmente, la Conferencia de Londres de 1830 reconocía la independencia de Bélgica, con la condición de ser un estado neutral perpetuamente, la exclusión de su territorio de Luxemburgo y de parte de Limburgo y el compromiso de pagar la mitad de la deuda de los Países Bajos. Tras unas elecciones se reúne un Congreso Nacional en Bruselas en noviembre y se elige a Leopoldo de Sajonia-Coburgo como rey. Se crea una constitución liberal avanzada (soberanía nacional, amplia declaración de derechos, separación de Iglesia-estado, separación de poderes).
Todavía queda tiempo para un último capítulo bélico: en agosto de 1831, el ejército holandés invade Bélgica, aunque la rápida intervención militar francesa le obligó pronto a retirarse. Al contrario de lo esperado, Rusia no acudió en ayuda de los Países Bajos, ocupada como estaba en acabar con el levantamiento nacional polaco.
La inquietud nacionalista se extendió también a otras zonas como Polonia, Italia o Alemania, donde estallan movimientos liberales y nacionales que terminaron fracasando. Aprovechando que la atención de Rusia estaba centrada en Bélgica, los polacos inician un levantamiento nacionalista que en noviembre de 1830 conduce a la creación de un gobierno provisional en Varsovia, presidido por el general Chlopicki. Fue conocido como la Revolución de los Cadetes.
La reacción autoritaria del zar ruso Nicolás I lleva a la Dieta polaca a proclamar la independencia. En septiembre de 1831, Varsovia cae en manos rusas, se suprime la Dieta y se inicia una durísima represión que conduce al exilio de miles de polacos hacia Francia y los estados alemanes.
En Italia el rechazo a la presencia de los austriacos en el norte y a la pervivencia del poder temporal del Papa en el centro, empujaba la lucha de los nacionalistas italianos, estimulados por la sociedad secretas de los carbonarios. Las revoluciones triunfan en Parma y Módena, cuyos soberanos son expulsados, pero el ejército austriaco interviene y los repone. Los reinos absolutistas se refuerzan, aunque el nacionalismo pervive en el romanticismo reinante que ensalza el glorioso pasado históricos italiano, en las obras de Manzoni o Leopardi o en la actividad de la sociedad de la "Joven Italia".
En Alemania se recibe con afecto a los refugiados de Polonia. En algunos estados alemanes se producen levantamientos nacionalistas y se proclaman constituciones, es el caso de Brunswick, Hannover, Sajonia o Hesse-Kassel. En 1832 se celebró el Festival de Hambach, que se convirtió en un acto de reivindicación liberal y nacionalista en el que participaron exiliados polacos. Imitando a las banderas tricolores italiana o francesa, los participantes diseñaron una bandera alemana con los actuales colores (negro, rojo y amarillo). Sin embargo, la represión de los monarcas y la acción decidida de las grandes potencias germanas como Prusia y Austria frustrará las aspiraciones liberales y nacionales. El único paso hacia la formación de un estado unido será la creación del Zollverein, unión aduanera de los estados alemanes, puesto en marcha en 1834 y al que se fueron uniendo en los años posteriores casi todos los estados germanos menos Austria.

Festival de Hambach. Los participantes utilizan por primera vez los colores de la bandera actual de Alemania, que aparecen aquí con los colores intercambiados. Litografía de Chr. Heineld (1832).  Fuente: Stadtmuseum Neustadt an der Weinstrasse







El nacionalismo en la oleada revolucionaria de 1848

El triunfo a finales de febrero de 1848 de la revolución en Francia, supuso el final de la monarquía de Luis Felipe de Orleans, proclamándose la Segunda República Francesa, con un alto componente democrático y social.
Barricadas en la Calle Saint-Maur en París el día 25 de junio de 1848. Fuente: archivoshistoria.com





Litografía publicada en 1861, que muestra la proclamación de la República
Romana en la Piazza del Popolo.  Fuente: commons.wikimedia.org
Influida por los acontecimientos de Francia, en Europa se desarrolla la que se llamó "la primavera de los pueblos" en la que se combinan las ideas liberales y democráticas con las aspiraciones nacionales. En Italia, estallan insurrecciones liberales en el sur, en Nápoles y Sicilia, pero la fuerza decisiva es la reacción en el norte ante la ocupación austriaca: levantamiento en Toscana o Módena, alzamiento de Milán, proclamación de la República de San Marco en Venecia. Entre 1848 y 1849 se proclama la República Romana en los Estados Pontificios y el Papa Pío IX tiene que huir. La reacción de Francia y Austria acabó con todas estas revueltas.
En Austria la revuelta de marzo provoca la caída de Metternich, símbolo de la Europa de la Restauración y el emperador Fernando acepta una asamblea constituyente. Los húngaros y checos piden su propia asamblea. El emperador decide intervenir, pero los obreros y liberales de Viena se oponen. El ejército austriaco interviene y ocupa Viena, reprimiendo con dureza el movimiento nacionalista checo y húngaro.
Barricada en Viena, 26 de mayo de 1848. Fuente: siquescurioso.wordpress.com

El movimiento insurreccional de 1848 llegó con fuerza a Alemania, mezclando el alzamiento nacionalista con la revolución liberal. La llamada Confederación Germánica, que englobaba a lo que después se convirtió en Alemania, estaba fragmentada en 38 estados. El Imperio austriaco, que contenía también pueblos no germánicos como húngaros, checos o rumanos era el estado hegemónico, existiendo también varios reinos como Baviera, Sajonia, Würtemberg, Hannover y sobre todo Prusia, el más importante, junto a Austria. A ellos habría que añadir 29 grandes ducados y principados, además de varias ciudades libres como Franckfurt y Hamburgo. Todos los estados de la Confederación asistían a una Dieta presidida y dominada por Austria, por otro lado, la gran enemiga de la unidad política. Austria tampoco se había integrado en el Zollverein, la unión aduanera surgida en 1834 y que tanto había favorecido la cohesión económica y política de los estados alemanes.
Los movimientos revolucionarios fueron más fuertes en los estados occidentales, por su mayor desarrollo económico y por la cercanía al principal foco revolucionario, Francia. Los estados más fuertes como Sajonia, Baviera o Prusia resistían mejor los embates revolucionarios, que sin embargo, terminaron por hacerlos tambalear también. Igual que en Francia, la crisis económica se convierte en un detonador de las revoluciones. Con las llamadas "jornadas de marzo" de 1848 se inicia la revolución. Se producen primero revueltas campesinas, después revueltas urbanas que piden el establecimiento de libertades y asambleas liberales.
En Prusia la revuelta obrera y estudiantil en Berlín obliga a Federico Guillermo IV a hacer concesiones a los liberales. A partir de mayo de 1848, se reúne una Asamblea en Frankfurt en el que se hayan representados todos los estados alemanes. Pronto se harán evidentes las diferencias entre los sectores defensores de una monarquía liberal moderada, los demócratas de carácter republicano y los defensores de las ideas socialistas. Tampoco hay unanimidad en lo referido a las fronteras del estado unitario, algunos apuestan por una Gran Alemania, articulada a partir de Austria y que incluiría todos los territorios poblados de la Confederación Germánica, otros, por el contrario, optan por una Alemania más reducida conformada en torno a Prusia. El parlamento de Frankfurt llegó a promulgar una constitución liberal y monárquica en 1849, ofreciendo la corona imperial a Guillermo IV, que la rechazó. La constitución no llegó a ser aceptada por los monarcas, reticentes a renunciar a sus poderes. Finalmente, la reacción conjunta de los soberanos absolutistas, especialmente de Prusia, condujo al fracaso de las aspiraciones y movimientos insurreccionales, así como a la supresión de las asambleas y libertades conquistadas.

Litografía del parlamento de Frankfurt en la iglesia de San Pablo (1849). Philipp Veit. F.: archivoshistoria.com





Las unificaciones de Italia y Alemania

a) Rasgos comunes de ambas unificaciones
- La ocupación francesa durante la época napoleónica extendió las ideas de la Revolución Francesa y despertó los sentimientos nacionales frente a la ocupación extranjera. Intelectuales nacionalistas canalizaran dichos sentimientos, Herder o Fichte entre los alemanes o Mazzini y Gioberti entre los italianos. Ambos movimientos se verán influidos por el romanticismo y surgirán movimientos políticos y sociedades secretas como la Joven Italia o la Joven Alemania, inspiradas por los intelectuales.
- Ambas se desarrollan en la segunda mitad del siglo XIX, entre 1859 y 1870 y surgen en medio de guerras frente a otras potencias que se oponen a la unificación (Francia y Austria).
- Hay un reino más fuerte que actúa como unificador y del que parte la iniciativa militar y política (Prusia en el caso de Alemania y Piamonte en el caso de Italia). El rey Víctor Manuel II de Piamonte y Guillermo I de Prusia encabezaron el proceso de unificación, con el respaldo de la burguesía y el ejército y bajo la dirección de los jefes de gobierno de dichos estados, auténticos artífices de la unificación: Cavour en Italia y Bismarck en Alemania.
- Ambos estados se configurarán como monarquías constitucionales. En ambos casos la unidad favorecerá el despegue industrial y económico, estimulado por la existencia de un gran mercado nacional.

b) La unificación italiana
Víctor Manuel II. F.: Biografíasyvidas.com
En la base del nacionalismo italiano convergían varios intereses: por un lado, los intereses crecientes de la emergente burguesía industrial y comercial del norte, consciente de la necesidad de un mercado nacional grande que permitiera la creación de una extensa red de ferrocarril y la expansión económica en plena revolución industrial. Por otro lado, la creación de una conciencia nacional a partir de la intensa labor de intelectuales que ensalzan la idea de la patria italiana, es el caso de los escritores románticos Leopardi o Manzoni, que defienden la unidad, o de Gioberti, defensor de la unificación de los italianos en torno al Papa (opción defendida por los neogüelfos). Por último, la acción política de la monarquía piamontesa, la casa de Saboya, y especialmente del conde Cavour, primer ministro del Piamonte, que representa la vertiente monárquica y conservadora de la unificación, y frente a ella, la opción republicana y progresista simbolizada en revolucionarios como Garibaldi o Mazzini, defensores de una unificación en forma de república democrática.
Camillo Benso, conde de Cavour (izquierda) y  Giuseppe Mazzini (derecha). F.: Wikipedia.org

La unificación se desarrolla en la década de 1860 y la iniciativa procede del estado más rico y desarrollado, el Piamonte. La unificación se alcanzó en tres fases:
Giuseppe Garibaldi. F.: nationalgeographic
- Entre 1859 y 1860 el reino de Piamonte, bajo el reinado de Víctor Manuel II y el gobierno de Cavour, se alía con la Francia de Napoleón III para expulsar a los austriacos del norte de Italia y los derrota en las batallas de Magenta y Solferino (1859), lo que le permite anexionarse Lombardía. Sin embargo, las reticencias de Francia, que pacta con Austria, impide a los piamonteses tomar Venecia. En los ducados de Parma, Módena y Toscana se realizan varios plebiscitos que llevan a su incorporación al Piamonte. Se crea entonces un Parlamento italiano que representa a todos los territorios dominados por Víctor Manuel II.
- Entre 1860 y 1865, y tras la expedición de los "camisas rojas" de Garibaldi, que se apoderan de Napoles y Sicilia (1860), todo el sur de Italia se unió al Piamonte. Ese año las regiones de Las Marcas y Umbría, pertenecientes a los Estados Pontificios, se incorporan también al nuevo estado. En 1861 Víctor Manuel II era proclamado rey de Italia por un parlamento italiano reunido en Turín.
La batalla de Calatafemi fue la primera tras el desembarco de los "camisas rojas" en Sicilia.
Fuente: bolledicultura.wordpress.com
Pìo IX, firme enemigo de una Italia unida. Retrato de
 George Peter Healy Alexander de 1871. Wikipedia.org
- En 1866 y 1870 se culmina el proceso de independencia. Cuando estalla la guerra en 1866 entre Prusia y Austria, en plena unificación alemana, los italianos aprovechan para atacar a Austria desde el sur. Aunque son derrotados, el triunfo prusiano obliga a Austria a entregar Venecia al nuevo reino de Italia. Solo la Roma del Papa Pío IX, hostil hasta el final al nuevo estado italiano, no estaba integrada en el nuevo reino, gracias a la protección de Francia. Sin embargo, el estallido de la guerra entre Francia y Prusia y la derrota francesa en 1870, abrió el camino a la anexión de Roma, que se convertiría en la capital del nuevo estado. El Papa y la Iglesia católica no aceptó la anexión, lo que no se resolvió hasta 1929, con los acuerdos de Letrán, que supusieron la creación del Estado de la Santa Sede (Vaticano) en el centro de Roma.
Surgía una nueva potencia europea, organizada como una monarquía constitucional, cuya economía creció con fuerza en las décadas siguientes (eliminación de aduanas, códigos de leyes uniformes, moneda única) pero con grandes desequilibrios territoriales y económicos que aún persisten. En las siguientes décadas, el desarrollo industrial se centró en el norte del país, mientras el sur quedaba como una zona agraria y pobre. La unificación no permitió soldar económicamente las dos Italias.


c) La unificación alemana
Como ya hemos comentado, la Confederación germánica estaba a principios del siglo XIX formada por 38 estados, con cuatro reinos importantes (Baviera, Würtemberg, Hannover y Sajonia) y dos potencias de nivel europeo, Austria y Prusia. Existía una asamblea o Dieta federal, presidida por el emperador austriaco. A lo largo de la primera mitad del siglo XIX, la rivalidad entre Austria y Prusia fue aumentando con rapidez. Prusia quería monopolizar una posible unión, Austria frenarla para poder mantener su imperio multinacional (el Imperio austro-húngaro).


Las raíces económicas de la unificación fueron indiscutibles. El Zollverein, constituido en 1834, había traído ventajas económicas para todos, el crecimiento económico en las décadas posteriores resultó intenso, la burguesía comprobó pronto sus beneficios, la población aumentó y la industrialización de regiones como el Ruhr fue intensa. El desarrollo de la red de ferrocarriles por encima de las fronteras estatales contribuyó también a la unificación.
Los intelectuales románticos enarbolaron durante la primera mitad del siglo la bandera de la unidad, demostrando su fuerza en los acontecimientos de 1848. Poetas como Heine o historiadores como Ranke o Droysen hablaban de la unidad de Alemania. Las universidades eran un foco de nacionalismo y surgían periódicos como el Deutsche Zeitung que se dirigían a toda Alemania. Mientras, la discusión se centraba en la forma que debía adoptar la ansiada unidad, los conservadores preferían una confederación que respetara los derechos históricos de los soberanos, los liberales un estado federal con un emperador a la cabeza y los democrátas una república federal. 
La unificación será liderada por Prusia y se desarrolla en tres fases:
- Entre 1859 y 1865 se producen los primeros pasos en la unificación. Bismarck había ascendido a canciller de Prusia en 1862 e inició las maniobras para arrebatar a los daneses los ducados alemanes limítrofes de Schleswig y Holstein. Para ello tuvo que contar con Austria, ésta ocuparía Holstein, Schleswig quedaría en manos de Prusia.
- Entre 1866 y 1869 la rivalidad entre Prusia y Austria desembocaba en un conflicto armado. Aprovechando que Austria estaba inmersa en la guerra contra la unificación italiana, Prusia invade Holstein y se enfrenta a Austria. Dirigido por el general Moltke, con gran capacidad de movimientos gracias al ferrocarril y mejor armamento (fusil de retrocarga), el ejército prusiano vence en Sadowa a los austriacos, y para sorpresa de toda Europa, la guerra se torna corta. Se produce la anexión a Prusia de algunos de los estados del norte de Alemania y en 1867 la creación de la Confederación Alemana del Norte, que incluía al resto de los territorios del norte y centro de Alemania, reunidos en una nueva estructura estatal en torno a la Alemania de Bismarck.
- Entre 1870 y 1871 se desarrolla la última etapa y más definitiva. Napoleón III de Francia no puede aceptar la extensión de Prusia hacia los estados del sur de Alemania, pues un país unificado sería un peligro para Francia. Bismarck buscó entonces la guerra. Aprovechando la oposición exigente de Francia a la candidatura Hohenzollern al trono español y la presión contra Alemania para que no hubiera otro candidato alemán, Prusia declara la guerra a Francia. Prusia aplasta en Sedán y Metz a los ejércitos franceses. Sin oposición, se unen al nuevo estado todos los estados del sur de Alemania, menos Austria, incorporando también Alsacia y Lorena, territorios que serían causa de disputa con Francia hasta la Segunda Guerra Mundial.
Surgía así una nueva potencia bajo el liderazgo de Bismarck, que se constituía como un imperio, el II Reich alemán bajo el trono del rey prusiano Guillermo I. Se iniciaba una época de gran desarrollo económico bajo la alianza entre la nobleza terrateniente y la burguesía industrial.

Guillermo I. Fuente: wikipedia.org                      Otto von Bismarck. Fuente: elpaís.com













El surgimiento de nuevos estados balcánicos a fines del XIX

A principios del siglo XX, asistimos a las primeras reacciones nacionalistas de los pueblos cristianos de los Balcanes frente al Imperio turco, un gran estado de carácter islámico que se extendía por tres continentes, desde el norte de África al Oriente Próximo asiático y los Balcanes europeos. La reacción nacionalista de pueblos como los serbios, rumanos, búlgaros o griegos, se produce frente al centralismo administrativo, los excesivos impuestos, la represión y la intolerancia cultural y religiosa ejercida por las autoridades turcas. Las aspiraciones de estos pueblos se vieron respaldadas en ocasiones por Austria, pero sobre todo por Rusia, interesadas en el hundimiento del Imperio turco, de cuyas ruinas querían obtener beneficios territoriales y estratégicos. Rusia siempre concibió los Balcanes como un lugar privilegiado para su expansión natural, buscando la salida directa al Mediterráneo. Los barcos rusos tenían que atravesar los estrechos del Bósforo y Dardanelos, situados en territorio turco, para encontrar una salida al Mediterráneo. Todo ello generaba una gran tensión entre ambos imperios. Un factor relevante es que Rusia ejercía también un importante papel como referencia cultura y religiosa entre los pueblos balcánicos, no hay que olvidar que buena parte de éstos compartían la religión ortodoxa cristiana con Rusia (Rumanía, Serbia, Bulgaria o Grecia), y algunos de ellos eran además eslavos, por lo que su lengua y cultura estaban emparentadas con las de Rusia (serbios y búlgaros). En este sentido, el Imperio ruso pretendió siempre convertirse en garante del respeto a la cultura y religión de los pueblos cristianos ortodoxos frente a la intolerancia del Islam.


Al margen del caso griego, que ya hemos tratado anteriormente, el mejor ejemplo al respecto y el más precoz fue el del pueblo serbio, que vivió una primera insurrección en 1804 y una nueva insurrección nacional en 1815, siempre con la Iglesia ortodoxa serbia como símbolo nacional, convertida en el principal estandarte frente al Imperio turco, de carácter islámico. A raíz del último de los levantamientos se crea el principado de Serbia, con gran autonomía dentro del Imperio turco. Tras la guerra de Crimea (1854-56) y al amparo de las grandes potencias europeas, los principados de Valaquia y Moldavia se unían en 1859 para crear el Principado de Rumanía, que gozaría de plena autonomía. Pero sería a finales del siglo XIX, tras la guerra ruso-turca de 1877-78, cuando los serbios y rumanos alcanzarían la independencia definitiva, iniciando los búlgaros su proceso de emancipación. La guerra se inicia a partir de la insurrección de los pueblos de los Balcanes frente al autoritarismo turco, que fue seguida de una fortísima reacción represora por parte del Imperio. En la guerra, el ejército ruso derrotó a los turcos, contando para ello con el apoyo de los pueblos balcánicos. Solo la intervención de las potencias occidentales evitó que los rusos tomaran Estambul y se hicieran con el control de los estrechos. En marzo de 1878, Rusia impone a Turquía el Tratado de San Stefano, que suponía laindependencia de Rumanía, Serbia y Montenegro, así como la creación de una Gran Bulgaria independiente que se extendería por los territorios de Macedonia y Tracia. Los aliados desconfiaban de una Bulgaria tan extensa, que seguramente se había de convertir en un aliado incondicional de Rusia, por lo que, cuatro meses después, se impone el Tratado de Berlín de julio de 1878. En él se reconocía la independencia de Rumanía, Serbia y Montenegro, pero con una Bulgaria convertida en principado autónomo del Imperio turco y con mucho menos territorio del que inicialmente se le asignaba: perdía Macedonia y la mitad sur, Rumelia oriental, convertida en provincia turca. En las décadas siguientes, el nacionalismo búlgaro iniciaría una carrera por la independencia y la recuperación de los territorios que se le asignaban en el Tratado de San Stefano. No sería hasta 1908 cuando lograría la independencia definitiva del Imperio turco, incorporando al nuevo reino los territorios de Rumelia oriental.



El surgimiento de los primeros movimientos nacionalistas en la España de finales del siglo XIX

A finales del siglo XIX y como reacción a la política centralista y uniformizadora de la Restauración (1876-1902), surgen movimientos nacionalistas en Cataluña, el País Vasco y Galicia. Durante la primera mitad del siglo XIX aparecieron movimientos de recuperación de la cultura y la lengua (nacionalismo cultural), que desembocaron a fines del siglo en movimientos políticos (nacionalismo político) cuyas exigencias iban desde la autonomía a la federación o, incluso, la independencia.

Sabino Arana, fundador del P.N.V, .creó la bandera
vasca o ikurriña siguiendo el modelo británico.
El nacionalismo vasco parte del desarrollo previo de un movimiento de recuperación de la cultura vasca (se estudia el folklore, las tradiciones, la lengua, las leyendas) desde la mitad del siglo XIX. Pero el nacionalismo político surge a raíz de la frustración que provoca la abolición de los fueros vascos (leyes antiguas de las provincias vascas que les daban ciertos privilegios legales y fiscales y que los liberales españoles intentaron eliminar) por parte del gobierno de la Restauración, así como la preocupación por la llegada masiva de trabajadores inmigrantes procedentes del resto de España que empezaron a llegar para trabajar en la industria naciente, no en vano a finales del siglo XIX el País Vasco y especialmente Bilbao se había convertido en el centro de la industria metalúrgica española. Como reacción ante esta situación, Sabino Arana funda en 1895 el Partido Nacionalista Vasco (P.N.V.) que tendrá un carácter inicialmente separatista y racista: defensa de la superioridad de la raza vasca, vuelta de los fueros vascos, rechazo del obrerismo (inmigrantes españoles o "maketos") y del liberalismo (asumido por la burguesía vasca, considerada traidora), antiespañolismo y separatismo, defensa de la lengua vasca y las tradiciones que se conservaban en el mundo rural, y catolicismo a ultranza. Posteriormente moderaría su discurso, evolucionando hacia posturas más moderadas y autonomistas, atrayendo así a sectores de la burguesía vasca.
El nacionalismo catalán viene precedido por un movimiento previo, desarrollado en la primera mitad del siglo XIX, de recuperación de la lengua y la cultura catalana, la Renaixensa. El catalanismo político surgirá después del Sexenio Democrático (1868-1874), a partir de una corriente progresista surgida de las filas de los republicanos federalistas. De esta corriente surge la figura de Valentí Almirall, que intentó aunar la vertiente progresista y republicana y la más cultural y conservadora, con la creación del Centre Catalá (1882), organización que reivindicaba la autonomía de Cataluña. En 1885 impulsó la redacción del Memorial de Greuges (Memorial de Agravios), que fue presentado al rey y en el que se denunciaba la opresión de Cataluña y pedía autogobierno.

Bandera de Unió Catalanista. Fuente: researchgate.net                              Prat de la Riba. Fuente: elpaís.com





Posteriormente en 1891, en el nacionalismo más burgués y conservador nace la Unió Catalanista, dirigida por Prat de la Riba. Su programa quedó fijado en las Bases de Manresa (1892), que defendían una España confederal en la que Cataluña tuviera todas las competencias de gobierno interior y el Estado central se ocupara solo del ejército, las relaciones internacionales y las vías de comunicación. Defendían el catalán como lengua oficial y la creación de unas cortes catalanas. En 1901, Prat de la Riba y Cambó fundaron un nuevo partido catalanista, burgués y conservador, la Lliga Regionalista.
Asamblea catalanista en la sala de sesiones de la casa de la ciudad de Manresa. Dibujo de J. Pahissa. 
Arxiu Históric de la Ciutat. Barcelona. 


El nacionalismo gallego partió también de un movimiento de recuperación de la lengua y la cultura gallega, "O Rexurdimiento" (Rosalía de Castro). Será siempre mucho más débil y también más tardío que los nacionalismos vasco y catalán. Igualmente, sus aspiraciones serán también menos ambiciosas, reivindicando esencialmente mayores cotas de autonomía. Los primeros gallegistas, como es el caso de Alfredo Brañas o Manuel Murguía, crearon la Asociación Rexionalista Galega en 1890 y reaccionaron contra el atraso y marginación del territorio con respecto a otras regiones, reivindicando el uso de la lengua gallega. El nacionalismo gallego no alcanzó relevancia hasta el siglo XX de la mano de figuras carismáticas como Castelao.

Rosalía de Castro                          Fuente: wikipedia.org                          Manuel Murguía




La Guerra Civil Rusa (I): operaciones bélicas y dimensión militar del conflicto

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Soldados del Ejército Rojo en 1919. Fuente: diariopopular.com.ar

Entre 1918 y 1922 se desarrolló la Guerra Civil Rusa, uno de los conflictos armados más terribles del siglo XX, que adquirió proporciones dantescas, destruyó un país, desgarró su tejido social y económico y produjo millones de muertos. Los sueños de libertad e igualdad surgidos con la revolución rusa de 1917 se tornaron así en una horrible pesadilla. Abordaremos la guerra en todas sus dimensiones en dos entradas consecutivas. En esta entrada, "La Guerra Civil Rusa (I): operaciones bélicas y dimensión militar del conflicto" analizamos los ejércitos involucrados y los movimientos militares, mientras en la siguiente, "La Guerra Civil Rusa (II): causas de la victoria roja y consecuencias del conflicto", abordamos las bases del triunfo del Ejército Rojo y la derrota de los ejércitos blancos, así como las terribles secuelas y cicatrices que el conflicto dejó en la realidad económica, social y política de la nueva Rusia revolucionaria.
Su autoritarismo desmedido, su incapacidad para aceptar los necesarios cambios y la gestión desastrosa de la guerra contra Alemania, llevó al zar de Rusia a abdicar en marzo de 1917. La revolución de febrero de 1917 había llevado al poder a un Gobierno Provisional bajo control de liberales y mencheviques, que continuó la guerra con las potencias centrales y trató de crear un régimen constitucional y parlamentario, organizando unas elecciones para una asamblea constituyente, que deberían realizarse en enero de 1918. Pero los meses siguientes fueron tensos, los bolcheviques desafiaron al nuevo gobierno y los defensores del viejo régimen protagonizaron un golpe de estado en septiembre, dirigidos por el general Lavr Kornílov. En octubre, los bolcheviques, liderados por Lenin, se hacen con el poder, contando con el respaldo de los soviets o consejos obreros, en esos momentos bajo su control. A finales del año se realizan las esperadas elecciones, en las que vencen los socialrevolucionarios o eseritas, especialmente fuertes en el mundo rural. Los bolcheviques, esgrimiendo que la verdadera democracia radicaba en los soviets, disuelven la Asamblea constituyente poco tiempo después. Nacía así un nuevo régimen político en el que los bolcheviques monopolizarían el poder a través del Partido Comunista y de los soviets obreros, aunque abriendo inicialmente el sistema a la participación de otros grupos políticos como los eseritas de izquierdas. Los mencheviques, los socialrevolucionarios e incluso los liberales del partido KDT gozarían durante algún tiempo de cierta libertad, pero la insurrección armada contra el nuevo poder y el desarrollo de la guerra civil, acabaría pronto con cualquier atisbo de pluralidad en el seno de la revolución. El terrible discurrir de la guerra y la postura cada vez más insurreccional y violenta de la oposición de izquierdas (que incluía atentados como el sufrido por el propio Lenin) condujo a los bolcheviques de manera inexorable hacia posturas cada vez más autoritarias y excluyentes.

Lenin proclama el poder soviético en el instituto Smolny, cuartel general bolchevique en Petrogrado.
Obra del pintor Vladimir Serov en 1952. 

A la altura de la primavera de 1918, el antiguo Imperio ruso se hallaba envuelto de lleno en una devastadora guerra civil, un conflicto que evidenció desde un principio la enorme fragmentación del país, no solo a nivel político y social, sino también a nivel nacional, con el surgimiento de movimientos secesionistas y nacionalistas en los países bálticos, el Caúcaso o Ucrania. Para entonces, los bolcheviques ya habían firmado la célebre Paz de Brest-Litovsk. El tratado había sido sancionado por éstos en marzo de 1918, después de largas negociaciones, y suponía la cesión de amplios territorios a las potencias centrales (Polonia, estados bálticos, Ucrania y Finlandia). Durísimas condiciones que los soviéticos terminaron aceptando, muy a su pesar, obligados por su delicada situación política, su incapacidad de hacer frente militarmente a los alemanes y el hastío de los soldados y del pueblo ruso ante la guerra. Lenin era consciente de que la supervivencia de la revolución estaba en juego e impuso su postura ante la oposición frontal de parte del partido bolchevique y de la oposición de izquierda, mencheviques y eseritas.

Foto de prensa que muestra el armisticio firmado entre Alemania y Rusia soviética el 15 de diciembre de 1917, y que llevaría en posteriores negociaciones a la firma del Tratado de Brest-Litovsk, el 3 de marzo de 1918. Fuente: akg-images.fr

Lev Davídovich Bronstein, conocido como León Trotski
Fuente: klimbim2014.wordpress.com
La situación de los bolcheviques era precaria, sus apoyos sociales en las ciudades eran importantes, y sus políticas de nacionalización y control obrero de las fábricas habían consolidado sus posiciones entre los trabajadores urbanos. Las aplicaciones de recetas eseritas en el campo ruso, con la distribución de la tierra de los grandes propietarios entre los campesinos, también les granjearon inicialmente amplios apoyos entre el campesinado, sin embargo, en el mundo rural, los comunistas siempre fueron minoritarios. Los campesinos rusos eran socialistas, pero no bolcheviques, entre ellos los socialrevolucionarios habían gozado siempre de un respaldo mucho más amplio que el de cualquier otra partido. El mundo agrario fue desde sus inicios el gran talón de aquiles de la revolución comunista.
En este contexto complejo a nivel político, social o nacional, el nuevo poder soviético se vio cuestionado casi desde un principio por todos aquellos que no aceptaban sus aspiraciones de construir un nuevo estado comunista o se habían visto excluidos de tal proceso. Sin embargo, contra todo pronóstico, los bolcheviques mostraron desde muy pronto una increíble determinación en su lucha por el poder y el triunfo de su revolución. Y lo hicieron no solo a nivel político, sino también a nivel militar con la construcción a partir de las unidades de la Guardia Roja obrera de un enorme ejército, el Ejército Rojo, organizado y dirigido por el Comisario de Guerra, León Trotski.

1918. Inicio de la guerra y avance de los ejércitos blancos

Anton Ivanovich Denikin. Fuente: cdreifuz.wordpress.com
Los primeros núcleos de oposición militar a los bolcheviques surgieron muy pronto, en noviembre de 1917, protagonizados por antiguos militares zaristas de origen cosaco que se sublevaron especialmente en las regiones cosacas del sur de Rusia. Es el caso de general Alekséi Kaledin o el teniente general Piotr Krasnov entre los cosacos del Don, el coronel Aleksandr Dútov entre los cosacos de Oremburgo o Grigori Semiónov entre los cosacos de Siberia. Sin embargo, el origen inicial de los ejércitos blancos fue la formación del llamado Ejército de Voluntarios a partir de la iniciativa del general zarista Mijaíl Vasílievic Alekséyev, antiguo jefe de estado mayor de Nicolás II. Alekséyev se hizo fuerte en la región del Don, aglutinando a antiguos soldados y oficiales del ejército zarista y colaborando con los grupos insurrectos cosacos, siendo sustituido después por el general Lavr Kornílov. Ante el avance del Ejército Rojo, el Ejército Voluntario se replegó en la llamada "Marcha de hielo" hacia la región cosaca del Kuban, donde logró hacerse fuerte. En abril de 1918 murió Kornílov y el general Ivanovic Denikin asumió la dirección del Ejército Voluntario, que a finales del año se hizo con el control del Cáucaso norte y la cuenca del Kuban, gracias al apoyo de los cosacos de la región. Mientras esto ocurría, el atamán (líder) de los cosacos del Don, Piotr Krasnov, controlaba las estepas de la región del Don y amenazaba la importante ciudad de Tsaritsin, en el Volga, llegando a proclamar la República cosaca en mayo de 1918. Sin embargo, las relaciones del general Denikin con los líderes cosacos no estuvieron exentas de tensión, pues los sectores ultraconservadores zaristas siempre fueron reticentes a los sentimientos particularistas de los atamanes cosacos.

Cosacos del Kuban durante la Guerra Civil Rusa. Fuente: wikipedia.org
Por el contrario, los grupos políticos de la izquierda no comunista, socialrevolucionarios y mencheviques, se mostraron inicialmente contrarios a la insurrección armada contra los bolcheviques. Sin embargo, la actitud hostil de éstos ante la Asamblea constituyente y la firma del Tratado de Brest-Litovsk con los alemanes, les condujo en la primavera de 1918 a un alejamiento definitivo del gobierno revolucionario. Sin tradición militar y carentes de armas, será la llamada Legión checoslovaca la clave para su levantamiento armado. La Legión checoslovaca estaba constituida por prisioneros y desertores del ejército austro-húngaro que se levantaron en armas a finales de mayo de 1918 contra los bolcheviques en la región de los Urales. Con su apoyo se inició la rebelión de los socialrevolucionarios en la región del Volga, donde crearon con la participación de algunos sectores mencheviques un gobierno alternativo con sede en la ciudad de Samara, el Komuch o Comité de Miembros de la Asamblea Constituyente, que pervivirá hasta septiembre de 1918.

Tren blindado de la Legión Checoslovaca en la primavera de 1918. Fuente: larazon.es.

Primera composición del Komuch de Samara. El segundo por la derecha sería el presidente Vladímir Volski, del partido socialrevolucionario. Fuente: zen.yandex.ru 


Aleksandr Kolchak. Fuente: devianart.com
El Komuch no tuvo las mejores relaciones con el denominado Gobierno Provisional Siberiano, surgido paralelamente en Siberia occidental y con sede en la ciudad de Omsk, un gobierno dominado inicialmente por sectores liberal-burgueses, pero que fue oscilando con el tiempo hacia posiciones cada vez más conservadoras, hasta que en noviembre de 1918, y tras un golpe de estado, cayó en manos del vicealmirante Aleksandr Kolchak, que se erigía así en dictador, autoproclamándose "Gobernante supremo de Rusia". Kolchak no era un hombre de cosenso, pertenecía al zarismo más conservador y reprimió con dureza a mencheviques y socialrevolucionarios, partido este último con amplios respaldos entre los campesinos siberianos. Su actitud autoritaria y ultraconservadora le restaría a la larga los apoyos sociales necesarios para consolidar su poder y fortalecer su ejército. Muerto el zar, asesinado por los bolcheviques junto a su familia en las cercanías de Yekaterimburg durante el verano, Kolchak tampoco consiguió aunar bajo su autoridad a todos los sectores monárquicos que combatían a los bolcheviques. Su figura generó una fuerte desconfianza en otros generales blancos como Denikin, que siempre fue reticente a aceptar su autoridad y cuando lo hizo, fue de forma nominal y no real, obligado por la presión de las potencias europeas. A pesar de todo, su capacidad militar y sus indiscutibles dotes de mando, le permitieron obtener durante algún tiempo importantes victorias, poniendo bajo su control buena parte de Siberia y cruzando los Urales, expandiendo así su poder sobre la Rusia europea con la conquista de la importante ciudad de Yekaterimburg, y en diciembre de 1918, del enclave estratégico de Perm. En poco tiempo, los ejércitos de Kolchak habían hecho retroceder con furia a los bolcheviques, sin embargo, sus debilidades eran mucho mayores de lo que cabía pensar: su ejército no contaba con bases reales, dependía de la ayuda externa que le proporcionaban las potencias extranjeras, especialmente Gran Bretaña, y se basaba en levas obligatorias sobre un campesinado siberiano predominantemente socialrevolucionario, que era por lo general hostil a todo lo que supusiera una vuelta al zarismo.

El vicealmirante Kolchak pasa revista a sus tropas. Fuente: elpaís.com

En general y desde sus comienzos, el avance y desarrollo de los ejércitos blancos no se explica sin la ayuda extranjera. Sin el apoyo material y logístico de los británicos, y en menor medida francés y estadounidense, no se hubiera entendido la supervivencia y expansión de los ejércitos de kolchak o Denikin. Las potencias extranjeras, terminada la Primera Guerra Mundial, optaron además por la intervención directa de sus tropas, que desembarcaron en los más diversos frentes. El ejército británico estuvo presente en la región de Murmansk y Arkángel, en el remoto norte, en Siberia y también en la zona del Cáucaso. Mientras, los franceses intervenían en las costas del sur de Ucrania. Por su parte, los norteamericanos, que también estuvieron presentes en el norte de la Rusia europea (Arkángel y Murmansk), y los japoneses penetraron en Siberia oriental y las regiones de la costa del Pacífico. Aunque pueda sorprender, fueron los japoneses, por su proximidad geográfica y sus intereses estratégicos en la zona, los que más tropas desembarcaron, unos 70.000 soldados. Otros países, como Italia, también intervinieron, aunque a una escala muy reducida. A pesar de todo, las tropas extranjeras no fueron en modo alguno determinantes, porque nunca combatieron contra los ejércitos rojos de forma directa y abandonaron a su destino a los blancos cuando se empezó a vislumbrar su derrota.

Kolchak y su amante Ana Timiryova con alfred Knox, jefe de la misión británica, viendo ejercicios militares en el frente siberiano en 1919. Fuente: Wikimedia commons

Tren blindado con tropas americanas en Obozerskaya, cerca de Arkángel (1918). F: milanpatrick8.wixsite.com

Tropas japonesas desfiilan por la ciudad de Vladivostok, en el extremo oriente siberiano, en 1918. Fuente: timetoast.com
1919. El año crucial de la guerra

Yevgeni Miller. Fuente: zen.yandex.ru 
En 1919 la guerra se extendió y los ejércitos blancos alcanzaron su máxima expansión. En el invierno de 1919, a pesar de sus derrotas y del terreno perdido, los bolcheviques no se habían desmoronado del todo en la zona de los Urales. Kolchak lanzó entonces una fuerte ofensiva a partir de marzo, que le llevó a conquistar enormes territorios, incluido el importante enclave de Ufá, con el apoyo de los cosacos de Oremburgo. Su avance se vio favorecido por revueltas obreras en las ciudades industriales de la Rusia europea oriental, como Samara, Simbirsk o Izhevsk, núcleo este último relevante por la importancia de su industria armamentística. El fulgurante avance de los blancos llegó a aislar a los ejércitos bolcheviques situados al sur del Volga, con la toma de estratégica ciudad de Chístopol, y permitió romper además las comunicaciones de éstos con los bolcheviques de Asia central. El vertiginoso avance de kolchak llegó a crear grandes espectativas, incluida la posibilidad de que su ejército norte pudiera entrar en contacto con el ejército blanco del general Yevgueni Miller, que se había hecho fuerte en el remoto norte, en la ciudad de Arkángel, situada en la costa del mar Blanco, donde operaba bajo el amparo del ejército del británico. Tal conexión resultó imposible, no solo por la dificultad para estirarse de las tropas de Kolchak, sino también por la enormes dificultades para avanzar que tuvo el pequeño ejército de Miller. El norte de Rusia, con sus inmensos bosques y pantanos, sin apenas líneas de ferrocarril y con un clima especialmente hostil, no era propicio para el desarrollo de las acciones de guerra. Por otro lado, y a pesar de que Kolchak había conquistado un enorme territorio, con casi 300.000 km. cuadrados y cinco millones de personas, sus victorias no podía encubrir la corrupción y desorganización reinante en su ejército, así como sus evidentes carencias estratégicas, materiales y humanas, que se evidenciaban por ejemplo en sus nulas reservas militares de retaguardia. Pronto, tales debilidades se volvieron en su contra. Había estirado demasiado sus líneas de suministros y los soviéticos empezaron a concentrar enormes fuerzas en ese frente, al que había dado prioridad absoluta.
Míjail Frunze. Fuente: wikipedia.org
A finales de abril se iniciaba el contraataque bolchevique dirigido por el comandante rojo Mijáil Frunze. A principios de mayo el Ejército Rojo recuperaba Chístopol y se restablecían las comunicaciones con los grupos de ejércitos soviéticos más al sur. A mitad de mayo se retomaba Ufá y a principios de junio caía Izhevsk con sus fábricas de armamento, tan necesarias para los bolcheviques. En la primera mitad de julio cayó Perm y Yekaterimburgo, las dos grandes ciudades de los Urales, que habrían el camino hacia Siberia para los bolcheviques. En tres meses, los soviéticos habían avanzado más de 500 kilómetros y habían recuperado zonas bastante pobladas y de gran importancia militar y económica, necesarias para un Kolchak que carecía de industria en su reducto siberiano. Al ejército del almirante le faltaban medios y equipamientos, carecía de la suficiente organización y preparación, y muchas de sus unidades adolecían de una mínima moral de combate, formadas en su mayoría por campesinos forzados. En medio de la retirada frente a los bolcheviques, los soldados desertaban en masa para volver a sus casas, mientras los grupos armados de los pueblos bashkires y tártaros, que habían colaborado hasta ese momento con los blancos, daban la espalda a los zaristas, cada vez más disconformes con el nacionalismo ruso de kolchak y seducidos en gran medida por las promesas de autonomía de los bolcheviques. A ello había que añadir la incompetencia de algunos oficiales, como el jefe del estado mayor de kolchack, el general de infantería Dimitri Lébedev, que carecía de la necesaria experiencia en el mando de grandes unidades militares y mostró su ineficacia en repetidas ocasiones, como en el caso de la contraofensiva de la ciudad de Cheliabinsk, en los Urales. Por si fuera poco, Kolchak cometió además algunos errores estratégicos: pudo utilizar a los prisioneros soviéticos y enrolarlos en su ejército, pero no lo hizo, para desesperación británica, y optó por exterminarlos en campos de concentración y con el recurso a fusilamientos masivos. No tenía reservas y el frente se hundió.En octubre de 1919, Kolchack perdía su capital, Omsk. Su ejército, en plena descomposición, iniciaba entonces una huida desenfrenada hacia el este, hacia el corazón de Siberia, marcada por las continuas deserciones y obstaculizada por las revueltas e insurrecciones protagonizadas especialmente por los socialrevolucionarios, hostiles al régimen dictatorial del almirante zarista. Mientras, los bolcheviques se lanzaban en su persecución, conquistando una tras otra las ciudades del sur de Siberia, la mayoría ubicadas en la línea del ferrocarril transiberiano. En enero de 1920, Kolchak era hecho prisionero en la ciudad de Irkutsk y en febrero era fusilado. Con él terminaba el poder blanco en Siberia, aunque aún resistirían algunos núcleos de resistencia aislados hasta bien avanzado el año 1922.
Una parte importante del ejército de Kolchak estaba compuesta por campesinos forzados y mal preparados. F.: wikipedia

Hacía tiempo que los aliados, especialmente los británicos, habían empezado a cuestionar la capacidad de Kolchack para ganar la guerra. Ya desde el verano de 1919, los ingleses habían empezado a mirar con más interés hacia el otro gran general blanco, Antón Denikin, que hacía la guerra cada vez con más éxito en el sur de la Rusia europea. Fue Denikin el que empezó a recibir el grueso de la ayuda británica desde ese momento.
En febrero de 1919, Denikin se había convertido en el jefe indiscutible de las fuerzas blancas del sur de Rusia, integrando en primavera su Ejército voluntario en las denominadas Fuerzas Armadas del Sur de Rusia, que englobaban también al Ejército cosaco del Don del teniente general Vladímir Sidorin. Había construido un ejército fuerte, formado por campesinos sometidos a leva forzosa en las zonas bajo su control, pero que contaba también con voluntarios comprometidos con su causa, así como amplios contingentes de combatientes cosacos de las regiones del Don, Kuban y Terek. A la altura de junio, su ejército controlaba desde el este de Ucrania, donde el general Mai-Maievski había conquistado Jarkov y después Kiev, hasta el Volga, una vez que el general Wrangel había tomado el 16 de junio la estratégica ciudad de Tsaritsyn. La importante ayuda británica y la fuerza militar de los cosacos y su caballería resultaron fundamentales para contrarrestar la superioridad numérica de los bolcheviques.
Cosacos del convoy ferroviario personal del general blanco Mai-Maievski bailando la danza lezginkan (1919).
F.: Wikipedia.org


Soldados del ejército blanco del general Denikin. Fuente: tsargrad.tv 


Sin embargo, Denikin era consciente de la dificultad de controlar y defender a largo plazo un territorio tan amplio, especialmente si se contaba con unos recursos limitados como los suyos. Quizás por eso, intentó aprovechar la situación de desorganización y confusión reinante en las filas rojas, para lanzarse en busca de la victoria definitiva y rápida, buscando un avance directo y contundente sobre el propio Moscú.  El ataque fulgurante de las fuerzas blancas les llevó a mediados de octubre a conquistar la ciudad de Orel, bajo el mando del general Mai-Maievski. A doscientos kilómetros al norte se hallaba la ciudad de Tula, que con su importante fábrica de armas se había convertido en el arsenal del Ejército Rojo, y otros doscientos kilómetros en línea recta y hacia el norte se encontraba Moscú, la sede del gobierno soviético. La situación de los bolcheviques se torno especialmente complicada, cuando otro ejército blanco, aunque reducido en tamaño, el dirigido por el general Nikólai Yudenich inició su avance desde Estonia hacia la antigua capital de los zares, Petrogrado, antes conocida como San Petersburgo. La desmoralización y desorganización se apoderó de los defensores de la ciudad y entre la cúpula bolchevique no faltaban las voces que la daban por perdida. Sin embargo, la ciudad no cayó en manos de los blancos. El ejército de Yudenich era demasiado pequeño y era evidente que tendría muchas dificultades para tomar y controlar una ciudad tan grande, además la flota inglesa del báltico no intervino directamente para apoyar a Yudenich y los finlandeses, que se hallaban al norte de la ciudad, tampoco lanzaron ataque alguno. Sin embargo, la clave de la resistencia bolchevique estuvo en el giro que se produjo entre los defensores de urbe con la llegada de León Trotski, máximo dirigente del Ejército Rojo. Trotski convirtió la resistencia de Petrogrado en una cuestión de vida o muerte, consciente del valor estratégico y económico de la ciudad, pero sobre todo del valor simbólico que tenía, pues no en vano, había sido la cuna de la revolución de 1917. Cuando llegó a la ciudad, ésta estaba al borde el colapso, él reconstruyó la moral y el orden y la ciudad resistió. A la altura de noviembre, el ejército de Yudenich se había replegado más allá de las fronteras de Estonia.
El general blanco NikólaiYudenich en una fotografía aparecida el 25 de octubre de 1919 en  la revista inglesa Illustrated London News. Fuente: rte.ie

Las cosas no le fueron mejor al general Denikin en el frente sur. Aunque su avance hasta octubre de 1919 había sido rapidísimo, la realidad era un espejismo. El frente de combate era muy extenso y las líneas blancas se habían estirado demasiado, los problemas logísticos eran enormes y las rutas de abastecimiento estaban muy mal organizadas, lo que empujó a sus tropas a "vivir sobre el terreno". Se sistematizaron las levas y reclutamientos forzosos y se generalizaron los saqueos y el pillaje sobre la población civil, lo que les granjeó la animadversión de la población campesina de las nuevas zonas ocupadas. El general Mai-Maievski, que dirigía la ofensiva, era un alcohólico con tendencia a las orgías, que permitía a sus hombres el saqueo de forma sistemática, como ya había ocurrido en la toma de Jarkov, a lo que hay que añadir la tendencia de los cosacos a la rapiña de los territorios conquistados. Por otro lado, Denikin nunca consiguió trazar alianzas con los nacionalistas ucranianos, importantes en algunas zonas bajo su control, a la vez que tenía que combatir con los anarquistas del Ejército Negro de Néstor Majnó, que se había hecho fuerte en la Ucrania oriental. Para colmo, las tensiones con los cosacos siempre estuvieron presentes, ante la tendencia de éstos a hacer la guerra por su cuenta.
El comandante del Ejército Rojo Pavel Dybenko y el líder del Ejército Negro Nestor Majnó, 1919. F: meme-arsenal.com

Estas contradicciones de los blancos se pusieron de manifiesto muy pronto. Los soviéticos comprendieron en seguida que la principal "partida" de la guerra se jugaba en ese momento y movieron ficha. La célebre caballería roja del comandante Semión Budionni realizó un rápido movimiento envolvente en la zona de Vorónezh, el Ejército voluntario que se hallaba en la vanguardia del avance de los blancos corrió serio peligro, pero consiguió zafarse e iniciar una retirada de sus fuerzas hacia el sur. La retirada se tornó pronto en una auténtica fuga que condujo a los blancos, en la primera semana de 1920, hasta más allá del Don.

Fuente: elaboración propia.


1920. El año de la victoria bolchevique

"Por la unidad de Rusia". Cartel propagandístico
de los blancosFuente: app.emaze.com
La retirada del ejército de Denikin a comienzos de 1920 fue tan fulgurante como lo había sido su avance unos meses antes. Desorganizado, marcado por las deserciones y por un estado sanitario penoso (un tercio del ejército estaba enfermo), seriamente debilitado por las luchas intestinas, el ejército de  las "Fuerzas Armadas del Sur de Rusia" emprendió un retroceso dramático. Tampoco ayudaba la terrible situación de los blancos en los otros frentes de guerra, lo que terminó por afectar duramente a la moral de combate de un ejército en desbandada: Nikolai Yudénich había fracasado en su intento de tomar San Petersburgo y se hallaba por entonces retenido en Estonia; a principios de febrero, el almirante kolchack era fusilado por los bolcheviques en la ciudad siberiana de Irkutsk, en medio del caos y la desbandada de su ejército; mientras el bastión del norte, la ciudad de Arkángel había caído a finales de ese mismo mes y el general Miller había huido de Rusia en dirección al exilio. Ante esta situación de absoluto desmoronamiento, los británicos, principales proveedores de armas y provisiones, dejaron de enviar ayuda y empezaban a asumir la victoria de los rojos.
En marzo de 1920, los blancos estaban ya en el Kuban, pero ni siquiera allí fueron capaces de establecer una mínima linea defensiva, desmoralizados, sin medios materiales y sumidos en el mayor de los caos, aquel que se apodera de un ejército cuando se huele la derrota final. Columnas de soldados y refugiados se dirigieron hacia el Mar Negro, hostigados por grupos de rebeldes socialrevolucionarios, formados por campesinos descontentos y desertores (los llamados ejércitos verdes). Una especie de "éxodo bíblico", como lo denominó algún oficial blanco, formado por un hormiguero de carros llenos de refugiados mezclados con ganado de lo más variopinto, miles de soldados desmoralizados mezclados con cosacos a caballo, todos ellos concentrándose de forma dramática a la manera de un embudo en la ciudad costera de Novorosiisk.

"La huída de la burguesía de Novorossiisk en 1920", obra de Iván Vladímirov, que representa la evacuación de civiles y tropas del ejército blanco de Denikin hacia el refugio de Crimea. Fuente: arthive.com


Piotr Wrangel. Fuente: Pinterest
Sin embargo, quedaba una posibilidad de escape y salvación: el general blanco Slavchchev resistía sin dificultad en la península de Crimea, al otro lado del istmo de Kerch. Los bolcheviques no habían dado prioridad a la conquista de Crimea y se habían centrado en aplastar a Denikin, primero en el Don y después en el Kuban, por lo que un pequeño ejército blanco había podido defender sin problemas el istmo de Perekop, que unía la península con Ucrania. En una situación desesperada, los cosacos mataron sus caballos y se tiraron al mar toneladas de provisiones inglesas para poder dar cabida a más gente en las embarcaciones. Fueron trasladados 30.000 soldados de las Fuerzas Armadas del Sur de Rusia, sobre todo pertenecientes al antiguo Ejercito voluntario y pero también del Ejército de los cosacos del Don. Decenas de miles de hombres cayeron prisioneros de los soviéticos en la ciudad de Novoriísk, y otros tantos huyeron hacia el sur por la costa del Mar Negro, siendo apresados a posteriori. Para entonces, Denikin ya no era el comandante en jefe, su liderazgo no sobrevivió a la debacle del Kuban. El general Piotr N. Wrangel se había convertido en la cabeza visible de lo que quedaba del ejército blanco y en abril de 1920 Denikin partía hacia el exilio en un buque británico.
Wrangel era un oficial eficaz, que supo convertir Crimea en un fortín. Contaba con más de 30.000 soldados, entre los que estaba la élite del Ejército voluntario e importantes contingentes de caballería cosaca, y supo establecer un elevado nivel de disciplina entre ellos. Por otro lado, defender la península de Crimea era muy fácil desde el punto militar, era un territorio pequeño unido al continente por un brazo estrecho de tierra, e incluso cuando su ejército superó los márgenes de Crimea y realizó una fuerte ofensiva en las tierras próximas del sur de Ucrania, contó con el río Dniéper como línea defensiva natural al oeste y al norte. Aún así, la clave de su resistencia, fue la imposibilidad de los bolcheviques de atacar el reducto de Crimea de forma inmediata a la destrucción del ejército de Denikin, debido al desarrollo paralelo de la Guerra polaco-soviética, iniciada meses antes, pero que en ese momento se intensificó.
A lo largo de 1919, los nacionalistas polacos (Polonia había formado parte del Imperio ruso hasta la Primera Guerra Mundial) habían avanzado hacia el oeste en Bielorrusia y Ucrania, sin que los soviéticos le ofrecieran apenas resistencia, envueltos como estaban en la guerra contra los ejércitos blancos de Denikin. Éste último nunca llegó a un acuerdo con los polacos, lo que hubiera sido fatal para los bolcheviques, porque el nacionalismo ruso de Denikin no aceptaba la independencia de Polonia y defendía las fronteras rusas anteriores a la Primera Guerra Mundial. Destruido el poder militar de Denikin, el frente polaco se convertía en el prioritario para los bolcheviques, que inicialmente no veían un gran problema en la Crimea de Wrangel. Y la preocupación de los soviéticos por los nacionalistas polacos creció a partir de abril de 1920, cuando los ejércitos polacos de Pilsudski atacaron al régimen comunista en una fuerte ofensiva hacia el este. Su objetivo final no era la destrucción del régimen soviético, sino consolidar su proceso de independencia con la creación de una Gran Polonia que incorporara al nuevo estado amplios territorios de Bielorrusia y Ucrania.
Lenin dando un discurso a los hombres del Ejército Rojo que partían hacia el frente de batalla durante la Guerra polaco-soviética. Plaza Svérdlov (actual Plaza del Teatro) de Moscú, 5 de mayo 1920. Fuente: diariopopular.com.ar

La situación en el frente polaco, permitió a Wrangel consolidar sus posiciones e iniciar un proceso de expansión militar. Y fue así como la "úlcera de Crimea", como la denominaron los bolcheviques, se convirtió en un auténtico "cáncer" entre agosto y octubre de 1920. Wrangel lanzó en ese periodo fuertes ofensivas sobre el sur de Ucrania y la región del Dniéper, ampliando enormemente la zona bajo su control. Pero la capacidad expansiva del Ejército Ruso (como así fue llamado) del general Wrangel  tenía muchas limitaciones: por un lado, los blancos seguían sin conectar con las necesidades de los campesinos ucranianos y no habían podido expandirse lo suficiente hacia el este, hacia las estepas cosacas del Don, tradicional centro de reclutamiento de Denikin; por otro lado, en frente tenían a un enorme Ejército Rojo, que en esa época enrolaba en sus filas a millones de soldados y que cuando concentrara todas sus fuerzas en su contra, resultaría invencible. Además, hay que tener en cuenta que Wrangel nunca consiguió alcanzar una alianza con los nacionalistas ucranianos, que por otra parte carecían de la suficiente organización para enfrentarse a los soviéticos. Tampoco pudo contar con la ayuda del Ejército Negro de Majnó, que no solo se negó a colaborar con Wrangel, sino que acordó una tregua con los rojos en septiembre y lanzó sus tropas contra los blancos. Para colmo, los franceses e ingleses apenas apoyaron ya la causa de Wrangel, a la que no veían con futuro, y se inclinaban abiertamente por aceptar al gobierno comunista de Moscú.

Fuente:elaboración propia

En el frente polaco la situación vivió un vuelco radical a partir de mayo de 1920, cuando el Ejército Rojo lanzó fuertes ofensivas que llevaron al repliegue del ejército polaco. Pero sería en julio cuando la situación se torno especialmente trágica para los polacos, el joven general soviético Tujachevski, que ya había demostrado su valía en la campaña de los Urales frente a Kolchack, protagonizó una dura ofensiva que le condujo a las puertas de Varsovia. En el avance bolchevique jugó un papel estelar el Primer Ejército de Caballería, la célebre caballería roja de Semión Budionni, la misma que había resultado determinante en la contraofensiva bolchevique frente a Denikin a finales de 1919. Los polacos se sobrepusieron e hicieron retroceder a los soviéticos durante septiembre y octubre, lo que les permitió recuperar muchos de los territorios perdidos en Bielorrusia y Ucrania. A pesar de todo, sus ejércitos nunca llegaron a estar cerca de los Wrangel. Este llegó a pensar en la posibilidad de enlazar con ellos, pero tal posibilidad nunca fue real. Además hay que tener en cuenta el hecho de que los nacionalistas polacos jamás llegaron a tejer una alianza estratégica con Wrangel, pues desconfiaban de él, como lo habían hecho de otros general blancos anteriormente, les separaba su nacionalismo ruso intransigente.

             Comandante rojo Mijail N. Tujachevsky. F.: aif.ru              Caballería roja del general Semion Budionni. F.: pinterest
Regimiento polaco durante la Guerra Polaco-soviética en 1920. Fuente: commons wikimedia
Cuando se firma el armisticio entre la Rusia soviética y Polonia el 12 de octubre de 1920, hacia tiempo que el alto mando del Ejército Rojo había dado máxima prioridad al frente de Crimea. La ofensiva final la realizaría el veterano comandante bolchevique Mijaíl Frunze, el mismo que había ayudado a detener a Kolchack en su avance desde Siberia. La toma definitiva de Crimea se produjo en noviembre de 1920, generando un éxodo masivo: casi 150.000 personas fueron evacuadas por vía marítima, desde los puertos de Crimea hasta Turquía, al otro lado del Mar Negro. A la cabeza, Piotr Wrangel, el último general blanco, que abandonaba para siempre el suelo de la gran "Madre Rusia".

"La cola de Wrangel". Cartel propagandístico bolchevique de 1920. Fuente: dhm.de


1921 y 1922. Los últimos estertores de la guerra civil

Fuerzas rebeldes en Tambov (1920). Fuente: heritage-print.com
A finales de 1920 la guerra había prácticamente terminado. Tras el armisticio con la Polonia nacionalista y la derrota de Piotr Wrangel, el gobierno dispersó las fuerzas anarquista del Ejército Negro de Néstor Majnó en el oeste ucraniano, imponiendo su control sobre buena parte de Ucrania, pero también de Asia central y Siberia. A principios de 1921 las tropas del Ejército Rojo tomaban Azerbaiján y en febrero de ese año se habían hecho con el control de gran parte del Cáucaso, incluida Georgia. Sin embargo, la paz en el sentido literal, estaba lejos de llegar. En el año 1921, la nueva Rusia soviética debía enfrentarse a graves conflictos sociales y revueltas populares que supusieron un desafío no solo político y social para el gobierno, sino también un desafío militar para el Ejército Rojo. A pesar del fuerte apoyo popular de algunas de esas revueltas, que alcanzaron enorme envergadura y extensión, el Ejército Rojo pudo acabar con ellas, no en vano, estábamos entonces ante un ejército inmenso, una maquinaria de guerra bien engrasada, que además no dudo en recurrir a procedimientos extremos de represión sobre la población civil. En agosto de 1920 se iniciaba en la región agrícola de Tambov una gran rebelión campesina, auspiciada por grupos socialrevolucionarios y dirigida por Alexander Antónov, que nutrió sus fuerzas guerrilleras con desertores y campesinos descontentos con las requisas bolcheviques. La durísima represión ejercida por el Ejército Rojo, dirigido por el general Tujachevski, consiguió acabar con la revuelta en el verano de 1921, aunque Antónov y algunos de sus seguidores permanecieron aún escondidos en los bosques hasta junio de 1922. Más desconocida, pero quizás más importante, fue la rebelión campesina en Siberia occidental, que se extendió desde los Urales hasta Krasnoyarsk entre principios de 1921 y finales de 1922, y que movilizó a cientos de miles de campesinos frente a las requisas bolcheviques y la reducción de la democracia campesina por el centralismo del partido comunista.

Campesinos rebeldes de Tambov. Fuente: tumblr.com
"Requisa de harina a campesinos ricos en un pueblo", obra de Iván Vladimirov. Fuente: digitalcollections.hoover.org 

Fuente: elaboración propia.


En esos años del final de la guerra, marcados por el creciente autoritarismo bolchevique y la brutal carestía de productos básicos, el descontento alcanzó a los grandes reductos del poder soviético, las grandes ciudades industriales. En San Petersburgo, ahora Petrogrado, en el contexto de crecientes protestas sociales, estalla en marzo de 1921 la rebelión de los marinos de Kronstadt, una fortaleza naval situada en la isla de Kotlin, cercana a la antigua capital de los zares. Al frente de la insurrección se situó una comuna revolucionaria, en la que participaron muchos comunistas desencantados, que desafió abiertamente al poder soviético, criticando la creciente burocracia del nuevo régimen y defendiendo la democracia de los soviets y la pluralidad en ellos de las diversas ideologías obreras (socialistas, comunistas y anarquistas), en un rechazo frontal al monopolio bolchevique del poder. El 17 de marzo caía la fortaleza después de durísimos combates y continuos asaltos que implicaron miles de muertos. En Krondstadt, los bolcheviques acabaron con el último atisbo de oposición obrera, mientras en los meses siguientes eran eliminadas las últimas revueltas campesinas como las de Tambov o Siberia. Hasta principios de 1923, todavía pervivió algún reducto aislado de resistencia en el Extremo Oriente siberiano, pero nada ni nadie podía ya cuestionar el monopolio del poder que los bolcheviques ejercían, mientras las potencias europeas se apresuraban a aceptar la nueva realidad, reconociendo al régimen soviético.

La Guerra Civil Rusa (II): causas de la victoria roja y consecuencias del conflicto

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Cartel que exalta los éxitos del Ejército Rojo. Fuente: workerspower.co.uk 


En la anterior entrada de este blog, "La Guerra Civil Rusa: operaciones bélicas y dimensión militar del conflicto"abordamos los aspectos más relacionados con el ámbito estrictamente militar. En esta segunda entrada sobre el tema nos centramos en las razones que condujeron a la victoria final del Ejército Rojo y la derrota de los ejércitos blancos, analizando las terribles consecuencias que sobre la vida socioeconómica del país tuvo el conflicto.

¿Por qué vencieron los rojos y fueron derrotados los blancos?

"Estar en guardia". Cartel bolchevique, obra del
 pintor ruso Dimitri Moro (1883-1946).
Desde el primer momento, la situación bélica se tornó muy complicada para los bolcheviques. El ejército zarista había sido desmovilizado por completo tras la paz con los imperios centrales y los bolcheviques dependían exclusivamente de los voluntarios de la Guardia Roja y su aparato de seguridad, la Cheká. En enero de 1918, León Trotski era designado Comisario de Guerra con el cometido de crear un Ejército Rojo capaz de enfrentarse a los nuevos desafíos militares. Pronto comprendió que necesitaba un ejército en el sentido clásico, un ejército como el que los bolcheviques  había despreciado siempre, un ejército permanente, disciplinado y jerarquizado, con logística y recursos propios, una estructura militar de gran tamaño que fuera capaz de combatir en los más diversos frentes militares. Contar solo con los obreros urbanos, donde los bolcheviques tenían mucho más respaldo social, resultó pronto insuficiente, lo que le condujo a organizar levas forzosas entre los campesinos de las zonas bajo su control. Es de esta manera como consiguió poner en armas un enorme ejército que llegó a tener 5 millones de soldados y en el que se impuso una durísima disciplina. Se creó un cuerpo de comisarios políticos, agentes encargados de mantener la moral alta y asegurar la lealtad de la tropa, mientras se recurría de forma masiva a miles de antiguos oficiales zaristas, en muchas ocasiones, forzados, para poder articular la estructura militar que los bolcheviques no tenían. A pesar de todo, las enfermedades y epidemias, las malas condiciones de vida y la dureza del combate, generaban gran cantidad de deserciones, que eran respondidas con dureza extrema, una vez que se había restablecido el principio de obediencia y la disciplina y jerarquía militar zarista.
León Trotski, en el centro de la imagen con gorra estrellada, fue el artífice del Ejército Rojo. Fuente: flickr.com

Uniformes del Ejército Rojo. F.: Pinterest
En la victoria del Ejército Rojo resultó fundamental el hecho de que los bolcheviques controlaron siempre el corazón de la Rusia europea. Era allí donde se encontraban las grandes zonas industriales y urbanas como Moscú o San Petersburgo, lo que permitió al gobierno revolucionario contar con la mayoría de los arsenales y buena parte de la industria militar, asegurando la producción estable de todos los recursos necesarios para mantener el esfuerzo bélico. Era en esa zona central, además, donde se desplegaba buena parte de la red de ferrocarriles, lo que permitió a los bolcheviques la transferencia de tropas de un frente a otro con cierta fluidez y la llegada de suministros necesarios (alimentos y armas) a las unidades en el campo de batalla, lo que por otro lado, se vio favorecido por el control total y centralizado que el nuevo régimen soviético tenía de los medios de transporte. Un ejemplo al respecto, fue la marcada movilidad que el ferrocarril dio al alto mando soviético a lo largo de los frentes y zonas guerras, personificada en la figura de Trotski y su tren blindado, construido en el verano de 1918, con el que se movía a lo largo de toda la Rusia europea y que incluía una estación de radio y otra de telégrafos, además de una imprenta para la reproducción de un periódico y la emisión de propaganda.

 Lenin pasa revista a las a las tropas en la Plaza Roja de Moscú el 25 de mayo de 1919.
Fuente: deviartart. Fotografía de N. Smirnow.

1920. Cartel bolchevique exhortando a los obreros a
 alistarse en el Ejército Rojo. F.: militaryhistory.org
Otro elemento determinante en la victoria final de los bolcheviques, fue la unidad de acción y la centralización en el proceso de toma de las decisiones políticas que tenía el bando rojo: el ejército estaba bajo el control y liderazgo indiscutible de León Trotski, mientras el partido tenía un pleno control del poder político, con el protagonismo absoluto de Lenin, cuya autoridad era incuestionable para el resto de los miembros de su organización. Ese control político fue una de las claves del llamado comunismo de guerra,  la rígida política puesta en marcha por los bolcheviques con el objetivo último y fundamental de ganar la guerra frente a todos sus enemigos. El comunismo de guerra estuvo marcado por una creciente represión sobre la oposición política a través de la Cheká o policía política y, sobre todo, por una dura política de requisas entre el campesinado para obtener los recursos necesarios que aseguraran el abastecimiento de la población urbana y especialmente del enorme Ejército Rojo. Si el reparto de tierras había favorecido el respaldo campesino a los bolcheviques, la política brutal de requisas y la leva masiva de soldados provocó un amplio rechazo en el mundo agrario ruso.

El campesinado se mostró por lo general hostil a la política de requisas bolchevique. Fuente: encyclopediaofukraine.com




Requisa de trigo en el campo ruso. Fuente: flickr.com
La realidad de los ejércitos blancos era muy diferente. Los blancos controlaron siempre zonas periféricas, con menor potencial industrial e infraestructuras ferroviarias menos desarrolladas, lo que imposibilitó su articulación como una unidad y dificultó la existencia de un poder único e incuestionable.
Al margen de ello, la gran debilidad de los blancos estribaba en la profunda división existente entre los distintos grupos de oposición al nuevo régimen soviético. Poco o nada tenían que ver los anarquistas ucranianos del Ejército Negro de Néstor Majnó, los socialrevolucionarios del Komuch y los mencheviques, grupos políticos de base obrera o campesina, con la burguesía liberal del partido KDT o los sectores monárquicos conservadores, que incluían a los grupos militares más reaccionarios  y que a la postre, se convirtieron en la esencia de lo que se dieron en llamar ejércitos blancos. Estos grupos zaristas y nacionalistas rusos se convirtieron a lo largo de 1918 en los hegemónicos en la lucha contra el poder soviético, liderados y dirigidos por antiguos oficiales del ejército del Zar como los generales Kolchak, Denikin, Yudenich o Wrangel.
Sin embargo, el aspecto más llamativo sería la propia división interna existente entre estos grupos ultraconservadores. En parte debido a la extraordinarias distancias que los separaban, carecían de la necesaria coordinación en sus acciones militares y nunca existió un poder único a nivel político, pues la autoridad de Kolchak tardó en ser aceptada por otros núcleos de resistencia, y cuando lo hizo, no pasó de ser meramente nominal y nunca efectiva. La desconfianza, cuando no la hostilidad entre ellos, fue la tónica dominante.
Otro gran problema de los dirigentes blancos fue su absoluta incapacidad para conectar con las masas campesinas, que aunque mayoritariamente no bolcheviques, estaban claramente permeadas por las ideas socialistas y no deseaban, en modo alguno, la vuelta a un régimen como el zarista. Algunas de las reformas de los bolcheviques en el campo habían favorecido a amplios sectores campesinos, pero el campesinado ruso era hostil a la pérdida de su capacidad de decisión a través de sus asambleas campesinas frente a la creciente centralización del poder político en las ciudades y en el partido comunista, y sobre todo, rechazaban frontalmente la política de requisas del comunismo de guerra y las levas masivas de soldados realizadas para alimentar al Ejército Rojo. A pesar de todo ello, la mayoría de los campesinos no mostraban ninguna simpatía por los generales zaristas, que además de hacer requisas y levas forzadas de soldados, como los bolcheviques, representaban el viejo mundo que tanto despreciaban, marcado por la injusticia social y el latifundismo. Las cosas pudieron cambiar en el transcurso de la guerra, pero el carácter conservador de los blancos impidió a éstos implementar y poner en marcha las necesarias reformas agrarias y sociales que hubieran podido seducir y atraer al campesino ruso hacia su causa.
Esta situación social explicaría el por qué los ejércitos blancos solo encontraron una verdadera base social de reclutamiento y respaldo entre las poblaciones cosacas, aquellas que se extendían por las estepas del sur de la Rusia europea y las cercanías del Cáucaso (Cosacos del Don, del Kuban o del Terek), las ubicadas al sur de los Urales (cosacos de Oremburgo y del Ural) o los asentamientos cosacos de Siberia. También existía un núcleo cosaco en Ucrania, los cosacos del Zaporoje en el Dnieper. Los cosacos eran el clásico "pueblo de frontera", hombres libres, con fuerte tradición militar en el viejo Imperio ruso, que no habían estado sometidos a la servidumbre, que vivían en sus stanitsas una realidad diferente a las de las comunidades rusas, más igualitaria en el acceso a la tierra y a la educación (la mayoría de los cosacos estaban alfabetizados).

Fuente: elaboración propia


Tampoco conectaron los blancos con las entidades nacionales que habitaban el antiguo Imperio ruso y que ahora se oponían al nuevo poder soviético, entre las que podían haber encontrado muchos aliados. Las aspiraciones nacionalistas de los polacos y ucranianos, de los pueblos bálticos y caucásicos, de los tártaros y bashkires o las demandas autonomistas de los propios cosacos, chocaron demasiadas veces con los arcaicos principios centralistas del nacionalismo gran ruso, valores de los que hacían gala los generales blancos como Kolchack o Denikin, firmes defensores de una Gran Rusia concebida como un imperio uniforme bajo el dominio cultural y político de los rusos. Muchos de estos pueblos podían ser hostiles a los bolcheviques, pero lo eran mucho más hacia unos zaristas, que al contrario que los primeros, les negaban cualquier atisbo de autogobierno y desarrollo cultural propio.

Consecuencias de la guerra

La Guerra Civil Rusa fue sin duda la mayor catástrofe nacional producida en Europa hasta su fecha. Destruyó la economía del país y desgarró su tejido social a un nivel desconocido hasta entonces. Hubo entre 7 y 10 millones de víctimas, el cuádruple de las que se habían sufrido el Imperio ruso durante la Primera Guerra Mundial. Un efecto particularmente desgarrador, generalmente consustancial a las guerras civiles, fue el desmedido impacto de la guerra sobre la población civil del país.
Las muertes ligadas directamente a la guerra y la represión rondarían los dos millones de personas. Al  margen de los heridos y muertos en batalla, hay que resaltar la importancia de las epidemias, como las de tifus, que diezmaron en mayor medida a la tropa que los propios combates. Especialmente importantes fueron las víctimas de la represión en ambos bandos, que alcanzaron la cifra de cientos de miles de personas. La represión bolchevique, lo que se dio en llamar el Terror Rojo, incluía la eliminación de los disidentes y opositores asesinados por la Cheká, la policía política bolchevique, y los campesinos opuestos a las requisas o los que protagonizaron amplias rebeliones al final de la guerra civil. Pero existió, a una escala similar, un Terror Blanco, interesadamente olvidado por muchos, que estuvo ligado a la represión del movimiento clandestino bolchevique o socialrevolucionario en las ciudades blancas, la violencia contra el campesinado en las zonas ocupadas -algo especialmente ostensible en la Siberia ocupada por Kolchak-, las matanzas de prisioneros rojos o los terribles progromos contra la minoría judía, especialmente intensos en Ucrania y zonas del sur de Rusia, bajo el control de los ejércitos de Denikin.

Soldados del ejército blanco ejecutan a prisioneros bolcheviques, enero 1920. Fuente: weaponsandwarfare.com

Hay que considerar también la salida hacia el exilio de una enorme cantidad de población, más de 2 millones de personas, que huyeron de la revolución y la guerra. El terrible impacto de este exilio masivo fue mucho mayor porque la mayoría de ese éxodo pertenecía a la élite ilustrada, por lo que el daño a la vida económica y cultural fue incluso mayor de lo que las cifras insinúan.
La Guerra Civil Rusa se encadenó con los efectos tremendos y prolongados del conflicto mundial previo, produciendo un resultado demoledor sobre la economía del país. En 1921, la producción de bienes manufacturados fue tan solo un 16% de la de 1912, la producción de carbón se redujo a la tercera parte y la de grano a menos de la mitad. La tierra cultivada era solo un 60% de la de 1912 y los rendimientos eran tres veces menores, mientras la cabaña ganadera se había reducido a casi la mitad. La guerra y su capacidad destructiva, que se extendió desde Polonia a Siberia, desde Ucrania al Volga, afectando a enormes territorios, se mezcló con la política de requisas de bolcheviques y blancos. Las tropas blancas practicaron no solo requisas, sino pillaje sistemático en muchas áreas, mientras el gobierno soviético, con la aplicación del comunismo de guerra, impuso una política sistemática de requisas que permitió el abastecimiento del Ejército Rojo y las grandes zonas urbanas, pero a costa del campesinado, que ante la insufrible pérdida de recursos, mostró una fuerte resistencia, escondiendo el grano o sacrificando el ganado antes de entregarlo. El dramático "juego" de la requisa y el ocultamiento hundió la producción, mientras los productos básicos dejaron de circular por los cauces habituales.
Esta situación terrible se mezcló con los efectos climáticos de las intensas sequías para desembocar en una especie de "tormenta perfecta", las brutales hambrunas de 1921 y 1922, que provocaron millones de muertos y afectaron especialmente a algunos territorios como la región del Volga, desde Samara a Baskhiria, y el sur de los Urales. La degradación de las condiciones de vida y de alimentación favorecieron además la aparición de mortíferas epidemias, que afectaron no solo a los soldados, como ya hemos comentado, sino a amplias capas de la población. Hablamos de la disentería, el cólera y la Ispanka (pandemia de gripe española de 1918 y 1919), pero sobre todo, el tifus y fiebre tifoidea que provocó  casi 2 millones de muertos entre 1919 y 1920.

Fuente: elaboración propia


La hambruna de 1921 se cebó sobre los grupos más vulnerables como los niños. Fuente: histclo.com 

La miseria y el hambre se generalizaron en la región del Volga durante el año 1921 y 1922. Fuente: military-history.org





La trágica situación económica y humanitaria provocó, tras el fin de la guerra, un giro copernicano en la política económica del régimen soviético. Se puso en marcha la N.E:P., siglas en inglés de la denominada Nueva Política Económica. El férreo control político del poder ejercido por los bolcheviques no fue suavizado, pero si se liberalizó la economía, abriéndose a formas capitalistas, en lo que el propio Lenin dio en llamar "Capitalismo de Estado". Se dejó libertad a la propiedad e iniciativa privada, se liberalizó el comercio y se favoreció al campesino medio o kulak, poniéndose fin a las requisas. La consecuencia positiva fue el aumento de la producción y el fin de los problemas de abastecimiento y de la crisis. La consecuencia negativa fue el aumento de las desigualdades sociales, alejándose cada vez más del objetivo bolchevique de una sociedad sin clases.
La NEP terminó en 1928, cuando Stalin impuso la colectivización forzada y brutal de los campos y la planificación rígida de la economía, se iniciaba entonces un desaforado crecimiento económico e industrial, pero basado en enormes sacrificio y un gran sufrimiento por parte de la población . El nuevo estado, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que todavía no se había recuperado de las enormes cicatrices de la Guerra Civil, se vería entonces absorbido en la vorágine infernal del nuevo régimen estalinista, que superó con creces cualquier precedente anterior de hambre, dolor y sufrimiento.

La Guerra Civil Rusa en la literatura: cuentos de Míjail Sholojov e Isaak Babel

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Fuente: fotografía propia (jadonceld.blogspot.com)






Hace muchos años, quizás, ya demasiados, entorno a los años 80, mi curiosidad me llevó a fronteras extrañas, mi pasión por la historia y especialmente por los acontecimientos revolucionarios de Rusia me condujo hasta la literatura revolucionaria de la época. En puestecillos de libros del cacereño Paseo de Cánovas, en navidad o en la Feria del libro de abril, adquirí, siendo tan solo un chaval, dos pequeñas obras que causaron en mí una honda impresión, dejándome una huella que todavía hoy perdura. Una era Los cuentos del Don de Míjail Sholojov, la otra, Caballería roja de Isaak E. Babel. Ambos libros se articulaban en pequeñas narraciones, relatos cortos o cuentos, los dos conducían al lector hasta la esencia de cualquier guerra, en especial de cualquier guerra civil, una esencia que no es otra que la brutalidad, la crueldad más descarnada; los dos te sumergían en la naturaleza, describiendo imponentes paisajes y cielos al estilo más clásico de la gran literatura rusa de Tolstoi o Turguéniev. Literatura con mayúscula, cargada de personajes verdaderos e intensos, inmersos en el drama y la violencia desmedida de la Guerra Civil Rusa. Ambos autores eran bolcheviques, ninguno lo escondía. Su ideología se reflejaba con fuerza en estos cuentos, pero ambos, cada uno a su manera, supieron trascender el camino fácil y simplón de la apología política o la propaganda revolucionaria, para tratar de mostrar el horror de la guerra, el dolor de las familias rotas, el drama y la destrucción inherente a un conflicto civil.

La estepa se extiende desde Ucrania y el sur de Rusia hasta Siberia meridional. Estepas en torno al río del Don. Fuente: vishytheknight.wordpress.com


Míjail Sholojov. Fuente: coleccionmuseoruso.es 
En Los cuentos del Don, Sholojov nos trasladan a la región del río Don, a las estepas del sur de Rusia, que se extienden entre Ucrania y el Volga. En aquellas planicies sin fin se diseminaban las stanitsas cosacas, cuyo paisaje estepario, descrito magistralmente por Sholojov, se convertía en el marco vital donde se desenvolvía la dura vida de los cosacos, un pueblo singular, de hombres tenaces, sufridos y orgullosos. El autor nos muestra con una mezcla emocionada de dulzura y tragedia el devenir de sus habitantes durante la cruenta Guerra Civil Rusa. En dicha contienda, los cosacos fueron protagonistas indiscutibles, conformando la base nuclear de los ejércitos blancos: ese fue el caso de los cosacos de Oremburgo, en los Urales, los cosacos del Terek o el kuban en las cercanías del Cáucaso, pero sobre todo de los cosacos del Don.

Fuente: elaboración propia


Cosacos del ejército blanco de Denikin. Fuente: Pinterest
Los cosacos formaban un típico pueblo de frontera, formado por campesinos libres, aguerridos y barbudos, que se enfrentaron con fuerza al nuevo poder emergente de la Revolución, engrosando los ejércitos blancos de Wrangel o Denikin, como antes formaron el grueso de las unidades de caballería del ejército del Zar. Fusionados con la estepa, con la que conformaban una unidad, eran excelentes jinetes y se convirtieron en la esencia de la caballería roja y blanca durante la Guerra Civil Rusa. Y es que, al contrario de lo que con frecuencia se supone, los cosacos no eran todos blancos, muchos se unieron a las filas de los eseritas y de los bolcheviques. En las stanitsas los más se oponían a las requisas de grano que realizaban los bolcheviques  y defendían con celo su individualismo y tradiciones frente al centralismo socializante de los comunistas, sin embargo, algunos se vieron seducidos por las nuevas ideas revolucionarias y se unieron al Ejército Rojo. Sholojov mostrará con maestría el drama de esta sociedad atormentada, desgarrada por la guerra y la revolución, con familias rotas y enfrentadas, siempre en el marco imponente de la naturaleza esteparia. En El Lunar, un padre, jefe de una banda de cosacos blancos, mata en combate al jefe de un escuadrón rojo, entonces descubre en él a su hijo y desgarrado por el dolor, se suicida. En Sangre extraña un padre cosaco, cuyo hijo a muerto como soldado del ejército blanco de Wrangel, cuyo odio al poder soviético no tiene parangón, termina adoptando al joven jefe rojo que le viene a requisar el trigo y que cae gravemente herido en un ataque blanco: él lo recoge, lo cura y cuida, y lo adopta como si fuera su hijo. En La carcoma una familia tradicional cosaca no acepta el bolchevismo de su hijo menor, que termina trágicamente asesinado por su padre y su hermano. Podríamos seguir nombrando, una tras otra, maravillosas historias, por lo general trágicas, como La estepa de añilEl padre de familia, El comisario de abastos, etc.

Stanitsa cosaca de la región del Don. Fuente: russian7.ru
Familia cosaca a finales del siglo XIX. Fuente: ru.wikipedia.org
Sholojov era cosaco y bolchevique, por ello, aunque la tragedia envuelve la mayoría de los relatos, su compromiso ideológico permanece fuerte y se proyecta en la esperanza de una sociedad mejor que se constata en la imposición del nuevo poder soviético, aún a pesar del rechazo que muchos de los habitantes de la estepa sienten por dicho poder. Los cuentos del Don es la primera obra narrativa del autor, publicada en una época temprana, 1925, en la que el estalinismo todavía no había extendido sus terribles tentáculos estranguladores sobre la política y la cultura de la Revolución Rusa. Por ello, Sholojov es capaz en sus cuentos de compatibilizar cierto romanticismo revolucionario con la disponibilidad de ponerse en la mente del cosaco tradicional, que no está dispuesto a aceptar con sumisión la transformación de su mundo por el incipiente poder soviético.
La evolución posterior del autor, sin embargo, le conduciría por otros derroteros, los de la literatura más servil a un régimen que se deslizó en los años posteriores hacia la tiranía más brutal, el totalitarismo delirante de Stalin. En las décadas de 1930 y 1940, el autor de Los Cuentos del Don y de El Don apacible, que recibiría el premio nobel en 1965, se convirtió en uno de los escritores oficiales del régimen estalinista, exaltando en sus obras la "Gran Guerra Patria" frente al nazismo o la colectivización de los campos soviéticos de la época. Llegaron así obras como Lucharon por la Patria, que también adquirí en mi juventud. Nunca la llegué a leer, con toda probabilidad, nunca la leeré.

La relación de cosaco con sus caballos es algo especial. Fuente: russia7puntoru

El gran escritor Isaak Babel. britannica.com
La literatura de Babel es diferente. Isaak E. Babel no era un cosaco como Shojolov, era uno de los muchos judíos que habitaban las tierras occidentales del inmenso imperio ruso, que sobrevivían en los guetos y aldeas judías repartidas por Ucrania, Polonia o Bielorrusia. Como muchos judíos sufrió la severa discriminación y los violentos progroms de la época zarista, y como muchos de ellos se unió con esperanza a las filas revolucionarias de los bolcheviques. Los relatos que conforman La caballería roja son mucho más cortos que los de Sholojov, sus historias se conciben como pequeñas brochadas, aunque todas juntas son capaces de conformar una increíble radiografía de la guerra polaco-soviética (concebida como el último capítulo de la Guerra Civil Rusa, no en vano Polonia era parte del antiguo imperio del Zar). Así pues, cada narración puede leerse como tal o como un capítulo de una novela única y compacta. El autor no olvida la luz, los cielos, el paisaje, pero este no aporta dulzura ni un marco que mitigue la barbarie, simplemente la acompaña. Su obra es minimalista, marcada por una concreción máxima, y sin apenas atisbos de romanticismo revolucionario, sin la ingenuidad que subyace en algunos relatos y personajes de Sholojov. Y sin la ingenuidad y el romanticismo tampoco queda mucho espacio para la esperanza. La guerra con mayúsculas, con su horror y barbarie, se convierte en el protagonista total de las narraciones.
Aunque es evidente el compromiso del autor y de muchos de sus protagonistas con la causa bolchevique, los relatos carecen de la suficiente empatía con los objetivos supremos de la revolución  y los héroes se diluyen en una descripción descarnada de la dureza de la guerra. En el primer cuento ya se manifiesta la extrema crudeza que se nos viene encima, en El paso del Zbruch un soldado es alojado en una casa, donde pronto descubrirá que durmió junto a un cadáver, el del dueño asesinado por los polacos. La desesperanza se apodera del relato En el sol de Italia, en el que su compañero de habitación, Sídorov, escribe una carta bajo el estigma del mayor de lo desalientos: "Me felicitaron y prometieron nombrarme adjunto si me corregía. No me corregí ¿Y que vino luego? Pues luego vino el frente, la caballería, la soldadesca oliendo a sangre fresca y a despojos humanos". En Guedali, un anciano judío desmenuza con angustia y desánimo la revolución y su enemiga, la contrarrevolución. Lo más lúgubre, lo más cruel y lacerante, el conjunto de atrocidades e inmoralidades que rodean cualquier guerra se van sucediendo ante el lector, que queda atrapado por la dureza de la secuencia: en La muerte de Dolgushov un soldado herido, con sus intestinos fuera, exige a sus compañeros que acaben con su sufrimiento; en Argamak se muestra la áspera brutalidad de los cosacos y sus vínculos extremos con el caballo, aspectos visibles igualmente en Afonka Bida, donde además el lector asiste impávido a la salvaje destrucción del patrimonio eclesiástico; en Trunov, el jefe de escuadrón se refleja sin miramientos el ensañamiento y la brutalidad con los prisioneros, que llegan a ser asesinados a sangre fría; en La sal el protagonismo es para el contrabando y las violaciones de mujeres; en Los Ivanes nos sobrecogemos ante la figura del protagonista, que en medio de la oscuridad, llega a orinar sin saberlo sobre el cadáver de un enemigo; La canción nos muestra el drama de aquellas mujeres que son obligadas a mantener en sus casas a los soldados, a los que, si quieren sobrevivir, deben darles comida y...sexo.

Carteles soviéticos que exaltan a la caballería del Ejército Rojo. Fuente: civilianmilitaryintelligencegrou.com
Si Sholojov conocía al dedillo la vida de los cosacos y sus estepas, Babel desmuestra conocer como pocos las tribulaciones de la Guerra Civil Rusa y a la caballería del Ejército Rojo. Aunque no estuvo en primera línea, participó en la campaña de Polonia como parte de la caballería roja que dirigía Semión Budionni, al que nunca le gustaron sus cuentos. Después de leerlos, resulta obvio. La guerra polaco-soviética fue uno de los capítulos finales de la cruenta Guerra Civil Rusa: en 1920 los nacionalistas polacos de Pilsudski, nombrado en el libro, avanzan hacia el este y el Ejército Rojo, a esas alturas claro ganador de la guerra contra los ejércitos blancos, lanza un fulgurante contraataque que le lleva a las puertas de Varsovia, que finalmente no caerá. Ese es el contexto en el que se incardina la obra de Babel. Los combates más intensos se desarrollaron en las tierras de lo que hoy sería el oeste de Ucrania y Bielorrusia y el este de la actual Polonia, precisamente la zona con mayor población judía de toda Europa, cuya vida y sufrimientos conocía muy bien Babel -él había nacido en el gueto judío de la ciudad ucraniana de Odessa-. Y es así, como los judíos se convierten en protagonistas indiscutibles de algunos de los relatos -el caso del anciano Ghedali- o se nos descubre la vida en alguno de los cientos de pueblos judíos, como Berestechko, que se extendían por aquellas tierras de frontera.

Miembros del Primer Ejército de Caballería del Ejército Rojo, la célebre Caballería Roja, dirigida por Semión Budionni, con cuyo papel fue muy relevante en el transcurso de la Guerra Civil Rusa. Fuente: wikipedia.org
Cosacos de la Caballería Roja. Fuente: gettyimages.es
Pero los jinetes de la caballería roja del general Budionni, como el mismo Budionni, solo podían ser cosacos.  Es por eso que éstos se convierten en grandes protagonistas de la obra: Babel, en algunas de sus narraciones, nos sumerge en el tumultuoso universo de los cosacos del Kuban. Los ambientes, entonces, nos recuerdan a la literatura de Sholojov y la venganza se convierte en el gran eje vertebrador. Así ocurre en La carta, la brutal historia que narra la venganza de un hijo frente a su padre, o en la Biografía de Matvei Rodionich Pavlichenko, general rojo que fue pastor antes que soldado y tras la revolución se vengó de su amo en una perfecta radiografía de la atroz lucha de clases del campo ruso en la revolución: "Con un tiro no se llega al alma (...) yo, si llega el caso, estaré pisoteando una hora o quizás más, porque deseo conocer la vida tal como es aquí en nuestro país... sencillamente brutal". Es también el caso de Prischeba, relato muy corto pero terrible, donde un cosaco vuelve tras la guerra a su pueblo en el Kuban para vengar la muerte de sus padres por los blancos y el saqueo de sus bienes por los vecinos.
Babel, al contrario que Sholojov, cayó en desgracia durante la época de Stalin. El autor de Caballería roja era tan heterodoxo como su obra y siempre resultó molesto para un régimen que había derivado hacia el totalitarismo más descarnado. Muerto su protector, el escritor Máximo Gorki, Stalin acabó con su vida e intentó acabar con su obra, lo primero le resultó fácil, en lo último fracasó estrepitosamente.

"La carga de la Caballería Roja" del pintor revolucionario kazimir Malevich


Violencia racial en EE.UU. a principios del siglo XX: el verano rojo de 1919 y la masacre de Tulsa

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Titular del periódico St.Louis Globe-Democrat del 6 de julio de 1917: "Cien negros tiroteados, quemados y apaleados hasta la muerte en la guerra racial de East St. Louis". Fuente: blackpast.org

Con sus poco más de 400.000 habitantes (1.100.000 hab. en el conjunto de su área metropolitana), la ciudad estadounidense de Tulsa es hoy la segunda ciudad del estado de Oklahoma. Una ciudad próspera que creció a lo largo del siglo XIX en torno al río Arkansas y se convirtió en uno de los centros neurálgicos de la industria petrolífera estadounidense durante el siglo XX. Conocida por el sobrenombre de capital mundial del petróleo, inspiró al propio Hollywood, que rodó en 1949 el film Tulsa, ciudad de lucha, en el que se recreaba el boom petrolífero que vivió la ciudad en los años 20 del pasado siglo. Su popularidad también ha estribado en el carácter extremo de su clima, algo general a amplias zonas del área de las grandes praderas. Conocida por sus desastres naturales, se encuentra en el llamado corredor de los tornados de Estados Unidos y sufre además recurrentes inundaciones por las frecuentes tormentas.

Sin embargo, el protagonismo de la ciudad de Tulsa va mucho más allá de lo conocido por el gran público, al menos desde el punto de vista histórico. Todavía son muy pocos los que la reconocen por ser el lugar donde se produjo la mayor y más brutal masacre racial de la historia de Estados Unidos. Hace ya casi un siglo acontecieron allí unos hechos terribles que quedaron postergados al más increíble de los olvidos. Después de lo ocurrido, un telón de desmemoria se cernió sobre la historia de la ciudad y tanto las instituciones como los individuos trataron de olvidar durante muchas décadas los trágicos acontecimientos. Los asesinos y las víctimas, por razones obviamente diferente, no volvieron a hablar de un tema que se tornó tabú: unos pretendían silenciar sus crímenes y evitar responsabilidades, otros eran presas del pánico e intentaban sobrevivir sobre las ruinas de lo que les quedaba, todos intentaban seguir viviendo tras unos acontecimientos dolorosos que habían fracturado irremediablemente la convivencia de la comunidad. En el futuro, casi nadie osó mencionar o describir los acontecimientos en los libros de historia, ni de Tulsa, ni de Oklahoma, ni de Estados Unidos.

George Floyd, poco antes de su muerte, bajo la
rodilla del policía Derek Chauvin. F.: publico.es
Sin embargo, y como en tantas ocasiones (podemos mencionar el olvido de la brutal represión franquista de la posguerra española y los intentos actuales por recuperar la memoria de las víctimas) la historia es terca y la memoria de lo acontecido en Tulsa permaneció a lo largo del siglo XX viva a través de las conversaciones en voz baja y los recuerdos de los más viejos, que lo rememoraban en el ámbito privado. Y cuando los hechos parecían haberse volatilizado para siempre, emergieron tibiamente con el inicio del XXI para resurgir con increíble fuerza a raíz de la crisis social propiciada por el asesinato de George Floyd, un ciudadano de raza negra brutalmente asfixiado por la policía en las calles de Minneápolis en mayo de 2020. La reacción social de protesta inundó las calles de todo el país, surgiendo un movimiento de reivindicación bajo el nombre de Black Lives Matter, que ha puesto sobre la palestra el racismo que palpita en la sociedad y las instituciones del país. Al abrigo de esta situación, la oscura historia de segregación y violencia racial de EE.UU. ha sido denunciada, se ha perdido el miedo, se han eliminado las precauciones y con inusual descaro se han derribado estatuas e incluso se ha intentado reescribir la historia en favor de las víctimas de la esclavitud y la segregación racial. Es así como muchos de los hechos históricos olvidados, como el acontecido en Tulsa, han renacido y recobrado una nueva dimensión, llegando a un gran público que los desconocía casi por completo.

La muerte de George Floyd desembocó en el nacimiento de un masivo movimiento de protesta, el conocido como Black Lives Matter, que reivindica la dignidad de los ciudadanos de raza negra. Fuente: elmundo.com












Hoy es mucho lo que ha cambiado en Tulsa y en el conjunto de Estados Unidos, la mentalidad ha evolucionado y la comunidad afroamericana ha prosperado, desarrollándose una potente clase media negra, pero las tensiones raciales siguen vivas y buena parte de la población de color sigue viviendo en sus propios barrios (evidente herencia de la época de la segregación), con índices elevadísimos de pobreza, población carcelaria y paro, sufriendo además una insoportable brutalidad policial. Y es que, con independencia de su nivel de vida y su clase social, todos los afroamericanos tienen algo en común, sufren la sospecha social y policial respecto a su potencial como delincuentes. Por otra parte, todavía pervive un sentimiento de hostilidad racial en amplios sectores de la población blanca, que no terminan de aceptar la prosperidad de los negros, que no asumen que éstos les superen en los más diversos ámbitos, que sean más cultos o más ricos, porque en lo más profundo de su corazón (y de su educación) los conciben como inferiores, y esa prosperidad remueve sus sólidos principios de superioridad racial. Es la envidia que con frecuencia acompaña al racismo.

Ambos ingredientes del racismo, sospecha y envidia hacia los negros, siguen hoy vigentes en parte de la sociedad americana y son los dos elementos que definen los acontecimientos que se produjeron a principios del XX en Tulsa. En el país donde nació la democracia, en la que era la nación más rica y próspera del mundo, en la primavera de 1921, recién terminada la Primera Guerra Mundial, la comunidad negra de la ciudad de Tulsa lo perdió todo, sus casas y propiedades, sus negocios y en muchos casos su vida. Centenares de personas de color fueron asesinadas y el próspero distrito negro de Greenwood quedó reducido a cenizas. Sin embargo, y al contrario de lo que pueda suponerse, lo ocurrido allí, no fue en modo alguno un hecho aislado, sino una realidad endémica en una sociedad que se había construido, desde sus cimientos, sobre los valores del racismo y la segregación.

El verano rojo de 1919 

Los hechos acontecidos en Tulsa se explican como parte del contexto social racial existente desde la segunda mitad del siglo XIX y especialmente desde el fin de la Primera Guerra Mundial, cuando las circunstancias socioeconómicas dispararon la conflictividad racial, desembocando en el llamado verano rojo de 1919, así definido por el intelectual y activista negro James Weldon Johnson, y en las tensiones raciales que marcaron los años siguientes en Estados Unidos. 

Cartel de "El nacimiento de una nación" de
 D.W. Griffith. Fuente: filmaffinity.com
El fin de la Gran Guerra había desembocado en Europa en una época convulsa marcada por la extensión de los conflictos sociales bajo la inspiración de la Revolución rusa de 1917. Es el momento de la revolución espartaquista alemana de 1919, el Trienio Bolchevique español (1918-20) o el Biennio Rosso italiano (1919-20). Estados Unidos, aunque menos afectado por las convulsiones de la guerra, vio también crecer las tensiones laborales y sociales, que adquirieron pronto un formato racial. Como reacción, se impuso en el país un giro conservador posbélico, un rechazo al comunismo y las luchas obreras, pero también a las aspiraciones de justicia y fin de la segregación racial de la población negra. Bandas de blancos se enseñoreaban de la noche y atacaban a la población de color, se multiplicaban los asesinatos y linchamientos, se destruían las propiedades de los negros, sus casas y negocios. En 1915 se refundaba un segundo Ku klus klan, organización supremacista que amparaba y legitimaba la violencia racista, que en estos años adquirirá una fuerza hasta entonces desconocida, con millones de miembros, extendiendo su influencia por todo el país, incluso por los estados del Oeste y el Norte. Ese mismo año se estrenaba la película muda "El nacimiento de una nación", considerada a nivel técnico uno de los filmes más importantes de la historia del cine, pero también una cinta especialmente polémica por su racismo explícito y su abierta apología del Ku Klus Klan.

Desfile multitudinario del Ku Klus Klan en Washington en 1925. Fuente: dailymail.co.uk

Un afroamericano lichado en 1925. F.: wikipedia.org























Los linchamientos y la violencia contra los negros habían sido siempre algo frecuente en los estados del Sur, allí eran utilizados históricamente como medio de castigar el comportamiento "inadecuado" de los negros, su supuesta inclinación hacia la violencia y especialmente su actitud ante las mujeres blancas (abusos o violaciones). Era una especie de instrumento de "control racial" para inhibir los deseos de los negros y sus tentaciones de rebelarse contra el predominio racial blanco. No debemos olvidar que había muchos condados del Sur, especialmente de Georgia, Alabama, Mississippi, Arkansas o Lousiana, donde la población negra igualaba o incluso superaba a la blanca, lo que había generado en ésta un miedo casi irracional a una posible rebelión de los negros. 

Fue precisamente en esta época, pocos años antes del llamado verano rojo de 1919, en mayo de 1916, cuando se produjo uno de los más sangrientos linchamientos de la historia de Estados Unidos. En Waco, Texas, un joven trabajador agrícola negro era asesinado de una manera cruel y atroz. Se le había acusado de violar y matar a la esposa de su patrón blanco y un tribunal lo había declarado culpable y condenado a muerte. Ante la pasividad de los funcionarios y policías, una multitud enfervorizada lo arrastró fuera del tribunal y lo condujo frente al ayuntamiento de la localidad. Allí, en un ambiente festivo, miles de espectadores, muchos de ellos niños, se arremolinaron para ver como era castrado y se le amputaban los dedos, como era colgado vivo sobre una hoguera para ser alzado y bajado varias veces sobre el fuego. No le pareció suficiente a la turba, y el cadáver calcinado fue desmembrado y su tronco arrastrado por toda la ciudad. Algunas de las partes de su cuerpo se vendieron como souvenirs y las fotos que se realizaron se imprimieron y vendieron en Waco como postales. 

Ante la satisfacción de los blancos que le rodean, el cadáver calcinado de Jesse Washinton cuelga de un árbol tras su brutal linchamiento. Fuente: wacotrib.com

La brutalidad del linchamiento de Jesse Washington en la ciudad de Waco superó todo lo imaginable. La víctima sufrió amputaciones y fue quemado vivo. Esta macabra fotografía así lo evidencia. Fuente:face2faceafrica.com
Sin embargo, y más allá de los linchamientos clásicos, la violencia racial posterior a la Gran Guerra irá adquiriendo una nueva dimensión, mucho más social, y como gran novedad, se extenderá más allá de los estados sureños para alcanzar también a los estados del Norte. Entre 1910 y 1930 se produjo la llamada Gran Migración (a partir de la Segunda Guerra Mundial se produciría una segunda migración aún mayor), que condujo a más de millón y medio de afroamericanos desde los estados del Sur hasta las grandes ciudades industriales del Norte, Medio Oeste o California. Ciudades como Kansas City, St. Louis, Chicago, Cleveland, Detroit o Nueva York vieron duplicada su población negra. Los inmigrantes de color buscaban un empleo y la mejora en sus condiciones de vida, pero huían también de las llamadas leyes de Jim Crow, las leyes segregacionistas que limitaban la libertad de los negros en el Sur. En las ciudades de destino en el Norte se producirá entonces una fuerte reacción de la población blanca ante la creciente y masiva llegada de población negra, convertida en rival laboral, al disputar los empleos a los blancos y abaratar el mercado de trabajo. De hecho, eran frecuentes las ocasiones en que los empresarios se enfrentaban a las huelgas de trabajadores utilizando obreros negros para sustituir a sus empleados blancos, algo que estuvo en la raíz de muchos disturbios raciales, como los acontecidos en St. Louis (Missouri) en julio de 1917 o en Omaha (Nebraska) en septiembre de 1919. Todo esto se producía en un contexto urbanístico y demográfico muy complejo, en el que ciudades como Chicago llegaban a duplicar su población en pocos años, lo que generaba graves problemas de acceso a la vivienda. Muchos trabajadores negros intentaron asentarse en barrios tradicionalmente blancos, provocando la reacción y el rechazo de éstos. Es precisamente en esta época cuando se consolida definitivamente la fuerte segregación racial urbana de la sociedad americana, que hoy todavía marca el devenir de la mayoría de las ciudades, y que no es solo perceptible en las urbes del Sur, sino en ciudades de otras partes del país como Chicago o Detroit. Fue precisamente Chicago una de las ciudades donde la violencia racial alcanzó mayores niveles, estallando en brutales disturbios a finales de julio de 1919. La tensión se desencadenó a partir de un hecho fortuito, un joven negro cruzó nadando la línea invisible que separaba las razas en una playa del lago Michigan. Su asesinato desembocó en cinco días de violencia entre las comunidades negra y blanca, que solo terminó con la intervención de la milicia estatal y tras la muerte de 23 afroamericanos y 15 blancos. Cientos de personas, la mayoría negras, perdieron sus casas.

Fuente: elaboración propia.



Omaha (Nebraska), septiembre de 1919. El cuerpo del afroamericano Will Brown después de ser quemado por una turba de exaltados blancos. Fuente: wikipedia.org


Ciudadanos negros y miembros de la Guardia Nacional en frente del Ogden Cafe durante los disturbios raciales de 1919 en Chicago. Fuente: nbcnews.com


Regocijo de la chavalería blanca tras la expulsión de una familia negra de su hogar. Chicago 1919. Fuente: times.com














Esta situación explosiva se veía acrecentada por el giro conservador de las autoridades y del gobierno del propio presidente Wilson. El poder se veía imbuido de un fuerte temor al sindicalismo y al comunismo (que en Europa se extendía como la pólvora) y a que la población negra fuera atraída hacia las ideas revolucionarias, lo que sin embargo, solo ocurrió de forma muy episódica. En este sentido, el país asistía con recelo a la vuelta de cientos de miles de soldados negros que regresaban desde Europa, y que habían combatido en el ejército americano durante la Primera Guerra Mundial. Hombres que habían luchado por la libertad del Viejo Continente, donde eran considerados libertadores y que ahora volvían a sus míseras casas, la mayoría en el Sur, pobres y sin derechos, para ser tratados como ciudadanos de segunda. Muchos de ellos habían desarrollado un fuerte sentimiento de igualdad y estaban resueltos a no aceptar a su vuelta las humillaciones y desprecios de toda la vida. Esos negros orgullosos y vestidos con sus uniformes, provocaron, además, en los elementos más racistas de la sociedad americana, una abierta reacción de rechazo, considerados como una amenaza para el status quo de las relaciones sociales y raciales del país. Muy aconsejable para entender tal realidad, aunque se ubique décadas después, durante la Segunda Guerra Mundial, es la visión que nos aporta una excelente película, Mudbound, que cuenta la historia de un soldado negro que combatió contra los nazis en Europa y que a la vuelta se reencuentra con la triste vida de su familia, aparceros negros que sufren la miseria y el racismo en un mundo rural donde casi nada había cambiado.

Disturbios raciales de julio 1919 en Chicago. Un veterano negro del ejército se encara con un miembro de la milicia estatal. Fuente: news.chicago.edu

Miembros del 369º Regimiento de Infantería, conocidos como Harlem Hellfighters, que recibieron la Cruz de Guerra del gobierno francés tras la guerra. Fuente: history.com
























Cartel promocional de la película "Mudbound". Fuente: helocalcolumbus.com
En consonancia con lo que hemos comentado, el aumento considerable de la violencia racista en los años posteriores a la Gran Guerra estuvo muy ligado al aumento paralelo de la resistencia de la población negra a la segregación y la violencia ejercida contra su comunidad. Más que nunca antes, los negros se enfrentaron y desafiaron la brutal y despiadada violencia de los blancos recurriendo a la violencia autodefensiva, pero también presionando al Congreso y al senado para que cambiaran la leyes y actuando en los tribunales, con demandas continuas frente a las injusticias que sufrían. El bucle se activó: la creciente reacción violenta de los negros a la brutalidad de los blancos, aumentó el temor de éstos y su recurso a la violencia; pero a la vez, las decenas de disturbios, especialmente intensos en el verano y otoño de 1919, que produjeron cientos de muertos, también provocaron un despertar de la conciencia racial y social de los negros.

Todos estos ingredientes, que definen la época y explican la situación explosiva descrita (violencia racista, injusticia social, creciente resistencia a la opresión, existencia de veteranos negros de guerra, emigración hacia el norte) se ven compendiados en un terrible episodio que nos sirve de ejemplo paradigmático: el caso del linchamiento de Irving y Herman Arthur, hijastros de un aparcero negro llamado Scott Arthur. No por casualidad, el segundo de ellos era veterano de la Primera Guerra Mundial. Ambos fueron quemados vivos en la localidad de París, Texas, el 6 de julio de 1920, delante de miles de personas. Ambos eran aparceros que trabajaban las tierras de unos propietarios blancos, John Hodges y su hijo Will. Cuando éstos les obligaron a trabajar el sábado por la tarde y el domingo para pagar una supuesta deuda, los Arthur se negaron. Ante la actitud violenta y despótica de los Hodges, ante sus intimidaciones y humillaciones, los Arthur se defendieron: cuando los patronos recurrieron a las armas de fuego, los dos jóvenes negros les dispararon. La respuesta no se hizo esperar y una turba de miles de personas los quemó vivos en el recinto ferial del condado de Lamar, en la localidad de París. Lo que quedaba de la familia, ante las amenazas de muerte, tuvo que huir hacia el Norte y se trasladó a Chicago, convirtiéndose sin quererlo en un símbolo de la Gran Migración, que llevó a cientos de miles de afroamericanos de la época hacia las grandes ciudades del Norte.

Scott y Violet Arthur a su llegada a Chicago el 30 de agosto de 1920, dos meses después del linchamiento de sus hijos en París, Texas. La imagen se ha convertido en un símbolo de la Gran Migración. Fuente: chicagotribune.com

















La matanza de Elaine (1919) 

Aunque, como ya hemos comentado, los disturbios y matanzas racistas se extendieron más allá de los estados sureños, alcanzando el Medio Oeste (Omaha) y el Norte (Chicago o Washington), fue en el profundo Sur, en un pequeño pueblo de Arkansas, donde aconteció una de las mayores masacres racistas de la historia de Estados Unidos. Elaine era una pequeña población, apenas 850 habitantes, ubicada junto al río Mississippi, próxima a la frontera con el estado del mismo nombre. Se hallaba, pues, en el corazón más recóndito del Sur, el bajo curso del Mississippi, en una de las zonas de Estados Unidos donde la esclavitud había tenido más implantación y donde más población negra aún residía. Se trataba de un pueblo típico sureño, marcado por la pobreza, la decadencia económica y la creciente despoblación, pero también por la radical segregación de sus habitantes: al sur las viviendas de la población blanca, al norte las de la gente de color, que suponía más de la mitad de los residentes, algo habitual en muchas localidades del entorno. 

Era una zona muy rural, que abrumadoramente vivía de la agricultura y donde las tensiones sociales crecían sin freno: por un lado, la crisis económica que se derivaba de las fuertes transformaciones del sector agrícola y la rápida mecanización; por otro lado, la mayor organización de las comunidades negras, lo que ponía en creciente estado de alerta a los blancos, habitantes de una zona en la que el racismo y la supremacía racial era algo incuestionable. Y es que, incluso en el profundo Sur, la realidad se transformaba con rapidez y los negros empezaban cada vez más a ser conscientes de sus derechos y la necesidad de luchar por ellos, lo que inquietaba cada vez más a sus vecinos blancos, a los que les costaba digerir las nuevas actitudes. En zonas como Elaine, donde la población negra era incluso mayoritaria, el miedo de los blancos ante la creciente movilización de los negros era aún mayor que en otros lugares, se sentían aún más vulnerables y su mayor susceptibilidad los hacía más violentos. 

El gobernador de Arkansas, Charles Brough, se dirige a la multitud después de la masacre de Elaine. Fuente: edition.cnn.com
Afroamericanos tomados prisioneros tras la masacre de Elaine por tropas del ejército estadounidense enviadas desde Camp Pike. Fuente: edition.cnn.com

Tropas federales escoltan a hombres negros detenidos hacia la escuela en Elaine. Fuente: edition.cnn.com
Como en tantos otros lugares del Sur, los negros de Elaine, la mayoría aparceros y jornaleros, sufrían los agravios y abusos de los propietarios blancos. Durante la primavera y el verano de 1919 las quejas de los apareceros y sus demandas de mejores condiciones de trabajo fueron aumentando de tono, lo que les llevó a organizarse a nivel sindical. El 30 de septiembre la situación terminó por explotar, Robert L. Hill, líder sindical negro, reunió a los agricultores de color en una iglesia cercana a la población para organizar la lucha y definir sus exigencias. Para los blancos del condado no había duda de que los negros estaban preparando una revuelta y los viejos fantasmas sureños se reavivaron. Muchos blancos se acercaron al lugar y con la creciente tensión se personó el Sheriff del condado, Charles Pratt, y un guardia del ferrocarril. Los campesinos negros les negaron el paso y la situación se volvió explosiva: tras varios disparos, el guardia cayó muerto. La noticia se extendió con rapidez y el sempiterno terror a una insurrección negra cristalizó en la aparición al día siguiente de una turba de cientos de hombres blancos llegados a Elaine desde los condados cercanos, a los que se unieron medio centenar de soldados enviados por el gobernador de Arkansas para enfrentarse a la supuesta rebelión negra. No hay constancia de la participación de los soldados, pero si de la policía del condado en el linchamiento, persecución y muerte de más de 200 residentes negros, algunas cifras hablan de 237, así como la destrucción y saqueos de sus propiedades. Muchos supervivientes tuvieron que abandonar la localidad, a la que nunca más volverían, mientras sus propiedades eran literalmente robadas por sus vecinos blancos. 

Para las autoridades la violencia fue necesaria, permitiendo el restablecimiento del orden frente a la indiscriminada e injustificable violencia de los negros. A sus ojos, y como había demostrado la historia, solo una implacable lección frenaría la potencial crueldad de los negros y su creciente insolencia. El mejor reflejo de la actitud racista de la autoridad política y policial está en la postura de los tribunales de justicia ante los hechos. El gran jurado del condado de Phillips, donde se hallaba Elaine, tan solo un mes después de los acontecimientos, condenaba a 122 hombres negros a durísimas penas por la violencia desencadenada, 12 de ellos a pena de muerte, mientras los asesinos blancos continuaban con su vida cotidiana como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, aquel juicio produjo un gran escándalo e incredulidad en la comunidad negra, que se movilizó: seis años después, tras largos recursos y procesos judiciales, fueron todos puestos en libertad.

Doce campesinos negros fueron condenados a muerte tras la matanza de Elaine. F.: campusdata.uark.edu










La masacre de Tulsa (1921)

Año y medio después de los terribles acontecimientos de Elaine, entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 1921, la situación volvía a repetirse en el vecino estado de Oklahoma, en la ciudad de Tulsa, situada a poco más de 600 kilómetros de distancia. Allí morían cerca de 300 personas, aunque la versión oficial cerró la cifra en 39 muertos, mientras los hospitales se llenaban con cerca de un millar de heridos. 6.000 residentes de raza negra fueron internados en instalaciones de confinamiento durante días. Buena parte del distrito de Greenwood, poblado por gentes de color, quedó arrasado, decenas de manzanas y cientos de locales y casas fueron destruidos. Tras los incendios y saqueos, 10.000 negros perdieron su hogar y cientos de ellos también sus negocios. Muchos de ellos abandonaron su ciudad para siempre.

La fotografía muestra la destrucción del barrio negro de Greenwood. Se acompañan de un texto muy explícito: "Echando a los negros de Tulsa". Fuente: blackpast.org

Vista aérea de la ciudad de Tulsa. Al fondo el barrio negro de Greenwood en llamas. Fuente: scroll.in 

Oklahoma no fue estado de la Unión hasta 1907, antes se configuró como un Territorio Indio, donde fueron asentados muchos pueblos indígenas del sureste del país expulsados de sus tierras. En la segunda mitad del siglo XIX la zona empezó a recibir muchos colonos blancos, pero también de raza negra. Tras la Guerra Civil Americana y la abolición de la esclavitud, muchos negros ya libres, que huían del racismo de los estados cercanos del Sur, emigraron hacia Oklahoma en busca de nuevas oportunidades. Allí las tierras eran baratas y las posibilidades de progresar eran mayores. Llegaron a surgir 50 nuevas localidades solo de población de color, en lo que fue un hecho inédito en la historia de Estados Unidos. Con el tiempo, la población negra empezó a ser relevante en las principales ciudades del estado, como Oklahoma city o Tulsa. Como en tantas ciudades americanas en los años 20, la situación racial resultaba explosiva y la tensión era muy elevada, en el contexto de la marcada segregación residencial de las comunidades blancas y negras. Pero lo llamativo de Tulsa es que la comunidad negra de la ciudad no conformaba un gueto miserable convertido en una reserva de mano de obra barata. Greenwood era un barrio dinámico y pujante, donde se desarrollaba una activa vida económica y comercial y cuyos habitantes gozaban de un nivel de vida bastante más elevado que el de la media de la comunidad negra del país. Conocido como el "Black Wall Street" por su prosperidad, el barrio vivía al margen del resto de la ciudad, pero había sabido crecer por su cuenta: empresarios negros montaban sus negocios y proveedores negros los atendían, soportándose el sistema sobre el consumo de la propia población negra del barrio. Los negros de Tulsa habían sabido prosperar a pesar de la segregación y al margen de la ciudad en la que vivían, su progreso era un desafío a las Leyes de Jim Crow, las leyes segregacionistas que se imponían en muchos estados y limitaban el progreso social de las gentes de color. La prosperidad del barrio ya era en sí mismo una afrenta, al desafiar el mito blanco de la incompetencia y torpeza de los negros, mientras estimulaba la envidia de los blancos, para los que resultaba inaceptable el éxito de los negros. Si a esa situación añadimos los intereses inmobiliarios y ferroviarios que se cernían sobre el barrio, así como el tradicional miedo a la supuesta tendencia de los negros a la violencia y la rebelión, el cóctel estaba servido. 

Tras el saqueo, el llamado Black Wall Street de Tulsa fue pasto de las llamas. Fuente:  tulsaworld.com













En un contexto explosivo como el descrito, cualquier chispazo podía desencadenar una auténtica tormenta de fuego. Y eso ocurrió cuando el 30 de mayo, Dick Rowland, un joven limpiabotas negro, fue a acusado de violentar a Sara Page, una jovencita blanca operadora de elevadores en el edificio Drexler, en cuya parte superior había un baño para negros que Rowland utilizaba. En el ascensor coincidieron los dos y un testigo escuchó un grito de mujer en el ascensor, mientras el negro huía del lugar. Al día siguiente era detenido. Al estilo más "tradicional", una multitud de blancos justicieros se reunió en los exteriores del juzgado donde se encontraba retenido, respondiendo al llamamiento de algunos periódicos, que como el The Tulsa Tribune, denunciaban airadamente la agresión y llamaban a la venganza. Pero las cosas ya no eran como antes y ante los rumores de linchamiento, miembros de la comunidad negra local se acercaron al lugar. Blancos y negros portaban armas. En la noche del día 31 de mayo la tensión desembocó en un tiroteo en el que murieron 12 personas, la mayoría blancas. La venganza no se hizo esperar y la noticia de estas muertes se extendió como la pólvora por toda la ciudad. A partir de la media noche, una turba justiciera de blancos arrasaron Greenwood matando, saqueando e incendiando a su paso y solo al mediodía del día siguiente, el 1 de junio, la Guardia Nacional del estado lograba controlar la situación con la declaración de la ley marcial. Se trató de un escarmiento a gran escala en el que incluso participaron aviones privados, que lanzaron artefactos explosivos.

Más de 30 manzanas de edificios fueron destruidos en el transcurso de los disturbios raciales de Tulsa. Fuente: washingtonpost.com
Tras la destrucción del barrio de Greenwood, una familia afroamericana rebusca entre los restos del que fue su hogar. F.: history.com (Sociedad Histórica de Oklahoma).
Un hombre negro en medio de los restos de su vivienda, tras la masacre de Tulsa. Fuente: tulsaworld.com
Los disturbios racistas de Tulsa produjeron más de mil víctimas, entre muertos y heridos. Pacientes negros en el hospital ARC de Tulsa. Fuente: history.com (Sociedad histórica de Tulsa).
Campos de refugiados para negros en Tulsa. Fuente: history.com




















































La destrucción masiva acabó con el barrio, que nunca se llegó a recuperar del todo: muchos de sus habitantes habían muertos, la mayoría arrojados a fosas comunes, otros habían sido detenidos, gran cantidad de ellos huyeron y jamás volvieron. Ninguno de sus residentes fue resarcido o compensado por los hechos. El barrio nunca volvió a recuperar su pujanza y aunque se reconstruyó en parte, nada volvió a ser igual. Es más, tras ser lentamente restaurado, fue luego arrasado parcialmente décadas después por un paso a desnivel de la autopista y por la puesta en práctica de posteriores proyectos de remodelación urbana. La comunidad negra superviviente nunca recuperó el vigor pasado y hoy comparte los mismos niveles de pobreza que el resto de la población negra del país. Las fotografías de la masacre circularon como postales durante algún tiempo por el país, después los hechos fueron cubiertos con el tamiz del olvido para ser borrados de la memoria durante muchas décadas.

En la década de 1990 algo empezó a cambiar lentamente. Algunos supervivientes intentaron acciones legales, pero los delitos habían prescrito y el proceso no prosperó. En 1996 la Asamblea Legislativa del estado de Oklahoma encargó una investigación sobre la masacre y se creó una comisión para su estudio. Ese año se erigía también un monumento conmemorativo, el Black Wall Street Memorial. Pero fue con la entrada del siglo XXI, cuando los hechos de Tulsa empezaron a salir de la oscuridad definitivamente. La investigación iniciada la década anterior terminó en 2001 con la publicación de un informe oficial que reconocía la contribución activa de las autoridades locales, que estimularon la masacre e incluso armaron a civiles, a los que designaron como sus representantes, reconociendo además su participación en el traslado posterior de la población negra a los centros de reclusión. Se creó, entonces, una comisión de reparación, aprobándose medidas de compensación para los descendientes de las víctimas y la creación de un parque memorial en honor de las víctimas, cuyas obras se iniciaron pronto y que finalmente fue terminado en 2010. Hoy es el John Hope Franklin Reconciliation Park, que conmemora los terribles hechos y reivindica el papel de los afroamericanos en la construcción de Oklahoma, largamente olvidado (John Hope Franklin fue un destacado historiador afroamericano nacido en Oklahoma). Actualmente, además, existe un centro cultural, el Greenwood Cultural Center, que mantiene viva la llama del pasado con exposiciones y actividades culturales. Sin embargo, un tema más espinoso ha resultado ser la búsqueda de las fosas comunes donde fueron enterradas las víctimas y la consiguiente exhumación de sus cadáveres. Las excavaciones, que estaban previstas para el año 2018, se pospusieron finalmente hasta 2020 y la actual pandemia las tiene prácticamente paralizadas.

Erigido en Tulsa, el Black Wall Street Memorial mantiene vivo el recuerdo de las víctimas de la masacre. F.: cnbc.com




A pesar de todo, el conocimiento de la masacre por el gran público ha ido creciendo sin parar en los últimos tiempos, favorecido por las circunstancias actuales. En octubre de 2019 se estrenaba la exitosa serie de televisión de HBO "Wachtmen", que recreaba de forma realista los hechos de Tulsa. El nacimiento del movimiento Black Lives Matter en mayo de 2020, a raíz del brutal asesinato por la policía del afroamericano George Floyd en Minneápolis, ha hecho el resto. La enorme sensibilización de parte de la sociedad americana y la reacción de hartazgo de la comunidad negra ante las continuas vejaciones y el racismo institucional vigente, acercó al americano medio hacia lo más oscuro de su historia, intentando encontrar en el pasado las claves del drama racial que hoy viven.

La serie "Watchmen", estrenada en 2019, reproduce con realismo el saqueo y destrucción de Greenwood. F.: elespanol.com



Las tres Españas de la Guerra Civil. Entre el mito y la realidad

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Soldados regulares del ejército republicano escribiendo cartas a sus familiares. Para muchos, aquella mayoría de soldados de los dos bandos que fueron a la guerra forzados representaban el corazón de la Tercera España. Son los protagonistas de Soldados a la fuerza de James Matthews. Fuente: abc.es

En 1998, el gran hispanista británico Paul Preston publicaba su obra Las tres Españas del 36, en la que se recogían las biografías de algunos de los más destacados personajes de la época. Pretendía Preston mostrarnos la España en guerra como una realidad mucho más compleja de la que tradicionalmente había sido encorsetada bajo el tópico del país fracturado en dos bandos irreconciliables y extremos. No debemos olvidar, que durante décadas, la Guerra Civil había sido un campo abonado para los tópicos, convertida en un arma arrojadiza en manos de distintos sectores políticos e intelectuales, que llenos de prejuicios ideológicos, han querido estirar los hechos en mayor o menor medida, deformándolos en su beneficio. Casi desde un principio, los baluartes ideológicos de los vencedores y los adalides de los vencidos, generaron sus propios mitos, puestos al servicio no de la verdad, sino de una historia deformada que se ajustara a su propia visión de las cosas. En las últimas décadas, algunos de los defensores de la existencia de la Tercera España han seguido también la misma senda, acercándose a la realidad a partir de los estereotipos y generando sus propios mitos.

Los mitos de los vencidos

Francisco Largo Caballero en 1927. F.: elmundo.es
Los vencidos vieron crecer desde muy pronto en su seno una ardiente mitología al abrigo de una posición más cómoda a los ojos de la realidad democrática actual, la de la defensa de un régimen parlamentario como el de la Segunda República frente a un golpe de estado militar. Sobre la base indiscutible de que incluso durante la guerra, el estado republicano continuó siendo un régimen liberal democrático, determinados sectores generaron un discurso tan ficticio como simplificador que convertía a todos los que lucharon por la República en defensores de la opción democrática y reformista, cuando es bien sabido que muchos de ellos abogaban por la revolución social y que, por tanto, no eran precisamente demócratas en el sentido literal de la palabra. Algunos de esos sectores se mostraron claramente hostiles a la República desde su nacimiento, despreciando el régimen por reformista y burgués. Ese fue el caso del movimiento anarquista (especialmente las F.A.I.), que solo colaboró parcialmente con la República durante la guerra, sin dejar de mostrar su hostilidad hacia el régimen político vigente y poniendo siempre como prioridad sus objetivos revolucionarios. No fue este el caso, sin embargo, de los comunistas leales a Moscú o del sector más radicalizado del PSOE, liderado por Largo Caballero. El primero optó, siguiendo las premisas de la Internacional Comunista, por la colaboración con el régimen republicano desde 1936, formando parte del Frente Popular y participando en los gobiernos republicanos durante la guerra; el segundo colaboró con la opción republicana reformista durante el bienio social-azañista, siendo Largo Caballero ministro de trabajo, y aunque optó por una creciente radicalización en los últimos años de la II República, tuvo un papel muy destacado tras el golpe de estado, cuando Largo Caballero presidió el gobierno de unidad creado a partir de septiembre de 1936.

Carteles propagandísticos de la revolución anarquista. Fuente: solidaridadobrera.org
En consonancia con esta idea, desde estos ámbitos de opinión es frecuente minusvalorar o silenciar la violencia revolucionaria ejercida en el bando republicano, lo que convertía automáticamente al bando rebelde en el gran protagonista de la represión, que monopolizaría así los paseos de prisioneros o las cunetas llenas de cadáveres. Se olvida con demasiada frecuencia la intensa violencia ejercida contra el clero y la enorme pérdida del patrimonio artístico y cultural ligado a la Iglesia, así como la acción represiva de las milicias o la impune brutalidad desplegada por las checas en ciudades como Madrid o Barcelona. Para esta corriente de opinión, testimonios como los mostrados por el periodista republicano Chaves Nogales en algunos de los relatos que forman parte de A sangre y fuego, resultan un bautizo de realidad casi apabullante y desde luego ciertamente molesto, al mostrar de forma descarnada y desde una postura nada reaccionaria, la extrema violencia ejercida por algunos grupos en la retaguardia republicana. Esto explicaría que su obra quedara en el olvido tras la guerra, molesta para unos y otros, y que sobre su figura se cerniera una densa cubierta de desmemoria. 
Como complemento a la perspectiva tendenciosa que hemos esbozado, en ciertos sectores de la izquierda política e intelectual se instaló la idea gratuita de que el golpe de estado de julio de 1936 había representado el levantamiento de buena parte del ejército, convertido en brazo ejecutor de los intereses de las élites económicas, contra el pueblo español. Se identificaba así al pueblo con la clase trabajadora no propietaria (obreros, mineros, jornaleros, etc.), entre la que evidentemente la izquierda política, reformista o revolucionaria, tenía unos apoyos sociales masivos. De esta manera, se obviaba la verdadera realidad social de España, pues los rebeldes contaban con amplios respaldos sociales a lo largo y ancho del país, resultando mayoritarios en determinadas regiones y entre determinados grupos sociales, y no solo entre las clases altas y acomodadas. El paradigma de tales apoyos los encontraríamos en el mundo rural de Galicia, Navarra o Castilla la vieja, un universo tradicional y arcaico, definido por el predominio de la pequeña propiedad campesina. Tal realidad se evidenció en las elecciones de febrero de 1936, que aunque marcadas por la victoria rotunda del Frente Popular en escaños, también dejaron claro el patente equilibrio de fuerzas entre la derecha y la izquierda en lo respectivo al número de votos. Hay algo indiscutible: sin el apoyo de amplios sectores populares, jamás las candidaturas de la derecha hubieran alcanzado el respaldo electoral que obtuvieron en las elecciones de 1936.

Unos trabajadores festejan la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936. Fuente: elpaís.com



La fuerte proyección e implantación que en el conjunto de la sociedad y en amplios sectores del mundo cultural e intelectual, han tenido algunos de estos mitos nos lleva a dudar de que el viejo tópico de "la historia siempre la escriben los vencedores" se pueda aplicar a la Guerra Civil Española. El gran historiador británico de la guerra, Anthony Beevor, autor de La Guerra Civil Española, y de algunos de los mejores títulos sobre la II Guerra Mundial (Stalingrado o Berlín 1939-45), considera que nuestra guerra es una rara y fascinante excepción, una de las pocas guerras en las que los que perdieron contaron la historia de manera más eficaz. En muchos aspectos, los vencidos tuvieron más éxito que los vencedores a la hora de convertir su relato en el dominante. Con acierto, Beevor señala múltiples razones: por un lado la intensa actividad de corresponsales e intelectuales extranjeros en la zona republicana durante la Guerra Civil, por otro lado, la vinculación clara de Franco con las potencias fascistas derrotadas en la II Guerra Mundial, así como la brutal represión ejercida por el franquismo tras la guerra y su tajante negativa a cualquier proceso de reconciliación posterior, todo lo que terminó alejando a los sectores liberales y democráticos del relato franquista del conflicto.

Los mitos de los vencedores

Los vencedores tuvieron cuarenta años de dictadura para edificar y consolidar toda una arquitectura mitológica sobre la guerra. De hecho, todavía hoy, los mitos históricos dominantes en amplios sectores de la derecha española siguen enraizados en la historiografía franquista y han encontrado una enorme repercusión gracias a la obra de "revisionistas" como Pío Moa, que en realidad no han hecho más que reformular los viejos mitos de la dictadura. En las últimas décadas, y hartos del que ven como un intolerable revanchismo de la izquierda política, amplios sectores sociales próximos a la derecha y la ultraderecha han demandado una historia hecha a la medida de sus certezas. Sin complejos de ningún tipo, un ejército de publicistas liderados por Pío Moa la ha elaborado y expuesto con sobrada maestría. Después de 40 años de dictadura ejerciendo el papel de "buenos", eran muchos los que empezaban a revolverse ante la posibilidad creciente de terminar siendo los "malos", y la obra de Moa les ha venido como anillo al dedo, como un salvavidas en la zozobra de la tempestad. 
No nos debe extrañar, por tanto, que Pío Moa alcanzara en 1999 el estrellato editorial con su primer gran éxito, Los orígenes de la Guerra Civil, y que desde ese momento cada uno de sus libros se convirtiera en un superventas, incluido su mediático Los mitos de la Guerra CivilEn sus obras, Pío Moa ha desmontado sin miramientos buena parte de los enormes avances realizados por una potente historiografía, conformada a partir de autores extranjeros y españoles, que ya desde la época de la dictadura, pero sobre todo a partir de la transición, habían desplegado un enorme trabajo histórico sobre la Guerra Civil. Como el "populismo" en política, su propagandística ofrecía al lector aquello que quería leer, le brindaba una historia a la carta, ajustada a sus prejuicios y exigencias ideológicas, optando necesariamente por simplificar al extremo lo que era una realidad muy compleja. 
Esta visión neofranquista está plagada de mitos. Se sobredimensiona hasta el esperpento la barbarie revolucionaria vivida en la retaguardia republicana, así como el papel represivo de las checas, mientras se minimiza la represión franquista, convertida, desde una óptica justificadora, en una respuesta a la inicial violencia ejercida desde el bando republicano. Se olvida con descaro que es el golpe de estado de 1936 el que da comienzo a la guerra, y que como es obvio, un golpe de estado militar es intrínsecamente un acto de violencia en sí mismo. Y es que el principio rector de esta mitología es que la guerra resultaba ya inevitable y que había comenzado en 1934, a raíz de los acontecimientos que desembocaron en la revolución de Asturias y la rebelión de la Generalitat, lo que convertía a la izquierda automáticamente en "culpable", situando su supuesto sectarismo en el origen del conflicto. Semejante afirmación, es más que discutible, por mucho que la violencia de la revolución de Asturias y la brutal represión posterior desencadenara un profundo proceso de polarización política y social. Sobre dicha lógica, el origen de la guerra podría ubicarse antes, pues el país ya se hallaba en un marcado proceso de polarización social y política a raíz de la paralización de las reformas del primer bienio tras la llegada del centro-derecha al poder (el ejemplo más paradigmático serían las enormes tensiones sociales que se vivían en el sur latifundista). Y si hablamos del cuestionamiento del orden político vigente, este no sufrió su primer intento de alteración con la revolución de Asturias, sino con el golpe de estado de Sanjurjo de 1932. Al final, toda esta lógica pervertida y justificadora del golpe militar, nos podría llevar a encontrar el origen de la guerra en la Constitución de 1931, con su supuesto carácter “sectario” y la violencia anticlerical de mayo de 1931, o en el propio nacimiento de la República, que algunos sectores llegan a deslegitimar como un proceso insurreccional no democrático.

La célebre foto de la revolución de 1934 que todos conocemos no corresponde a mineros Asturianos, sino que se sitúa en Brañosera,en la motaña palentina. Fuente: palencia.cnt.es (archivo Fernando cuevas).


Cartel propandístico del Frente Popular. F.: Pinterest 

En un intento más de invalidar el régimen republicano y negar el carácter democrático de la izquierda política, la corriente neofranquista actual ha centrado sus esfuerzos en el cuestionamiento de la victoria electoral de la izquierda en las elecciones de febrero de 1936. La lógica es aplastante: si existió fraude electoral, la legitimidad del golpe de estado posterior quedaría fuera de toda duda. Si en 1938 Serrano Suñer llegó a montar una comisión de juristas que denunció la manipulación electoral de la izquierda en las elecciones de 1936, en las últimas décadas han sido muchos autores los que han recogido su testigo. Muchos creyeron que la verdad de los hechos se zanjaba definitivamente con la estudio de Manuel Álvarez y Roberto Villa 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Un trabajo  elaborado y serio, sobre todo en lo relativo a las fuentes, realizado por autores ajenos a la publicista neofranquista, aunque no carentes de evidente sesgo (obsérvese los términos "elecciones del Frente Popular"), que la derecha mediática e historiográfica de este país no dudo en convertir en una sentencia final. El mito se convertía en una realidad inapelable a la luz de los datos. Sin embargo, la realidad vuelve a revolverse contra los deseos y la ficción: que hubo fraude y violencia es innegable, que ese fraude no fue un pucherazo generalizado lo reconocen hasta los propios autores del libro. Y si algo evidencia la obra es la incapacidad de sus autores para demostrar que de dicho fraude se pueda derivar un supuesto vuelco electoral a favor del Frente Popular. Al contrario de lo que afirma César Vidal, gran baluarte del neofranquismo, la victoria del Frente Popular no fue una combinación de violencia y fraude, aunque ambos existieran y permitieran una victoria más abultada de la coalición de izquierdas de la que realmente hubo. Las elecciones fueron esencialmente democráticas para los canones del periodo entreguerras y no existió un pucherazo generalizado que permitiera blanquear el golpe de estado posterior. Si la derecha perdió las elecciones fue por la enorme movilización de la clase obrera y por su  división política en distintas candidaturas.
Estamos, pues, ante un reduccionismo tendencioso que impone una imagen esencialmente revolucionaria del bando republicano, obviando las bases democráticas de la victoria electoral del Frente Popular y desde luego la pervivencia, aunque con enorme fragilidad, del régimen democrático republicano hasta el fin de la guerra. Se omite con premeditación la lealtad de amplios sectores reformistas republicanos y socialistas moderados a dicho régimen, aún a pesar del proceso revolucionario vivido en su interior una vez iniciado el conflicto militar. Olvidando la compleja realidad política del PSOE y la diversidad de sensibilidades que en él convivían, se focaliza interesadamente la atención en la figura de Largo Caballero y su deriva revolucionaria a lo largo de la II República, pues resulta una pieza fundamental para argumentar el supuesto proceso revolucionario en ciernes ya antes incluso de 1934 y contra el que el golpe de estado resultaría ser el único muro de contención. En la medida de lo posible, la retórica de agitador del líder socialista es descontextualizada, mientras se pasa por alto las crecientes tendencias golpistas de la derecha monárquica de Calvo Sotelo o la clara evolución de la CEDA de Gil Robles hacia posturas autoritarias. La idea central debía quedar clara: el golpe de estado fue inevitable y necesario ante el proceso revolucionario que se iba a imponer en España. César Vidal lo resume con su habitual tremendismo: "la Guerra Civil pudo haberse evitado incluso después del pucherazo si el Frente Popular no hubiera decidido ir, en palabras del socialista Largo Caballero, hacia la dictadura el proletariado" (actuall.com, 15/03/2017).
Desde los postulados de esta perspectiva deformada, que retrotrae la guerra al 1934, hasta cobraría sentido esa aberración judicial que se pudo vivir en la España franquista durante el conflicto y en la posguerra, esa especie de "justicia al revés" ejercida por la dictadura, cuya jurisdicción militar y jurisdicciones especiales recurrieron a tipos delictivos relativos al delito de rebelión para condenar a sus víctimas (adhesión a la rebelión o auxilio a la rebelión). Se materializaba así el mayor de los absurdos, los verdaderos rebeldes castigaban por delito de rebelión a quienes habían permanecido fieles y habían defendido al legítimo gobierno.
La derecha neofranquista, presa de cierta desesperación, muestra una auténtica obsesión por ganar la batalla del relato, es como si las archiconocidas palabras lanzadas por Unamuno en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, "Vencer no es convencer",  atronaran día tras día en su subconsciente. La victoria militar de sus ancestros no fue suficiente, necesitan "convencer" a toda costa y se han puesto a ello con verdadero ahínco. Sin embargo, la determinación en la defensa de algo, no lo convierte de forma mágica en verdad, y los mitos de los vencedores se estrellan una y otra vez contra el muro de los acontecimientos. A pesar de la creciente polarización social y política en que se vio inmersa la II República, no debemos olvidar que la guerra comienza en 1936 con el golpe de estado y no antes. Tampoco debemos olvidar que las claves de dicho golpe se encuentran en la evolución de los acontecimientos de los meses anteriores, desde principios de 1936, con la victoria del Frente Popular en unas elecciones libres y democráticas, aunque celebradas en un ambiente de máxima tensión y elevada violencia. La verdad era que el gobierno surgido de esas elecciones y sostenido en el parlamento por el Frente Popular, era reformista y no revolucionario, que puso en marcha una intensa política que nunca se apartó de la senda reformista, que el movimiento anarquista volvió muy pronto a la senda insurreccional y que el largo-caballerismo no formó parte en ningún momento de dicho gobierno. La guerra nunca fue algo inevitable, fue producto de una acción decidida y estudiada, que se produjo ante un gobierno legal y legítimo que había ganado las elecciones en las urnas y que no estaba en manos de sectores revolucionarios. Esa es la realidad y no otra.

Los mitos de la Tercera España

Manuel Chaves Nogales. Fuente: elpaís.com
Existe una tercera mitología, mucho menos reconocida, la que han desarrollado en los últimos tiempos algunos de los baluartes intelectuales de la Tercera España. Ya el uso de dicho término, en el sentido en que frecuentemente se ha utilizado, es muy cuestionable, pues se nutre de la división maniquea de las dos España machadianas para crecer y fortalecerse. Esa Tercera España tan en boga hoy, encontraría sus referentes históricos en figuras de la eṕoca como Salvador de Madariaga, Menéndez Pidal, Alcalá Zamora, Ortega y Gasset o Sánchez Albornoz, y como veremos en la siguiente entrada de este blog, se sentiría plenamente identificada con la postura moral e intelectual del periodista republicano Chaves Nogales. Descubierto y reivindicado por el autor de Las armas y las letras, Andrés Trapiello, hoy se ha convertido en el gran icono del "terceraespañolismo" (palabro que, ante la necesidad, he decidido inventar) a partir de una de sus obras más destacadas, A sangre y fuego, formada por varios relatos en los que describe con increíble crudeza la violencia ejercida por los dos bandos durante la guerra.
Algunos de estos adalides de la Tercera España, obsesionados con posicionarse entre ambos bandos, describen la realidad desde una equidistancia forzada y no dudan en deformarla y estirarla si con ello consiguen situarse en la ansiada posición intermedia. Traicionan la objetividad que reivindican, al no entenderla como la falta de prejuicios y la preocupación por un análisis riguroso y neutral, sino como la homologación estricta de los dos bandos, labor que convierten en su meta final. Se empecinan en repartir "culpas" por igual, como si de eso se tratara, en lo que es un esfuerzo simplificador que implica no reconocer la existencia durante la guerra de dos regímenes de naturaleza diferente y opuesta, una dictadura militar caudillista, que inicialmente tomó un perfil fascista, y un régimen liberal democrático, que aunque frágil, pervivió hasta 1939; y en coherencia, reconocer también, que la violencia ejercida fue de naturaleza diferente, porque ambos marcos políticos no podían generar ni amparar los mismos procesos represivos. Presos de sus propios prejuicios, desprecian las diferencias políticas internas de los dos bandos en guerra y simplifican al extremo la realidad al definirlos con homogeneidad, lo que resulta especialmente chirriante cuando obvian la marcada complejidad interna del bando republicano, en el que convivían sectores insurreccionales y revolucionarios con otros liberales y democráticos. Ese reduccionismo simplificador les permite definir los dos "bandos extremistas" como realidades consistentes, para así poder definir su propia opción. Si cada uno de los viejos bandos en conflicto acusa al contrario, ellos acusan a los dos por igual.

Las obras de Riera o Trapiello son una referencia para los defensores de la Tercera España.
La idea es simple: un reducido grupo de extremistas condujo a una amplia mayoría a la matanza. Así, tal cual, la expone uno de los grandes publicistas de la Tercera España, Joaquín Riera, en su La Guerra Civil y la Tercera España, con un subtítulo más que aclaratorio: De como unas minorías extremas nos llevaron a la guerra. En esa misma línea, Andrés Trapiello, otro de los grandes patrocinadores del "terceraespañolismo", define la Tercera España como "aquella que hubo de elegir bando a la fuerza, sin que ello significara que de haber elegido el contrario estaría también a gusto en él. La tercera España es la que acabó sometida a cualquiera de las otras dos, y en definitiva, la silenciada, la mayoritaria." Trapiello parece olvidar que en las elecciones de 1936 la movilización política fue muy elevada y que votó cerca del 75% de la población. Aquella España se mostró polarizada y no precisamente, y de manera maniquea, entre revolución y reacción, porque el programa del Frente Popular no era precisamente revolucionario. La ligereza con que Trapiello utiliza los términos “silenciada” o “mayoritaria” resulta cuando menos asombrosa y recuerda a la terminología invocada en Cataluña tras los acontecimientos de octubre de 2017, que llevaron al referéndum de autodeterminación y la posterior declaración de independencia de Cataluña. Amplios sectores del "españolismo" político acuñaron entonces el término “mayoría silenciosa” para referirse a todos aquellos que eran ajenos al procés independentista, pero que no se habían mostrado activos políticamente contra él y beligerado en apoyo de las instituciones del Estado, deduciendo además, con asombrosa arrogancia, la postura política que respecto a la independencia tenían aquellos que se abstenían. La prensa "españolista" y los autodenominados "partidos constitucionalistas” elevaron a los altares de los medios de comunicación la nueva "ocurrencia" mediática, surgida tiempo antes, en los orígenes del procés. Las elecciones de diciembre de 2017, en medio de una polarización y movilización política sin precedentes, acabó con el mito e impuso la realidad. Con la mayor participación de la historia, en torno al 80%, los independentistas obtuvieron 70 de los diputados frente a 57 de los partidos constitucionalistas, quedando al margen de dicha dinámica los 8 escaños de Comú-Podem, que se oponían a la independencia pero hacían suyo el derecho a la autodeterminación. El mito se diluía como un sueño, y llegada la hora, la mayoría silenciosa (para algunos "silenciada" por la represión nacionalista) no terminaba de salir de su silencio porque sencillamente no existía.
Es en este mismo sentido, en el que algunos intelectuales se atreven a edificar la idea de una Tercera España, definida como inmaculada y democrática, diferenciada de las otras dos Españas, violentas y autoritarias, a partir de lo que era un cajón de sastre en el que cabría lo más variopinto: los sectores políticos reformistas de derecha e izquierda, los sectores del centro político republicano, los decepcionados y desengañados de uno y otro banco (aquí estaría, por ejemplo, Chaves Nogales), los abstencionistas, los apolíticos por convicción y los apolíticos por ignorancia, los apáticos y los  indolentes, etc. Concebir a esa amalgama como una "mayoría silenciosa" o "silenciada" es cuando menos arriesgado, y en realidad, resulta tan tópico como absurdo. Y me pregunto, según estos "terceroespañolistas", ¿Qué era mi abuelo? Jornalero sin estudios, pero un hombre sabio, nada ignorante, interesado por la política y lector de prensa, persona de izquierdas, de mentalidad anticapitalista, creía sin tapujos en una sociedad comunista, aunque no militaba y no se adscribía a ningún partido. Preocupado por la justicia social, despreciaba la desigualdad brutal del campo extremeño en que vivía. Sin embargo, desdeñaba el radicalismo revolucionario en las formas, rechazaba las actitudes insurgentes del largo-caballerismo, que tanta implantación social tenía en su comarca (el área de Brozas, Arroyo de la Luz y Malpartida de Cáceres). Cuando estalla el conflicto civil no es represaliado aunque si "vigilado" y es incorporado en leva al ejército franquista, en el que participó en la guerra. Tras ésta, él y su familia experimentaron la opresión y la miseria que se cernió sobre el campo jornalero del suroeste español. Ni mi padre, ni mi abuelo se sintieron nunca parte de ninguna Tercera España, eran tan pobres como conscientes de su situación, se sintieron siempre como vencidos. En definitiva, definir dos bloques homogéneos de extremistas es tan maniqueo como introducir otro intermedio, el de la "gente normal" que se vio arrastrada hacia la guerra, y además, atreverse sin tapujos a otorgarle un carácter mayoritario. Una vez más, se simplifica la realidad para ajustarla mejor a los prejuicios previos.

Cartel de propaganda del Ejército Blanco
en la Guerra Civil Rusa. F.: app.emaze.com
No solo la española, la mayoría de las guerras civiles van mucho más allá del simple enfrentamiento de dos bandos bien definidos, superando también en complejidad el esquema simplón de la existencia de una supuesta mayoría intermedia, traicionada y arrastrada hacia la violencia por la evolución de los acontecimientos. En este tipo de conflicto se mezclan los más diversos antagonismos, mientras se confunden intereses y opciones ideológicas distintas, todo aderezado con la injerencia extranjera, conformada en forma de potencias carroñeras en defensa de sus propios intereses. Pongamos el ejemplo de la otra gran guerra civil de la Europa del siglo XX, la Guerra Civil Rusa, que hemos analizado en dos entradas de este mismo blog (La guerra civil rusa (I): operaciones bélicas y dimensión militar del conflicto y La Guerra Civil Rusa (II): causas de la victoria roja y consecuencias del conflicto). Son muchos los que reducen el enfrentamiento civil ruso a un combate fratricida entre los ejércitos rojo y blanco, entre la revolución y la reacción. Algunos van más allá, y entre los blancos, delimitan las sensibilidad liberal de los Kadetes respecto al autoritarismo zarista de los generales que lideraron el movimiento, el caso de Denikin o Kolchack, prefieren hablar así de revolución frente a contrarrevolución. Sin embargo, la guerra civil rusa va mucho más allá de esta visión tan simple como convencional, cualquiera que estudie en profundidad el conflicto descubrirá que son muchos los escenarios y los actores. Por un lado, están los bolcheviques, revolucionarios y comunistas, cuyas bases sociales son los obreros urbanos; por otro lado, están los socialrevolucionarios, la gran fuerza socialista campesina y, por tanto, la mayoritaria en un país eminentemente agrario. Enfrentados a los bolcheviques y hostiles a los zaristas, fueron incapaces de articular una alternativa militar, a pesar del apoyo inicial de los checos, prisioneros de la Gran Guerra, que terminaron siendo una pieza clave en el conflicto. Los socialrevolucionarios no era homogéneos y gran parte de la corriente socialrevolucionaria de izquierda colaboró con los bolcheviques durante la guerra. A semejante cóctel hay que agregar el socialismo más moderado, el de los mencheviques, que ya en los inicios del conflicto había caído en una posición marginal, y por supuesto, el anarquismo, que se había hecho fuerte en el este de Ucrania e hizo la guerra por su cuenta y contra todos, aunque llegó a colaborar con los bolcheviques en momentos muy puntuales. En el ámbito ideológico opuesto estaría el viejo zarismo, que pronto monopolizó el control de los ejércitos blancos desplazando a los liberales Kadetes. La columna vertebral de sus ejércitos lo formaban las huestes cosacas, con las que no faltaron tensiones, derivadas de las aspiraciones particularistas de los cosacos. Sobre esta batalla política, se superponían las luchas nacionalistas y las pretensiones independentistas de muchos de los pueblos del Imperio ruso. Los nacionalistas polacos o ucranianos, aunque próximos ideológicamente a los zaristas, no colaboraron con ellos debido a las posturas centralistas de estos últimos; los caucásicos ansiaban su independencia, mientras los tártaros de la Rusia europea recelaban de rojos y blancos y cambiaban de bando a conveniencia. Toda esta realidad se veía aderezada por la injerencia de las potencias extranjeras, que invadieron amplias zonas del Imperio. Como podemos ver, había muchas "Rusias" en guerra.
En busca de nuevos ejemplos, podríamos saltar un siglo en el tiempo, centrando nuestra atención en la que es la gran guerra civil del siglo XXI, la de Siria. Convergen en ella cuatro dimensiones, la política, la socieconómica, la religiosa y la étnica. La guerra nace como una revuelta popular frente a la dictadura de Bashar al-Asad, con exigencias de democracia y de mejoras sociales con las que hacer frente a la crisis económica. Lo que parecía una lucha entre dictadura y democracia, se torna pronto en una pugna entre el laicismo (el de al-Asad es un régimen laico) y el fundamentalismo islámico, cuando los supuestos sectores democráticos se desvanecen ante la irrupción del islamismo radical que canaliza la revolución popular, lo que queda evidenciado en la irrupción y expansión del Estado Islámico en el este del país. Pronto la lucha cobra una nueva dimensión, la eterna rivalidad interna del Islam: la lucha entre chiísmo y sunnismo encuentra en Siria un nuevo escenario, pues al-Asad representa a la minoría chií frente a los grupos yihadistas, de confesión sunní. El conflicto religioso se complica cuando la minoría drusa y cristiana se vuelcan en apoyo del régimen, ante la política de exterminio de las otras confesiones religiosas puesta en marcha por los islamistas radicales. Por si fuera poco, la situación se complica con la minoría étnica turcomana del norte, opuesta al régimen de Damasco, y la irrupción de los kurdos como gran fuerza militar, cuyas tendencias centrífugas los convertirá en opositores al régimen, a la vez que en el gran baluarte frente a la barbarie del Estado Islámico. Dentro de la minoría drusa no han faltado las disensiones internas, mientras los grupos fundamentalistas sunníes han rivalizado con frecuencia entre sí. Para más complejidad, las grandes potencias mundiales como Rusia o Estados Unidos, y las regionales como Turquía, Arabia Saudí o Irán, se han volcado en la guerra, siempre en defensa de sus intereses estratégicos. Y en medio, millones de personas que han buscado amparo en el extranjero para salvar la vida. ¿Existen dos Sirias enfrentadas? ¿Conformarían los millones de desplazados internos y los millones de refugiados en el exterior una Tercera Siria? Después de lo que hemos comentado, la respuesta a las dos preguntas es obvia: no. Como también es obvio el hecho de que el conflicto sirio es demasiado complejo, que no encaja bien en esquemas simplistas, ni se somete con facilidad a los tópicos. 

Refugiados sirios se agolpaban ante la frontera de Turquía huyendo de los combates (2016). Fuente: elespanol.com









Lejos de los mitos

Lejos de todos los mitos, de los de unos y otros, y también de los de aquellos que se sitúan entre ambos, están buena parte de los historiadores con oficio, con tendencias ideológicas diversas y a veces enfrentadas, pero alejados de juicios maniqueos. Solo son fieles a su trabajo. Para ellos, una guerra civil como la española es siempre una batalla compleja y múltiple y no se somete con facilidad a esquemas simples. Lo resume bien Santos Juliá en su Un siglo de España. Política y sociedad al señalar que "Lo que ocurrió fue desde luego una lucha de clases por las armas, en la que alguien podía morir por cubrirse la cabeza con un sombrero o calzarse con alpargatas los pies, pero no fue en menor medida guerra de religión, de nacionalismos enfrentados, guerra entre dictadura militar y democracia republicana, entre revolución y contrarrevolución, entre fascismo y comunismo". 

Alejado de la percepción simplista de las tres Españas de la que alardean Trapiello o Riera, el historiador Enrique Moradiellos refiere la existencia de tres proyectos políticos bien definidos que, en su obra 1936. Los mitos de la guerra civil, concibe como tres proyectos de reestructuración del estado y de las relaciones sociales, tres opciones ideológicas definidas por las "tres Erres" políticas que definieron el periodo entreguerras, tanto en España como en Europa: Reforma, Reacción y Revolución. Para Moradiellos, la España de la época no estaba marcada por una lucha dual, sino por una pugna triangular que se evidenció con fuerza durante el primer bienio reformista de la II República, cuando el gobierno reformista de Azaña sufrió un duro desgaste que tuvo que ver “con el renovado fuego cruzado que supuso la intensificación de la tenaza creada por el insurreccionalismo anarquista y por la resistencia parlamentaria conservadora y reaccionaria". Siguiendo a Moradiellos, durante el bienio de derechas, el reformismo democrático se fue acercando a un dilema crucial que lo fracturó, aquellos en los que predominaba el temor a la reacción frente al miedo a la revolución continuaron su cooperación con el socialismo, aquellos que tenían más miedo a la revolución que temor a la reacción se acercaron a la CEDA y la derecha política. Pero esas fracturas también afectaron a los extremos, de forma que el PNV se aproximó a los sectores reformistas republicanos y terminó abandonando su alianza con el tradicionalismo carlista, mientras el comunismo próximo a Unión Soviética (P.C.E.) optaba por la cooperación con los sectores reformistas, lo que se evidenció a través de su participación en el Frente Popular y más tarde, durante el conflicto civil, en los gobiernos republicanos, mientras rechazaba abiertamente priorizar la revolución frente a la acción militar.

Los carteles nos muestran los tres proyectos ideológicos que se desarrollaron durante la II República
 y que entraron en conflicto durante la Guerra Civil: Revolución, Reforma y Reacción.


De lo que no hay duda, mal que les pese a los adalides de la Tercera España, y por supuesto, a los de la España franquista, es que amplios sectores reformistas y democráticos formaron parte del Frente Popular, cuya base siguió siendo, como en el caso del gobierno del primer bienio republicano, su alianza con los sectores moderados del PSOE. Es incuestionable que en el Frente Popular estaban el largo-caballerismo y los comunistas, pero también lo es que la mayoría de sus diputados, tras las elecciones de 1936, pertenecían a opciones reformistas y no revolucionarias, que su programa político era reformista y no revolucionario y que el proceso revolucionario que se desarrolló, comenzó una vez iniciada la guerra y no antes. También es irrefutable que la República en guerra nunca dejó de ser un estado liberal y democrático. Aunque el peso creciente durante la guerra de las fuerzas revolucionarias fue llevando a los sectores reformistas a una posición cada vez menos relevante, los republicanos de izquierda nunca dejaron de estar presentes en los gobiernos de la República en guerra, tanto durante la etapa de Largo Caballero como en la de Negrín. Y es que, mientras la opción reformista más conservadora se diluyó tras el golpe de estado, no lo hizo la progresista, que mantuvo su proyecto reformista y democrático vivo en el régimen republicano. En palabras de Anthony Beevor (entrevista en El País de septiembre de 2005): "Dentro de la República convivían posturas, ideas y objetivos muy diferentes. En el bando nacional, todos eran conservadores, todos eran centralistas, todos eran autoritarios. Entre los otros, en cambio, había centralistas y autonomistas, partidarios de un estado fuerte y partidarios de que no hubiera Estado, había moderados y extremistas...Convivían posturas distintas que tenían ideas diferentes de la guerra". 
Terminamos con una certera sentencia de Enrique Moradiellos (entrevista en el Confidencial de julio de 2016). En muy pocas palabras, el historiador asturiano ha sido capaz de resumir con precisión la complejidad extrema de la Guerra Civil, truncando el tradicional dualismo maniqueo, pero también el simplón "terceraespañolismo" que algunos autores han construido sobre bases muy débiles:

“En resumen: la guerra empezó en julio de 1936 por un golpe militar reaccionario parcialmente fallido en la mitad del país y se convirtió en una prueba de fuerza de reaccionarios contra una combinación inestable y precaria de reformistas y revolucionarios. Esa es la triste y compleja verdad de los hechos.”

 

"A sangre y fuego" de Chaves Nogales y la violencia en la Guerra Civil Española

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Manuel Chaves Nogales. Fuente: elpais.com
Oí hablar por primera vez de Chaves Nogales hace muy poco tiempo. Debería haber escuchado su nombre mucho antes, quizás como historiador era mi obligación. Con cierta vergüenza, he de reconocer que fue hace tan solo dos años cuando llegó a mis oídos su figura y su obra. Periodista de oficio y vocación, su trayectoria profesional se desarrolló en los años de 1920 y 1930. Era un reportero de los ahora en el entonces, pateaba las calles, viajaba sin descanso, realizaba reportajes y escribía libros, fue corresponsal en París y director del periódico Ahora, republicano y moderado. La guerra lo sorprendió en el extranjero, pero su compromiso con la República le hizo volver a Madrid, ciudad que terminó abandonando cuando el gobierno republicano se trasladó a Valencia. Viajó entonces a Barcelona y de ahí tomó el camino del exilio, asentándose en París, donde escribió los relatos cortos que conforman una de sus obras hoy más valoradas, A sangre y fuego. Pero la guerra y el exilio se cebaron con él, viéndose sumergido en el más cruel de los olvidos y tan solo su biografía del torero Juan Belmonte pudo leerse y publicarse con normalidad en la España de la posguerra. El franquismo lo aborreció como parte de la España vencida, mientras los vencidos olvidaron por mucho tiempo su obra, que resultaba demasiado incómoda, demasiado crítica.

Chaves en la sala de linotipias de El Heraldo, periódico del que fue redactor jefe.  Fuente: archivo de María Isabel Cintas.


Chaves Nogales con soldados estadounidenses en 1942.
Fuente: ctxt.es
En los últimos años, las tornas parecen haber cambiado de forma tan drástica como repentina. El estigma del olvido que durante décadas pesó sobre Chaves Nogales ha desaparecido, su figura ha emergido hoy como un manantial repentino que de forma recurrente brota en los medios de comunicación a través de documentales televisivos o programas de radio, mientras tertulianos de toda índole y condición se suman al ejército de intelectuales que enarbolan su causa. Su obra es comentada en la prensa y es motivo de conferencias y homenajes, proliferan los congresos donde se desmenuza su trayectoria vital y su biografía. Hace un par de años nadie lo conocía, ahora cometes el supremo pecado de la ignorancia si no has leído sus libros. No es para menos, el autor de A sangre y fuego se ha convertido en el icono de la llamada Tercera España, el referente de aquellos que insatisfechos por la supuesta y creciente "ideologización" del pasado, se obstinan en superar el enfrentamiento entre izquierda y derecha que llevó a la violencia de la Guerra Civil Española. Él mismo se adscribe a esa Tercera España en el prólogo de A sangre y fuego, lo mejor de su obra, sin duda, donde se autodefine como un "pequeñoburgués liberal", un hombre independiente que no asume el antagonismo creciente que se va apoderando de la vieja Europa y de España, la lucha fratricida entre la revolución y el fascismo: "Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partiera España". Y continúa Chaves con una frase absolutamente demoledora, "...puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros".

Andrés Trapiello, el autor de Las armas y las letras, gran adalid de la Tercera España y uno de los artífices de la salida del ostracismo de Chaves, llega a afirmar en El País que A sangre y fuego"era el eslabón perdido de algo que habíamos estado buscando a ciegas durante años". Y las alusiones al autor se multiplican: el director de cine Julio Amenábar lo utiliza de forma recurrente para ensalzar la Tercera España, a la que alude cuando se refiere a su excelente película Mientras dure la guerra. Unamuno, su protagonista, pertenecería, según el director de cine, a ese mismo grupo intermedio que naufragó envuelto en las dos aguas de la violencia civil. Pérez Reverte, el "insigne" escritor, lo ha tomado por bandera, y como casi todo lo que él hace, de forma realmente "cansina". A pesar de todo, he de reconocer que fueron unas palabras del autor de Alatriste las que me condujeron hacia Chaves Nogales. No suelo tener en estima alguna a Arturo Pérez Reverte, dedicado de por vida a quitar medallas con presuntuosa y aparente indiferencia a políticos, intelectuales y escritores, concentrado en perdonar la vida a cuanto le rodea. No puedo, sin embargo, negar que es un hombre leído y cuando en un documental de TVE ensalzó con pasión a Chaves Nogales y su legado, me sentí irreversiblemente atraído hacia el personaje y su obra: Reverte se refería a su libro A sangre y fuego como un fogonazo maravilloso, como un descubrimiento inesperado, como un tesoro olvidado que aparece deslumbrante tras mucho rastrear; para el académico estábamos ante un impresionante testimonio literario, olvidado por todos, incómodo para unos y otros, para la izquierda y la derecha, para los dos viejos bandos que se batieron en la guerra.
Mis expectativas se dispararon, me atrae la buena literatura y me gustan también los "tonos grises", nunca he digerido bien los mundos fácilmente compartimentados, divididos con simpleza entre lo negro y lo blanco, sin matices ni aristas, sencillamente porque no son reales ni creíbles. Lejos de la exaltación ramplona del bando republicano, quería acercarme a la perspectiva del que padece, de todos los que padecen y, como bien decía el escritor Antonio Muñoz Molina, "Chaves es un hombre justo que no se casa con nadie porque su compasión y su solidaridad están del lado de las personas que sufren". Hace años había leído Los girasoles ciegos, aquellos relatos sombríos de la represión en la inmediata posguerra que me encandilaron; ahora me imaginaba encontrarme ante algo similar, pero enmarcado en pleno conflicto bélico y con la promesa de conocer de primera mano también la represión ejercida en el bando republicano, y de hacerlo además desde la visión de un hombre leal a la democracia y a la República, de alguien que estaba allí y veía con ojos críticos lo que le rodeaba. Esperanzado y ávido de historias intensas que me permitieran conocer mejor la brutal contienda que desgarró este país, recordaba vagamente la maravillosa literatura que marcó mi juventud, los relatos de Sholojov y Babel sobre la Guerra Civil Rusa, que rememoraba muy difusos, pues no los había vuelto a leer desde hacía décadas. Sus relatos quedaron encumbrados para siempre en mis altares de la mejor literatura. ¿Me encontraba ante una exquisitez similar? Tenía la completa seguridad de que sí.


De inmediato adquirí A sangre y fuego, daba por hecho que estaba ante algo realmente bueno y como todos los libros que merecen la pena, lo quería en propiedad para darle un lugar privilegiado en las estanterías de mi biblioteca. Sin esperar a leerlo, estuve tentado de hacerme con otros escritos del autor, dando por hecho que estaba ante un gran narrador. Hoy me alegro de haber esperado.
Si algo se deduce de la lectura de A sangre y fuego es que Chaves es un hombre íntegro, honesto a todos los niveles, crítico e independiente, tolerante y reposado, un hombre culto y formado, estamos sin duda ante uno de los grandes periodistas españoles de su época, pero no ante un gran escritor. En A sangre y fuego se dicen muchas cosas, la mayoría de las cuáles no estamos acostumbrados a leer o escuchar, se narran hechos impactantes y de forma tan lacerante como sincera. Sin embargo, el autor carece en buena parte de sus relatos de la calidad literaria de un gran narrador y por ello, las maravillosas historias narradas pierden parte de la emotividad; los personajes, incluso aquellos con los que empatiza, no adquieren la intensidad y profundidad que merecen, nada que ver con las cualidades narrativas y descriptivas de Sholojov o Babel, cuyos protagonistas están llenos de vida y rezuman sentimientos.
Es posible que fueran demasiadas las expectativas por mi creadas y que todo ello influyera en mi percepción de lo leído, pero nada más comenzar la lectura me sorprendí y pronto mi sorpresa se tornó decepción, una decepción que fue aumentando desde la primera narración hasta alcanzar su culminación en los relatos La columna de Hierro y El tesoro de Briviesca, momento en el que estuve a punto de abandonar la lectura. Entonces la decepción se convirtió en enfado, el fastidio que uno siente cuando un excelente guión cae en manos de un director del montón y la consecuencia es una película más. El enojo se tornó confusión y me dirigí a mi biblioteca, aquello no tenía nada que ver con los recuerdos de mi juventud, nada que ver con las lecturas apasionadas de los cuentos de Sholojov o Babel. ¿O es que había idealizado aquellas lecturas? Rebusqué entonces en mis estanterías en busca de Los cuentos del Don y La caballería roja, leí el primer cuento de Sholojov, El lunar, después El paso del Zbruch de Babel. No eran imaginaciones mías, no eran simples expectativas excesivas, ni el producto de una percepción deformada, sencillamente no había parangón.
Soy un ávido lector, cuando mi vida laboral y familiar me deja, pero me reconozco a mi mismo como un inexperto en literatura. Sobre todo entiendo de historia, quizás por eso la realidad que narra el autor no me asombra de igual manera que al común de los lectores, y desde luego, no me impresiona hasta el punto de encubrir las debilidades narrativas del autor. Su inmaculada equidistancia, tan impactante como inédita en la época, no es suficiente para enmascarar una prosa por tramos vulgar. De ahí mi estupefacción ante las criticas que leo sobre el libro: todas sin excepción ensalzan la obra, remarcan su prosa sencilla, directa y limpia, algunos llegan a hablar de ¡un clásico de la literatura española del XX! Es como si hicieran referencia a otra obra. Tengo por costumbre no mirarme el ombligo: cuando todo el mundo va en la dirección opuesta, uno debe cuestionarse si está equivocado. Así que decidí releer el libro e hice todos los esfuerzos posibles por cambiar mi opinión. Sin embargo, no lo conseguí, todo lo contrario, mi percepción previa se vio reforzada. No me ha quedado más remedio que mantenerme en mis treces, aún asumiendo el carácter muy personal de mi perspectiva.
Casi desde un principio, me vi a mi mismo embarcado en la lectura de una obra de literatura juvenil, aunque con temática de adulto, como cuando me enfrento a los libros de narrativa que en el departamento de Historia seleccionamos como lecturas obligatorias para nuestros alumnos de la ESO. Con demasiada frecuencia a lo largo de la obra, nos encontramos con una literatura ligera, demasiado sencilla, cuando no abiertamente simple. Se narra de manera poco compleja, buscando conceptos claros que el lector comprenda sin dificultad. Predomina la narración rápida y muy lineal, con un autor obstinado penosamente en contar muchos hechos en poco tiempo, en narrarlos a veces con una ingenuidad casi infantil, en lo que en ocasiones se torna una escritura fácil, especialmente escrita para lectores inexpertos. Narraciones en las que se dan demasiadas explicaciones de casi todo, donde muy poco se deja al abrigo de la imaginación del lector, que tiene así poco trabajo que hacer.  Personajes en los que no da tiempo a profundizar, cuyas relaciones no adquieren intensidad, con diálogos previsibles y fáciles. En contraste, el mejor Chaves aparece cuando no se obceca en contarlo todo, como si de un niño pequeño se tratara, cuando se para a reflexionar, cuando frena la sucesión tan lineal como vertiginosa de los múltiples hechos, cuando describe, analiza, detalla, examina, compara o sencillamente se expresa, cuando se abandona a la reflexión y crítica de cuanto le rodea. Por eso los dos últimos cuentos son a mi juicio los mejores. Son más cortos, en ellos hay poco que contar y mucho que decir.
Es posible que en esta forma de narrar tenga mucho que decir su oficio de periodismo. Es frecuente entre los periodistas que el lenguaje sea un modo de comunicación, que lo formal se vea subordinado al testimonio a mostrar, que se busque llegar a cuanto más gente mejor y para ello haya que rebajar las dificultades, que se deben mostrar todos los hechos, que debe hacerse además sin excesivas florituras, sin concesiones al sentimentalismo o a la emotividad.

Manuel Chaves Nogales acompañó a una exigua fuerza expedicionaria española en la ocupación del territorio de Ifni. Fuente: huffingtonpost.es (foto Contreras).

Emilio Lara apunta su personal clasificación de la literatura: por un lado estarían los grandes autores, aquellos que resultaría imprescindibles porque poseen un estilo y un mundo cautivador, porque leerlos es vivir con intensidad, desde luego no hay duda de que en este grupo estarían Babel o Sholojov. Por otro lado, se hallarían los escritores estilísticamente excelentes, aunque lo que cuentan apenas nos llega ni nos aporta nada. Su obra es totalmente prescindible. En el punto opuesto se encontrarían los autores cuyo estilo deja mucho que desear, pero nos atraen con un mundo atractivo y sugerente, que revelan unas realidades apasionantes pero no lo hacen de la mejor manera, nos enriquecen pero no nos colman. A mi juicio, aquí estaría Chaves Nogales.
Esta valoración global no puede ser aplicada a todas las narraciones, algunos relatos son buenos, los dos últimos excelentes, y en algunas historias más mediocremente narradas, existen también destellos, momentos intensos, incluso emocionantes. Y es que, más allá de las valoraciones formales y estilísticas, que son de relevancia, Chaves ofrece un impresionante testimonio, tiene mucho bueno que contar y tiene el mérito de disparar a discreción y en todas direcciones en medio de una brutal guerra civil, su único compromiso es con el afligido. Se nota además que el autor conoce los acontecimientos de primera mano, que no son producto de la imaginación, y de hecho así lo pone de manifiesto en su prólogo: "cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera". Sin embargo, como tendremos oportunidad de demostrar en posteriores entradas de este blog, el autor se toma ciertas libertades, a veces bastante apreciables: no solo cambia el nombres de personas y lugares, algo comprensible desde todo punto de vista, sino que además y con frecuencia, no reproduce los hechos tal como sucedieron, introduciendo variaciones más o menos destacadas, buscando el mayor impacto o la mejor compresión. Llega incluso a fusionar en un solo acontecimiento varios hechos relacionados pero que ocurrieron en lugares y momentos diferentes. Todo ello no le resta valor testimonial a la obra, pues la sinceridad con que se enfrenta a la realidad es incuestionable.
En entradas posteriores tendremos oportunidad de contrastar la fidelidad de lo narrado por Chaves a los hechos históricos reales y la mayor o menor rigurosidad de los distintos relatos. Sin embargo, y al margen de su veracidad histórica, la visión global de la Guerra Civil mostrada por el autor debe ser matizada y contextualizada, pues de lo contrario puede generar una visión parcialmente distorsionada de la realidad. Y es que acercarte a la violencia de la guerra a través de A sangre y fuego de Chaves Nogales tiene sus pros y contras. El autor es sincero y realista, pero está preso de su contexto, del momento y lugar en que escribe sus narraciones. Por eso, si no se tiene una buena formación previa respecto al tema, cualquier análisis global de la violencia de la guerra a partir de la obra puede resultar incompleto.

La mirada de Chaves sobre la violencia en la guerra

Casi todo lo que nos narra, los bombardeos de ciudades, la violencia miliciana o falangista, la destrucción del patrimonio cultural, el miedo y la represión de la retaguardia o la incautación de  las fábricas en la España republicana, son hechos sobradamente conocidas por los historiadores, pero pocas veces han sido abordadas por la literatura de manera tan directa, sin ambages ni tapujos. El autor no se vincula a ningún bando, no exculpa a nadie, no justifica nada, sino que muestra la realidad tal y como él la ve, a cara descubierta, sin filtros ni perjuicios ideológicos. No tapa la violencia de los suyos, porque ya no los siente como suyos, no magnifica la brutalidad de los enemigos, porque ya no está sumergido en el odio dual de cualquier guerra civil. Lo que ve le subleva y su mejor manera de denunciarlo es mostrarlo con una mezcla de equidistancia y contundencia, imbuido como está del escepticismo más brutal respecto a la guerra que destruye su país. En este sentido, su literatura nos recuerda lejanamente a la de Isaak Babel, aunque el autor soviético siempre mantuvo un compromiso claro con su bando. Los relatos de A sangre y fuego nos dan una visión real y compleja de la violencia ejercida por los dos contendientes durante el conflicto civil, de la ejercida en el frente y en la retaguardia, de la violencia idealista y de la criminal. En este sentido se convierte en un viaje pleno hacia el corazón de la guerra.  
Por un lado, hay que valorar muy positivamente el intento del autor de acercarnos a una visión lo más global posible de la brutalidad de la guerra, y hacerlo además mostrando la violencia republicana como el cine y la literatura no suelen mostrar. La represión en la zona republicana se presenta lejos de maniqueísmos, evitando centrarse en los habituales asesinatos de religiosos, que sorprendentemente ni siquiera aborda, a pesar de que éstos fueron uno de los grandes objetivos de la represión en ese bando. Sin embargo, el autor si plantea la destrucción iconoclasta del patrimonio religioso y eclesiástico, que adquiere todo el protagonismo enEl tesoro de Briviesca. Para sorpresa del lector, el autor convierte en protagonista de la primera narración, Masacre, masacre, a una checa madrileña, dirigida por un miliciano sin escrúpulos, en el que se mezclaban las tendencias asesinas y la corrupción más descarnada. Muy pocas veces la literatura nos ha conducido hasta las entrañas más oscuras de la represión en la zona republicana, marcada en los primeros meses de la guerra por la actividad descontrolada y mafiosa de algunos de estos grupos, especialmente activos en ciudades como Madrid y Barcelona, que se parapetaban en la ideología para legitimar sus actividades violentas y delictivas. En ese primer cuento ya adquieren protagonismo los frecuentes "paseillos" que las milicias, sobre todo las anarquistas, protagonizaron en Madrid, ligados con frecuencia a la lucha contra la llamada "quinta columna", que medraba en la ciudad. Los hechos se iniciaban con la detención, generalmente al anochecer, y solían terminaban con la ejecución de la víctima unas horas después. En Y a lo lejos, una lucecita, tales "paseos" vuelven a ser protagonistas, cuando una joven de buena familia es acusada de trabajar para el enemigo y fusilada en plena calle "por espía de los fascistas", así como en El comité obrero, enmarcados en esta ocasión en el proceso de depuración política que acompañó a la revolución social que estalló en la retaguardia republicana en los inicios de la guerra y que supuso la incautación por parte de las organizaciones obreras de buena parte de las empresas y fábricas. Chaves conocía bien dicha realidad, porque él mismo, durante esos meses, fue director de un periódico republicano, el diario Ahora, que había sido incautado por los sindicatos y organizaciones obreras. Pero el autor va más allá, y se atreve a denunciar los desmanes que en la retaguardia republicana realizaban las columnas anarquistas, centrándose en la Columna de hierro valenciana, que aprovechaba la debilidad del estado republicano y su incapacidad para mantener el orden y el respeto a la ley.  
Otro de los logros de Chaves es su manifiesta capacidad para presentarnos la enorme complejidad del bando republicano y de la violencia que en él se ejerce. Quizás la mejor muestra de ello es el carácter multifacético que adquiere la figura del miliciano en su obra. Hay milicianos arribistas, delincuentes y corruptos, auténticos asesinos; los hay también honestos y leales, cargados de dignidad; unos son ignorantes y fanáticos, otros idealistas y desinteresados; la valentía de unos contrasta con la marcada cobardía de otros. Por un lado, tenemos personajes como el corrupto y criminal Enrique Arabel, jefe de una checa en Masacre masacre; Carlos, fanático e intolerante líder sindicalista en El consejo obrero, o el Chino, un auténtico bandido, jefe de milicias anarquistas en La columna de hierro. Por otro lado, se nos muestra la dignidad del maestrito en La gesta de los caballistas, la honestidad y pundonor de Pepet, líder del Comité revolucionario de Benacil en La columna de Hierro, o el idealismo y compromiso del miliciano gigantón protagonista de Bigornia. Ni siquiera la ideología nos da pautas para clarificar la diversidad de tipos de milicianos, el bueno de Bigornia es anarquista, mientras los secuaces de la Columna de Hierro también lo son. Comunistas eran los paisanos de Benacil que se enfrentaron con arrojo y valentía a la barbarie de la Columna de Hierro, pero también lo era Carlos, el sectario y extremista dirigente del Consejo Obrero, o el miliciano Valero de Masacre, masacre, en el que se combinaba honestidad y fanatismo.

Milicias anarquistas en un vehículo de la C.N.T. en Barcelona. Al fondo las torres venecianas del recinto de la exposición de 1929. Fuente: conversacionsobrehistoria.



La visión proyectada por Chaves de la violencia republicana no solo desconcierta por su complejidad, sino que impacta por su sinceridad, conmueve porque no se ve manchada por las actitudes espurias de aquellos sectores obsesionados con justificar el golpe de estado de 1936 y la dictadura posterior, está muy lejos de la propaganda antirrepublicana que desarrolló el régimen franquista durante décadas o del actual "revisionismo" neofranquista, que con escaso rigor histórico lleva las últimas décadas generando, a partir de una seudohistoria cargada de mitos, una realidad ajustada a sus necesidades políticas. La franqueza de Chaves esta fuera de toda duda, él era un demócrata y un republicano confeso, su mirada crítica no podía estar contaminada por interés político alguno. 
Otro aspecto relevante, es que el autor nos muestra, más allá de la represión de la retaguardia, y además de forma reiterada y enfática, el caos imperante a nivel militar en el bando republicano, derivado de la evidente incapacidad militar de las milicias en el frente de combate y su escasez de armamento. La falta de disciplina y organización militar se traduce en auténticas desbandadas y actos de insubordinación que son protagonistas de relatos como Los guerreros marroquíes, El tesoro de Briviesca o Bigornia. Sin embargo, Chaves deja claro que tanto la escasa capacidad militar de los republicanos, como sus excesos represivos, derivan de la falta de un poder político fuerte y de la debilidad extrema del estado republicano, lo que favorecía el control real de la calle y el frente de combate por los grupos políticos obreros y sus milicias. Así queda explicitado en relatos como Masacre, masacre, Y a lo lejos una lucecita, El consejo obrero, pero sobre todo en La columna de Hierro.
Otro de los grandes aciertos de la obra de Chaves, es que lejos de mostrar la violencia de un solo bando, realiza un esfuerzo notable por presentarnos igualmente la realidad represiva y militar del bando rebelde. Y cuando la aborda, la observa también desde sus múltiples aristas, reflejando toda su complejidad. El autor sabe destacar la mayor capacidad militar del ejército sublevado, su disciplina y organización, ya sea en lo que respecta a las fuerzas militares (Tercio de la Legión o regulares marroquíes), como en lo relativo a los civiles armados (falangistas o las "huestes señoriales" de los terratenientes). Así se evidencia en relatos como Los guerreros marroquíes o La gesta de los caballistas. Por otro lado, Chaves se muestra especialmente impactado, como el resto de la población que habitaba en la zona republicana, por los intensos bombardeos que asolaban ciudades como Madrid.

El palacio de Torrecilla en la calle Alcalá de Madrid tras un
 bombardeo de la aviación franquista. F.: museoreinasofía.es
Por novedosos, resultaban especialmente inhumanos para una población que los recibía como un castigo incomprensible, como una violencia criminal y cobarde, ejercida además sobre civiles desarmados. No olvidemos, que es en la Guerra Civil Española cuando por primera vez en la historia se recurre al uso masivo de aviación pesada para bombardear la retaguardia del enemigo. Aunque la Segunda Guerra Mundial normalizaría tales atrocidades, en la Europa de mediados de los años 30 eran desconocidas. El impacto de los bombardeos sobre la población se traducía de inmediato en una fuerte indignación, lo que aumentaba las ansias de venganza de los sectores más afectados y la represión sobre el enemigo. La aviación de las potencias fascistas machacó literalmente las grandes ciudades republicanas como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao y un Chaves conmovido lo refleja en relatos como Masacre, masacre o El refugio. No es una casualidad que algunos de los momentos más intensos y dramáticos de la obra estén asociados a dichos bombardeos.
Chaves nos muestra también la brutal represión ejercida por el bando rebelde sobre los desafectos. En Viva la muerte se subraya el papel destacado de los falangistas en la represión franquista, papel derivado de su fuerte radicalización ya en los años de la República, en los que habían alcanzado un enorme protagonismo en las calles en su lucha frente a los grupos obreros. El hecho de que se sitúe en Valladolid es del todo acertado, porque nos relaciona con la fuerte represión ejercida por el franquismo en zonas donde la sublevación triunfó desde el principio y la fuerza del Frente Popular era limitada, una represión que, al contrario de lo pudiera parecer, llegó en algunos casos, como los de Navarra o Castilla, a ser bastante intensa. En dicho relato se muestran los clásicos fusilamientos realizados al caer la noche, que también aparecen en las últimas páginas de La gesta de los caballistas, donde se describen las clásicas sacas que se realizaban en las atestadas cárceles improvisadas de la zona franquista. Y es precisamente en La gesta de los caballistas, donde el autor vuelve a sorprendernos al abordar un tipo de represión pocas veces reflejado en la literatura y que resultó ser muy intensa en el suroeste español, envuelta de un barniz social muy llamativo. No debemos olvidar, que en las zonas jornaleras la represión franquista fue particularmente intensa, zonas en las que la injusticia social alcanzaba cotas inimaginables en cualquier otro lugar de Europa y donde la movilización campesina había crecido mucho durante la II República. Hablamos de Andalucía occidental o Extremadura y particularmente de provincias como Badajoz, Huelva o Sevilla, zonas latifundistas donde se multiplicaron las matanzas. La descripción que el autor hace en las primeras páginas del relato de la formación de una "hueste señorial" casi medieval, de amos y lacayos, es de lo mejor de toda la obra. El descarnado clasismo de la Andalucía latifundista se traduce en una fortísima represión por parte de los sublevados, con un carácter esencialmente ejemplarizante y aleccionador, que en esa zona estuvo muy vinculada, cuando no protagonizada directamente, a la oligarquía terrateniente.

Tocina (Sevilla), julio de 1936. En la calle Mesones, legionarios del ejército rebelde agrupan a los que van a ser asesinados. Fuente: Fototeca Municipal de Sevilla. Archivo Serrano.


Matizaciones a la visión de Chaves sobre la guerra

En próximas entradas tendremos la ocasión de demostrar que la secuencia y desarrollo de los hechos concretos narrados en A sangre y fuego no son del todo rigurosos. Aún así, y como hemos visto, está fuera de toda duda el carácter realista y sincero de la visión que Chaves nos ofrece de su eṕoca. Con todo, debemos introducir algunas matizaciones importantes que deberíamos tener muy en cuenta a la hora de abordar su obra, y que como ya hemos comentado, están muy relacionadas con el contexto concreto en que se escribieron los relatos. Si no lo hacemos, podemos desarrollar una visión distorsionada de la violencia ejercida por ambos bandos durante la guerra. 
¿Cuáles serían los efectos distorsionadores de la obra de Chaves? Chaves Nogales analiza la realidad desde la zona republicana, en la que vivía y trabajaba, la que más conocía y de la que más información tenía como periodista, y puede ofrecer menos testimonio de lo que ocurría en la zona ocupada por el ejército rebelde, como de hecho así hace. Sin pretenderlo, sobredimensiona la violencia en el bando republicano respecto a la ejercida en el bando franquista.
Por otro lado, Chaves llega a Madrid con el inicio de la guerra y abandona España tras la salida del gobierno republicano hacia Valencia a principios de noviembre, a mediados de dicho mes se traslada a Barcelona y después al exilio en Francia. Así pues, la realidad del bando republicano descrita por él abarca los tres primeros meses de la contienda, periodo de tiempo marcado por un estado de cosas muy diferente del que nos encontraremos a partir de entonces. En esos primeros momentos, y en medio del caos inicial, el estado republicano entraba en un proceso de descomposición, mientras las milicias obreras campaban a sus anchas y se hacían con la calle, adquiriendo además un total protagonismo en el frente. Ante la inexistencia de un ejército republicano, son ellas las que evitan el colapso militar de la República, pero también protagonizan escandalosas situaciones, producto de la falta de disciplina y organización (desbandandas multitudinarias, actos de insubordinación frente a los mandos, etc.). En la retaguardia, y ante la práctica inexistencia del gobierno legítimo, las milicias obreras llenaron el vacío de poder existente y se convirtieron en protagonistas de un proceso revolucionario que conllevó una fuerte represión. A partir de finales de 1936, la realidad política y militar se transformó con la creación en septiembre del gobierno de unidad del socialista Largo Caballero y la fundación en octubre de un ejército regular, el Ejército Popular de la República. Tales cambios tuvieron una inmediata repercusión en los frentes de combate, en los meses siguientes las milicias fueron absorbidas por el nuevo ejército y se instauró una estructura y disciplina militar, lo que redujo sensiblemente el caos inicial en las fuerzas republicanas. Las desbandadas y los excesos represivos en el frente fueron desapareciendo y situaciones como las descritas en El tesoro de Briviesca o Los guerreros marroquíes ya no serían posibles.

Azaña, Negrín y el general Miaja pasan revista a las tropas del ejército republicano en una visita al frente del centro en noviembre de 1937. Fuente: elespanol.com



Con la reconstrucción del estado republicano desde finales de 1936 y principios de 1937, la situación aún se transformó más en la retaguardia. Actuaban allí las checas, que como ya hemos esbozado con anterioridad, eran organizaciones que ejercían de forma incontrolada la violencia política en las ciudades republicanas, actuando a través de "policías" de partido que realizaban detenciones arbitrarias y "paseos", ejecuciones de carácter clandestino y sin formación de causa. En algunas de esas checas actuaron personajes indeseables cuya actividad no difería mucho de la delincuencia común, generándose en la retaguardia republicana un elevado clima de terror e inseguridad entre los enemigos de la República y los no afines al Frente Popular. Aunque, a lo largo de noviembre se produjeron las matanzas de Paracuellos del Jarama (a partir de las "sacas" de presos derechistas de las prisiones madrileñas), ya antes de diciembre la actividad de las checas se había reducido ostensiblemente, y con ella la frecuencia de los "paseos", hasta su práctica desaparición a en la primera mitad de 1937. El clima de exceso y violencia había sido objeto de preocupación de las autoridades republicanas de Madrid desde el principio, aunque fue Santiago Carrillo, Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid (creada tras la salida de la capital del gobierno republicano) quien consiguió poner coto casi definitivo a los injustificables paseos. Paradójicamente, existe hoy un fuerte debate historiográfico sobre su responsabilidad, por activa o pasiva, en las matanzas de Paracuellos del Jarama. 
Hay algo que queda fuera de toda duda: cuando la violencia política del Madrid republicano evolucionaba hasta su casi desaparición, Chaves ya estaba fuera del país, siendo la mayoría de sus relatos escritos entre agosto y septiembre de 1936, cuando la actividad de las checas estaba en su cénit. Por tanto Chaves nos muestra la cara más violenta y caótica del bando republicano, aquella que sin desaparecer del todo, se vio en gran medida mitigada a posteriori, a lo largo del año 1937. Si es verdad, que el autor aclara una y otra vez que tal situación no es producto de la acción del gobierno, sino todo lo contrario, deriva de su incapacidad para actuar; pero el público en general, que suele desconocer la evolución del régimen republicano, puede llegar a la conclusión de que tal realidad fue la tónica dominante durante la II República.

Tras fracasar el golpe de estado en Guadalajara, un grupo de milicianos conducen al comandante Ortiz de Zarate, su cabecilla, para su fusilamiento. Fuente: pinterest


Muy al contrario, la violencia ejercida desde el bando rebelde no sufrió ningún cambio sustancial a lo largo del tiempo. La represión continuó en los territorios bajo control de los sublevados durante toda la guerra con verdadero ahínco, trasladándose a los territorios que paulatinamente se iban conquistando y manteniendo en dichas zonas una intensidad elevada. La razón es obvia. Al contrario que en la zona republicana, donde la represión fue dirigida por las milicias y no por el gobierno, los grandes protagonistas de la represión en la zona franquista fueron la falange y especialmente el ejército. Y es precisamente el ejército el que se hace con el control de la situación desde el principio en la zona sublevada, ejerciendo un control efectivo sobre las actividades políticas y represivas en su territorio. Aunque los excesos de los falangistas inquietaron en algunos casos concretos a las autoridades, por lo general, la violencia ejercida era controlada y promocionada desde el poder, con un estado articulado muy pronto como una dictadura militar caudillista. El carácter sistemático y organizado de tal represión queda fuera de toda duda, así como su prolongación en el tiempo a lo largo de la contienda civil y aún más allá de la guerra, durante la posguerra. Con meridiana claridad lo expresa Paul Preston, el autor de El holocausto español, cuando señala que "la violencia en la zona republicana venía desde abajo, en la zona rebelde venía desde arriba". 

En la foto el general Millán-Astray, escoltado por un mando falangista y otro carlista, sale del cuartel general de Franco en Cáceres. Los tres grandes poderes represivos del bando franquista quedan visibilizados en la foto.



Teniendo en cuenta todo lo comentado, y sin pretender, en modo alguno, subestimar la violencia republicana o establecer una dicotomía entre una represión "mala" y otra "buena", lo que en ningún caso es nuestro objetivo, hay que concluir que la violencia ejercida en el bando franquista tuvo un perfil diferente a la del bando republicano, tanto cuantitativa como cualitativamente. También debemos concluir que esa diferencia no se deduce de la lectura de la obra de Chaves, lo que por otra parte es comprensible, ya que él no es un historiador, sino un periodista, que muestra tan solo lo que ve en un momento determinado.
La apreciación de un perfil diferente en ambas violencias no solo se encontraría amparada por la historiografía más progresista, sino que es un principio aceptado por buena parte de los historiadores que han trabajado sobre el tema y los intelectuales que han reflexionado sobre la guerra, y evidentemente es rechazada abiertamente por el revisionismo neofranquista, que en realidad no es más que una reformulación de las mentiras y prejuicios pseudohistóricos de la historiografía franquista. Para ejemplificar esta hipótesis, podemos aludir a dos figuras que desde sus respectivos ámbitos, el literario y el histórico, son reconocidos por su no adscripción a ninguna tendencia ideológica, o en términos más burdos, a ningún "bando". El primero sería, como no, Arturo Pérez Reverte, al que ya nos hemos referido al inicio de esta entrada, cuando aludíamos a su reivindicación, tan obsesiva como pueril, de la denominada "Tercera España". El gran adalid de esa España neutral abocada a la guerra por los extremos, sacó a la luz en 2015 su muy divulgativa La Guerra Civil contada a los jóvenes, en la que su obsesión por la neutralidad le lleva a esforzarse hasta el extremo por ser equidistante. Quizás porque no soy joven, no leí su libro. Sin embargo, un alumno embarcado en su lectura me interpeló sobre él y decidí entonces leerlo para ofrecerle mi opinión como profesor. Aunque muchas de sus afirmaciones pueden ser discutibles, para mi grata sorpresa, en sus páginas quedaban reflejadas algunas de las ideas aquí expresadas respecto al diferente perfil de la violencia en ambos bandos. La percepción que de la violencia en la Guerra Civil tenía Reverte no difería en exceso de la de Paul Preston. Para Pérez Reverte "los dos bandos fueron atroces. Un bando por incultura y barbarie, y otro bando por política sistemática de terror". 

Un caso diferente es el de Enrique Moradiellos, al que muchos autodenominados "defensores de la Tercera España" perciben como un referente. Lo conozco personalmente y tuve el privilegio de trabajar junto a él en el Departamento de Historia Contemporánea de la UEX. Moradiellos no es adalid de nada ni de nadie, su único compromiso es con el oficio de historiador, de ahí su gran preocupación por la rigurosidad y el buen uso de las fuentes, así como con la neutralidad desprovista de prejuicios, desde la que el autor debe buscar la realidad de los hechos. En su obra, Moradiellos asume la diferente realidad política de las dos Españas, una siguió siendo, aunque con muchas dificultades, un régimen democrático y constitucional, otra era una dictadura militar caudillista; siendo consciente de que la violencia en uno y otro lado tiene diferentes rasgos, con un carácter más sistemático y regulado en el bando sublevado. A nivel cuantitativo, Moradiellos también observa nítidas diferencias, asumiendo además unas cifras de asesinados muy creíbles, alejadas de las de su maestro, Paul Preston, cifras que no contentan a nadie que con intenciones ideológicas quiera modelar la historia al servicio de sus intereses. En esas cifras, que refiere en su interesantísima obra divulgativa Historia mínima de la Guerra Civil, se mencionan 55.000 asesinados por el bando republicano frente a los 100.000 del rebelde, a los que habría que añadir otros 30.000 durante la posguerra. Como mínimo, en el transcurso de la guerra la represión franquista casi llegó a duplicar el número de muertes de la zona republicana, sin contar las tremendas matanzas de la posguerra.
Anthony Beevor, el gran historiador británico de la Segunda Guerra Mundial y autor de La Guerra Civil española señala:
"En una guerra civil, la labor de propaganda y el odio que desencadena es brutal. Luego está el miedo. El odio es el combustible y el miedo, el detonador. De pronto, aquellos que parecían pacíficos se baten llenos de ira. En los primeros meses de la guerra, ambos bandos actuaron con crueldad matando a miles de inocentes. Los republicanos intentaron poner orden en sus filas y evitar la barbarie. Los militares rebeldes, en cambio, alentaron el horror. Fueron inmisericordes, y la guerra la ganaron los que no tuvieron piedad".



"¡Massacre, massacre!". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (I)

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La Gran Vía es bombardeada a la altura del edificio Telefónica. Fuente: diariodesevilla.es

En el primer relato de A sangre y fuego¡Massacre, massacre!, Chaves muestra ya sus credenciales: una crítica mordaz y directa a las milicias de la retaguardia republicana, a su carácter incontrolado y cruel, a la violencia gratuita y caprichosa que ejercían, a su carácter criminal. Deja muy claro que dicha violencia está con frecuencia al margen del estado republicano e incluso de los partidos obreros, que tiene su propia lógica despiadada y corrupta. Desnuda las que él llama "siniestras escuadrillas de retaguardia", una amalgama de cobardes sin escrúpulos, liderados en el relato por Enrique Arabel, descritos como auténticos malhechores que huyen del frente y proyectan su miedo a la guerra través de una violencia brutal e indiscriminada en el Madrid de retaguardia. Arabel es muy posible que fuera en la realidad Agapito García Atadell, jefe de la Brigada del Amanecer, una checa madrileña con sede en el palacio de los condes de Rincón, en la calle Martínez de la Rosa. Sus actividades criminales y delictivas se sucedieron hasta finales de octubre de 1936, cuando el gobierno republicano empezó a cuestionar sus acciones, lo que le obligó a huir. Más de cincuenta hombres le obedecían en esos meses, sembraba el terror en el Madrid de la retaguardia, sin hacer ascos a las posibilidades de enriquecimiento que su posición de poder le otorgaba: a cambio de dinero, determinados prisioneros podían refugiarse en alguna embajada o llegar a la zona franquista. Esta corrupción es también denunciada por Chaves, pues su personaje, Arabel, se enriquece igualmente con el tráfico de detenidos. Las guerras de toda índole, especialmente las civiles, son el campo abonado para que todo tipo de desalmados pueda dar rienda suelta a sus instintos criminales sin que nadie les ponga coto. Y así fue como auténticos forajidos proliferaron en la retaguardia republicana durante los primeros meses de la contienda, valiéndose del caos y la debilidad del estado para ejercer su terrible violencia, en la que se mezclaba fanatismo, corrupción y criminalidad. Hablamos de siniestros personajes como Felipe Sandoval, Aurelio Fernández Sánchez, Dionisio Eroles, Manuel Escorza del Val o José Serrá, y por supuesto, el ya nombrado Agapito García Atadell.

García Atadell y la Brigada del Amanecer en 1936. Fuente: pinterest


Cartel republicano. F.: elmanifiesto.com
Chaves se refiere a la actividad de estos grupos como una "actuación terrorista" que "en nombre del pueblo y valiéndose del argumento decisivo de sus pistolas, sembraban a capricho el terror". Se suceden ante nuestros ojos fusilamientos sin juicios, a partir de intimidaciones y delaciones producidas en una atmósfera de terror. Adquiere protagonismo el "paseo",  que las milicias, sobre todo las anarquistas, protagonizaron en el Madrid de los primeros meses de la contienda. Los hechos se iniciaban con la detención, generalmente al anochecer, y solían terminaban con la ejecución de la víctima unas horas después. En este caso...
Un terror que se desenvuelve en el marco de una realidad psicótica marcada por la dureza de los bombardeos enemigos y la actividad clandestina de "una quinta columna" franquista en el Madrid republicano. En este sentido, Chaves menciona la célebre frase del general golpista Mola: "El general Mola había dicho por radio que sobre Madrid avanzaban cuatro columnas de fuerzas nacionalistas, pero que además contaba con una quinta columna en Madrid mismo que sería la que más eficazmente contribuiría a la conquista de la capital" y añade con sentido trágico: "Pocas veces una simple frase ha costado más vidas". No hay duda de que la obsesión por la existencia de una quinta columna generó una fuerte represión sobre todo aquel que por su adscripción política, su origen social o su pertenencia al ejército, resultaba sospechoso de militar en ella. Al margen de la propaganda y la psicosis, la actividad de los quintacolumnistas fue realmente importante en el Madrid de la época, como también en otras ciudades republicanas como Valencia o Barcelona.
Chaves nos regala, a la vez, una soberbia contextualización de la situación bélica del Madrid del momento, sumergiéndonos en la atmósfera de pánico creada por los bombardeos indiscriminados y masivos que los aviones italianos y alemanes realizaban sobre la ciudad, golpeando a la urbe en su conjunto, pero con más dureza al centro urbano y a los barrios más populosos y humildes. Se convertía así la guerra española en una base de pruebas donde por primera vez se recurrió a los grandes bombardeos sobre población civil como elemento de descomposición de la retaguardia y del enemigo, algo que no se había conocido antes. Esta temática la volvemos a ver en uno de los últimos relatos, el excelente El refugio. La debilidad de la aviación republicana, sobre todo porque carecía de una flota de bombarderos, convirtió en dominadores del aire al bando nacionalista, que contó con el apoyo masivo de la aviación de las potencias fascistas. Una excepción fue la llamada escuadrilla "España", creada por el político y escritor francés André Malraux y formada por bombarderos pilotados por voluntarios y mercenarios que sirvieron a la República en los primeros meses de la guerra. Precisamente, Malraux, aparecerá brevemente en este relato cuando uno de los protagonistas, el miliciano Valero, lo descubre en una taberna donde se había reunido con otros intelectuales republicanos. 

André Malraux y Abel Guidez, comandantes de la escuadra España. Detrás se puede ver el motor Lorraine Petrel de un Potez 542. Fuente: geocities.es



La Gran Vía madrileña bajo las bombas en 1936. Fuente: simft.fundaciontelefonica.com 



































Los Savoia italianos y los Junker y Heinkel de la Legión Cóndor alemana surcaron una vez tras otra los cielos de las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, que fueron bombardeadas a conciencia. La población no estaba familiarizada con esa nueva forma de hacer la guerra, por lo que la vivía no solo con una enorme angustia, sino también con un intenso deseo de venganza, lo que algunos grupos de milicianos utilizaban como escusa para acometer una dura represión. Tanto en Madrid como en otras zona republicanas, es el caso de Cataluña o Bilbao, tras los bombardeos eran frecuentes las "sacas" de presos derechistas, realizadas por una muchedumbre vengativa en la que se mezclaban milicianos y civiles de todo tipo. Aunque las autoridades trataron en la mayoría de los casos de evitarlas, no siempre lo consiguieron. En el relato, aprovechando la matanza producida por los bombardeos, Arabel asesinará a los militares que retenía presos en un convento reconvertido en cárcel. Entre ellos estaba el padre de un miliciano comunista, Valero, fanático pero íntegro. Surge así el drama personal, tan común a la mayoría de los relatos de A sangre y fuego: hasta el último momento, el hijo tratará de salvar al padre sin poner en cuestión sus principios y sin corromperse. 
Aunque no se trata de una prosa excepcional, pues ya hemos comentado que Chaves no es en modo alguno un gran escritor,  estamos sin lugar a dudas ante uno de los mejores relatos de A sangre y fuego.

Un equipo de vuelo de la Legión Cóndor se dispone a subir a un Heinkel He 111 en 1938. Fuente: elpais.com

Efectos de los bombardeos franquistas en la calle Anton Martín de Madrid. Fuente: researchgate.net

La gesta de los caballistas. Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (II)

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Fuerzas de la Policía Montada sevillana, al mando del comandante Erquicia, saliendo del pueblo extremeño de Azuaga. Fuente: requetes.com
Aunque globalmente y a nivel literario La gesta de los caballistas es un relato mediocre, sus instantes iniciales prometen de veras al lector, que se encuentra, sin lugar a dudas, ante uno de los mejores pasajes de A sangre y fuego de Chaves Nogales. Un cortijo, un gran propietario de la nobleza, el señor marqués, rezando en la capilla, paso previo para la cacería que se avecinaba. Fuera, sus lacayos forman el cortejo "justiciero". Los esperan campos desiertos y pueblos blancos con casas selladas por el miedo a la represión que se avecinaba. El hecho histórico es de sobra conocido: en julio de 1936 columnas paramilitares e irregulares comandadas por "señoritos" a caballo, al más puro estilo andaluz, seguidos después por milicias falangistas y carlistas y unidades de legionarios y regulares moros, partieron desde la Sevilla del golpista Queipo de Llano para controlar las comarcas agrícolas cercanas y aplastar la posible resistencia de milicianos izquierdistas, sembrando el terror entre las masas miserables de jornaleros. Especializadas en la limpieza política rural, eran columnas ligeras y móviles que se desplazaban constantemente, tenían su propio capellán voluntario -lo que también aparece en la narración- y estaban financiadas por los propios terratenientes, que aportaban el equipamiento, los caballos y a sus hombres, criados y lacayos, una auténtica "hueste feudal". Un terror salvaje se apoderaba de los pueblos que ocupaban estos "ejércitos señoriales". Vestidos al estilo campero, duchos en el saludable deporte de la montería, salían a la caza del "rojo", acosando y abatiendo jornaleros marxistas desperdigados por los campos. Un ejemplo de esta caballería paramilitar de maneras campestres fueron los dos escuadrones de la Policía montada de Sevilla que organizó a principios de agosto de 1936 el comandante de Infantería Alfredo Erquicia y en el que participaron muchos propietarios y terratenientes voluntarios. Su actividad se centró especialmente en la provincia de Córdoba.

A la izquierda, a caballo, José García Carranza, alias Pepe El Algabeño hijo (Fuente: europeana.eu). A la derecha, Ramón de Carranza y Gómez-Pablos, aristócrata y alcalde de Sevilla entre 1936 y 1938, tras su designación por Queipo de Llano (Fuente: lasevillaquenovemos.com).























Sin embargo, el más conocido de estos grupos fue la llamada columna Carranza, que ejerció una durísima represión en los pueblos del Aljarafe y del Condado onubense en su avance hacia la ciudad de Huelva. Dirigida por el aristócrata Ramón Carranza, nuevo alcalde de Sevilla tras el triunfo del golpe de estado, contaba entre sus filas con el Algabeño, torero, terrateniente y... asesino, al que se alude en el relato de Chaves de forma tangencial. Tras los hombres de Carranza, los legionarios y regulares del comandante Antonio Castejón y grupos de carlistas y falangistas. Sin nombrarlo expresamente, éste es el territorio y la escena que nos muestra Chaves, los pueblos cambian de nombre, Villatoro podría ser Hinojos o Bollullos, Manzanar es con toda probabilidad La Palma del Condado. Fue en La Palma, donde el 26 de julio de 1936, los milicianos mal armados y en retirada, entre los que se contaban muchos mineros de Riotinto, se agruparon en el verano de 1936. Son asesinados 15 presos derechistas locales que había sido recluidos en la prisión del pueblo. Cuando más tarde lleguen las columnas rebeldes, la venganza será brutal. Chaves rememora los hechos con importantes variaciones: en vez de La Palma nos habla de Manzanar, según su relato los caballistas del señorito irrumpieron en el ayuntamiento, donde fueron asediados y cogieron prisioneros a niños y mujeres que allí se refugiaban. Los milicianos se retienen de volar el edificio por la presencia de sus familias. Allí aparecen las contradicciones de la guerra y el elemento sentimental del que tanto gusta el autor, la vieja amistad entre el hijo del marqués y el maestro que lidera a los milicianos. Esa amistad llevará al hijo del marqués a prisión, junto al maestro, por sospechas de colaborar con el enemigo, una vez que el pueblo sea ocupado por los legionarios y regulares. El joven de la nobleza no será fusilado, su origen le salvará, pero terminará camino del exilio.

En primer término, Queipo de Llano (izquierda) junto al comandante Castejón (derecha). Fuente: elperiodico.es

Represión en el pueblo sevillano de Tocina. Legionarios frente a presos de izquierdas. Fuente: Fototeca Municipal de Sevilla. Archivo Serrano.

Las tropas franquistas entran en el pueblo sevillano de Constantina, siendo recibidos por decenas de mujeres que tratan de evitar la matanza. Fuente: blogs20minutos.com











En las páginas finales, Chaves se embarca en una fidedigna descripción de la cárcel donde se hacinaban con otros muchos presos los dos protagonistas, el maestro miliciano y el señorito traidor. Variopinta y pintoresca al extremo, marcada por el desorden más absoluto, la prisión se mostraba ante el lector como una proyección del gracejo andaluz. Según el autor, la cárcel se situaba de forma improvisada en "un viejo music-hall popular, el pintoresco Salón Variedades de la calle Trajano". En la realidad, el lugar al que hace referencia Chaves era el Salón de Variedades Lido, cuyo edificio daba a dos calles, la Amor de Dios y la Trajano, una construcción con fachada neomudéjar a ambas calles, que después de la guerra terminó siendo el cine Trajano. La situación en la ciudad del Guadalquivir llegó a ser extrema en las primeras semanas de la guerra, la cantidad de presos que llegaban a Sevilla cada día era tal que la cárcel provincial de la Ranilla o la Delegación de Orden Público de la Segunda División (situada en la residencia de los Padres Jesuitas de la calle Jesús del Gran Poder) se vieron desbordadas. Por todo ello, las autoridades recurrieron a salas de espectáculos como el Salón de Variedades Lido, que fueron  habilitadas como centros de detención y como dependencias comisariales.
Andalucía occidental (Córdoba, Sevilla, Huelva, Málaga), junto a Badajoz, se convirtieron durante la guerra en una de las zonas donde la represión de los rebeldes fue más brutal y donde tuvo un carácter más profundamente social, lo que deja claro el autor poniendo el hincapié en la figura del marqués. Las razones de tal realidad son del todo evidentes, Andalucía occidental y Extremadura son las regiones de mayor peso de la población jornalera. El campo latifundista fue esencial para entender la polarización política y social durante la República y el estallido de la Guerra Civil. Tal realidad se ve reflejada en el siguiente fragmento del relato: "El pueblo -replicó el marqués- siempre es cobarde y cruel. Se le da el pie y se toma la mano. Pero se le pega fuerte y se humilla. Desde que el mundo es mundo los pueblos se han gobernado así, con el palo. De esto es de lo que no han querido enterarse esos idiotas de la República."

Salida de presos del edificio de la Audiencia, en la Plaza de San Francisco, posiblemente hacia la cárcel de La Ranilla. Fuente: elcorreoweb.es


Cárcel sevillana de La Ranilla. Fuente: blogs.canalsur.es

Fachada neomudéjar del salón de variedades Lido, convertido en el cine Trajano después de la guerra y que durante ésta se uso como cárcel. Fuente: juntadeandalucía.es


























































El relato no puede tener una temática más sugerente, pero el guión hace aguas, Chaves prioriza la necesidad de contarlo todo, la secuencia de hechos se acelera por momentos. Los primeros instantes son muy buenos, son momentos de descripción y reflexión, pero poco después el autor se desliza hacia una narración simple y lineal, tan rápida como insípida e infantil. La necesidad de contar los hechos, le impide recrear los paisajes o concentrarse en los personajes, con palabras y diálogos fáciles que son un fiel reflejo de la falta de profundidad de éstos últimos. Agota al lector con el ritmo rápido de las cosas y la forma casi infantil de narrar. ¡Qué lejos está aquí Chaves de los paisajes de Sholojov o el maravilloso minimalismo expresivo de Babel, que con tan pocas palabras era capaz de mostrar tanto!. Es evidente que la Guerra Civil Rusa tuvo mejores cronistas literarios.

"Y a lo lejos una lucecita". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (III)

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Milicianos del Ateneo Libertario de las Cuarenta Fanegas de Chamartín en septiembre de 1936. Su sede estaba en el colegio Infanta María Teresa. Fuente: EFE/Díaz Casariego

Y a lo lejos, una lucecita es un buen relato, con momentos vibrantes e intensos, aunque adolezca de la simpleza y linealidad inherentes a la narrativa de Chaves Nogales en A sangre y fuego. El autor inicia la narración en un ambiente de psicosis: con los franquistas cerca de Madrid, un depósito de municiones es trasladado a los sótanos del Teatro Real, ante la certeza de que el enemigo conocía su anterior ubicación. A partir de ahí, Chaves vuelve a dar el protagonismo a los milicianos de gatillo fácil que también protagonizan otros relatos, aquellos que ejercerán la violencia con intensidad desmedida, mostrados como ignorantes e impulsivos: "su primer impulso fue el de todo miliciano: echarse el fusil a la cara y disparar". Poco después, el autor nos conduce hasta un palacio ocupado por los milicianos anarquistas de la CNT, convertido en sede de un ateneo libertario. Este tipo de ateneos eran en los años 20 y 30 instituciones educativas y culturales anarquistas que con la guerra se transformaron por lo general en centros de reclutamiento y represión (algunos albergaron checas), que realizaron también funciones humanitarias, albergando en su interior a refugiados y atendiendo comedores sociales. Los ateneos se desperdigaban por el Madrid en guerra, en casi todos los barrios se ubicaba alguno (Retiro, Ventas, Delicias, Atocha, Puente Vallecas, Tetuán, Chamartín, etc.) y solían ocupar edificios de envergadura, como era el caso de conventos, iglesias, cines, colegios, palacios u hoteles. 

El hotel Ritz de Barcelona fue convertido en comedor social por la CNT y la UGT durante la Guerra Civil. Fuente: arcdelahistori





Uno de los mejores momentos de todo el libro es la descripción que el autor hace de los refugiados hacinados en el ateneo libertario, la miseria que rodeaba a la mujeres y los niños, las molestias que ocasionaban a unos milicianos más preocupados en otros menesteres menos solidarios, el descarnado contraste entre la pobreza y la ruralidad de los refugiados y la riqueza y lujo del palacio ocupado. Nos acerca así el autor a una de las realidades menos conocidas de la guerra, el continuo flujo de desplazados internos que huían del avance del bando enemigo y sus represalias. Por razones obvias, estos flujos fueron mucho más importantes en la zona republicana, pues fueron los republicanos los que al perder pronto la iniciativa militar, retrocedieron y cedieron territorios continuamente, teniendo como consecuencia inmediata la huida masiva de la población afín ideológicamente. Así ocurrió durante la toma del Frente del Norte o la ocupación de Málaga, la conocida Desbandá, que condujo a miles de personas hacia el este por la carretera de la costa y terminó en una brutal matanza, producida por el ataque franquista sobre las columnas de civiles que huían. Sin embargo, y en contra de lo que se suele pensar, la mayor acumulación de refugiados se produjo en la zona centro y en los primeros meses de la guerra, justo en el momento en el que se sitúa la obra de Chaves, como consecuencia del avance del ejército de África por Andalucía occidental, Extremadura y Toledo en dirección a Madrid. El avance de las columnas de Castejón y Asensio fue acompañado de una brutal represión que generó un elevadísimo volumen de refugiados, que huyeron del avance rebelde hasta concentrarse en el Madrid convulso de la época. Decenas de miles de personas huyeron con lo poco que podían acarrear, lo hacían andando, en burro, en carros, coches o ferrocarril. La situación generó en la República graves problemas logísticos, agudizando la generalizada situación de hacinamiento y desabastecimiento que vivía el Madrid de los primeros meses de la contienda. En el momento en el que Chaves sitúa su relato, Madrid era una ciudad colapsada, con enormes dificultades para atender las necesidades de la población civil y de los refugiados. El gobierno republicano movilizó grandes recursos para alimentar y dar cobijo a tal población y en los meses siguientes optaría por evacuar a parte de los desplazados acumulados en Madrid hacia Valencia y Cataluña, desde la que muchos de ellos terminarían cruzando la frontera hacia Francia con el colapso de la República y el fin de la guerra. 

Campesinos huyendo de sus pueblos en el frente de Talavera (Toledo). Fuente: toledodiario.es (MCD.AGA Fondo Medios de Comunicación del Estado)


Enmarcado en el ambiente de hacinamiento, de caos y desidia del ateneo libertario, Chaves nos conduce ante otro de los factores más desconocidos de la guerra civil. El conflicto fue innovador en muchos aspectos y uno de ellos fue el uso de los medios de comunicación de masas, especialmente la radio. Los dos bandos comprendieron desde un principio sus enormes posibilidades como medio de guerra, siendo como era especialmente apto para la propaganda. A través de la radio se lanzaban mensajes con el propósito de desmoralizar al enemigo y a la vez estimular e informar a los que en la retaguardia enemiga resistían o actuabanLa mayoría de las emisoras inicialmente cayeron en manos de las autoridades republicanas, que ejercieron un fuerte control y censura sobre la información, conscientes de que la situación de guerra no les era beneficiosa. El bando rebelde, utilizó también la radio para contrarrestar tal censura y hacer llegar sus mensajes a la retaguardia del enemigo, exponiendo sus continuos avances militares. Hasta la fundación en enero de 1937 de Radio Nacional de España, ese papel lo ejerció sobre todo Radio Sevilla, dirigida por el general Queipo de Llano, convertido en estrella radiofónica, que con un estilo provocador y soez amenazaba y polemizaba diariamente con el enemigo. Es a él a quien Chaves llama con cierta ironía "el general-speaker", el que a través de la radio soltaba "sus retahílas de injurias", las mismas que terminan escuchando en el ateneo libertario los protagonistas del relato, los milicianos de la CNT.

 El general Queipo de Llano ante el micrófono de Unión Radio Sevilla. Fuente: Biblioteca del Ministerio de Defensa.
Cartel republicano alertando sobre la presencia de
la quintacolumna franquista. F.: serhistorico.es
Es precisamente una alocución de Queipo de Llano la que dará lugar a la desenfrenada cacería que se convierte en el leitmotiv del relato. Un miliciano de guardia, Pedro, había detectado una luz intermitente que transmitía señales desde un edificio próximo. Cuando el general Queipo, con su habitual arrogancia, afirma a través de la radio conocer el traslado de munición a los sótanos del Teatro Real, se desatan todas las alarmas entre los milicianos. Pronto descubren que una cadena de luces a lo largo de la ciudad va transmitiendo unos mensajes para los rebeldes. El jefe de los milicianos, Jiménez, junto a Pedro y varios de sus compañeros, inician una cacería que les conduce por la geografía de la capital en guerra a través de pisos, casas y hoteles. El autor nos sumerge en el Madrid hostil a la República, lo que Javier Cervera ha definido como la "ciudad clandestina", presentándonos un completo rosario de colaboradores con la causa franquista: militares afines a los rebeldes, señoras acomodadas que colaboran con los golpistas, barrios de clase alta vaciados por la huida de sus habitantes, de nuevo ese Madrid "quintacolumnista" que coopera con el enemigo y que ya vimos en Masacre, masacre. Lejos de ser un tópico, el Madrid de finales de 1936 era una ciudad en la que el enemigo se había infiltrado con fuerza en la administración, en el ejército republicano, incluso en las propias milicias y partidos obreros. El saberse rodeados de enemigos, creó en las milicias y organizaciones obreras del Madrid republicano una cierta psicosis que favoreció los excesos y la represión. En el relato, los milicianos reaccionarán ante los sucesivos descubrimientos con rapidez y contundencia, fusilando sin miramiento alguno a todos los involucrados. Asesinos y asesinados son vistos con cierta equidistancia, unos y otros son participes de una guerra en la que el autor no cree. 
La ejecución más dramática es la de la joven Carmiña, ejecutada en plena calle por los milicianos, uno de los cuales deja junto a su cadáver un mensaje lapidario: "Por espía de los fascistas". De nuevo, como en el relato "Masacre, masacre", el autor vuelve a ponernos ante la realidad de los llamados "paseos", protagonizados por las milicias en el Madrid de los primeros meses de la contienda. Los hechos se iniciaban con la detención, generalmente al anochecer, y solían terminar con la ejecución de la víctima unas horas después. Se trataba de una represión incontrolada ejercida por las milicias, que efectuaban detenciones arbitrarias y ejecutaban sin formación de causa y de forma clandestina, al margen de todo proceso judicial. Cuando el jefe de los milicianos, Jiménez, tiene la certeza total de que Carmiña colaboraba con los quintacolumnistas toma la decisión: "Vamos, niña". Carmiña pregunta "¿adónde? y la respuesta del miliciano no deja lugar a dudas: "A dar un paseo".

En la imagen el comandante Ortiz de Zárate, tras el fracaso del golpe militar en Guadalajara, poco antes de su fusilamiento. La imagen podría servir como ejemplo del drama que envolvería cualquier "paseo"  Fuente: foto Albero y Segovia. Archivo General de la Administración

La actitud agresiva de los milicianos y el temor que muestra el rostro de Ortiz de Azcárate sobrecogen al espectador. Fuente: Foto Albero y Segovia Archivo General de la Administración



La persecución termina conduciendo al grupo de Jiménez hasta una choza de pastores en Torrelodones y más tarde a un lúgubre sanatario antituberculoso en la sierra, cerca de Navacerrada, convertido en una triste y casi ridícula alegoría de la España desgarrada por la guerra, donde unos enfermos, moribundos y abandonados a su suerte, mantienen sus odios ideológicos hasta la muerte. En la sierra madrileña existían en la época varios sanatorios para tuberculosos como el Real Sanatorio de Guadarrama o el Sanatorio Neumológico de Guadarrama. Al final, casi al amanecer, los milicianos llegan al término de la cadena, una luz que los sumerge en las líneas enemigas. Es entonces, cuando dos de ellos se repliegan sobre sus pasos, aunque para sorpresa del lector, Jiménez y Pedro continúan y se internan con vehemencia mortal en las líneas enemigas en busca de la luz que perseguían. Los dos son abatidos. Un final poco previsible, casi irreal, pero muy potente y cargado de significado, una auténtica metáfora del abismo al que conduce la sed de sangre y la violencia inherente a la guerra.

Real Sanatorio de Guadarrama. Fuente: elviajerohistorico.wordpress.com (Colección Carlos Frías Valdés).

"La Columna de Hierro". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (IV)

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Cartel de la Columna de Hierro. F.:laguerracivilenaragon.blogspot.com
Sin lugar a dudas, La Columna de Hierro es el peor de los relatos que integran la obra A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Todas las debilidades narrativas del autor se condensan en un cuento de narración tan rápida como simple, con un estilo facilón y personajes tan insostenibles como faltos de vida, ejemplificados en las figuras del aviador inglés, Jorge, y de Pepita, una supuesta chica de vida alegre pero que termina revelándose, de la manera más inconsistente, como una infiltrada "fascista".
Cartel de la Columna de Hierro. F.: archivoIR.com
El autor nos narra la historia de un piloto inglés que en un music-hall se divierte borracho en compañía de una muchacha llamada Pepita. La entrada violenta en el local de los anarquistas de la Columna de Hierro rompe el momento de diversión y jarana. Ambos terminan incorporándose a la columna miliciana, descrita por el autor como una auténtica turba de matones y delincuentes encabezada por un desalmado al que llamaban "el chino" y que se dedica a recorrer la retaguardia levantina saqueando y matando a diestro y siniestro. En el pueblo de Benacil, los comunistas y los republicanos del comité revolucionario, dirigido por el viejo Pepet y el joven Tomás, se enfrentan a la columna y sus desmanes, especialmente cuando los anarquistas pretenden fusilar a los presos derechistas allí recluidos por el comité. Pero en la prisión, los hombres de la columna son cercados y atacados por los milicianos del pueblo y se ven obligados a huir. Con aquellos que se dan a la fuga, van Pepita y el aviador, que descubre como su compañera de aventuras era realmente una infiltrada del bando rebelde. Él abandona el grupo cuando huyen de Benacil, pero ella permanece en la columna anarquista. La narración termina con el ataque a las fuerzas de la Columna de Hierro por parte de la aviación republicana.

Sede de la Columna de Hierro en Valencia. Fuente: rebelionenlagranja.net 

A la hora de valorar la historicidad de los hechos narrados, de nuevo debemos poner reparos y cuestionar su veracidad. Una vez más, los acontecimientos son modificados, mezclados y simplificados. A grandes rasgos, se puede afirmar que los sucesos narrados por Chaves ocurrieron, pero los hechos se mezclan y fusionan de manera parcialmente ajena a la realidad, aunque posiblemente con la honesta intención de hacerlos más accesibles al lector común.
El inicio del relato encaja con la realidad sin problema alguno. Chaves señala que el piloto inglés, Jorge, tenía su base en Albacete, y en efecto, en dicha ciudad estaba una de las grandes bases aéreas de la República, la que después, con el franquismo, se convertiría en la actual base de Los llanos. En la base aérea de Albacete tenían su sede las Brigadas internacionales, formada por voluntarios antifascistas que habían llegado a España bajo el amparo de la Internacional Comunista, sin embargo, entre sus integrantes no se contaban pilotos de aviación. A pesar de todo, la figura de Jorge se ajusta a la realidad: en la base de Albacete hubo pilotos extranjeros que vinieron a luchar como voluntarios y que lo hicieron por su cuenta, al margen de las Brigadas Internacionales. Aunque, a partir del otoño de 1936, la Unión Soviética mandó gran cantidad de técnicos, así como aviones y pilotos, siempre hubo en Albacete un reducido número de voluntarios de otras nacionalidades. 
No parece tampoco muy lejos de la realidad la escena inicial en la que los milicianos entran en el music-hall. La España de los años 30 había visto crecer los espacios dedicados a las variedades, music halls y cabarets, que en Valencia estaban muy en boga con locales como el Shanghai, Bataclán o Eden Concert. La presencia de milicianos en dichos locales durante la guerra era asidua y de hecho, sindicatos como la CNT o la UGT  solían poner por entonces carteles que llamaban al comportamiento responsable de los milicianos. Durante la Guerra Civil, en la sala Bataclán un cartel rezaba: "Camaradas, respetad a los artistas, que están trabajando".

Milicianos de la Columna de Hierro. Fuente: petreraldia.com

Pero el eje central del relato es la crítica feroz a la violencia brutal de las columnas anarquistas, al caos que reinaba en su seno y a la mezcla letal entre fanatismo ideológico y delincuencia común que, para el autor, formaban el batiburrillo de sus milicias. En aparente contradicción con la figura de esta especie de miliciano-delincuente, que ya vimos en Masacre, masacre; en el relato aparece la figura del miliciano concienciado y honrado, personificado en campesinos humildes y honestos, gente trabajadora y comprometida con la República o la Revolución, personaje que volveremos a ver en otros relatos como Los guerreros marroquíes. Este buen miliciano aparece en el texto como el defensor de la legalidad republicana frente a los criminales que utilizaban la ideología como excusa para matar y robar. Ambos son una proyección de la dualidad de poderes que en todo momento aparece en el conjunto de los relatos y que el autor remarca continuamente, aunque lo hace especialmente en este cuento. Por un lado, la existencia de una violencia caótica, al margen y con frecuencia enfrentada con el poder legal y legítimo, el estado republicano; por otro lado, una gobierno incapaz de imponer su autoridad y poner coto a los desmanes de los muchos desalmados que controlan la calle. Ese rasgo tan característico de la violencia en la zona republicana, es algo que el autor deja claro a lo largo y ancho de toda su obra, pero que se convierte en el eje vertebrador de este relato. 
No nos debe sorprender la percepción de la realidad de Chaves, no olvidemos que estos relatos se gestan en los primeros meses de la guerra, momento en que el gobierno y las instituciones republicanas se mostraban desbordadas por la violencia de los grupos armados de todo género que proliferaban en su retaguardia. A partir de noviembre de 1936 y a lo largo de los primeros meses de 1937, tal situación cambiaría de manera significativa con la reconstrucción del estado republicano y el poder de sus instituciones.
Cartel de la Columna de Hierro. F: archivoIR.com
El foco central lo pone Chaves en las columnas anarquistas que inmediatamente después del golpe de estado salieron en dirección al frente para contener al enemigo, centrándose en una de las más llamativas, la Columna de Hierro. Lejos de los mitos, la capacidad militar de dichas columnas fue muy discutible, mientras que su acción represiva fue especialmente intensa. Ambas cosas son puestas en valor por el autor, sin embargo, hay que puntualizar muchas de sus afirmaciones, que desbordan y simplifican la realidad. Tras el golpe de estado, en las zonas donde fracasó la rebelión se asistió a la práctica desaparición del ejército republicano, mientras se extendía por el país el fermento revolucionario de las organizaciones obreras. Los partidos políticos de izquierdas y los sindicatos organizaron grupos de voluntarios civiles o milicianos que se unieron a los restos del ejército y las fuerzas de seguridad estatales que habían permanecido fieles a la República. Claves en la defensa de las grandes ciudades frente a los golpistas, los milicianos se organizaron pronto en columnas que se dirigieron hacia el frente para contener el avance rebelde.
Foto coloreada de Buenaventura Durruti en el frente de Aragón durante el verano de 1936. Foto: Rafael Navarrete (twitter.com)

Aunque las hubo de distinto signo político, las principales columnas fueron las anarquistas, destacando especialmente las que salieron de Cataluña hacia el frente de Aragón, hacia Huesca y Zaragoza, entre ellas la de Durruti, la de Ascaso, la Sur-Ebro, la de Ortiz y la de los Aguiluchos. Sin embargo, el autor se centra en la Columna de Hierro, que salió de Valencia en dirección al frente de Teruel. Aunque los anarquistas rechazaban el sistema penitenciario y abrieron muchas cárceles, absorbiendo en sus milicias a muchos presos comunes, sería injusto y poco riguroso -en contra de lo afirmado por Chaves- magnificar el peso de dichos presos en las columnas y milicias anarquistas, compuestas sobre todo de anarquistas convencidos. En segundo lugar, el autor llega a mezclar burdamente la realidad de las columnas anarquistas catalanas y la valenciana Columna de Hierro. Poniendo como ejemplo a Durruti, que nada tenía que ver con la Columna de Hierro, Chaves hace referencia a la actitud de los jefes anarquistas, que ante la realidad de la guerra, impusieron una disciplina brutal y los delincuentes se fueron a la retaguardia a sembrar el terror: "este bárbaro caudillaje fue eliminando del frente a los criminales y a los cobardes que habían acudido solo al olor del botín. Destacamentos enteros se desgajaron en franca rebeldía del núcleo de las fuerzas gubernamentales, y una de estas fracciones indisciplinadas de la Columna de Hierro era la que recorría la comarca sembrando el terror por dondequiera que pasaba". Estamos ante una nueva simplificación de la realidad. Muchos delincuentes y prostitutas se volvieron a la retaguardia cuando la guerra mostró su cara, algo que favorecieron los propios líderes milicianos, pero la instauración de una dura disciplina militar no fue la causa principal, entre otras razones porque la disciplina en el sentido literal tan solo se impuso en las milicias anarquistas con la militarización de éstas, proceso iniciado a partir de octubre de 1936 y que no culminó hasta mediados de 1937, como bien señalamos más adelante. Precisamente serían la Columna de Durruti y la Columna de Hierro las que se mostraría más hostiles a su conversión en unidades militares clásicas. Lo que si ocurrió con cierta frecuencia es el abandono del frente por grupos de milicianos, de procedencia variada, que en más de una ocasión de dedicaron al saqueo, actuando como auténticos delincuentes -así ocurrió en algunas zonas de Cataluña, Aragón o Valencia-. En todo caso, hay que precisar que la mayoría de su excesos y represión derivaban de la preocupación por hacer la revolución a la vez que la guerra, algo en lo que destacó la Columna de Hierro.

A finales de 1936, una unidad de la Columna de Hierro llega al pueblo turolense de Puebla de Valverde, cercano a la ciudad de Teruel. Fuente: alamy.es


La Columna de Hierro, dirigida por anarquistas valencianos como José Pellicer o Segarra, estaba formada por voluntarios levantinos que lucharon en el frente de Teruel, aunque no lograron tomar la ciudad. Llegó a tener cerca de 3.000 combatientes, aunque contaba con muchos más, que estaban en la retaguardia por falta de armas. Su preocupación por poner en marcha el comunismo libertario y el desarrollo de sus colectividades, implicó excesos y violencia. Tenía su diario, realizaba asambleas y practicaba una intensa violencia revolucionaria. Todo esto, su tendencia a ir por libre y el enfrentamiento continuo con los comunistas e incluso con las directrices de la propia CNT, que por aquel entonces negociaba su entrada en el gobierno republicano, la fue convirtiendo en la más vilipendiada de las columnas. La propaganda del gobierno republicano y de otros sectores ideológicos de la izquierda fue durísima con ella, tiñendo sus actividades de una aureola de violencia y fanatismo, y la propia CNT, con frecuencia no la defendió de los bulos.
En la época en la que se sitúan los acontecimientos narrados en A sangre y fuego, entre septiembre y octubre de 1936, con el frente estabilizado en Teruel, y ante la falta de armamento y munición, algunas centurias anarquistas valencianas se desplazaban con toda libertad hacia la retaguardia, ante la desesperación del gobierno republicano, que trataba de controlarlas y poner coto a sus desmanes. Su respuesta era la fuerza, asaltaban cárceles y fusilaban a presos derechistas por su cuenta y sin juicio alguno -así ocurrió en Vinaroz o en Castellón- o se enfrentaban a los comunistas en las calles de Valencia,
Bandera del 1º Batallón de la 83ª Brigada Mixta.
como ocurrió en el entierro de Tiburcio Ariza, un anarquista que fue asesinado por las fuerzas de seguridad por resistirse a su detención. Este tipo de enfrentamiento se produjo también en pequeñas localidades como Benaguacil, controlada por los comunistas. Probablemente sea esta la población a la que se refiere el autor como Benacil, nombre que no existe en la realidad, y en la que sitúa el autor el enfrentamiento entre la Columna de Hierro y los milicianos comunistas. El relato termina con la aniquilación implacable por la aviación republicana de la columna anarquista. El autor se aparta de la verdad, pues aunque en alguna ocasión la aviación republicana pudo haber castigado a algunas unidades de la Columna de Hierro, en modo alguno eso supuso su fin. La Columna de Hierro siguió combatiendo en el frente de Teruel en los meses finales de 1936 y los inicios de 1937, convirtiéndose en abril de ese mismo año en la 83ª Brigada mixta del nuevo Ejército Popular de la República. Así pues, en vez de ser barrida por la aviación, la Columna de Hierro terminó absorbida por el proceso de militarización de las milicias realizado por el gobierno republicano.

"El tesoro de Briesca". Análisis histórico de "A sangre y fuego" de M. Chaves Nogales (V)

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Los mismos cuadros que durante la guerra civil fueron trasladados al Banco de España en Madrid, han vuelto temporalmente a la capital (octubre 2020 - febrero 2021), en este caso al Museo del Prado. La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso son expuestos en la sala 9B con el montaje "EL Greco en Illescas". Fuente: masdearte.com
Con El tesoro de Briesca, Chaves Nogales nos conduce hasta el frente de Toledo, al que volverá en sucesivas ocasiones en relatos posteriores como Los guerreros marroquíes o Bigornia, para plantearnos la lucha dramática del gobierno republicano por mantener los tesoros artísticos de este país a salvo, en medio de la ignorancia de los milicianos, los excesos revolucionarios, los desastres de la guerra y la destrucción de las bombas. En una carrera desaforada en dirección a Madrid, las columnas rebeldes que habían tomado Extremadura se abalanzan sobre la provincia de Toledo, donde el autor nos muestra la descomposición de un "ejército" formado por milicias incompetentes y desorganizadas que huyen ante cualquier contratiempo. En medio de una auténtica desbandada, Arnal, un pintor al servicio de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional, creada por el gobierno de la República para proteger el patrimonio cultural, llega al pueblo de Briesca, pueblo que no existe en realidad y que, como ya veremos, posiblemente sea la localidad toledana de Illescas. A pesar de la oposición del comité revolucionario local, Arnal consigue que los tesoros artísticos más importantes, incluidos dos cuadros de El Greco, fueran guardados en un lugar secreto que solo él y los dos milicianos que le ayudaban debían conocer. Se suceden entonces escenas dramáticas de descomposición en las fuerzas republicanas, con ambulancias atestadas de heridos, milicianos desertores que se enfrentan y matan a su oficial, "autos de fe" en los que se quemaban objetos religiosos en medio de la ignorancia y el fanatismo, columnas de fugitivos huyendo hacia Madrid. Cuando el protagonista consigue llegar a la capital, el autor nos hace una radiografía del ambiente asfixiante de la capital, marcado por la revolución en ciernes de la retaguardia y el desastre que las milicias protagonizaban en el frente. En medio de ese caos, desesperanzado por la destrucción de joyas arquitectónicas como el palacio de Liria, a Arnal "cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato. ¿Para qué? Se incorporó entonces al frente como comisario político, donde asistió impotente a la desbandada habitual de los milicianos". Con el frente ya en los arrabales de Madrid, el protagonista quisó dar una lección de valentía y murió como un héroe. Su último recuerdo fue para el secreto del tesoro de Briesca, que moría con él.
Los vicios y virtudes del autor vuelven a mostrarse descarnadamente en este relato. Por un lado, resultan evidentes las debilidades narrativas de Chaves y la falta de profundidad de los personajes, por otro lado, a nivel histórico es relevante la libre reconstrucción que de los hechos concretos hace el autor, lo que los aleja de lo realmente acontecido. Por el contrario, y aunque resulte una aparente contradicción, el relato tiene una enorme fuerza testimonial y nos presenta la situación del frente y la retaguardia republicana con una clarividencia y mordacidad, cuanto menos, sorprendente. El mejor Chaves aparece en aquellos momentos en que renuncia a su habitual narración simplista de los hechos, para centrarse en la descripción del contexto y el drama de la guerra. Una abrumadora mezcla de excepticismo y pesadumbre envuelve el análisis que el autor hace de la forma en que los milicianos se enfrentan al combate. Una y otra vez, y de forma trágica, se suceden desbandadas y deserciones, en medio de una marcada indisciplina. Chaves no se calla nada: "El pueblo no sabía hacer la guerra: los mejores se hacía matar estérilmente; los demás tiraban los fusiles y huían por Andalucía y Extremadura, primero, por toda Castilla la Nueva después; se repetía el patético espectáculo de la voluntad impotente de un pueblo que se lanzaba a la lucha armada en campo abierto sin disciplina y sin jefes; es decir, condenado de antemano al fracaso". Quizás el momento más dramático del cuento es el enfrentamiento entre el comandante militar del sector y un grupo de desertores en la plaza de Briesca, Illescas en la realidad. El hecho se produjo realmente, pero en otro momento y en otro lugar, aunque próximo: durante la batalla de Seseña, en octubre de 1936, se desencadenó en las cercanías de Parla una situación dramática muy similar a la narrada, cuando el coronel Ildefonso Puigdengolas se enfrentó con pistola en mano a sus milicianos, que se negaban a avanzar, matando a uno de ellos, mientras el resto lo asesinaba en medio de la indignación general. Al estilo más clásico de Chaves, se recoge un acontecimiento, y aunque sin descontextualizarlo, se ubica en un tiempo y un espacio diferente, tomándose las habituales licencias históricas.
El coronel Puigdendolas junto a un concejal socialista y otros oficiales leales a la República en Alcalá de Henares (1936). F.: Wikipedia.
Sin embargo, el principal eje de la narración es uno de los grandes binomios que rodea a toda guerra: el difícil equilibrio entre la brutalidad de la guerra y la conservación del patrimonio cultural, que se proyecta en el drama de un artista, que al servicio de la República, trata de salvar las obras de arte que puede. Su impotencia ante la ignorancia de los milicianos y las bombas enemigas, convierte su tarea en titánica y al final, desde una perspectiva de absoluto excepticismo, en estéril. De nuevo aparece esa dualidad clásica inherente a la zona republicana que tanto remarca Chaves en la mayoría de los relatos: por un lado, las instituciones del legítimo gobierno republicano, preocupadas por la defensa y conservación del patrimonio, pero con un poder limitado; por otro lado, los milicianos "ignorantes y analfabetos", incapaces de apreciar el patrimonio y la cultura, pero que tenían el poder real en la calle, donde el proceso revolucionario derivó en hogueras iconoclastas y la destrucción de edificios de gran valor histórico y artístico. No hay nada que objetar, a nivel histórico, respecto al elevado coste patrimonial propiciado por la violencia revolucionaria en la zona republicana durante los primeros meses de la guerra. Aunque por lo general sobredimensionada, la pérdida patrimonial fue muy elevada, especialmente en lo que respecta al patrimonio eclesiástico, tanto en áreas urbanas como rurales, donde el anticlericalismo visceral de la clase obrera cristalizó en la quema, saqueo o destrucción de conventos, monasterios e iglesias, a los que se añadieron no pocos palacios de la nobleza, como bien señala el propio Chaves. La ira del pueblo, acumulada durante siglos, se lanzaba así contra los que consideraba símbolos de la opresión y la injusticia que sufrían, contra la riqueza atesorada por los privilegiados, sin tener en cuenta su valor histórico y cultural, inapreciable para unas masas radicalizadas y marcadas por las tasas de analfabetismo más altas de Europa occidental. Ese fue el contexto en el que se produjeron buena parte de los ataques iconoclastas que nos presenta el relato, ejemplificados inmejorablemente en la hoguera que se hace en la plaza de Briesca con muchos de los objetos religiosos requisados, entre cuyos restos Arnal apartó algunos pequeños objetos, en un acto de marcado sentimentalismo. El hecho fue real, aunque con algunas variaciones. En primer lugar y como ya hemos comentado, la Briesca de Chaves no existe y casi con toda seguridad el autor hacia referencia al pueblo toledano de Illescas. Antes de la caída de esta localidad en manos franquistas, sí que hubo una hoguera similar, aunque no en la plaza de  la localidad, sino en lo que ahora es la plaza de Manuel de la Vega, en la que entonces estaba el abrevadero, lavadero y matadero.
Pegada de carteles en la zona republicana llamando a la conservación del patrimonio.
 F.: elconfidencial.com
La República intentó controlar dicha destrucción desde el principio, así como la derivada de los propios combates y bombardeos. Como prueba de ello, está la creación por el gobierno de la que el autor llama la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico, que realmente existió con el nombre inicial de Junta de Protección del Tesoro Artístico, cuando fue creada el 23 de julio de 1936 por Francisco José Barnés, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, cambiando su nombre días después por el de Junta de Incautación y Protección del Patrimonio artístico. Formada por intelectuales y artistas, su intensa labor de rescate salvó en Madrid y sus alrededores más de 18.000 pinturas, 12.000 esculturas y objetos, más de 2.000 tapices, 40 archivos eclesiásticos y particulares y 70 bibliotecas. En otras provincias surgieron también otras juntas, todas las cuales quedaron después sometidas a una estructura piramidal dependiente de una Junta Central del Tesoro Artístico, creada para tal efecto. La función de estas instituciones era requisar o incautar en nombre del estado todas las obras de valor artístico que existían en iglesias y conventos, en museos, colecciones privadas y palacios, y si era necesario trasladarlas para su seguridad y restauración. Fueron los esfuerzos de la Junta Central los que permitieron, por ejemplo, el célebre traslado de los cuadros del Museo del Prado a Valencia. Los cuadros terminaron en Suiza y después volvieron a España, no se perdió ninguno y ninguno de ellos sufrió desperfectos: fue todo un ejemplo del saber hacer de los grupos conservacionistas de la República y del enorme esfuerzo del Estado por salvar el patrimonio.
Salida de Madrid en dirección a Valencia de uno de los primeros camiones con pinturas del Museo del Prado en noviembre 1936. F.: elpais.com (Instituto de Patrimonio Cultural de España).

Embalaje de "La familia de Carlos IV" de Goya para su traslado desde el Museo del Prado hacia Valencia. Fuente: lascajaschinas.net



En Madrid, la mayoría de las obras se acumularon en depósitos como los de la Iglesia de San Francisco el Grande, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo del Prado. Los técnicos, al incautar una obra, realizaban un Acta de Incautación con los datos y fotos de la obra, lo que después permitió devolverlas tras la guerra a su lugar de procedencia. Esta labor meticulosa y exhaustiva que caracterizó a los procesos de rescate y conservación emprendidos por el gobierno republicano, contrasta con la forma improvisada y cochambrosa en la que el protagonista del relato esconde el tesoro, que estaría muy alejada de la realidad. El autor, aunque muestre con maestría el contexto general de las cosas, va a desfigurar la realidad de los hechos concretos de manera relevante también en este aspecto. Los hechos históricos nos dicen que en Illescas se presentó un enviado de la Junta de Incautación, un escultor llamado Emiliano Barral, acompañado de milicianos por si había resistencia. En el relato de Chaves, Barral sería el pintor Arnal. La Junta había recibido información a cerca de 5 cuadros de El greco (La anunciación, La natividad, La Virgen de la Caridad, La coronación de la virgen y San Ildefonso) que habían de ser recuperados y puestos a salvo. El pintor los llevó a cabo entre 1600 y 1605 por encargo del Hospital de Misericordia y Beneficiencia de Illescas, el llamado Hospital de Caridad
En la obra de Chaves se hace referencia a solo dos cuadros, no a cinco. Hay que señalar además que, al contrario de lo establecido por el autor, no fueron enterrados en un lugar improvisado a pico y pala, sino que fueron trasladados a los sótanos del Banco de España. Aunque el relato si coincide con la realidad al narrar la tenaz oposición de las autoridades del pueblo a la salida de sus tesoros artísticos de la localidad, no es verdad que el alcalde se saliera del todo con la suya, evitando la salida del tesoro del pueblo. Los acontecimientos fueron diferentes: A cambio del consentimiento del alcalde para el traslado de los cuadros al Banco de España, el gobierno tuvo que ceder y consentir que el alcalde fuera conducido hasta allí junto a los cuadros, donde se le entregó la llave de la caja fuerte en que se depositaron. Caída Illescas y desparecido su alcalde con la llave, la cámara fue forzada y se hallaron los cuadros muy deteriorados por la humedad, siendo sometidos a un exhaustivo trabajo de rehabilitación. Finalmente, tras la guerra, los cuadros volvieron a Illescas sanos y salvos. Sorprende que esta rocambolesca historia, tan atrayente como susceptible de ser contada, fuera obviada por Chaves, es muy posible que la desconociera en sus detalles. 
La Virgen de la Misericordia o de la Caridad de EL Greco. A la derecha, estado de la obra antes de su restauración y tras su recuperación de los sótanos del Banco de España. Fuente: cipripediapuntocom


ebarral elpregonerodesepulvedapuntoes
La siguiente ficción se refiere al propio Arnal, realmente Emiliano Barral. El autor habla de un pintor al servicio del estado, que frustrado por lo absurdo de su trabajo de protección del patrimonio artístico y la incomprensión de los milicianos, se alista en las milicias como comisario político y muere en combate. Emilio Barral, no era pintor, sino escultor, no se convierte por frustración en miliciano, lo era desde el principio, era un artista marcado por un alto compromiso político, que participa como miliciano en el asalto al Cuartel de la Montaña de Madrid y se puso al frente de las milicias segovianas (él era de Segovia), que defendieron Madrid. Como otros muchos artistas republicanos. participó en la salvación del patrimonio y colaboró con la Junta del Tesoro Artístico. Murió en el frente, como señala Chaves, pero no en combate y de esa manera tan heroica. El coche en el que acompañaba a unos periodista por el frente de Usera fue alcanzado por un obús y las heridas le causaron la muerte en el hospital de sangre del hotel Palace de Madrid. 
Bomberos en el palacio de Liria tras  bombardeo en 1937. Fuente: omnia.ie
Una nueva imprecisión del autor surge cuando éste se refiere al bombardeo y destrucción del célebre Palacio de Liria, propiedad de los duques de Alba, cuyos dueños residían entonces en Londres. En la obra de Chaves, esa fue la causa final del abandono de su lucha por Arnal, impactado por la destrucción de todos sus tesoros artísticos. En efecto, a mediados de noviembre de 1936 el palacio fue destruido en un bombardeo franquista, permaneciendo en pie solo las fachadas. Sin embargo, al contrario de lo narrado por Chaves, las pinturas y otras obras artísticas de gran valor artístico no se encontraban allí y no se perdieron, pues habían sido trasladas a otros lugares como el Banco de España. Por otro lado, los milicianos comunistas que allí se encontraban y los empleados de la casa, pudieron sacar muchos muebles, tapices y armaduras antes de la consumación del desastre, aunque no pudieron evitar que muchos grabados y libros fueran pasto de las llamas.

La revolución cubana , entre el mito y la realidad

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Mural propagandístico en las calles de Baracoa, cerca de Guantánamo. Fuente: lavanguardia.com


















Al frente de los "barbudos" de Sierra Maestra, Fidel Castro entraba en La Habana el 1 de enero de 1959. Terminaba así la dictadura de Fulgencio Batista, en el poder desde 1952 y nacía un nuevo régimen revolucionario que pronto, y de forma inesperada, iba a radicalizarse en el contexto de la Guerra Fría, evolucionando hacia la construcción de un estado comunista. Desde el primer momento, la revolución cubana adquirió una enorme relevancia, trascendiendo el ámbito latinoamericano para alcanzar una dimensión mundial: impulsó una etapa histórica de enorme conflictividad en América Latina al configurarse como el gran ejemplo a seguir para todos aquellos que deseaban derribar los gobiernos oligárquicos y las dictaduras predominantes; enfrentó a las superpotencias, llevándolas al borde del desastre nuclear en la crisis de los misiles de 1962; encendió las pasiones de jóvenes del mundo entero, simbolizando los anhelos de cambio de muchos pueblos, y generó líderes tan fascinantes como el "Che" Guevara, convertido en el símbolo eterno y romántico de la revolución, un emblema que se demostró inalterable al paso del tiempo, capaz incluso de perdurar por encima y al margen de la propia revolución que había ayudado a engendrar.

Primer cartel de la revolución cubana, creado por
Eladio Rivadulla para ensalzar la victoria del Mo-
vimiento 26 de Julio. Fuente: cinereverso.org
La revolución cubana tuvo desde sus comienzos un enorme impacto en el "imaginario" de su época, tanto en América como en Europa, pero también en Asia o África. Su aspecto mítico y simbólico sobrepasó pronto la estricta realidad nacional. Todo ayudaba. En primer lugar, la forma en que daba comienzo la revolución, un grupo de soñadores (liderados por los hermanos Castro y a los que después se une Guevara) montan en la mayor precariedad una organización revolucionaria, el Movimiento 26 de julio, poco después de que Fidel saliera de la cárcel, tras protagonizar el asalto al Cuartel de la Moncada en 1953. El perdón del dictador permitió a Fidel Castro huir a México, donde conoció al Che Guevara. Y desde el exilio mexicano, un pequeño contingente de 82 revolucionarios realizarán un precario viaje en el yate Granma que les llevará a desembarcar en Cuba. Los soñadores se dan de bruces con la realidad y solo 12 de ellos sobreviven, pero consiguen superar la adversidad y consolidan un núcleo guerrillero en Sierra Maestra. La prensa internacional se empieza a hacer eco de ello. Partir de la nada, para después crecer en la selva, pasando de la resistencia a la ofensiva, ir ganando el apoyo de la población y ser capaz de enfrentarse a un ejército muy superior con muy pocos medios, fue alimentando la imagen romántica de la revolución. David contra Goliat. Toda la humanidad veía perpleja las imágenes de aquellos hombres con uniforme militar y barbas pobladas que se enfrentaban con armas tomadas al enemigo a todo un ejército, jóvenes intelectuales que enseñaban a los campesinos a luchar contra la opresión, que se jugaban la vida sin obtener provecho personal. La nueva revolución se mostraba diferente, a la vez socialista y humanista. Solo faltaba lo que finalmente aconteció, la victoria de un pueblo unánimemente levantado contra la tiranía y la vergonzosa huida del dictador, abandonado por su protector estadounidense y por sus últimos cómplices.

Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra en 1957. Fuente:cubadebate.cu

Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: interferencia.cl (foto de Raúl Corrales.

A todo ello hay que unir el clima intelectual de esos años. En aquella época existía en muchos ambientes intelectuales una percepción de la revolución como una necesidad, como la única solución para acabar con situación de subdesarrollo y opresión. A ello habría que añadir el predominio que en muchos ámbitos culturales tenía el marxismo en la posguerra. Por otro lado, todavía la Unión Soviética, victoriosa en la Segunda Guerra Mundial, conservaba un enorme prestigio, aún a pesar de los crímenes estalinistas y la evolución totalitaria del estado soviético.

En ese contexto, la revolución cubana era un soplo de aire fresco, progresista pero independiente. Incluso cuando, años después, su sistema político y económico había desarrollado muchos de los defectos del soviético, incorporándose por completo al bloque socialista durante la Guerra Fría, todavía Cuba representaba algo especial para amplios sectores de la izquierda mundial y mantenía imperturbable su halo de romanticismo. A ello contribuía la fortísima personalidad de Fidel Castro, que no parecía nunca envejecer, y del Che Guevara, convertido tras su muerte en un gran mito, lo que los dirigentes de la revolución supieron explotar en beneficio propio. Por otro lado, Cuba aportaba una imagen cálida, llena de luz y color, una sensación de frescura y dinamismo, lejana de aquellos ancianos que durante los imponentes desfiles militares de la Plaza Roja de Moscú, saludaban quejosamente desde el mausoleo de Lenin, en un ambiente gélido, triste y gris. En este sentido, la revolución cubana apareció en el panorama mundial como algo nuevo e intensamente esperado: una revolución más auténtica y humanista, con un proyecto socialista suficientemente vago como para que pudiese resultar atractivo para gentes dispares, mezclando la herencia nacionalista de Martí, el mesianismo cristiano y la utopía socialista. Una revolución inédita, sin las dosis de burocracia y violencia que habían envuelto otros procesos revolucionarios, como el ruso. En este sentido, incluso cuando se convirtió en un régimen comunista, la revolución cubana supo mantener una imagen de autonomía, una apariencia de tercera vía que cristalizó en su activo papel en el Movimiento de los no alineados.

En este proceso, la situación geográfica y política de Cuba fue determinante. Ubicada en el corazón del Caribe, a tan solo setenta kilómetros de Florida, su historia reciente había estado marcada por la dependencia y la subordinación a Estados Unidos. Tras la derrota de España en la guerra de 1898, los norteamericanos habían invadido la isla, incorporando como apéndice a la nueva constitución de 1901 la llamada enmienda Platt, votada por el congreso estadounidense y que permitía la intervención de EE.UU en los asuntos cubanos. La enmienda dejó de estar vigente en 1934, pero Estados Unidos mantuvo su política de intervención continua en los asuntos de Cuba hasta el estallido de la revolución: el dictador Batista alcanzó el poder y se mantuvo en él gracias al beneplácito americano, y la propia revolución castrista fue posible porque EE.UU. no la evitó, confiando en poder canalizar el descontento revolucionario en un sentido favorable a sus intereses. Esa situación de dependencia le confería a la revolución cubana una dimensión nacionalista que todavía hoy es esencial en su comprensión, una dimensión a la que muchos países latinoamericanos y del tercer mundo podían adherirse con facilidad. No hay que olvidar que en la época nos encontrábamos en pleno proceso de descolonización en África y Asia, mientras en Latinoamérica eran cada vez más las voces que clamaban contra el neoimperialismo ejercido por Estados Unidos, contra su descarado intervencionismo a nivel político y la humillante dependencia económica que imponía al resto de América. 

Cartel de Andrés Ruene contra el embargo
 estadounidense. Fuente: granma.cu
La revolución cubana ha sabido siempre utilizar la hostilidad de EE.UU. en beneficio propio. Durante décadas, gentes de todo el mundo, veían como un país muy pequeño y más pobre, con poco más de 10 millones de habitantes y una superficie cuatro veces menor que la española, era capaz de enfrentarse a la todopoderosa superpotencia mundial, a aquella que con total impunidad imponía los regímenes que quería donde quería, que vulneraba los derechos humanos al apoyar dictaduras, sátrapas y asesinos por todo el mundo, mientras con cinismo arrogante se mostraba como la gran defensora de los derechos humanos. La Cuba revolucionaria desafiaba con su solo existencia la prepotencia, la hipocresía de la gran superpotencia, en una nueva versión de David contra Goliat. Al respecto, Cuba supo convertir en su gran aliado ideológico el acoso ejercido por los EE.UU., el rechazo de los grandes poderes económicos mundiales y el odio y revanchismo de las élites cubanas de Miami. En este sentido, la frustrada invasión de bahía de Cochinos en abril de 1961, protagonizada por exiliados cubanos con el apoyo estadounidense, no solo fue un desastre mal planificado, sino un error estratégico de primera magnitud, que permitió a la revolución presentarse como una realidad acosada, justificando así su radicalización y su giro estratégico de acercamiento a la Unión Soviética. Otro tanto ha ocurrido con el embargo o bloqueo económico a que fue sometida la isla desde 1960. Tras las expropiaciones de compañías y propiedades de ciudadanos estadounidenses, EE.UU. puso en marcha un entramado jurídico para regular y prohibir las relaciones económicas de EE.UU. con Cuba, buscando aislar económicamente a la isla. Tras la caída de la U.R.S.S., en los años 90, el embargo lejos de suavizarse se recrudeció con leyes como la Ley Helms-Burton, perviviendo hasta la actualidad. No se puede dudar del daño terrible que a la economía cubana le ha hecho tal bloqueo, favoreciendo su aislamiento y limitando sus posibilidades de supervivencia, haciéndola además dependiente de la URSS durante la época de la Guerra fría. Pero también hay que tener en cuenta que la Cuba revolucionaria supo convertir desde un principio lo que era un claro factor negativo en lo económico, en un elemento justificador, que le otorgaba para siempre el papel de víctima, que le permitía disculpar la mala gestión económica y las debilidades de su sistema económico, ineficaz e incompetente. En este sentido, el embargo ha favorecido la cohesión de los sectores revolucionarios, manteniendo vivo el fortísimo sentimiento nacionalista que desde un principio impregnó a la revolución, evitando que se evidenciara la inviabilidad del sistema económico, especialmente tras la caída de la U.R.S.S. y el consecuente aislamiento internacional de Cuba en el contexto mundial.

Mural propagandístico denunciando el bloqueo o embargo de EE.UU.. Fuente: heraldo.es

Hay autores que señalan otro elemento fundamental a tener en cuenta, y que distingue a la revolución cubana de otros procesos revolucionarios: se trató de una revolución limpia y rápida, fácilmente accesible y comprensible desde la perspectiva occidental. No se vio envuelta en una terrible guerra civil o en una guerra mundial, como fue el caso de la revolución rusa o china, tampoco vivió una dura guerra colonial, como fue el caso de Vietnam o Argelia. La de Cuba es la "revolución perfecta", la que todos los idealistas sueñan. Contó con el apoyo masivo de las masas, los niveles de violencia y destrucción fueron mínimos (durante los combates no hubo más de tres mil muertos), en un país de fácil acceso por línea regular aérea y cómodos hoteles para turistas, con un idioma sin dificultades alfabéticas ni fonéticas, con una estructura social simple y una historia lineal y comprensible, y no demasiados personajes, la mayoría de ellos muy formados. Era una revolución occidental o cuando menos accesible desde Occidente, cercana y fácil de entender.

El Che junto a un soldado congoleño en un campa-
mento guerrillero al este del Congo. F: elmundo.es
El aire mítico que envuelve a la Revolución cubana y su impronta planetaria no se puede entender sin otra de sus señas de identidad, su internacionalismo militante, del que el Che Guevara fue un paradigma. Tras el triunfo de la revolución, el Che abandonó Cuba y se dirigió al Congo. El fracaso de la aventura africana no cambió su estrategia y terminó en Bolivia, donde pretendía inaugurar un nuevo foco revolucionario y terminó hallando la muerte. Desde sus comienzos, la Cuba revolucionaria inició una política de expansionismo revolucionario muy marcada. Ayudó sistemáticamente a otros grupos guerrilleros e intentó extender la revolución por toda América Latina y otros continentes como África. Una prueba de ello fue el triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua o su decidido apoyo militar en la década de 1970 y 1980 a Angola y al Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela en Sudáfrica. Cuando el Congreso Nacional Africano era repudiado por Estados Unidos y Europa occidental, que impunemente sostenían al régimen del apartheid sudafricano, cuando eran muchos los que tildaban a Nelson Mandela de vulgar terrorista, Cuba se volcó para frenar el expansionismo sudafricano y dio abrigo a los luchadores contra el apartheid en Ángola. La independencia de Namibia y Angola y la victoria final de Mandela sobre el Apartheid solo se entiende con el apoyo cubano. Y Mandela, para escándalo de muchos, nunca lo olvidó. Desde su nacimiento, la revolución también puso en marcha llamativos proyectos de cooperación sanitaria y cultural a nivel internacional. Un ejemplo reciente lo encontramos en la epidemia de ébola que asoló a algunos países africanos en 2014. Cuando presa del pánico, buena parte de la comunidad internacional abandonó a los países del golfo de Guinea a su suerte, Cuba mando cientos de médicos y enfermeros que junto al personal de médicos sin fronteras, que allí permaneció, fueron claves en la erradicación del brote. Esta solidaridad internacionalista, tan característica de la revolución cubana, es uno de los rasgos que más prestigio ha dado a la revolución en el pasado y que todavía hoy sigue causando admiración general.

Nelson Mandela junto a Fidel Castro en su visita a Cuba en 1991.Fuente: elperiodico.com

Enfermeros y Médicos cubanos llegan a Monrovia, capital de Liberia, en octubre de 2014 para hacer frente a la epidemia de ébola que asolaba la región. Fuente: elpais.com 



















Otro factor más que contribuyó a envolver la revolución cubana de un halo romántico, atrayendo multitud de simpatías, es sin duda el fuerte apoyo popular que siempre tuvo. Es incuestionable que los barbudos de Sierra Maestra entraron en La Habana rodeados del fervor popular y que mantuvieron parte importante de ese apoyo popular a lo largo de las décadas siguientes, durante la Guerra Fría. Las élites más conservadoras, que habían huido a la cercana Miami, solo se representaban a sí mismas. Se trataba de sectores políticamente reaccionarios y privilegiados económicamente, que la mayoría de los cubanos repudiaba, y que todavía hoy generan fuerte rechazo. Ya desde la década de los sesenta, conforme se consolidaba el giro revolucionario hacia el comunismo y la falta de libertad política, muchos disidentes de tendencias democráticas y progresistas se fueron incorporando al exilio, lo que ocurrió también con emigrantes económicos que huían de la precariedad y escasez. Pero, a pesar de todo, los apoyos populares a la revolución se mantuvieron en todo momento fuertes. La llegada del llamado periodo especial en tiempos de paz, con la caída de la U.R.S.S., supuso la reacción a la desesperada de un régimen que se quedaba aislado y en soledad, sin la ayuda soviética y con el endurecimiento del embargo estadounidense a partir del gobierno de George H. W. Bush. Se iniciaba entonces una época de profunda crisis económica, racionamiento, escasez, apagones, recortes en sanidad y educación, lo que se tradujo en un paulatino aumento del descontento popular. Los grandes logros de la revolución a nivel social se volatilizaron, pero aún así la revolución mantuvo ciertos apoyos sociales, a la vez que el embargo estadounidense seguía funcionando como coartada.

Tras el triunfo de la revolución, la caravana de la libertad parte el día 2 desde Santiago de Cuba  y llega el 8 a La Habana en olor de multitudes. Fuente: radiohc.cu

 Mitin de Fidel Castro en La Habana el 1 de mayo de 2005. Fuente: aciprensa.com

Treinta años después de la caída del muro de Berlín, sorprende que aún hoy el régimen cubano resista y que incluso haya sobrevivido a la muerte en 2016 de su líder indiscutible y carismático, Fidel Castro. La crisis de los últimos años, marcada por la pandemia del covid 19, ha impactado duramente sobre América Latina, pero especialmente sobre Cuba, dependiente como ningún otro país del turismo internacional. El descontento se ha multiplicado, permitiendo el crecimiento de la oposición interior al régimen, una oposición que no ha nacido a partir de estímulos extranjeros, ni está ligada al odio atávico y enfermizo de las élites de Miami hacia la revolución, sino que brota de los gravísimos problemas económicos y el rechazo enorme de los jóvenes al sistema, la mayoría de los cuales no han vivido la "época gloriosa", cuando al amparo de la U.R.S.S., Cuba desplegaba unas políticas sociales que maravillaban a la izquierda mundial. Pues bien, incluso hoy, amplios sectores sociales mantienen en algún grado, en mayor o menor medida, cierta lealtad a la revolución, ya imbuidos de un intenso sentimiento nacionalista, ya sea por el recuerdo de las conquistas sociales de otro tiempo. Todo lo cual, resulta increíble si tenemos en cuenta que estamos ante un régimen tan anacrónico y envejecido en lo político, como disfuncional e ineficaz en lo económico. Sorprende, también, que una parte de la izquierda latinoamericana y europea todavía respalde la revolución, o por lo menos muestre ciertas simpatías hacia ella. Hay una realidad innegable, la revolución cubana ha sido uno de los procesos revolucionarios más secundados a nivel popular, lo que explicaría en parte su supervivencia. Y si ese respaldo hoy se resiente gravemente, no es solo por la feroz crisis económica, si no por el relevo generacional, tanto en el seno de la élite gobernante como de la población, lo que posiblemente más pronto que temprano terminará por hacer caer el régimen. Empiezan a ser mayoría los que rechazan el régimen revolucionario, aunque una parte de ellos aún se mantengan pasivos frente a la creciente actitud represiva del Estado. Porque todo el mundo sabe que la Cuba revolucionaria no se podrá permitir el lujo que si se permiten otros países latinoamericanos, supuestamente democráticos: el estado cubano no podrá regar con más 300 muertos las calles, como hizo el gobierno colombiano en la primavera de 2021, tampoco podrá amparar la actividad violenta de los grupos paramilitares que asesinan a más de 100 líderes sociales al año, como también ocurre en Colombia. La legitimidad del régimen no se ha resentido con la reclusión y tortura de algunos líderes opositores, tampoco con el uso del exilio masivo como instrumento de descarga del descontento, pero si lo haría irremediablemente con la visualización de una violencia masiva del poder contra el pueblo, lo que heriría de muerte a una revolución que convirtió, desde sus inicios, el apoyo popular en su gran activo.

Manifestación en las calles de La Habana contra el régimen cubano en noviembre de 2021. Se generalizó entonces el lema "Patria y vida" en oposición al lema revolucionario "Patria o muerte". Fuente: publico.es

Como suele ser habitual desde hace décadas, grupos de contramanifestantes procastristas salieron a las calles durante las jornadas de protesta contra el régimen de noviembre de 2021. Fuente: publico.es



























Hace muchos años que la Cuba revolucionaria debería haber dado un giro copernicano en su rumbo. Si alguna vez la revolución mejoro de verdad la vida de la gente, que es para lo que sirve realmente la política, ese momento pasó ya hace mucho tiempo. Hace treinta años que cayó el muro de Berlín, y la mayoría de los jóvenes cubanos no han conocido más que escasez y pobreza. Por más que la miseria se reparta, no deja de ser miseria. Y las nuevas generaciones no sienten que tengan nada que agradecer a la revolución. Cuando el gobierno recurre al embargo estadounidense como coartada, muchos ya no se lo creen, cuando comparan a Cuba con su entorno tratando así de encubrir los problemas reinantes, tampoco. Y es que Cuba nunca fue Guatemala o Haití. Cuando triunfa la revolución, en 1959, Cuba era uno de los países más ricos y avanzados de América, no solo en lo que respecta a los parámetros estrictamente económicos, sino también en lo que respectivo a aspectos sociales (alfabetización, médicos por habitante). Sin embargo, si es verdad que se trataba de una sociedad con fortísimas desigualdades, con fuertes contrastes entre el campo y la ciudad y entre ricos y pobres. 

Cuba debe evolucionar hacia la democracia, pero debe hacerlo teniendo en cuenta a aquellos sectores que todavía hoy respaldan la revolución. Estos y la oposición democrática del interior deben saber converger. El afán de revancha de una parte de los cubanos de Miami solo entorpecería el normal desarrollo del necesario proceso de transición, en el que no debería intervenir Estados Unidos. Y en dicha transición sería bueno que no se perdieran los valores positivos que sí ha tenido la revolución: principios como la solidaridad internacional, la importancia del Estado y la justicia social, el valor de la formación y la educación. Se trataría de que a éstos valores, se pudieran incorporar los de la libertad, así como el desarrollo de formas de propiedad privada que estimulen el desarrollo económico. Pero si la transición consiste en sustituir a la élite revolucionaria por la élite neoliberal de Miami, como es probable que ocurra, Cuba prosperará y crecerá con fuerza, no hay duda, pero lo hará sobre la base un modelo político y socioeconómico que ya conocemos y que dejará a muchos atrás, el modelo imperante en la mayoría de América Latina y que ya tuvo la Cuba precastrista. Volverán entonces a agudizarse las diferencias entre el campo y la ciudad, entre los ricos y los pobres, entre los negros y los blancos... y tendremos una sociedad mucho más rica, pero también profundamente desequilibrada. Los esfuerzos y sacrificios realizados por muchos cubanos durante décadas, no habrán servido entonces para nada.

Historia de Ucrania y Rusia. Parte I. Desde los orígenes hasta el siglo XVIII

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Monumento a Bogdán Jmelnytsky, héroe del nacionalismo ucraniano, en Kiev. Fuente: istockphoto


La historia de Ucrania es tan compleja como su realidad actual, y se quiera o no, ha estado  indiscutiblemente ligada a la de Rusia. Conocida históricamente por los rusos como la "Pequeña Rusia", navegó durante siglos entre gigantes: al este la Rusia Imperial, de la que fue parte esencial y fundacional, al oeste Polonia y Austro-hungría, que controlaron durante mucho tiempo sus regiones occidentales. Y entre ambas influencias y dominios, sin embargo, Ucrania nunca dejó de tener su identidad propia, una identidad que por otro lado resulta muy compleja, pues son grandes las diferencias entre sus territorios, lo que deriva de una evolución histórica muy diferente: el este, rusófono y mucho más vinculado cultural e históricamente Rusia, el oeste más nacionalista y ligado históricamente a Austro-hungría o Polonia. Un país convertido históricamente en una conflictiva frontera entre occidente y oriente, una frontera cuyos límites se están dirimiendo de forma sangrienta en la guerra ruso-ucraniana de 2022.

Rusia y Ucrania en la Edad Media: orígenes compartidos

Rusos, ucranianos y bielorrusos son pueblos con un mismo orígen. En las tierras boscosas y pantanosas que se ubican entre las fronteras actuales de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, se localizaban ya las primeras tribus eslavas orientales en torno al 600 d.c., que con el tiempo extendieron sus zonas de influencia en todas direcciones: en el norte avanzaron hacia el Mar Báltico y entraron en contacto con los pueblos vikingos, en el este se extendieron hacia las grandes llanuras de la actual Rusia y conectaron con los pueblos de origen fino-ugro (de los que proceden por ejemplo los finlandeses, los estonios o los húngaros), en el sur ocuparon los territorios de la actual Ucrania, entrando en contacto con la cultura griega representada por Bizancio, mientras hacia el sureste, en las estepas del río Don y el Volga, conectaban con los jázaros, pueblo túrquico asentado en las estepas bajas del Volga.

Territorios poblados por las tribus eslavas orientales en el siglo VIII d.c. Fuente:es-academic.com

Invitación de los varegos. Riúrik y sus hermanos Truvor y Sineo llegan a Ládoga (1909), obra de Víktor Vasnetsov. Fuente: es.rbth.com


La irrupción de los vikingos o varegos resultaría determinante en la historia de los eslavos orientales. Con fama de grandes guerreros y saqueadores empedernidos, también eran activos comerciantes que recorrieron las costas bálticas, entrando en contacto con los eslavos. Remontaron los ríos hacia el este y el sur y llegaron al Mar Negro y al Mar Caspio. El jefe varego Riúrik fundó algunos asentamientos en la región fría y boscosa de Novgorod, cercana al Mar Báltico. Riúrik terminó convirtiéndose en príncipe de Novgorod a mediados del siglo IX. Más tarde, el avance de los vikingos hacia el sur les llevó a dominar los territorios de la actual Ucrania central, donde nacería el primer estado eslavo oriental, la Rus de kiev, a finales del siglo IX. Un estado que se convirtió pronto en el eje central del intenso comercio de esclavos, pieles y otros productos que se deaarrollaba entre el norte de Europa y Bizancio. Considerado por el nacionalismo ucraniano como el origen de Ucrania, es visto también por el pueblo ruso como la cuna de su nación, y desde luego, con mayor base aún. Y es que, aunque la Rus de Kiev tuviera por centro la actual capital de Ucrania, kiev; su territorio se extendía enormemente hacia el norte, abarcando desde Bielorrusia hasta el Báltico ruso y la región de Novgorod, ocupando igualmente buena parte de los territorios centrales de la actual Rusia europea, incluida la región donde tiempo después, en el siglo XII, se fundaría la ciudad de Moscú.

Territorio ocupado por la Rus de Kiev y principados en los que se dividió en el s. XII. F.: Wikipedia

 La Rus de Kiev se fue cristianizando en la segunda mitad del siglo X, bajo la influencia del mundo bizantino, desarrollándose en su seno la variante eslava del cristianismo ortodoxo. Este proceso culminó con el bautismo oficial y público del príncipe Vladimir I en el 980 d.c. Durante el siglo XI, el desarrollo económico y cultural de la Rus fue intenso, pero a partir del siglo XII entró en una lenta decadencia por la presión de los pueblos túrquicos de las estepas y el declive del Imperio bizantino. El comercio en la zona se redujo, afectando al papel del Rus como centro de las rutas comerciales que unían Bizancio y el norte de Europa, lo que desembocó en su desmembramiento en varios principados: Novgorod, Chernigov, Smolensk, Vladimir-Suzdal, Volinia, etc. 

El bautizo del Santo Príncipe Vladimir, por Viktor Vasnetsov (1890). Fuente: bbc.com


La división interna favoreció el creciente ímpetu invasor de los mongoles, que terminaron por arrasar y dominar la Rus de Kiev en el siglo XIII. En 1240 Kiev era destruida y nunca se recuperó: más de la mitad de la población fue exterminada y muchos huyeron hacia el norte. Los mongoles se quedaron y conformaron en la zona un nuevo estado, la llamada Horda de Oro, que ocupaba amplios territorios de las actuales Rusia, Ucrania y Kazajstán. Con el tiempo, y conforme avanzara el delive del imperio mogol, la zona occidental de la Rus sería incorporada a la Unión polaco-lituana, una unión personal entre ambos estados que se produjo a finales del siglo XIV, en 1386.  Al margen de la invasión mongola quedarían los territorios norteños y fríos del principado de Novgorod, que prosperó ligado al comercio con alemanes y suecos. Los mongoles sí invadieron la región de Suzdal, donde se hallaba la por entonces pequeña población de Moscú, que tras ser saqueada y arrasada, se recuperaría y terminaría por convertirse en la capital del Principado de Moscovia, germen de la futura Rusia.

A finales del siglo XIII, los territorios del principado de Vladimir-Suzdal terminaron convirtiéndose en en el Principado de Moscú o Moscovia. Durante el siglo XIV, su influencia y poder fue creciendo como un estado vasallo de los mongoles, desarrollando una intensa política de expansión territorial, pero también buscando un aumento de su influencia cultural y religiosa. Si en el 1299 el metropolitano Máximo de Kiev se había trasladado de Kiev a Vladimir; en 1325, con Iván I como príncipe de Moscú, el metropolitano Pedro de Kiev se desplazaba de Vladimir a Moscú. Se completaba así, en el marco territorial de la antigua Rus, el paso del poder religioso desde Kiev hasta Moscú. Ambos personajes ostentaban por entonces el título de metropolitanos de Kiev y de toda la Rus.

Imperio mongol en el siglo XIII. Fuente: Pinterest


Iván III el Grande. Fuente: alchetron.com
Este proceso de crecimiento y expansión del principado de Moscú, culminaría con la llegada al poder de Iván III el Grande en la segunda mitad del siglo XV, que conquista Novgorod y derrota a los mongoles de la Horda de Oro, avanzado también hacia el sur, hacia los valles del Don y el Donetz. La consolidación definitiva del principado se produciría con Iván IV el Terrible, conocido por su crueldad, que gobernaría durante buena parte del siglo XVI y establecería el zarato ruso. Rusia vencía entonces a los tártaros, pueblos túrquicos y musulmanes, herederos de los mongoles, que habían creado los kanatos tártaros de Kazán, Astracán o Siberia. Con Iván el terrible, la parte más oriental de la actual Ucrania quedó bajo control ruso, mientras las regiones del oeste y el centro, incluida la región de Kiev, permanecían bajo el dominio de la Unión polaco-lituana, que en esas zonas había llenado el vacío dejado por los mongoles. Al sur mantenían su hegemonía los herederos de los mongoles, nos referimos al Kanato tártaro de Crimea, que se extendía por la península de dicho nombre y el entorno del Mar Azov, y que perduraría aún varios siglos.

Extensión del zarato ruso durante el reinado de Ivan IV el Terrible: Fuente: historiaparanodormiranhell.blogspot.com








La época moderna: el Hetmanato cosaco y la Rusia imperial

Bogdán Jmelnytsky. F.: biografiasyvidas.com
En el siglo XVII y en lucha contra polacos y lituanos, surgiría en Ucrania un estado independiente, el Hetmanato cosaco, que se extendería por las regiones centrales de lo que hoy es Ucrania. La Unión polaco-lituana se había convertido en 1569 en la República de las Dos Naciones o Mancomunidad de Polonia-Lituania, producto de la fusión definitiva del Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania. Bajo su control se hallaría buena parte de la actual Ucrania. Sin embargo, la rebelión de Bogdán Jmelnytsky consiguió segregar amplios territorios de la Ucrania central y crear en 1648 un estado independiente, el Hetmanato, cuyo primer Hetman sería el propio Jmelnytsky, líder cosaco. El nuevo estado se apoyaba en los pueblos cosacos asentados en las estepas del Dnieper, en Zaporozhia. Los cosacos eran comunidades de pueblos túrquicos eslavizados, que se desarrollaron en las estepas del sur de Rusia, desde el centro de Ucrania hasta las llanuras del Don y el Volga. Grandes guerreros y soberbios jinetes, mantuvieron su identidad hasta la mitad del siglo XX, prestando servicios militares como mercenarios y guerreros para distintos estados. Apoyado en la capacidad militar de los cosacos, Bogdán Jmelnytsky consiguió consolidar el nuevo estado, articulando una nueva administración civil y militar a partir de una élite de oficiales cosacos y nobles rutenios y ucranianos. El nuevo estado siguió utilizando inicialmente la moneda polaca y el idioma polaco en la administración, pero a partir de 1667 el lenguaje popular, el ucraniano, empezó a usarse también en documentos oficiales, dando lugar al ucraniano moderno. 

En 1648 surge el Hetmanato cosaco en el corazón de Ucrania, independizándose de la Mancomunidad polaco-lituana. Fuente: es-academic.com

Hetmanato cosaco. Fuente: alsurdeunhorizonte.com

Para entonces, el nuevo estado se encontraba ya totalmente bajo la órbita de Moscú. Presionados por los tártaros de Crimea al sur y por los polacos por el este, Jmelnitsky buscó muy pronto la protección de Rusia, firmando el Tratado de Pereyáslav en 1654, por el que los cosacos de Ucrania juraban fidelidad al zar ruso. Este tratado es un motivo continuo de controversia nacionalista: mientras los nacionalistas ucranianos sostienen que se trató de un simple acuerdo militar, el nacionalismo ruso lo entiende como la incorporación de Ucrania al proyecto paneslavo de configuración de Rusia. Tras un intento posterior de acercamiento a polacos y lituanos, el hijo de Bogdán Jmelnitsky, Yuri, como hetman, firma un Segundo Tratado de Peryáslav en 1659, que limitó definitivamente la autonomía cosaca y convirtió el hetmanato en un estado autónomo dentro del estado ruso.

Para siempre con Moscú. Para siempre con el pueblo ruso. Pintura de Mikhailo Jmelko. Este cuadro es una representación de la firma del tratado de Pereyaslav. Fuente: 14milimetros.com

Pedro I el Grande. Fuente: biografiasyvidas.com
Rusia, convertida en zarato en el siglo XVI, durante el reinado de Iván el Terrible, era por entonces un rei
no cada vez más poderoso, gobernado por la dinastía Romanov desde 1613. Parejo a su fortalecimiento, el reino iba aumentando la presión y el control sobre los territorios que dominaba, algo que se hizo cada vez más evidente en el caso del protectorado que ejercía sobre Ucrania. Esta situación se agudizó con el ascenso al trono de Pedro I el Grande como zar de Rusia en 1682. Pedro I inicia un proceso de transformación del zarato en un gran imperio, occidentaliza y moderniza el país, extendiendo el poder de Rusia por los cuatro puntos cardinales: se enfrentó en el sur a los turcos, al este con los polacos y al norte con los suecos. Rusia se enfrentó a la Suecia de Carlos XII en el contexto de la Gran Guerra del Norte (1700-1721) y la derrotó definitivamente en la batalla de Poltava (1709), en las llanuras ucranianas, convirtiéndose de esta forma en la nueva potencia dominante del norte de Europa. Aprovechando los apoyos que durante su campaña en Rusia había encontrado Carlos XII en algunos sectores de los cosacos ucranianos (seguidores del hetman Mazepa), Pedro I redujó la autonomía del Hetmanato, cuyo poder se volvió casi nominal, y estableció la gobernación de kiev. Se iniciaba en ese momento la lenta pero inexorable rusificación de Ucrania, en el contexto de una Rusia que en 1721, y bajo el reinado de Pedro I el Grande, se transformaba en un Imperio, en tanto que San Petersburgo, la ciudad que el mismo zar había fundado en 1703 en el Mar Báltico, se convertía en su capital.

Movimientos militares en la Gran Guerra del Norte. Fuente: Wikipedia

Europa a mediados del siglo XVIII

Emperatriz rusa Catalina II (1729-1796), del pintor
 ruso-ucraniano Dmitry Levitzky . Fuente: Getty images
Desde entonces, el fortalecimiento y expansión del Imperio ruso, iría en detrimento 
de la autonomía de los ucranianos, lo que se hizo especialmente evidente con la llegada en la segunda mitad del siglo XVIII al trono de la zarina Catalina II la Grande, con la que Rusia iba a alcanzar su máximo poder, iniciándose una nueva época de expansión, que le llevaría a desplazar sus fronteras hacia el oeste. Catalina acabó definitivamente con los restos de la autonomía del Hetmanato Cosaco, incorporándolo al Imperio ruso en 1764. Los cosacos de Zaporozhia fueron destruidos y derrotados definitivamente en 1775. En esos mismos años, Catalina II completaba su avance hacia el oeste, que le llevaría a tomar los territorios orientales de Polonia, poblados en su mayoría por bielorrusos y ucranianos ortodoxos, unificando así definitivamente los territorios de la antigua Rus de Kiev. Se iniciaba entonces un proceso de rusificación en dichos territorios, antes polonizados intensamente, donde hasta entonces el idioma oficial había sido el polaco, mientras el ucraniano o el bielorruso se utilizaban solo en el ámbito doméstico. 

Este avance hacia el oeste durante el reinado de Catalina II, deriva de la puesta en marcha de un proceso de desmantelamiento del estado polaco que se dio en llamar las Particiones de Polonia y que supuso el reparto del enorme territorio de la República de las Dos Naciones entre las nuevas potencias que le rodeaban, Rusia, Austria y Prusia. Este reparto afectó directamente al pueblo ucraniano: en los tres repartos la Rusia de Catalina fue avanzando progresivamente hacia el oeste, primero en 1772, después en 1793 y finalmente en 1795, cuando el Imperio ruso situó su frontera definitiva en el río Bug y ocupó los territorios de la actual Bielorrusia y amplias regiones ucranianas al oeste kiev, zonas donde también existían entonces, no ahora, importantes contingentes de población polaca. Sin embargo, en la primera partición, la de 1772, la región de Galitzia, con capital en Lvov (Lviv en ucraniano) y parte integrante de la actual Ucrania, pasaba al dominio del Imperio austrohúngaro, lo que marcaría una evolución histórica muy diferente. Aún hoy es la parte más occidentalizada de Ucrania, y aunque entonces poblada mayoritariamente por ucranianos, existían importantes minorías de ascendencia polaca, húngara, alemana o rumana (todavía hoy existe una minoría húngara y rumana en zonas fronterizas).

Mapa que nos muestra las llamadas Particiones de Polonia. Fuente: wikipedia


En las zonas de Ucrania bajo control ruso, la mayoría del territorio, se intensificó el proceso de rusificación y el idioma ucraniano fue menospreciado, considerado por el poder imperial como un simple dialecto del ruso. Se prohibió su uso y se impuso el ruso como única lengua en el sistema educativo. Como ocurrió con la lengua de muchos otros pueblos de Europa, fue desdeñada como un idioma poco sofisticado, propio del ámbito rural, una lengua de campesinos y gentes muy humildes. El estado propició además la conversión de la población ucraniana a la religión ortodoxa (no olvidemos que parte de los habitantes de la Ucrania occidental eran católicos, incluida la población que seguía los ritos de las iglesias católicas orientales).

El proceso de expansión territorial emprendido por Catalina II culminaría también con la extensión hacia el sur y la conquista de Crimea en 1783, tras derrotar al decadente Imperio otomano. Se trataba de un territorio poblado por los tártaros de Crimea, un pueblo túrquico y musulmán, cuya historia había tenido muy poco que ver con la del resto de la actual Ucrania. Tras la caída de los mongoles de la Horda de Oro, surgieron kanatos túrquicos que más tarde desaparecieron ante el empuje de los eslavos. El único que perduró en el tiempo, desde el siglo XV al XVIII, fue el kanato de Crimea, que se extendía por la península del mismo nombre y la costa sur de la actual Ucrania, y que en el siglo XVIII era un estado vasallo de los turcos otomanos. Con la anexión de Crimea al Imperio ruso, se funda la mítica ciudad de Sebastopol, que se convertiría en el gran puerto comercial y militar de Rusia en el Mar Negro, mientras colonos alemanes, búlgaros y sobre todo rusos llegaban a la península. Así pues, Crimea nunca fue parte histórica de Ucrania, ni antes de su anexión al Imperio ruso, ni después (fue cedida por Krushev en 1956 de manera gratuita y caprichosa a la República Socialista Soviética de Ucrania), lo que aclara mucho respecto a la legitimidad de la invasión rusa de Crimea en 2014. 

El Kanato de Crimea en 1600. Fuente. Wikipedia.

El kanato de Crimea en 1774, tras la derrota turca ante el Imperio ruso. Fuente: Wikiwand

Conclusión final 

Como se ha podido comprobar, la historia medieval y moderna de Ucrania resulta muy compleja y en su desarrollo encontramos muchas de las bases de la problemática actual y del conflicto militar entre Rusia y Ucrania de 2022. La historia de Ucrania estuvo desde sus comienzos profundamente ligada a la de Rusia, con la que tuvo una relación tan intensa como, en ocasiones, conflictiva. Por otro lado, otra evidencia es que la evolución histórica de la Ucrania occidental y de la oriental no fue la misma hasta el siglo XVIII, como tampoco lo fue durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Como hemos visto, la Ucrania del oeste estuvo durante mucho tiempo bajo el dominio y el influjo polaco, lo que durante la época moderna expuso a sus élites y habitantes a la influencia del Renacimiento y la Contrarreforma. Esta influencia de la cultura occidental sería aún mayor en la región de Galitzia, que como hemos visto, pasaba al imperio de los Habsburgo en 1772, permaneciendo en él hasta la desmembración del Imperio con el fin de la Primera Guerra Mundial. Tras la guerra, dicha región quedaría en manos polacas de nuevo, pasando algunas zonas a formar parte de Checoslovaquia y Rumanía, hasta que tras la Segunda Guerra Mundial pasaron a dominio soviético. De esta forma, esa parte occidental de Ucrania quedó históricamente mucho más al margen de la influencia rusa y de su huella cultural, algo que se evidencia en la religión, pues muchos de sus habitantes actuales son miembros de las iglesias uniatas o iglesias católicas orientales, sobre todo de la Iglesia greco-católica ucraniana, y en la zona de transcarpatia de la Iglesia grecocatólica de rutenia (ambas reconocen el papado de Roma). Las diferencias culturales son también evidentes en el idioma, que en regiones orientales como el Dombass o Jarkov es predominantemente ruso, mientras en las regiones occidentales la mayoría de la población solo habla ucraniano. Fue allí donde prendería el nacionalismo ucraniano en el siglo XIX, comenzando muchos de sus habitantes a autodenominarse ucranianos para diferenciarse de los rusos. 

Evolución de Rusia entre el siglo XIV y el XVIII. Se puede ver como se va ocupando casi todo
 el territorio de la actual Ucrania. A finales del siglo XVIII, tan solo permanece la parte más
 occidental al margen de la expansión del Imperio ruso. Fuente: elaboración propia.

Renacimiento cultural ucraniano y represión imperial en el siglo XIX. Historia de Ucrania y Rusia (Parte II).

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"Iglesia en Kiev". Obra pictórica del Taras Sevchenko, el gran bardo del nacionalismo ucraniano. Fuente: boverijuancarlospintores.blogspot.com


Fuente: Wikipedia
Como ya hemos desarrollado en la entrada anterior, "Historia de Ucrania y Rusia (Parte I). Desde los orígenes hasta el siglo XVIII", el Imperio ruso llegó a controlar buena parte de la actual Ucrania durante el reinado de Catalina II la Grande, sometiendo definitivamente al Hetmanato cosaco en 1864 e incorporando enormes territorios occidentales arrebatados a una Polonia que, a finales del siglo XVIII, es despedazada y repartida entre Prusia, Austria y Rusia (Particiones de Polonia entre 1772 y 1795). Se iniciaba entonces un intenso proceso de rusificación, que ya se había puesto en marcha en las zonas orientales y centrales de Ucrania a principios del siglo, con el reinado de Pedro el Grande. 

La Eneida de Ivan Kotliarevski
Sin embargo, algo se empieza a mover con la llegada del nuevo siglo. Si el siglo XIX es el "Siglo de Oro" de la literatura rusa, es también el del renacimiento cultural ucraniano. Como en tantos pueblos de Europa y de la misma España, el romanticismo y el nacionalismo permitieron el desarrollo de amplios movimientos culturales y políticos, que reivindicaron la cultura propia y especialmente la lengua como elemento distintivo e identitario. Será así como una lengua denostada por la autoridad imperial y despreciada por las propias élites ucranianas, empiece a dejar de ser considerada una lengua de simples siervos y campesinos, un simple dialecto del ruso, para ser utilizada en la literatura y revalorizada por una élite intelectual. 

Aunque la primera obra escrita en ucraniano moderno había surgido en 1789, la Eneida de Ivan Kotliarevski, será el siglo XIX el que abrirá el camino a los cambios. La fundación de universidades como las de Kiev y Járkov a principios de la centuria iba a favorecer el nacimiento de círculos intelectuales que comenzarían a escribir en ucraniano e iniciarían el proceso de normativización gramatical del idioma. Como en muchos lugares de Europa, se extendía igualmente el interés por el folclore y la cultura popular, apareciendo las primeras Historias de Ucrania.

Taras Shevchenko. Retrato de Ivan Kramskoi.
Fuente: hmong.es 
En 1840, Tarás Shevchenko (1814-61), pintor, escultor y escritor, publica su primera colección de poesía, Kobzar, escrita en ucraniano y que se convertirá en una de las grandes referencias literarias de la nación ucraniana hasta la actualidad. Aunque también escribió en ruso, su obra en ucraniano es un referente. Miembro de la Hermandad de Cirilo y Metodio, sociedad secreta que aspiraba a amplias reformas en el Imperio ruso, sufrió la represión y el destierro. A dicha Hermandad pertenecía también Nikolay Kostomarov, que publicó revistas como Osnova y era conocido por su Historia de Ucrania y su intenso trabajo etnográfico como folclorista. La labor de estos personajes resultó fundamental, contribuyendo a forjar una emergente consciencia nacional que se proyectó en años sucesivos en el surgimiento de asociaciones culturales o hromadá y la aparición de escuelas dominicales en las que se utilizaba la lengua ucraniana, en oposición a la educación formal desarrollada por la administración imperial rusa que se cursaba en su totalidad en ucraniano. Toda esta actividad cultural permitió el surgimiento y crecimiento de un sentimiento nacionalista que, cada vez más, fue generando una fuerte desconfianza en las autoridades imperiales, que lo entendían como un desafío. Hasta entonces la identidad ucraniana nunca había sido de gran preocupación para los rusos, que se referían a Ucrania como la "Pequeña Rusia". Todo ello desembocó en una política cada vez más represiva a nivel cultural que se agudizó con la sublevación polaca en el llamado Levantamiento de Enero de 1863, que ejemplificaba a la perfección el aumento creciente de las tensiones separatistas dentro del Imperio ruso. Muchos activistas ucranianos fueron arrestados y numerosas publicaciones cerradas, mientras se cerraban las hromadá y las escuelas dominicales. El proceso culmina con la publicación del ukaz o edicto de Ems, emitido por Alejandro II en 1876, que vetaba de forma expresa en el Imperio ruso y en el ámbito público el uso de la lengua ucraniana, que denominaba el dialecto de la Pequeña Rusia, prohibiendo su uso en textos de cualquier tipo, así como la importación desde el extranjero de publicaciones en ucraniano. Tampoco era posible la representación de obras de teatro y la enseñanza escolar y universitaria en dicho idioma. Numerosos intelectuales tuvieron que coger el camino del exilio y la vida cultural ucraniana quedó congelada. Con el tiempo y bajo el reinado de Alejandro III, las disposiciones restrictivas del ukaz de Ems fueron suavizadas, lo que permitió que se publicaran libros y se representaran obras de teatro en ucraniano. Sin embargo, y de forma inexorable, la cultura rusa se establecía cada vez más como la dominante en la Ucrania bajo control del Imperio ruso, mientras el sentimiento nacionalista quedaba reducido a una minoría cuya capacidad de penetración en la población era reducida, proyectándose en la actividad de organizaciones como la Hermandad Trarasivtsi, surgida en 1891, que aglutinaba a los partidarios de una autonomía nacional.

Alejandro II de Rusia. Fuente: Getty images


La evolución de los acontecimientos fue diferente en la parte más occidental de la actual Ucrania, que incluía la mitad oeste de la región histórica de Galitzia, la región de transcarpatia (Ruthenia), el norte de Bucovina, territorios que quedaron bajo control austrohúngaro en 1772, tras la desmembración del estado polaco en las llamadas Particiones de Polonia. La región de Galitzia había sido una región que históricamente, y desde el medievo, había permanecido bajo control de Polonia, lo que se evidenciaba en la existencia de una gran pluralidad étnica y una marcada influencia cultural polaca. La parte occidental de la región estaba poblada mayoritariamente por polacos (hoy pertenece a Polonia), pero en la zona oriental existía una mayoría ucraniana, aunque con importantes minorías polaca, húngara y alemana. En el siglo XIX, el Imperio austrohúngaro se mostró como un estado más permisivo con las culturas e idiomas nativos de lo que lo fue el Imperio ruso, permitiendo su uso en las escuelas de enseñanza primaria. No ocurría lo mismo con los centros universitarios, como la universidad de Lemberg (Lviv en ucraniano o Lwow en polaco), que se había convertido en el gran centro cultural de la región ya desde la época de dominio polaco. Tras la destrucción del estado polaco, la universidad sufrió un proceso de germanización que cristalizó en la institucionalización del alemán como su idioma oficial. La oposición a tal proceso culminó durante el periodo revolucionario de 1848, que supuso el estallido de las aspiraciones nacionalistas en toda Europa y particularmente en el Imperio austrohúngaro. En respuesta a la actitud de los estudiantes que desafían a la autoridad y reclaman la polonización de la universidad, las autoridades imperiales intervinieron militarmente, permaneciendo la universidad cerrada hasta 1850. Sin embargo, las reclamaciones estudiantiles no cayeron en saco roto, en las décadas sucesivas el polaco y el ucraniano pasaron a ser lenguas oficiales en la universidad de Lemberg (Lviv).

Fuente: elaboración propia.


Iván Yakovych Frankó. Fuente: Wikipedia
Sería en esa época, en el último cuarto del siglo XIX, cuando cursaría sus estudios universitarios en Lemberg (Lviv) el que se había de convertir en uno de los grandes referentes del nacionalismo cultural y político ucraniano, Iván Yakovych Frankó. Un intelectual en la dimensión total de la palabra, que desarrolló su obra en las últimas décadas del s. XIX y las primeras del s. XX. Fue dramaturgo, poeta y prosista, filósofo e historiador, lingüista y folklorista, activista político y periodista, además de una incansable traductor. Tradujo al ucraniano las obras de los principales escritores de la literatura universal, desde el alemán Goethe al inglés Shakespeare, del francés Víctor Hugo al ruso Dostoyevski, incluyendo los grandes clásicos de la literatura castellana como Lope de Vega, Calderón de la Barca o Cervantes. Su papel fue muy destacado en cuanto al proceso de normalización y uniformización lingüística de la lengua ucraniana, así como en la consolidación del lenguaje científico ucraniano. Hoy es una de las grandes referencias intelectuales del nacionalismo ucraniano.

Lviv es conocida como "La ciudad de los mil nombres": Lviv en ucraniano, Lvov en ruso, Lwow en polaco Lemberg en alemán o Leópolis en español. Bellísima ciudad patrimonio de la Humanidad, fue el centro neurálgico de la Galitzia histórica y hoy capital cultural de Ucrania.


La independencia de Ucrania entre 1917 y 1921. Historia de Ucrania y Rusia (parte III)

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Manifestación a favor de la Rada Central en Kiev (1917). Fuente: thereaderwiki.com

Ucrania entra en el siglo XX fragmentada en dos, repartida desde las llamadas Particiones de Polonia a finales del siglo XVIII. Por un lado, el Imperio ruso, que con Catalina II llegará a controlar la Ucrania oriental y central, incluida buena parte de Volinia, por otro lado, el Imperio austrohúgaro, que pondrá bajo su control una parte importante de la Ucrania occidental, incluyendo la ciudad de Lvov/Lviv (transcarpatia, Bukovina y Galitzia). Aprovechando la crisis en la que se ven envueltos los dos grandes imperios durante la Primera Guerra Mundial, uno derrotado finalmente y el otro sumergido en un intenso proceso revolucionario, una parte del pueblo ucraniano intentará caminar hacia la independencia. En el contexto de la Primera Guerra Mundial, Ucrania se ve sumergida en una etapa de intensa inestabilidad, marcada por un constante enfrentamiento bélico entre múltiples partes, que se conoce de forma general como Guerra de Independencia de Ucrania. El conflicto se prolongó entre 1917 y 1921, y estuvo asociado al desarrollo de la Guerra Civil Rusa, de la que formó parte. En dicha guerra civil, los bolcheviques se impusieron finalmente a todos sus enemigos en 1921, y buena parte de Ucrania se incorporó a la nueva Unión Soviética, creada en 1922, bajo la denominación de República Socialista Soviética de Ucrania. Mientras, la Ucrania más occidental era repartida entre la nueva Polonia (incorporaba los territorios de Galitzia y Volinia), Rumanía (se anexionaba la Bukovina ucraniana, además de Besarabia, que incluía los territorios de la actual Moldavia y algunos territorios de la actual Ucrania) y Checoslovaquia, país surgido de la Primera Guerra Mundial, que se anexionaba transcarpatia.

Fuente: elaboración propia.


En la llamada Guerra de Independencia Ucraniana (1917-21) convergieron los más diversos actores, internacionales y nacionales, en el marco de un auténtico galimatías bélico y político, un caos total que permitió a Ucrania proclamar su independencia. En Ucrania lucharon los nacionalistas ucranianos, los anarquistas del Ejército Negro de Majnó, los bolcheviques del Ejército Rojo, los zaristas del Ejército de Voluntarios Blanco Ruso, las fuerzas de la Segunda República Polaca y las potencias centrales (Alemania y Austrohungría), interviniendo además los ejércitos de potencias aliadas como Rumanía y Francia.
El socialista Kerensky, como ministro de Defensa,
arenga a las tropas rusas en el frente. F.:
Iniciada la Primera Guerra Mundial, en 1914 los rusos realizaron importantes avances militares, lo que les permitió incorporar amplios territorios del Imperio Austrohúngaro, básicamente las zonas pobladas por ucranianos: la Galitzia ucraniana (este de Galitzia) y Volinia. Sin embargo, a partir de 1915, las contraofensivas de los imperios centrales llevaron al Imperio ruso a encadenar sucesivas derrotas y perder dichos territorios. Para 1917 Rusia había cedido gran parte de los estados bálticos, Polonia y casi toda Ucrania occidental (con la excepción del área de Ternopil). En dicho contexto de retroceso territorial y sucesivas derrotas militares, estalló en febrero de 1917 la Revolución en Petrogrado. El zar abdicó, creándose un nuevo Gobierno Provisional Ruso, que bajo el control del Partido Kadete Libertal y con apoyo socialista, abogaba por una República democrática y liberal al estilo occidental, manteniendo el respeto a la propiedad privada. Mientras, crecían y se consolidaban como poder alternativo los soviets o asambleas obreras, con el Soviet de Petrogrado al frente, donde los bolcheviques comunistas se habían hecho fuertes, defendiendo la "Dictadura del proletariado" y abogando por una revolución de carácter socialista que acabara con la propiedad privada. Pero el nuevo Gobierno Provisional tomó una decisión que terminó siendo determinante para su futuro: decidió continuar la guerra contra Alemania y Austro-hungría, a pesar del rechazo de la población y la indisciplina generalizada de la tropa en el frente. Y precisamente, la mayor ofensiva rusa del momento, protagonizada por el general Brusilov y realizada en el verano de 1917, se realizó en tierras de la Ucrania occidental, en las zonas de Lutsk y Lvov.

Soldados rusos en junio de 1917. Rusia estaba preparando la ofensiva del general Brusilov.
Fuente: today-in-wwi.tumblr.com

Frente oriental de la I Guerra Mundial entre 1914 y 1916. Fuente: revistacredencial.com

Profesor Mykhailo Hrushevsky, jefe de la Rada
Central. Fuente: istpravda.com.ua
Este contexto de democratización en Rusia alentó a muchos pueblos del inmenso imperio a buscar una autonomía y en algunos casos la autodeterminación. En relación con esto, en marzo se declara en Kiev la República Popular de Ucrania, concebida como una realidad autónoma dentro de Rusia y dirigida por la llamada Rada o Consejo Central, en la que dominaban las tendencias socialistas y con grandes vínculos con el Gobierno Provisional Ruso. Dirigida inicialmente por el historiador Myjailo Grushevsky, defendía la autonomía nacional territorial de los ucranianos como parte de una Rusia federal y democrática. Los apoyos a la Rada crecieron rápidamente y el nacionalismo ucraniano se vio beneficiado por el desmoronamiento del Imperio ruso y la creciente incertidumbre e inestabilidad que la revolución y la guerra habían traído, con deserciones e indisciplina generalizada en el ejército ruso. La situación se hacía aún más compleja con la insurrección de los anarquistas del Ejército Negro de Nestor Majnó, que se habían hecho fuertes en el sureste de Ucrania, y la creciente influencia de los bolcheviques en el este, en zonas como Jarkov y el Donbás, en las que protagonizaban continuas revueltas y huelgas, especialmente en la cuenca industrial y minera de Donetsk.
En este contexto, y ante la inacción del Gobierno Provisional Ruso, que ignoraba las demandas de autonomía ucraniana, la Rada Central lanzó en junio de 1917 la Primera Universal, en la que se proclamaba la autonomía de Ucrania dentro de Rusia, creándose unos días después un gobierno o Secretaría General encabezado por Volodímir Vinnichenko. Los intentos de negociación con el gobierno ruso no condujeron a nada y el 16 de julio la Rada Central cedió ante el gobierno ruso y adoptó la Segunda Universal, en la que renunciaba a la autonomía hasta que se convocara la Asamblea Constituyente de toda Rusia, que se esperaba para principios de 1918. Tal cesión fue rechazada de plano por los sectores más nacionalistas de la sociedad ucraniana y las tensiones nacionalistas fueron creciendo.
El 7 de noviembre de 1917 triunfaba la revolución comunista en Petrogrado y los bolcheviques deponían al Gobierno Provisional Ruso. Surgía entonces un nuevo gobierno, el Consejo de Comisarios del Pueblo, dirigido por Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, líder indiscutible de los bolcheviques. Éstos intentaron controlar Ucrania y tomar el poder en Kiev, pero no lo consiguieron y el 20 de noviembre la Rada Central adoptó la Tercera Universal, en la que se proclamaba la República Popular de Ucrania dentro de la República Rusa, se buscaba una autonomía dentro de una federación de pueblos iguales y libres. La Rada inició entonces un ambicioso programa de reformas sociales e inició por su cuenta conversaciones de paz para la retirada de Ucrania de la Primera Guerra Mundial.
Anuncio de la Tercera Universal de la Rada Central de Ucrania en la Plaza de Santa Sofía de Kiev. 20 de noviembre de 1917. En el centro están Symon Petliura, Mykhailo Hrushevsky, Volodymir Vynnychenko. Fuente: istpravda.com.ua
El 25 de noviembre de 1917 se celebraron las esperadas elecciones a la Asamblea Constituyente Rusa en las que vencieron los socialrevolucionarios, con un apoyo masivo en el campo, quedando en segundo lugar los bolcheviques, con el respaldo mayoritario de los obreros de las ciudades industriales. En Ucrania el peso de los bolcheviques era considerablemente menor al de otras regiones del Imperio: habían vencido los socialrevolucionarios ucranianos, mientras otras agrupaciones de carácter ucraniano y nacionalista se llevaban buena parte de los votos que restaban, siendo los bolcheviques una clara minoría. A nivel estatal, la estrategia bolchevique era clara, priorizar los soviets como órganos representativos del pueblo en contraposición a una Asamblea constituyente en la que no tenían mayoría. Así lo habían evidenciado a través del lema de octubre, con el que habían llegado al poder: "Todo el poder a los Soviet". Por otro lado, el carácter mayoritario de los socialrevolucionarios era matizable, ya que hay que tener en cuenta en su victoria a los socialrevolucionarios de las nacionalidades (entre los que destacaban los socialrevolucionarios ucranianos), que tenían una línea independiente, y los socialrevolucionarios de izquierdas, próximos a las tesis bolcheviques y que en principio colaboraron con ellos. Finalmente, el 19 de enero la Asamblea constituyente fue disuelta por los bolcheviques en el poder.
Desde el principio, la actitud de los bolcheviques resultó abiertamente hostil a la República Popular de Ucrania y la autoridad de la Rada Central. Ante el fracaso de su intento de hacerse con el control de Kiev y de utilizar el Congreso de los Soviets de Ucrania para suplantar el poder de la Rada Central, el gobierno comunista de Petrogrado lanzó un ultimátum, rechazado por la Rada, lo que desembocó en una intervención militar directa. El 22 de diciembre de 1917 las tropas de la Guardia Roja, dirigidas por Vladímir Antónov-Ovséyenko, tomaban Járkov y creaban en la ciudad un Congreso de los Soviets de Ucrania alternativo, proclamando la República Popular Soviética de Ucrania, con capital en Járkov, que había de gozar de autonomía dentro de la Rusia Soviética. El nuevo gobierno emitió un manifiesto de derrocamiento de la Rada Central, mientras el 7 de enero un ejército bolchevique atacaba Kiev. Es en este contexto, y ante la hostilidad bolchevique, cuando la Rada Central adoptó la Cuarta Universal (22 de enero de 1918), proclamando la independencia de la República Popular de Ucrania y pidiendo al pueblo ucraniano que luchara contra sus enemigos, en lo que era una alusión directa al gobierno comunista de Petrogrado. La Rada Central dejó claro a la comunidad internacional que mantendría relaciones internacionales independientes de Rusia y en enero de 1918 la delegación ucraniana se incorporaba a las conversaciones de paz de Brest-Litovsk junto a las potencias centrales y el régimen bolchevique. Los ucranianos querían tener la voz cantante en todo lo relacionado con la paz en el frente ucraniano, así como discutir la incorporación a la República Popular de Ucrania de los territorios occidentales históricamente bajo control del Imperio austrohúngaro (Galitzia, Bukovina y Transcarpatia).

Las delegaciones alemana, rusa y ucraniana reunidas en Brest-Litovsk. Fuente: istpravda.com.ua

Tratado de Brest-Litovsk. F.: historia.nationalgeographic.com.es
El 9 de febrero de 1918, la República Popular de Ucrania firmaba un Tratado de paz en Brest -Litovsk por separado con las potencias centrales. Estas la reconocían como un estado independiente y le prometía ayuda en su guerra contra la Rusia soviética. A cambio, Ucrania renunciaba a los territorios occidentales, históricamente bajo control austrohúngaro, y se comprometía a aportar importantes suministros a Alemania y Austro-hungría, no olvidemos que la estepa ucraniana es un inmenso granero agrícola. El apoyo alemán resultaría importante a partir de entonces, aunque siempre sujeto a los propios intereses germanos. En una situación de extrema volatilidad, los bolcheviques tomaban Kiev a comienzos de febrero de 1918, pero el 2 de marzo el ejército alemán recuperaba la ciudad y la Rada Central volvía a Kiev. Sin embargo, los alemanes tenían otros planes para Ucrania y terminaron por apoyar la causa de un antiguo general imperial, Pavló Skoropadski, un cosaco muy conservador y de familia terrateniente, decididamente hostil a la Rada Central y sus tendencias socialistas. 
El hetman Skoropadsky el kaiser Wilhelm.
Fuente: commons.wikimedia.org
El objetivo era convertir a Ucrania en una especie de protectorado alemán, acabando con las políticas reformistas y sociales de la Rada y devolviendo la propiedad de la tierra a los terratenientes. En mayo de 1918, con apoyo alemán, Skoropadski derrocaba la Rada Central y acababa con la República Popular Ucraniana, lo que suponía la instauración de las tradiciones cosacas en la formación del estado, el hetmanato, así como las tradiciones políticas autoritarias del Imperio ruso. El nuevo poder contó con el apoyo alemán y de las clases más conservadoras de la sociedad ucraniana (militares, terratenientes, etc.), buscando además la aproximación a los ejércitos blancos del general zarista Denikin, que se había hecho fuerte en las regiones vecinas del Don y el Kuban, al este de Ucrania. 
Pero la situación cambia con la derrota final de los imperios centrales en noviembre de 1918, lo que estimula un levantamiento nacionalista cuyo cabecilla militar será Simon Petliura. El hetman Pavló Skoropadski aguantaría todavía un mes en el poder antes de ser depuesto, a la vez que los rebeldes entraban en Kiev. Firmado el armisticio de la Gran Guerra con la consiguiente rendición de Alemania, el gran sostén del régimen de Skoropadski había desaparecido, lo que permitió la restauración de la República Popular de Ucrania, aunque solo formalmente, porque el 13 de noviembre el poder quedó en manos de un Directorio no elegido, con 5 miembros encabezados por Volodímir Vinnichenko. Las fuerzas militares leales al Directorio estarían bajo la autoridad de Simon Petliura, aunque resultaban una amalgama de diferentes grupos casi independientes, bajo el control de variopintos señores de la guerra. El nuevo poder trató de ganarse el apoyo popular y campesino con una política de entrega de tierras y represión de los terratenientes y se enfrentó a las fuerzas de la República Socialista Soviética de Ucrania, apoyada por Moscú. Sin embargo, el nuevo gobierno se fue debilitando pronto por la división interna, la escasa aplicación de sus políticas sociales y agrarias, lo que le restó apoyo popular, así como el descontrol y falta de cohesión de sus fuerzas militares. Eso permitió a los bolcheviques tomar la capital en febrero de 1919, mientras el Directorio se refugiaba en el oeste del país. Pero el poder bolchevique resultó del todo efímero, debido al imparable avance del Ejército de Voluntarios Blanco del general zarista Denikin a lo largo del verano. El tener un enemigo común, los comunistas bolcheviques, no unió a las dos fuerzas, pues el nacionalismo ruso de Denikin era incompatible con el nacionalismo ucraniano de Petliura. La consecuencia resultó obvia, ambas fuerzas, zaristas rusos y nacionalistas ucranianos, se declararon la guerra. Pero los ejércitos blancos de Denikin tenían en esos momentos las de ganar, su avance resultaba imparable y después de conquistar gran parte de Ucrania, en otoño se lanzaban hacia el norte en dirección a Moscú, lo que pondría en serios aprietos al gobierno bolchevique.

El ejército rojo bolchevique entra en Kiev en 1919. Fuente: trotskyistplatform.com

Sin embargo, el Ejército de Voluntarios del general blanco Denikin pronto se mostró demasiado débil para controlar tan extensos territorios. Si en las zonas de Rusia que ocupó no se ganó el apoyo campesino, en Ucrania menos aún, lo que le impidió afianzar su poder en las zonas ocupadas. A la represión sobre los campesinos y la devolución de la tierra a los terratenientes, en Ucrania se unió una política activa de represión nacional, con la prohibición del idioma ucraniano y la persecución de la intelectualidad ucraniana, así como la intensa violencia sobre la gran población judía ucraniana, con la puesta en marcha de brutales progroms o matanzas, que enraizaban en el profundo antisemitismo tradicional del Imperio ruso.
La situación militar y política de la Ucrania de la época resultaba, como hemos podido ver, extremadamente compleja. A la guerra entre el nacionalismo ucraniano, que había proclamado la República Popular de Ucrania, y el poder central bolchevique, había que unir el enfrentamiento de los bolcheviques contra los zaristas de Denikin, y todo ello en el contexto del final de Primera Guerra Mundial, con unas potencias centrales (Alemania y Austro-hungría) que mantuvieron su influencia hasta finales de 1918. Pero esta situación se complicaba aún más con el surgimiento en octubre de 1918 de la República Popular de Ucrania Occidental, dirigida por Yevguén Petrushévich, que se extendía por los territorios ucranianos bajo dominio histórico del Imperio austrohúngrao, que con el final de la guerra había entrado en descomposición hasta su desaparición total. En enero de 1919, la República Popular de Ucrania y la República Popular de Ucrania Occidental, se fusionaron en un solo estado a partir del Acta de Unificación de Ucrania, también conocida como Acta o Ley Zluky. En el nuevo estado, Galitzia se convertía en una región autonóma dentro de la Ucrania unificada, aunque en realidad, la unión resultó ser más formal que real, pues la república occidental, que estaba mejor organizada, mantuvo su propio ejército y estructura administrativa.
La situación se complicaba aún más con la aparición en escena del nuevo estado polaco, surgido del colapso de los imperios centrales y la debilidad del Imperio ruso tras la Revolución Rusa. La nueva Polonia independiente mostrará enorme interés por los territorios de la Ucrania occidental, históricamente muy vinculados a Polonia y donde existía una amplia minoría polaca, mayoritaria en las grandes ciudades como Lvov (Lviv en ucraniano). Se inicia así la que se dio en llamar como Guerra polaco-ucraniana. Aunque en febrero de 1919 los ucranianos sitiaron Lvov, en julio las contraofensivas polacas les permitieron controlar amplios territorios de la Ucrania occidental, incluida buena parte de la región de Galitzia. A pesar de todo ello, Petliura y el Directorio se fue acercando a los polacos con la intención última de frenar el avance bolchevique, mientras las potencias de la Entente, con Francia y Gran Bretaña a la cabeza, aceptaban el avance polaco por la misma razón. Esta realidad estratégica condenó a la Ucrania occidental, que irreversiblemente terminó bajo ocupación polaca.

Simon petilura en kiev en mayo de 1920 con tropas ucranianas. Fuente: neweasterneurope.eu 

S. Petliura y el general polaco Edward Rydz-Smigly
 durante la ofensiva sobre Kiev en 1920. F.:wikipedia
A principios de 1920, el ejército zarista de Denikin se hundió, iniciando una retirada en desbandada que le hizo perder todos los territorios conquistados en Ucrania. Se produjo entonces un rápido avance bolchevique hacia el sur, hacia Ucrania, que Peltiura solo pudo frenar gracias al apoyo polaco, en virtud de un pacto con Jósef Pilsudski, el líder nacionalista polaco. El 21 de abril de 1920 se firmaba la alianza polaco-ucraniana en el Tratado de Varsovia. En mayo los ejércitos polacos y ucranianos desbordaron a las defensas soviéticas y tomaron kiev. Ucrania se veía así envuelta de lleno en la Guerra polaco-soviética que se desarrolló entre 1919 y 1921 y que se suele considerar el último capítulo de la Guerra Civil Rusa. El nacionalismo polaco pretendía con su ofensiva hacia el este consolidar su proceso de independencia con la creación de una Gran Polonia que incorporara al nuevo estado amplios territorios de Bielorrusia y Ucrania occidental. Pero a partir de mayo, los soviéticos pasaron a la ofensiva y avanzaron con rapidez hacia Varsovia, recuperando Kiev y avanzando sobre Lvov. En julio, la caballería roja bolchevique estaba a punto de tomar Varsovia, pero en una especie de "acordeón" militar, los polacos se sobrepusieron y pasaron de nuevo a la ofensiva en septiembre y octubre. En octubre de 1920, los soviéticos pidieron la paz y se produjo un alto el fuego. El Tratado de Riga sancionó definitivamente la paz en marzo de 1921 entre la segunda República de Polonia y la Rusia soviética. Con él se derogaba el anterior Tratado de Varsovia de abril de 1920, que había creado la alianza polaco-ucraniana. Los nacionalistas ucranianos de Petliura no fueron invitados y los territorios que habían formado parte de la Ucrania independiente en los años anteriores fueron repartidos entre polacos y soviéticos. Polonia se quedaba con la mayoría de Ucrania occidental (Volinia y Galitzia), mientras la Ucrania central y oriental quedaba en manos rusas. La región occidental de transcarpatia quedaba en manos de la recién nacida Checoslovaquia y Bukoviana pasaba a control rumano. La situación se convertía en un mazazo mortal y definitivo para la República Popular de Ucrania, que desaparecía, emparedada como en otros momentos de la historia entre las potencias vecinas. Se habían definido las nuevas fronteras de Europa oriental durante el periodo entreguerras y en el nuevo mapa no había sitio para una Ucrania independiente.

Europa oriental tras el Tratado de Utrecht. Ucrania no existía como estado independiente. F.: wikipedia.org

Composición étnica de la Polonia surgida tras la I Guerra Mundial. F.: elordenmundial.com

La siguiente SECUENCIA DE MAPAS nos permite comprender mejor la evolución del complejo proceso independentista ucraniano desarrollado entre 1917 y 1921. Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com
Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com

Fuente: es-academic.com



El mito del Che Guevara

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El fotográfo suizo René Burri realizaba esta foto en 1963, durante una entrevista en el despacho del Che en el Ministerio de Industria cubano. La imagen se convirtió en un icono. Fuente: latinta.com.ar 












Indiscutiblemente, uno de los elementos que explica la enorme dimensión de la revolución cubana y su perdurabilidad en el tiempo es la fuerza y el carisma de sus líderes. El incontestable liderazgo de Fidel Castro fue clave para dar viabilidad y cohesión a la revolución. Su inmensa retórica, su imponente imagen, su carisma incontestable, son los signos distintivos de un personaje que bordeó el mesianismo, convertido en el "salvador" del pueblo, liderando un propósito histórico de redención a través de la revolución. Más allá del líder incontestable que fue Fidel, la revolución cubana se alimentó de un personaje todavía más fascinante, Ernesto Guevara, "el Che". Su personalidad aventurera e idealista sedujo al mundo entero mientras permaneció con vida, pero fue tras su prematura muerte, cuando se produjo su ascenso definitivo a los altares de la mitología revolucionaria mundial. Y el mito ha trascendido a la revolución. Aún hoy, cuando la revolución cubana languidece entre la pobreza y el aislamiento, convertida por el implacable discurrir histórico en un vestigio anacrónico de tiempos pasados, el mito del Che permanece, reconvertido en parte en un fetiche comercial, pero vivo en los sentimientos de gentes de todas las culturas y razas, que lo sienten como el gran revolucionario, capaz de dar la vida por su causa y por los demás. Al contrario que la figura de Fidel Castro, la suya no se vio erosionada por el discurrir de los acontecimientos, por la crisis brutal del modelo económico y político revolucionario a raíz de la caída del muro de Berlín. Por entonces, y aún hoy, el Che yacía plácidamente en el limbo de los mitos, pulcro y limpio, mientras los hermanos Castro se embarraban al enfrascarse en una resistencia numantina frente al "enemigo capitalista", desgastados por un autoritarismo con tintes cada vez más narcisistas, con la imperdonable terquedad de quien no sabe reconocer la derrota.

Maradona muestra el tatuaje del Che en su
brazo. Fuente: marca.com
Todavía hoy el Che pervive como el prototipo del libertador, como el adalid de las causas justas, de la lucha contra la opresión, y lo hace a pesar del descrédito y crisis del principio de revolución, parejo al retroceso del marxismo en los medios intelectuales y no intelectuales, y a pesar de la profunda desideologización de la sociedad, pareja al avance del conservadurismo, el neoliberalismo y la ultraderecha. Y lo hace porque su figura encarna mucho más que la revolución cubana, mucho más que una revolución comunista o proletaria, encarna esa vaga idea de liberación, así, a secas. Por eso la figura del Che es reverenciada por los más ortodoxos, pero también por los más heterodoxos, por eso caló en la iconografía del Mayo de 1968, que sembró con su imagen todo París, y por la misma razón, pervive todavía hoy en día, cuando parece que han transcurrido siglos desde el triunfo de la revolución en Cuba. Aunque son cada vez más los sectores que se atreven a tildarlo con el apelativo de "terrorista" (lo que ya era para algunos de sus coetáneos), los llaveros, chapas, banderas, carteles con sus efigies los han llevado, y aún los llevan, desde los últimos comunistas, hasta jóvenes demócratas vagamente de izquierdas, desde palestinos en lucha contra el estado sionista de Israel a jóvenes protagonistas de las primaveras árabes del siglo XXI; su imagen la puedes encontrar en un suburbio de Filipinas o de Sudáfrica y se niega a desaparecer de los campos de fútbol y las luchas sociales de la Europa actual, aunque ya no pueda competir con la extraordinaria pujanza de los iconos neofascistas. Pero si hay un lugar donde su imagen sigue viva es Latinoamérica. La izquierda latinoamericana, en toda su amplitud, no puede ni quiere renunciar al icono del Che, ese es el caso de Lula da Silva en Brasil, López Obrador en México, Chaves y Maduro en Venezuela o Evo Morales en Bolivia. Maradona, un gran icono, en este caso del fútbol, se tatuó la imagen del Che en su brazo (después también la de Fidel Castro en la pierna) como símbolo de su compromiso a nivel político. No pocos, en el mundo del deporte, han llegado a denominar a Maradona como el "Che" del fútbol. 

Manifestante palestino durante la Intifada. Fuente: latinta.com.ar


Conocido relieve con la imagen del Che en un edificio de la simbólica Plaza de la Revolución. Fuente:


Poster con la imagen del Che.














El día en que fue asesinado, el 9 de octubre de 1967, nacía uno de los grandes mitos del siglo XX. Pero ya en vida, el mito se estaba construyendo. Y a ello contribuyó su imagen, porque el Che entraba primero por su atrayente presencia, después por lo impetuoso de sus acciones y el contenido de su pensamiento: su rostro atractivo, su tez blanca, sus facciones finas, los arcos prominentes de sus cejas que le otorgaban una profundidad sombría a su mirada, su barba espaciada y leve, y su inconfundible estética marcada por la inseparable gorra y el uniforme militar. Una imagen que se mostró en todo su esplendor en la célebre foto que todos conocemos, en la que se inmortalizó a un Che marcado por la solemnidad de los héroes. Conocida como "Guerrillero Heroico", la foto fue realizada por el fotógrafo cubano Alberto Díaz, más conocido como Korda, el 5 de marzo de 1960. El gesto especialmente solemne y trascendente del Che tenía una razón de ser, la foto fue realizada cuando el comandante guerrillero asistía compungido al entierro de las víctimas de la explosión del La Coubre, un barco francés cargado de armamento que había llegado a La Habana y había explotado un día antes. Se produjo entonces una terrible tragedia, con más de setenta muertos y doscientos heridos. La indignación recorrió toda Cuba, el gobierno acusó a la CIA y a los EE.UU. de sabotaje, aunque éste lo negó. Todavía hoy se discute si fue un atentado terrorista, clásico en el proceder de la CIA, o un error en el traslado y descarga del armamento y la munición. La foto pasó inadvertida en un principio, y solo años después, especialmente tras el asesinato del Che, empezó a divulgarse y a ser conocida, hasta convertirse en una de las fotografías más reproducidas y conocidas de todo el siglo XX.

Esta es la más famosa foto del Che, realizada por el fotógrafo cubano Alberto Díaz, "Korda", en el entierro de las víctimas de la explosión del navío La Coubre en marzo de 1960. Fuente: wikipedia.org


"Korda" ante su legendaria fotografía del Che. Fuente: todocuba.org

Ya desde los tiempos de Sierra Maestra se presentía el mito del Che. Sus hombres le respetaban, le querían y le temían a la vez, le admiraban por su estoicismo y su capacidad de sacrificio: compartía con la tropa las privaciones, soportaba las duras caminatas en la selva, a pesar de su asma, y siempre marchaba por delante de sus hombres, no aceptaba ningún privilegio, su cargo y jerarquía no suponía ninguna distinción, comía lo mismo que sus hombres y cuando los campesinos les daban alimentos o materiales, los repartía equitativamente. Era severo e intransigente, duro en los castigos y amante de la disciplina, pero él era el primero en acatarla, y en este sentido, su comportamiento era siempre ejemplar. 

Fidel Castro, junto a su hermano Raúl, en el centro, y el Che Guevara en 1961. Fuente: www.opendemocracy.net 

El Che en un poblado al este del Congo.
Foto: AFP elmundo.es
Cuando los "barbudos" entran en Santiago de Cuba el 1 de enero de 1959 y triunfa la revolución, hacía ya meses que se hablaba del Che en toda Cuba. Eran pocos los que lo habían visto en persona, pero muchos los que lo admiraban. Durante los años 1961 y 1962 ocupó cargos importantes, primero en el Instituto de Reforma Agraria (INRA), después como ministro de Industria y presidente del Banco Nacional, convirtiéndose así en uno de los hombres más influyentes de Cuba. Sin embargo, el Che no tardó en dejar todo ese poder y se fue. En 1965 abandonó todos sus cargos y se dirigió al Congo, donde la CIA, con el apoyo de las democracias occidentales, había propiciado el asesinato del indomesticable presidente Patrice Lumumba. El fracaso del proyecto no le hizo renunciar a su internacionalismo revolucionario y buscó crear un nuevo foco revolucionario en un territorio más próximo, Bolivia. Sin la preparación adecuada, sin el conocimiento del terreno y la realidad del país, la misión terminó costándole la vida.

Esa manera tan suya de renunciar a unas cotas de poder por las que otros matarían, el profundo desprecio que sentía por la burocracia y los burócratas, seducía a unas masas que veían en él a un hombre intrépido y valiente, dispuesto con abnegación a combatir y dar la vida por aquello en lo que creía, un idealista a la par que un hombre de acción. Todo estos rasgos lo convirtieron en "carne de mito". Es conocida la impactante frase con la que se dirigía a los que se entrenaban en Cuba como guerrilleros: "Hagan de cuenta que están muertos y que lo que viven de ahora en más es prestado". Médico de profesión, nació en el seno de una familia acomodada argentina, mostrando desde muy joven su espíritu aventurero. Se convirtió en un viajero incansable que realizó varios viajes por América, entrando en contacto con los sectores sociales más desfavorecidos. En dichos viajes se configuró el Guevara posterior, aquel que concebía América Latina como un solo pueblo, sometido al dominio del imperialismo estadounidense, el mismo que había desarrollado una aguda consciencia de las terribles desigualdades sociales que azotaban el continente. El primer viaje panamericano, que tanto lo transformó a todos los niveles, realizado en 1952 con su amigo Alberto Granado, ha sido reflejado por el director de cine Walter Salles en la película Diario de motocicleta. Tras volver y terminar sus estudios de medicina, inició en 1953 un segundo viaje, que le llevaría hasta Centroamérica, donde pudo vivir en primera persona el golpe de estado que, bajo los auspicios de la CIA estadounidense, acabó con el régimen reformista de Jacobo Arbenz en Guatemala. Reafirma entonces sus ya sólidas convicciones antiimperialistas y se aproxima al comunismo, que antes había rechazado. En 1954 abandona Guatemala y se desplaza a México, donde entraría en contacto con los hermanos Castro.

Walter Salles dirigió Diario de una motocicleta

El Che aspiraba a un cambio radical, pero realizado a gran escala, con una dimensión continental o incluso planetaria. Para él América Latina era una realidad común, solo desgajada artificialmente por medios políticos y debido a intereses artificiales. Se incorporó a la corriente de pensamiento marxista paulatinamente, pero siempre con ciertas connotaciones de heterodoxia, marcadas por el pragmatismo revolucionario y por un cierto e innegable voluntarismo. Creyó siempre en la lucha armada como medio de acabar con la tiranía. Fue un teórico de la revolución y de la lucha guerrillera, llegando a escribir un manual al respecto, La guerra de guerrillas, publicado en 1960 y que se tradujo a muchos idiomas. La obra estaba dedicada a su compañero inseparable en Sierra Maestra, Camilo Cienfuegos, muerto en un accidente de aviación. Para Guevara, el guerrillero es un reformador social, que empuña las armas respondiendo a la protesta airada del pueblo contra sus opresores y que lucha por cambiar el régimen social que mantiene a las masas en la miseria. En el libro se desarrolla la teoría del foquismo: extender la revolución creando nuevos focos revolucionarios en un contexto de lucha internacional contra el imperialismo. Él no creía que fuera necesario esperar a que se dieran todas las condiciones para la revolución, el foco insurreccional podía crearlas. Y desde su percepción, en la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debía ser fundamentalmente el mundo rural.

El Che fue un teórico de la lucha guerrillera.
En la carta que escribió a sus padres desde la selva boliviana el 1 de abril de 1965, Ernesto les dice: "Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente, mi marxismo está más enraizado y depurado. Creo en la lucha armada, como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo muy diferente y de los ponen el pellejo para demostrar sus verdades". Este fragmento deja al descubierto a todas luces su personalidad, mostrando algunos de los rasgos que hacían de él un hombre tan querido por los suyos, rasgos que contribuyeron a la confección del mito: era un hombre valiente, consecuente con sus ideas, honesto y honrado, de esos líderes capaces de abanderar una causa poniéndose al frente y asumiendo todos los riesgos, que dan la cara y no ponen la de los demás. Pero también un hombre directo y sincero. Sin tapujos admitía las críticas y reconocía sus errores. Un día declaró a un interlocutor que le preguntaba por los errores cometidos por la revolución cubana en materia económica: "Tienen que ser solamente algunos, si cuento todos los errores, tenemos para 10 días".

Sus aspiraciones no quedaban limitadas a un cambio en las condiciones actuales, a la transformación de la realidad, sino que pretendía lo que en sus palabras definió como el hombre del siglo XXI. Esa entrega política y combatiente, que tanto le caracterizó, derivaba de una fe inquebrantable en las posibilidades para la aparición de un "hombre nuevo", sobre el que una y otra vez vuelve en obras como El socialismo y el hombre en Cuba o El socialismo y el hombre nuevo, y que contribuyen, al origen de la mitología guevarista. A ojos de la actualidad, tales tesis puede resultar cuando menos ingenuas, pero sirven para entender su elevado nivel de entrega y compromiso.

Si la imagen y personalidad del Che son determinantes para el desarrollo del mito, también lo fue el contexto de la época que le toco vivir. En EE.UU. los años sesenta eran los del movimiento por los derechos civiles o la movilización masiva contra la guerra de Vietnam, en Europa era una época marcada por la proliferación de los movimientos sociales y el surgimiento del mayo francés en 1968. Un terremoto aún mayor sacudía África y Asia: se desarrollaban los procesos de descolonización y surgían activos movimientos antiimperialistas, protagonistas a la vez de procesos revolucionarios de distinto sesgo y naturaleza. El capitalismo global y el imperialismo, dominantes hasta entonces, parecían atravesar una fuerte crisis. EL orden colonial se había resquebrajado y las colonias accedían a la independencia, alterándose gravemente el "status quo" internacional. Mientras, en Extremo Oriente la guerra del Vietnam iba camino de convertirse en la primera y única derrota de la historia de los EE.UU., hiriendo su orgullo de superpotencia y destapando su profunda hipocresía, desprestigiándolo como adalid de los derechos humanos a escala mundial. La guerra de Vietnam marca un antes y un después para aquellos pueblos que luchaban por su independencia y para todos aquellos que creían en la revolución, al demostrar que era posible que el más débil venciera al más poderoso, que era posible resistir. Eran muchas cosas también las que se movían en Latinoamérica, donde la crispación era intensa: la crisis social, producto de las relaciones de dependencia y del carácter injusto de la estructura social, originó profundas tensiones, en las que nació, se consolidó y quiso expandirse la revolución cubana. Muchos sectores, especialmente jóvenes entendieron el cambio como el gran objetivo anhelado, y la revolución que debería ser a escala continental, se convirtió en el vehículo apropiado para alcanzar la meta. 

Manifestación en Berlín en febrero de 1968 contra la guerra del Vietnam. Fuente: passagejfv.eklablog.com  



El último ingrediente que terminó de configurar el mito del Che, fue su propia muerte. Como ya hemos comentando, después de arriesgar su vida en Sierra Maestra y en la sabana del Congo, el 9 de octubre de 1967 Ernesto Guevara moría en la selva boliviana. Había llegado a Bolivia en noviembre de 1966 con 47 combatientes, más de la mitad bolivianos, 16 de ellos cubanos, algunos de su círculo de confianza más estrecho. Se asientan en el sudeste del país, en esos límites montañosos y selváticos donde las montañas de los Andes desembocan en el Gran chaco. El grupo se autodenomina Movimiento de Liberación Nacional de Bolivia. Desde un principio se sucedieron los problemas, no consiguieron el apoyo campesino, tampoco tuvieron el respaldo del Partido Comunista, cuya logística era fundamental para la supervivencia del grupo, desconocían la realidad sociopolítica boliviana e incluso las condiciones del terreno. En este sentido, el proyecto y desarrollo del grupo y su actividad insurgente contradecía las tesis sostenidas por el propio Che respecto al desarrollo de los focos guerrilleros. Pronto comenzaron las escaramuzas con el ejército, que los fue aislando y cercando, y enseguida entraría en acción la CIA, que mandó algunos de sus agentes para sumarse a la caza de tan preciada "presa". El desgaste continuo, con goteo de bajas incluido, llegó hasta octubre de 1967. El 9 de octubre, el Che hacía su última anotación en su Diario de Bolivia y al día siguiente, cuando se quedaba rezagado con algunos hombres para proteger la huida de los enfermos, es herido en combate, mientras la mayoría de los que le acompañaban caen abatidos. Ejecutado más tarde, su cuerpo fue trasladado a Vallegrande, donde se expuso en el lavadero del hospital Nuestro Señor de Malta, donde fue exhibido públicamente durante más de un día. Allí fue donde se le hicieron las conocidas fotografías que impresionaron al mundo. Fue enterrado en una fosa común con otros seis guerrilleros, siendo encontrada su tumba en 1997. Sus restos fueron trasladados a Cuba poco después y recibidos en olor de multitudes. Hoy yace, junto a sus compañeros, en el Memorial de Ernesto Guevara en Santa Clara. 

El agente de la CIA, Félix Ismael Rodríguez, a la izquierda, junto al Che, en la última imagen del guerrillero antes de morir. Fuente: abc.es

Militares bolivianos junto al cadáver del Che. Fuente: diariodecuba.com
























Su muerte, tan joven, lo catapultó hacia el mito. Nadie ha conocido a un Che anciano y con canas, poco activo o apegado a sillones. El Che murió como y cuando debe morir un mito, joven y como un héroe. Y así quedó inmortalizado. Fue herido luchando con arrojo, no huyó dejando a los suyos, sino todo lo contrario, cubrió con la ayuda de algunos de sus hombres la retirada de aquellos que por sus heridas y condición física iban más lentos y corrían el riesgo de ser capturados. Una vez apresado, lo asesinan y exponen en público como si de una pieza de caza se tratara. La humillación del adversario que pretendían los militares bolivianos se volvió contra ellos: la bajeza de los enemigos del Che contrastaba con la nobleza y heroísmo demostrada por el guerrillero, contribuyendo así al nacimiento y desarrollo del mito. 

La muerte del Che la lloraron públicamente medio millón de cubanos reunidos en la plaza de la revolución durante la velada solemne celebrada en su honor el 17 de octubre de 1967. Desde entonces, el Che comenzó a vivir en la memoria popular de los cubanos, con o sin la ayuda de la propaganda oficial. En Cuba, el Che es algo más que el mito que representa para el resto del mundo, es el líder de la ética revolucionaria. El Che Guevara, para la gente de la calle en Cuba, es el modelo de la autoridad moral. Si la revolución cubana fue la gran conmoción que llenó de esperanza a los pueblos explotados de América Latina, mostrando que era posible rebelarse y vencer al "Imperio del Norte", el Che simbolizó, dentro de esta revolución, lo más puro, lo más digno, lo más arriesgado, lo más austero, imaginativo y solidario.

Mausoleo del Che Guevara en Santa Clara (Cuba). Incluye una gran estatua del guerrillero y alberga su cadáver y el de 29 de sus hombres. Fuente: wikipedia.









A modo de conclusión. Reflexión final

Son cada vez más los periodistas y tertulianos de pro que se atreven, desde el mundo progresista, ha criticar la figura del Che. No hace mucho que uno de ellos, en TVE, al criticar con acierto la deriva autoritaria de la Nicaragua de Ortega, afirmaba con desparpajo la necesidad de que algunos sectores de la izquierda se desprendieran de sus lastres y perjuicios, que renegaran de la ligazón que aún tenían con dictaduras y dictadores (se refería a la Nicaragua de Ortega, pero especialmente a la revolución de Cuba, y como no, al chavismo venezolano, convertido en los últimos tiempos en la quintaesencia del mal). El tertuliano afirmaba no entender como había gente autodenominada de izquierdas que todavía pudiera respetar a determinados personajes, y con un insolente reduccionismo nombraba dos ejemplos a repudiar: Stalin y el Che, y a este último lo denominó, sin reparo alguno, "terrorista". Más allá de la marcada superficialidad de tal afirmación, confundir al Che con Stalin es una muestra de total ignorancia. Ninguno de los dos creía en la democracia como la entendemos hoy en día, pero ambos tenían ideas muy diferentes de lo que debía sustituirla. Ni su comportamiento en vida, ni su legado tras su muerte tienen nada que ver. El Che no era un santo, pero era un hombre honesto y coherente, no era el tirano despótico y caprichoso que fue Stalin, era un guerrillero y quizás un aventurero, pero no un asesino de masas, era un hombre de acción, idealista y entregado a su causa, un hombre al que es justo juzgar ubicándolo en su época y en el contexto geográfico e ideológico que le tocó vivir. Si se define al Che como un "terrorista", lo que ha hecho la derecha política latinoamericana y europea toda la vida, y hoy hacen cada vez más sectores progresistas, primero habría que definir el término "terrorista", que yo siempre he considerado complejísimo, aunque algunos lo simplifican y tergiversan con intenciones ideológicas muy definidas. No me voy a embarcar en algo tan peliagudo como definir un término tan ambiguo y cambiante como el de "terrorismo", pero si puedo dejar claro que los mismos que llamaban "terrorista" al Che durante la época de la Guerra Fría, lo hacían también con Mandela (por lo visto, hoy considerado un símbolo de la paz a nivel mundial) y su Congreso Nacional Africano, que usaba la violencia como un instrumento de lucha contra la terrible injusticia que se vivía en Sudáfrica. Y por cierto, Mandela encontró siempre en la revolución cubana a su gran aliado, casi el único, cuando estaba abandonado por las democracias occidentales, convertidas en el gran sostén internacional del régimen del apartheid durante la Guerra Fría (por lo visto el apartheid sudafricano nunca fue terrorismo para algunos). 

Acercarnos al Che con los ojos de un europeo del siglo XXI no lleva a dimensionar adecuadamente al personaje. El Che justificaba el uso de la violencia y rechazaba el concepto liberal de democracia, entre otras razones porque el liberalismo parlamentario tenía una proyección muy diferente en Latinoamérica a la que tenía y tiene en Europa. Las sociedades latinoamericanas están dominadas por una desigualdad tan profunda a nivel social, económico y cultural, incluso racial, que el desarrollo de regímenes democráticos resulta un proceso tan arduo como frustrante. La democracia liberal en América Latina se cimentaba, y aún lo hace hoy, sobre la exclusión de parte de la sociedad del sistema económico y por tanto del político. No es de extrañar que hombres como el Che la despreciaran, como tampoco que recurrieran a la violencia en sociedades de por sí muy violentas, donde proliferaban dictaduras y regímenes políticos pseudodemocráticos, amparados por los Estados Unidos y sostenidos sobre oligarquías económicas que incluso tenían y tienen tintes raciales. No es de extrañar que cualquier intento de cambio en sociedades donde la injusticia iba tan ligada a la represión, pudiera estructurarse únicamente a partir del uso de la violencia.

El Che junto a Fidel Castro en Sierra Maestra. Fuente: fotosdelcheguevara.blogspot.com




La Ucrania soviética en las décadas de 1920 y 1930: de Lenin a Stalin. Historia de Ucrania y Rusia (Parte IV)

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Trabajadores de una granja colectiva en la Ucrania soviética en la década de 1930. F.: ukrainer.net


Contra todo pronóstico, los bolcheviques habían salido victoriosos de la terrible guerra civil que asoló el viejo Imperio ruso entre 1918 y 1922. Los bolcheviques se habían enfrentado con éxito a las potencias extranjeras, a los ejércitos blancos zaristas de Denikin y Kolchak, a la resistencia de anarquistas, mencheviques y socialrevolucionarios, así como a las fuerzas de los nacionalismos centrífugos que pretendían aprovechar la situación propiciada por la revolución y la Primera Guerra Mundial para crear su propio estado. Como hemos podido comprobar en la entrada de este blog "La independencia de Ucrania entre 1917 y 1921", en ningún otro lugar como en Ucrania tales fuerzas convergieron con tanta intensidad y en ningún lugar como en Ucrania la devastación se volvió tan intensa. Por un lado, estaban los bolcheviques ucranianos y su determinación en hacerse con el control del país, por otro lado, las fuerzas anarquistas del Ejército Negro de Majnó, especialmente fuertes en el sureste. En tercer lugar, los ejércitos blancos de Denikin, que llegaron a conquistar buena parte del centro y el este de Ucrania en 1919, y más tarde, las tropas del general blanco Piotr Wrangel, que se harían fuertes en Crimea al final de la guerra civil. Un cuarto actor serían las fuerzas de los nacionalismos ucraniano y polaco, omnipresentes en el oeste de Ucrania, un nacionalismo ucraniano que consiguió durante algunos años crear un nuevo estado independiente con el apoyo y protección de las potencias centrales, la República Popular de Ucrania. En relación con ello, nos encontraríamos con el último gran ingrediente de la Guerra Civil Rusa en Ucrania, la intervención militar extranjera, particularmente la del ejército alemán, que llegó a ocupar buena parte del territorio ucraniano durante la Primer Guerra Mundial. Finalmente, y contra todo pronóstico, el Ejército Rojo terminará imponiéndose a todos sus enemigos, haciéndose con el control de buena parte de la actual Ucrania para lanzarse sobre Polonia. Solo su derrota en Varsovia frente al ejército polaco le hizo retroceder, permitiendo a Polonia hacerse con el control de Volinia y Galitzia, las regiones más occidentales de Ucrania, de mayoría ucraniana pero con amplias minorías polacas. La Paz de Riga de marzo de 1921, sancionaba el final de la breve experiencia de una Ucrania independiente y su reparto final entre la naciente Segunda República Polaca, que controlaría durante todo el período de entreguerras los territorios ucranianos antes mencionados, y el nuevo régimen bolchevique, que tendría soberanía sobre el resto de Ucrania. En diciembre de 1922, con el Tratado de Creación de la URSS, nacía un nuevo y gigantesco estado, concebido como una federación de repúblicas socialistas articuladas a partir de la Rusia soviética, pero que englobó inicialmente también a Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia.

Soldados de la 1ª División del ejército de la República Popular de Ucrania haciendo ejercicios militares en 1918. Fuente: nationalgeographic.com.es

El régimen soviético en los años 20 y el proceso de ucranización

Niños rusos desnutridos durante la hambruna rusa, 1922.
Fuente: Fototeca del CICR (DR).
El nuevo estado soviético nacía en condiciones durísimas, sometido a un intenso aislamiento internacional, pero también a una situación de profunda crisis económica, consecuencia de la sucesión de los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la Guerra Civil. La sucesión de los tres procesos, que se terminaron solapando, supuso la interrupción prolongada de la actividad agrícola, a lo que hubo que añadir la ruptura de los flujos comerciales y la política de requisas y represión realizada por los ejércitos en liza sobre el campesinado. El nuevo régimen intervino la economía en lo que se conoció como comunismo de guerra, ejerciendo una fuerte presión sobre el campesinado a través de una drástica política de requisas con la que mantener a los millones de hombres en armas y a la población obrera urbana. Esta situación crítica se volvió particularmente dramática en regiones como Ucrania, con un gran producción agrícola, pero que habían sufrido intensamente los embates de la guerra, a lo que habría que añadir los efectos de una pertinaz sequía. Todo ello generó una situación catastrófica que derivó en una brutal hambruna que se extendió por los territorios del antiguo Imperio ruso entre 1921 y 1922. Cientos de miles de ucranianos murieron de hambre, especialmente en sus regiones orientales, pero no fue Ucrania el territorio donde tuvo más intensidad. Millones de rusos murieron, siendo las regiones más afectadas las tierras del Volga, desde Baskhiria y Kazán hasta Astrakhan, pasando por Samara o Tsaritsin.

Niños famélicos durante la gran hambruna rusa en 1921. Fuente: Getty Images.

Las zonas del Volga fueron las más afectadas por la hambruna rusa de 1921-22. F: themaparchive.com

Bandera y escudo de la República Soviética de Ucrania.
Esta situación obligó al nuevo gobierno soviético a mover ficha y en marzo de 1921 se aprobaba en el X Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética la N.E.P., una nueva política económica que el mismo Lenin bautizó como capitalismo de Estado. El Estado seguía monopolizando el control político y los resortes esenciales de la economía pero introducía el mercado libre y se aceptaba la propiedad privada, se reformaba el sistema monetario y se atraían capitales extranjeros, poniéndose fin a las requisas. Todo ello reactivó la producción y la actividad comercial de inmediato, lo que fue especialmente evidente en lugares como Ucrania, cuyo potencial económico era enorme por su producción agrícola y minera. En paralelo a las transformaciones económicas, los aires de libertad también crecieron en el ámbito cultural y nacional, lo que contrastaba abiertamente con la actitud al respecto del antiguo Imperio ruso, cimentado sobre el predominio cultural y político de los rusos sobre el resto de los pueblos del Imperio. El nuevo estado soviético nacía como una federación de repúblicas socialistas, que aunque con un fuerte control político desde Moscú, no pretendía emular las viejas aspiraciones imperiales de la Rusia de los zares, y Ucrania había de formar parte de él como la República Socialista Soviética de Ucrania. Al contrario de lo que algunos sectores poco ilustrados apuntan con ligereza, la postura de los bolcheviques de entonces era muy diferente, cuando no contraria, a la del estalinismo posterior, ya que el nuevo régimen soviético de Lenin no empleó en ningún caso la rusificación como un arma de construcción nacional, no desplazó a pueblos enteros ni aplastó su cultura, no hizo en modo alguno del nacionalismo ruso su bandera. La integración de las culturas no rusas en el nuevo estado soviético se estructuró sobre bases diferentes a como lo había hecho el Imperio ruso: las minorías culturales habían de tener su espacio y se fomentaba el desarrollo nacional y cultural de los distintos pueblos de la Unión Soviética, de forma que así pudieran prosperar y converger en el nuevo estado: los idiomas nativos y las élites indígenas debían incorporarse al aparato del partido y del gobierno en cada república. 

Fuente: finea.wordpress.com

Miembros del grupo literario ucraniano VAPLITE en 1926. El segundo
sentado a la izquiera es M. Jvyloivyi. Fuente: wikipedia.
Tal política supuso en Ucrania un renacer de la identidad nacional y del idioma ucraniano, que pasaron a ocupar un lugar preeminente en el espacio público y la administración de la República socialista y del Partido Comunista ucraniano. Dicha identidad nacional incluso pudo expandirse hacia el este y el sur, donde la población era mixta entre ucranianos y rusos, como era el caso del Donbass y sus ciudades mineras e industriales. Las restricciones impuestas por el zarismo en lo respectivo a los libros y publicaciones en lengua ucraniana desaparecieron y éstas se multiplicaron con rapidez, mientras el idioma ucraniano empezó a generalizarse en el sistema educativo y la alfabetización de las masas rurales se empezó a desarrollar en lengua ucraniana, el idioma que la inmensa mayoría de los campesinos utilizaban de forma cotidiana en las regiones del oeste y el centro del país. Cuando el desarrollo urbano e industrial se produjo, especialmente a finales de los años 20, estas masas emigraron a las ciudades, y contribuyeron al desarrollo de la cultura ucraniana en las zonas urbanas, donde el ruso estaba mucho más presente. Se rompía, de esta forma, con las políticas asimilacionistas del zarismo, con el objetivo último de atraer a las masas de los distintos pueblos no rusos, incluido el ucraniano, hacia el nuevo proyecto revolucionario. Este proceso de indigenización en los territorios periféricos de la Unión Soviética se vio acompañado del desarrollo de una intensa actividad cultural, con una explosión de las vanguardias artísticas y una legislación tendente a transformar los valores tradicionales, cuyo paradigma fueron las leyes respecto a la familia y la mujer. En el aspecto literario y en el caso concreto de Ucrania en los años 20, se produjo una eclosión de escritores realmente impresionante, en lo que se ha dado en llamar el"Renacimiento rojo". Fueron años de creatividad desenfrenada en la que desarrollaron su actividad miles de autores, entre los que había prosistas como Mykola Jvyloivyi, poetas como Pavló Tychyna, dramaturgos como Mykola Kulish o el gran experimentador teatral Les Kurbas. Una generación de escritores que apostaron por la discusión literaria y la innovación, que en general aceptaban el comunismo o eran comunistas, pero se abrían a la influencia occidental, creando organizaciones literarias como HART, VAPLITE, MARS, PLUH, etc. 

Mykola Kulish, en el centro, leyendo su obra The People's Malathii al personal creativo del teatro. A su derecha el director teatral Les Kurbas. Fuente: openkurbas.org



Mykola Skrýpnyk. Fuente: commons.com.ua
Si una personalidad simbolizó el proceso de ucranización de los años 20 fue Mykola Skrýpnyk, comisario de justicia de Ucrania entre 1922 y 1927, año en que fue nombrado comisario de educación del gobierno de la República Socialista Soviética de Ucrania. El estalinismo lo puso después en el punto de mira y fue purgado y juzgado: en 1933 se suicidaba. Como buen bolchevique, rechazaba los postulados del nacionalismo ucraniano, pero a la vez, luchó siempre con todas sus fuerzas en defensa de la identidad cultural y nacional de Ucrania. Sus esfuerzos como comisario de educación permitieron a finales de los años 20 que el idioma ucraniano se asentara en el sistema educativo y alcanzara un importante desarrollo literario, teniendo un papel determinante en el proceso de normalización y estandarización de la lengua ucraniana, fundamental para que dicha lengua se convirtiera en un vehículo adecuado y generalizado de comunicación. En este sentido, Skrýpnyk patrocinó la Conferencia Ortográfica de Járkov, que en 1927 posibilitó la creación de una ortografía y alfabeto ucraniano estandarizado. 

Politburó en el XIV Congreso del Partido Comunista de toda la Unión en 1925. El cuarto por la derecha sería Stalin, junto a él, el tercero por la derecha, se situaría Mykola Skrýpnyk. F.: newcriterion.com













El estalinismo: colectivización y Holomodor

Todos estos cambios se verían trastocados progresivamente desde la llegada de Stalin al poder, especialmente a lo largo de los años 30, momento en que se haría evidente una profunda involución. Y sería en Ucrania donde el cambio en la dinámica revolucionaria terminaría mostrando su cara más brutal. Stalin concentró todo el poder en sus manos, iniciando una época de fuertes purgas en el Partido Comunista e instalando una política de terror sobre todo aquel que no fuera fiel al nuevo líder y pudiera contestar o resistirse a sus designios, pero también sobre aquellos que le obedecían y ejecutaban sus directrices, que serían reemplazados y depurados una y otra vez en una especie de ciclo constante de purga y terror. La represión política afectaría a los bolcheviques y a los no bolcheviques y se vería acompañada de un espectacular proceso de crecimiento económico e industrial que transformaría radicalmente una sociedad esencialmente agraria como la del viejo Imperio ruso, imponiéndose un nuevo modelo de economía fuertemente intervenida por el estado, que planificaba ésta de forma rígida a partir de planes quinquenales, el primero de los cuales fue aprobado en 1928 y puesto en marcha para el quinquenio 1929-33. Este proceso de industrialización fue muy intenso en Ucrania, una sociedad hasta entonces marcadamente agraria, donde la producción industrial se multiplicó por tres y la población emigró masivamente hacia los nuevos núcleos industriales. Este proceso se hizo especialmente evidente en la cuenca minera del Donbass, hacia cuyas ciudades emigraron muchos rusos, emigración que se intensificó tras la debacle demográfica del Holomodor a principios de los años 30, cuando las urbes de la región, como las del resto de Ucrania, se habían visto duramente afectadas por la hambruna.

Miembro de la granja colectiva Komintern, en la región
 ucraniana de Vinnytsia, en 1939. Fuente: ukrainer.net

Desfile antikulak bajo consignas como "liquidaremos a los kulaks
 como clase" o "Todos a la lucha contra los saboteadores de la
 agricultura". F: wikipedia.
Parejo al intenso proceso de industrialización se iniciaba un brutal proceso de colectivización agraria cuyas consecuencias resultaron especialmente dramáticas en amplias regiones agrícolas del sur de la Rusia soviética y en Ucrania, los grandes graneros del país. El ganado y la tierra fue concentrado en grandes granjas colectivas, destruyéndose la propiedad privada campesina. La resistencia del campesinado fue intensa en muchas zonas. A pesar de que en la época de Lenin se habían repartido las tierras de los grandes terratenientes entre millones de campesinos, los bolcheviques nunca habían conseguido penetrar de forma real entre el campesinado -menos aún en Ucrania-, que era sobre todo afín al Partido Social-Revolucionario. El recelo y la falta de comunicación entre el campesinado y los comunistas, que se había manifestado de forma dramática en el rechazo a las políticas de requisas del Ejército Rojo durante la Guerra Civil y en las revueltas campesinas que se produjeron al finalizar la contienda, se convirtió con Stalin en todo un programa de exterminio del campesino propietario acomodado, denominado por el régimen Kulak. Concebidos como una clase a exterminar, como enemigos del Estado, éste procedió desde 1929 a la eliminación de los Kulaks, para lo que se recurrió al ejército y la policía secreta del régimen, la OGPU y más tarde la NKVD, con ejecuciones masivas y deportaciones sistemáticas hacia Siberia y Asia Central.

Grano confiscado a una familia de Kulaks en Udachoye (Ucrania). F.: history.com 

El caos se apoderó de la economía y la producción agrícola se hundió. Varios factores se combinaron para provocar una tormenta perfecta, por un lado, la sequía del año 1932, por otro lado, la resistencia del campesinado a la colectivización, sobre todo de los kulaks, que se manifestó en la negativa a entregar su ganado y su producción, y por otro lado, su actitud poco productiva en las nuevas granjas estatales. La respuesta del Estado fue la represión y las requisas sistemáticas y violentas. Por otro lado, fue determinante la actitud del régimen de Stalin, que establecía unas cuotas de producción imposibles para las colectividades agrarias, las cuales no recibían del Estado nada de grano para la siembra mientras no las cumplieran. Se iniciaba así una dinámica perversa que hundió la producción agrícola irreversiblemente. El Estado, sin embargo, se mostraba inflexible e insaciable, y no renunciaba a las crecientes cuotas de producción con las que pretendía hacer frente a las necesidades de la industrialización acelerada, los costes de ésta y del tremendo crecimiento urbano, con los problemas de vivienda y alimento asociados, así como solucionar el problema de la deuda externa, para lo que resultaban claves las exportaciones agrícolas. La situación se agravó además por la mala administración del plan y la falta de una gestión adecuada: a veces el grano llegó a no cosecharse y otras veces se perdía parte durante su procesamiento, transporte y almacenamiento. Por último, el ambiente de represión y violencia y la baja productividad provocada por la propia hambruna generada retroalimentó la situación hasta llevarla al límite.

Preparación de grano para el envío a la estación de servicio en la granja colectiva "H. Petrovskii", en la localidad ucraniana de Petrovo-Solonykha, región de Mykolaiv, 1933. F.: ukrainer.net
Los soldados confiscan grano a los campesinos en Novokrasne, Ucrania, en 1932. F: history.org.ua
Carros con trigo confiscado a los campesinos en Ucrania, alrededor de 1932. F.:history.com (Sovfoto/UIG/Getty Image)
Camiones cargados con sacos de grano en una granja colectiva de Kahovka, Óblast de Kherson (Ucrania), 1933."En lugar del pan para los kulaks, que el pan sea socialista", se lee en el letrero del camión. Fuente:juancarlosisla.wordpress.com 
Un hombre armado protege el grano depositado en un almacén durdante la gran hambruna. Inicios de 1930. Fuente: history.com (Sovfotbarra/UIGbarra/Getty images)
 Niños sin hogar duermen en la calle durante la holomodor, 1933.
F: historia.nationalgeographic.com (Foto Cordon Press).
La consecuencia fue la muerte de millones de campesinos, algunos producto de la represión y las ejecuciones como consecuencia de la resistencia al proceso de colectivización, la mayoría de hambre en las zonas rurales donde vivían o en las ciudades a donde emigraron intentando escapar de la hambruna generalizada. A ellos habría que añadir otros muchos campesinos que fueron deportados de forma masiva entre 1930 y 1932 a Siberia y Asia Central, muchos de los cuáles morirían en los traslados o en los lugares en que fueron asentados por las malas condiciones de vida. Es difícil establecer un número real de víctimas de la hambruna, y mientras algunos sectores hacen alusión a 8 o 10 millones de muertos, o incluso más, en toda la Unión Soviética, la mitad o incluso dos tercios de ellos en Ucrania, otros autores rebajan la cifra ostensiblemente. Si tenemos en cuenta los documentos secretos desclasificados tras la caída de la URSS y los aumentos de la mortalidad que reflejan, así como la comparativa entre la población anterior y posterior a la hambruna, las cifras serían significativamente menores. Algunos autores hablarían de un número de muertos que no superaría los 3 millones, de los cuáles entre 1 millón y 1,5 millones pudieron ser ucranianos, otros hablan de cifras mayores: entre 2 y 3 millones de muertos solo en Ucrania. Lo más probable es que la realidad de los hechos se ajuste a estas cifras (de 1 a  3 millones de ucranianos) que aunque claramente menores, siguen siendo absolutamente terribles. Es difícil conocer los hechos reales, muchos muertos no se registraban, los déficit de población provocados por la hambruna pudieron ser cubiertos por la llegada de colonos de otras zonas, tampoco es fácil distinguir el que muere de hambre, por enfermedades o lo hace por la represión o por las condiciones de las deportaciones. El régimen de Stalin no era un régimen cristalino y durante el proceso de desestalinización el régimen soviético reconoció los crímenes del dictador, pero no la hambruna o Holomodor, sobre la que extendió un halo oscuridad y olvido. Sin embargo, tal desconocimiento no da derecho a convertir los datos en propaganda e inventar cifras disparatadas sin bases documentales suficientes. Eso es lo que ha hecho el nacionalismo ucraniano en el pasado y el propio gobierno ucraniano desde la última independencia, al sostener cifras de entre 7 y 10 millones de muertos solo en Ucrania, e incluso más aún. Lo que si es indudable, es que fue Ucrania la región más afectada, de ahí que los hechos reciban allí un nombre concreto, el Holomodor. Sin embargo, al contrario de lo que muchos manifiestan, la hambruna de la época no fue un hecho específico ucraniano, sino que afectó igualmente a otras zonas donde los kulaks tenían una presencia notable, ese fue el caso de la cuenca del Don, la región del Volga, las llanuras del Kuban al norte del Cáucaso, así como en Kazajstán y zonas de Siberia occidental. Para profundizar en el Holomodor, recomiendo al lector entrar en la página dedicada al tema en hmong.es, donde se hace un exhaustivo e interesante registro de las principales aportaciones historiográficas sobre el tema, especialmente en lo que respecta a las cifras totales de la hambruna.
Niños recolectando patatas congeladas en una granja colectiva de Ucrania durante el Holodomor. Fuente: history.com (Sovfoto/UIG/GettyImages)
Pérdidas directas de población por hambruna en Ucrania en 1933. Fuente: hwpi.harvard.edu


Alexander Wienerberger: el fotógrafo del Holomodor
Alexander Wienerberger fue un ingeniero austriaco que trabajó muchos años en la Unión Soviética. Movilizado por el ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial, fue hecho prisionero por los rusos en 1915. Estando en prisión, sus capacidades como químico resultaron de interés para el régimen soviético, que no dudó en utilizar a prisioneros extranjeros para suplir sus deficiencias en personal industrial cualificado. Wienerberger trabajó en el sector de la pintura y más tarde en fábricas de explosivos y después de plásticos, especialmente en Moscú. En 1933 fue destinado como director  técnico a una planta química de Jarkov, en la Ucrania oriental. En esos momentos, la hambruna se cebaba sobre grandes regiones de Ucrania y una de las áreas más afectadas era la zona de Jarkov, y Wienerberger se convirtió en testigo no deseado del drama humanitario. Realizó en torno a un centenar de fotografías de la hambruna en la ciudad utilizando para ello su cámara Leica y siempre al margen de la autoridad, que desconocía su proceder. En la Rusia de Stalin pocos extranjeros podían narrar y presenciar aquellos terribles acontecimientos, pero menos aún fotografiarlos, por ello, sus fotos resultaron un testimonio necesario y fundamental que ha permitido al mundo conocer la tragedia que se vivía en algunas regiones de Rusia y en Ucrania. Se trata de fotografías impactantes, donde se muestra a personas tiradas en las calles, familias y niños enfermos y famélicos o colas de hambrientos a las puertas de las tiendas de alimentos. En 1934, el mismo año en que regresa a Austria, esas fotos, gracias a la embajada austriaca, pudieron llegar por correo diplomático a Austria, donde fueron difundidas, hasta convertirse hoy en el principal testimonio gráfico de la hambruna de los años 30 en la Unión Soviética.

Colas ante un centro de distribución de leche. Jarkov, 1933. Fuente: rferl.org

Niña víctima del hambre en Jarkov. 1933. Fuente: holodomormuseum.org.ua

Indiferencia frente al hambre, Jarkov, 1933. Fuente: wikipedia

Víctima del hambre, Jarkov, 1933. Fuente: holodomormuseum.org.ua

Miembros de una familia víctima del hambre. Fuente: wikipedia

Víctima del hambre, Jarkov, 1933. Fuente: holodomormuseum.org.ua

Muertos y moribundos yacen en la calle ante la indiferencia de los transeuntes. F.: rferl.org

Niño muerto en las calles de Jarkov, 1933. Fuente: wikipedia

Los transeuntes observan el cadáver de una víctima del hambre en Jarkov, 1933. Fuente: wikipedia


Holomodor: rusificación y purgas

El nacionalismo ucraniano, antes y ahora, se ha referido al Holomodor como a un genocidio contra el pueblo ucraniano, al considerarlo como un plan urdido para el exterminio y sometimiento de éste, lo que se vería constatado por el hecho de que la hambruna afectó especialmente a las tierras de la actual Ucrania y las del Kuban, entonces pobladas sobre todo por ucranianos. Sin embargo, son muchos, entre los que se cuenta el autor de este blog, los que consideramos tal apreciación no ajustada a la realidad. La hambruna y la represión a ella asociada están ligadas sobre todo a una guerra cruenta emprendida por el régimen de Stalin contra los kulaks, contra los campesinos acomodados, y en general, contra el campesinado propietario, no solo de Ucrania, sino de toda Rusia; fue una batalla cruel y despiadada contra un grupo social y no contra un pueblo en específico. Eso no quiere decir que el proceso de colectivización, y la represión y hambruna asociada a él, no estuviera también imbricado con la política estalinista de rusificación de muchos territorios de la U.R.S.S., con la clara intención del régimen de someter a determinados pueblos a nivel cultural y nacional, algo que resultó evidente en el caso concreto del pueblo ucraniano, pero que afectó también a otros pueblos como los cosacos, los kazakos, los calmucos o los alemanes del Volga. La hambruna ayudó a descabezar el nacionalismo y la identidad de dichos pueblos, favoreciendo además el intenso proceso de rusificación paralelamente emprendido: por un lado, la rusificación cultural ejercida sobre los supervivientes, favorecida por el hecho de que la hambruna estimulara el proceso de urbanización y la huida de población de las zonas rurales, donde las culturas y lenguas nacionales eran más fuertes; por otro lado, permitió la emigración de rusos para ocupar el lugar y las ocupaciones que antes disfrutaban los muertos. El proceso, pues, contribuyó a doblegar a dichos pueblos a nivel nacional, aunque no fue su objetivo esencial, y desde luego no fue un proceso focalizado exclusivamente en Ucrania.

En consonancia con lo que hemos comentado, en los años 30, amplias zonas del este de Ucrania, que se habían visto desbastadas por la hambruna y las deportaciones, y donde las pérdidas demográficas habían sido significativas, fueron repobladas con la llegada de colonos rusos, generalmente de zonas como Belgorod o Voronezh. Así ocurrió en las regiones de Dnipro, Zaporiyia o Jarkov, así como en las ciudades mineras e industriales del Donbass, regiones donde ya de por sí la población rusófona era importante. Esto explicaría en parte, la existencia en la actualidad en dichas regiones de importantes contingentes de población rusófona o que se identifica con Rusia como nación. Sin embargo, solo lo explicaría en parte, porque hay que reseñar que buena parte de los reasentamientos de la época se hicieron con población procedente de otras regiones de Ucrania, zonas más occidentales, como Polesia, que habían sufrido menos la hambruna. El proceso de asentamiento de población rusa fue, sin embargo, mucho más intenso entre la población ucraniana de la región del Kuban, donde tras las deportaciones y la hambruna, a finales de los años 30, solo quedaba uno de cada ocho habitantes de origen ucraniano. En todo caso, y como ya hemos comentado, tal proceso de rusificación  y asentamiento de población rusa no se puede desligar de la política general de Stalin, es un proceso que vivieron muchos otros pueblos como los kazakos, los calmucos, los pueblos del Cáucaso norte, los cosacos, los alemanes del Volga, los pueblos bálticos o los tártaros de Crimea, unos antes, otros  después, a lo largo de los años 30 y 40. Y a este respecto, el historiador ucraniano Stanislav Kulchitsky es categórico: los asentamientos de población rusa en la época de Stalin como arma de rusificación fueron mucho más intensos en Crimea (tras la deportación de los tártaros) o en las repúblicas bálticas (sobre todo Estonia y Letonia), que en el caso de Ucrania oriental y el Donbass, donde generalmente se recurrió a población de otras zonas de Ucrania.

Casi 200.000 tártaros fueron deportados dese Crimea hacia Asia Central en 1944. F.: ukrainer.net


Crimea fue un ejemplo paradigmático de la deportación masiva de un pueblo por el régimen de Stalin y el asentamiento posterior de colonos rusos. Se trataba de un territorio que fue incorporado a Ucrania en 1954, durante la época Soviética, y que ha formado parte del estado ucraniano actual hasta 2014. En 1944, tras la expulsión de los nazis, casi 200.000 tártaros, pueblo turco musulmán, fueron deportados a Asia Central por el régimen de Stalin, en su mayoría a Uzbekistán, mientras se propiciaba el asentamiento de población rusa en las zonas donde hasta entonces habitaban. En el caso de Ucrania, sin embargo, el mayor agente de rusificación en los años 30 no fue la instalación masiva de colonos rusos, como muchas veces se ha dado a entender, sino la reversión de la política de ucranización anterior, que se produjo en un momento en que la colectivización del campo y la hambruna desarticularon el mundo rural y campesino ucraniano, al abrigo del cual la cultura ucraniana había resistido la presión rusificadora del zarismo. En consonancia, con la colectivización se produjo una migración masiva a las ciudades, donde la lengua y cultura rusa era fuertes y ahora lo serían más bajo el estímulo y patrocinio del régimen estalinista. En ellas y bajo la represión de la cultura ucraniana, millones de campesinos ucranianos se convirtieron en obreros de habla rusa. Se producía así un proceso de rusificación muy intenso que sería especialmente evidente en las zonas más industriales como el Donbass, cuyas ciudades crecían con mucha fuerza, especialmente la antigua ciudad industrial de Yuzovka, fundada por un empresario galés en el s.XIX y que en 1932 se había convertido en el gran centro industrial de la región del Donbass, aunque rebautizada como Stalino. Desde 1960 recibe el nombre actual, Donetsk, y se ha convertido hoy en el principal enclave prorruso de la actual Ucrania.

Yuzovka en 1912. La ciudad se convirtió en un gran centro industrial desde principios de siglo XX. En los años 30 se conocería como Stalino y desde los años 60 recibiría el nombre actual de Donetsk. F.:  historyhit.com

La ciudad de Stalino (hoy Donetsk) en 1930. Fuente: jenikirbyhistory.getarchive.net

Les Kurbas, director de cine y teatro ucraniano,
fue ejecutado en el campo de Sandarmoj. Foto
realizada tras su detención por el NKVD.
Fuente: wikipedia

El mencionado proceso de rusificación y lucha contra la identidad nacional de los ucranianos fue además parejo al de la purga sistemática del Partido Comunista y sus cuadros dirigentes en Ucrania. Por cierto, también este proceso de purga fue general a toda la Unión Soviética. En este sentido, entre 1929 y 1934 se inicia el proceso de purga del partido en Ucrania que acabó con los más férreos defensores de la política bolchevique de indigenización y ucranización, típica de la época de Lenin. Son purgados los defensores de la cultura y la lengua ucraniana, y sustituidos por cuadros rusos o defensores de una política de rusificación. Entre los depurados, uno de los grandes defensores de la política de indigenización en Ucrania y uno de los grandes líderes bolcheviques ucranianos, patrocinador del autonomismo y la cultura ucraniana, Mykola Skrypnyk. Comisario de educación de Ucrania desde 1927, se suicida en 1933, tras un juicio farsa típico del estalinismo. Las purgas continuaron en Ucrania como en el resto de la URSS, y entre 1936 y 1938 , los años más terribles, fueron purgados muchos de los miembros del partido que habían sobrevivido a las primeras purgas, más aquellos que habían reemplazados a los cuadros iniciales, en lo que fueron terroríficas rotaciones que se sucedieron en el tiempo. 
La intensa represión afectó igualmente a amplios sectores de la intelectualidad ucraniana que habían protagonizado el esplendoroso renacer cultural de la década de 1920, y muchos escritores y profesores ucranianos fueron arrestados, procesados y asesinados, quedando eliminada buena parte de la élite cultural del país.
Monumento a los intelectuales ucranianos ejecutados
en el campo de Sandarmoj. Fuente: wikipedia.
Todos ellos formaron parte del que se conoció como el Renacimiento fusilado: muchos de ellos fueron ejecutados, ese fue el caso de Les Kurbas, Mykola Kulísh o Mijailo Yalovi; otros sufrieron prisión y destierro en el gulag, aunque después sobrevivieron, como Boris Antonenko-Davidovich; hubo quien ante el drama y el hostigamiento que vivían él y sus amigos y conocidos, optaron por el suicidio, así ocurrió con Mykola Jvyloivyi; algunos optaron por la emigración y huyeron al extranjero como V. Vinnichenko; no faltaron tampoco los que sobrevivieron convirtiéndose al nuevo realismo socialista ucraniano y poniéndose al servicio del régimen de Stalin, nos referimos por ejemplo a Ostáp Vyshna o Pavló Tychyna. De funesto recuerdo fue el terrible campo de concentración de Sandarmoj, en el norte de la Rusia europea, en la remota región de Karelia, donde fue recluida buena parte de la intelectualidad ucraniana y donde murieron asesinados cientos de escritores ucranianos.


El periodo entreguerras en la Ucrania occidental 

Sin llegar al dramatismo de lo que ocurrió en la Ucrania soviética, en la Ucrania occidental el periodo entreguerras también resultó muy tumultuoso. Tras la victoria de las tropas polacas en la Guerra Civil Rusa ante el Ejército Rojo, Polonia y la Rusia bolchevique establecen unas nuevas fronteras en el Tratado de Riga de 1921 y la Ucrania independiente que había surgido al abrigo de la Primera Guerra Mundial desaparece troceada entre polacos y bolcheviques. La naciente Segunda República polaca había conseguido grandes concesiones territoriales, lo que le permitió extender su soberanía sobre amplios territorios orientales que implicaban la parte occidental de Bielorrusia y los territorios de Volinia y Galitzia en Ucrania. Allí habitaban importantes contingentes de población polaca, además de muchos judíos, pero la mayoría de la población era ucraniana. En el caso de la Ucrania occidental, que se extendía por los territorios de Volinia y Galitzia, la situación se volvió con el tiempo muy tensa. La Segunda República polaca se había estructurado como un régimen político autoritario, conservador y ultranacionalista cuya figura clave era el mariscal Józef Pilsudski, el héroe de la guerra contra los bolcheviques. El nacionalismo polaco era la clave de bóveda de una dictadura personalista que apostó por la polonización del país, instaurando el idioma polaco como lengua del sistema educativo, en un intento de cohesionar la heterogénea realidad étnica del nuevo estado. 

Fuente: reddit.com (original en inglés modificado por el autor al castellano).
Fuente: elaboración propia.

Yevhen Konovalets. Fuente: wikipedia
La resistencia de los pueblos no polacos no se hizo esperar, especialmente la de los ucranianos, lo que se tradujo en el nacimiento de organizaciones políticas de carácter nacionalistas que se oponían a la soberanía del gobierno polaco sobre las regiones de mayoría ucraniana. Ese fue el caso de la fundación en 1925 de la Alianza Democrática Nacional de Ucrania (UNDO), fundada por Dmytro Levytsky, que se convirtió en los años de entreguerras en el partido político dominante en la Ucrania bajo control polaco, siendo disuelta por los soviéticos tras anexionarse Ucrania occidental en 1939. Se oponía al dominio polaco y buscaba la independencia de Ucrania occidental, defendía la democracia política y la cultura ucraniana desde posturas de tolerancia, participando en las instituciones representativas polacas, no tuvo el antisemitismo abierto de otras organizaciones ucranianas y rechazó siempre el terrorismo y la violencia. Este no fue el caso de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), fundada por Yevhen Konovalets en 1929. La OUN se configuró como un grupo de inspiración fascista, con una ideología de ultraderecha que rechazaba toda colaboración con el estado polaco. Su apuesta por la violencia le llevó en verano de 1930 a iniciar, sobre todo en Galitzia, acciones de sabotaje y terrorismo: quema de viviendas, almacenes y propiedades de polacos, voladura de puentes y ataques a instituciones del estado, líneas ferroviarias y conexiones telefónicas. El objetivo era boicotear la decisión de algunos partidos ucranianos, como la Alianza Democrática Nacional, de participar en el sistema político polaco, buscando
Stephan Bandera. Fuente: wikipedia
estimular la represión del estado polaco sobre los ucranianos, para así favorecer la radicalización de éstos. Y lo consiguieron. El gobierno polaco inició entonces una política de pacificación, con arrestos masivos y registros violentos en viviendas y propiedades que muchos campesinos ucranianos vieron como un castigo colectivo inaceptable. La consecuencia fue la radicalización de muchos ucranianos moderados que fueron acercándose a las posturas más violentas e intransigentes de la OUN, que creció vertiginosamente, especialmente entre los más jóvenes, y aumentó sus actividades violentas con el asesinato de importantes personalidades en la primera mitad de la década de los 30, entre ellas el Ministro de Interior polaco, Bronislaw Pieracki. En 1940, la OUN se dividía en dos facciones, por un lado, la OUN-m, dirigida por Andriy Melnyk, con posturas más moderadas, por otro la OUN-b, que agrupaba a los jóvenes más radicales, dirigido por Stephan Bandera, la cual iría ganando cada vez más fuerza durante la II Guerra Mundial. La OUN-b defendía un ultranacionialismo radical e intransigente basado en una Ucrania monoétnica, lo que le llevó a participar activamente en el exterminio de la población judía (progroms y colaboracionismo con los nazis) y las matanzas de polacos que se produjeron en la Ucrania en guerra, especialmente en la región de Volinia (cerca de 100.000 campesinos polacos muertos y millones de desplazados).


Durante el período entreguerras, mientras Volinia y Galitzia quedaban enmarcadas dentro de la Segunda República polaca, la pequeña región de Transcarpatia lo hacía formando parte de Checoslovaquia, convertida en una de las 5 entidades administrativas que formaban parte del país y conocida entonces como Rutenia subcarpática. El territorio era la única región de mayoría ucraniana que había al oeste de los Cárpatos, y donde junto a los ucranianos, convivían minorías de rusinos, rusos y una importante comunidad húngara. En 1938 se independizó con el nombre de Ucrania de los Cárpatos, pero meses después fue ocupada parcialmente por el ejército húngaro en un ambiente de gran represión sobre la mayoría ucraniana. El territorio fue definitivamente anexionado por Hungría en la primavera de 1939, quedando bajo su control hasta la ocupación por las tropas soviéticas y su anexión a la URSS en 1945.

Fuente: elaboración propia.


Composición étnica de Checoslovaquia en el periodo de entreguerras. Es observable la mayoría ucraniana en Transcarpatia, aunque al suroeste de la región es dominante la población húngara. F.: wikipedia.



Ucrania en la Segunda Guerra Mundial: colaboracionismo y Holocausto. Historia de Ucrania y Rusia (Parte V)

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Voluntarios de la 14ª División de Granaderos Waffen-SS, también conocida como Division Galizien, compuesta en su totalidad por soldados ucranianos. Fuente: lasegundaguerra.com

El 1 de septiembre de 1939 la Alemania nazi invadía Polonia desde el oeste, dando comienzo la Segunda Guerra Mundial. Aunque Francia y Gran Bretaña reaccionaron de inmediato en apoyo de Polonia, declarando la guerra a Alemania, la reacción de la Unión Soviética no fue la esperada y ante la sorpresa general, no solo no intervino, sino que unas dos semanas más tarde hizo avanzar sus tropas desde el este para encontrarse con los ejércitos alemanes y hacerse con el control de la mitad oriental del país. El reparto de Polonia entre las dos superpotencias, ante el asombro mundial, había sido el fruto de un pacto secreto entre los dos países que había sido firmado previamente en agosto. En virtud de dicho pacto, la Unión Soviética conseguía recuperar las viejas fronteras del Imperio establecidas por Catalina la Grande tras las particiones de Polonia a finales del XVIII, incluida la región de Volinia, y se hacía además con el control de Galitizia y Bukovina, territorios también con mayoría de población ucraniana. Por primera vez en la historia, los territorios occidentales de Ucrania se unían a las regiones centrales y orientales, todos ellos bajo una misma estructura estatal, aunque no fuera la de una Ucrania independiente, sino la de Unión Soviética. El proceso se complementaría en 1944 con la anexión por los soviéticos de la transcarpatia, que estuvo bajo la soberanía de Checoslovaquia en el periodo entreguerras y bajo el control de Hungría durante la Segunda Guerra Mundial. 

Sin embargo, aunque de mayoría ucraniana, los territorios occidentales recientemente anexionados a la Ucrania soviética en 1939 eran una realidad muy compleja desde el punto de vista étnico y lingüístico. Por un lado, existía una amplia población judía de más de un millón y medio de personas y una minoría de alemanes y rumanos, y sobre todo, polacos, en una región que había estado bajo control de la Segunda República polaca desde la Primera Guerra Mundial.

La Segunda Guerra Mundial comenzó en Polonia, pero poco después se desplazó hacia el norte, a Noruega y Dinamarca, y más tarde, con la Campaña del Oeste, los nazis ocupaban Holanda, Bélgica y Francia en la primavera de 1940. Los alemanes habían aparcado el este de Europa, pero solo de forma temporal, y en 1941 el mundo pudo comprobar que sería allí donde se produciría el gran choque de titanes de la guerra, constatándose que el verdadero y gran objetivo de los nazis era la conquista del este europeo, de las tierras ocupadas por los eslavos en la Unión Soviética. Convergían allí los principales intereses del III Reich. Por un lado, la derrota de la U.R.S.S. significaría la derrota del comunismo y el bolchevismo, enemigo acérrimo del fascismo, por otro lado, los territorios eslavos de Polonia, Ucrania y Rusia eran considerados el ámbito natural de expansión de la raza aria. Ésta había de colonizar nuevos territorios a expensas de los pueblos eslavos que los ocupaban desde hacía siglos, pueblos considerados como una raza inferior, raza que había que esclavizar o exterminar y cuyas territorios serían explotados y colonizados por los arios. En tercer lugar, la expansión hacia el este permitiría a los nazis exterminar al gran enemigo racial, los judíos, pues era en Polonia y la Unión Soviética, especialmente en Bielorrusia y las zonas más occidentales de Ucrania, donde se encontraban las mayores comunidades de judíos de Europa. 

Tras la conquista de los Balcanes en la primavera de 1941, el 22 de junio de ese mismo año se iniciaba la Operación Barbarroja para invadir la Unión soviética y a lo largo de toda la línea fronteriza más de tres millones de soldados alemanes, con miles de tanques y aviones, se lanzaron a una ofensiva descomunal sobre territorio soviético. El avance alemán fue desde el comienzo extremadamente rápido. Aunque las fuerzas estaban inicialmente muy igualadas, la preparación, formación y dirección del ejército soviético, purgado hacia poco en su oficialidad por Stalin, dejaba mucho que desear. Por otro lado, los soviéticos no esperaban en modo alguno la invasión. Stalin había desoído los avisos de su inteligencia e incluso una vez se había iniciado la invasión todavía se resistía a creer lo que estaba ocurriendo. Estaba claro que Hitler había logrado engañarle. Eso se tradujo en caos e inacción inicial en el frente por parte del Ejército Rojo, lo que terminó favoreciendo el avance alemán. Por el norte los nazis se lanzaron sobre Leningrado, por el centro sobre Moscú, mientras que el grupo de ejércitos Sur avanzaba con rapidez por las llanuras ucranianas y a finales de septiembre tomaban kiev, después de un formidable cerco que se tradujo en 600.000 soldados soviéticos prisioneros y cientos de miles de muertos. Un mes después, a mediados de octubre caía la emblemática ciudad de Odessa, en el Mar Negro, tras un largo cerco, y a finales del 31 del mismo mes caía Jarkov, mientras en noviembre se iniciaba el asalto a Sebastopol, la gran ciudad portuaria de Crimea, cuyo asedio se prolongó heroicamente hasta julio de 1942. En diciembre de 1941 los alemanes tomaron Rostov, ciudad clave en el Don, quedando prácticamente toda Ucrania en manos nazis. Estancados en los frente norte y centro, en Leningrado y Moscú, y tras la batalla de Voronezh, los alemanes consiguen avanzar por el frente sur desde Ucrania hasta Stalingrado, donde se desarrollará la batalla más brutal y determinante de la guerra. En esa ofensiva quedarán bajo control nazi los últimos territorios ucranianos orientales que permanecían en manos soviéticas.

Mapa de la invasión alemana de la Unión Soviética hasta finales de 1941. Fuente: socialhizo.com

Colaboracionismo  ucraniano

Durante los años de ocupación militar nazi el territorio ucraniano fue administrado por el III Reich, quedando en su mayoría incorporado al llamado Comisariado Imperial de Ucrania o  Reichskommissariat Ucraine, con la excepción de la región occidental de Galitzia que se integraría en el Gobierno General de Polonia como Distrikt Galizien. Desde un principio, tanto el ejército alemán durante el proceso de conquista del territorio, como posteriormente la administración alemana, encontraron una importante colaboración en algunos sectores sociales ucranianos. Al contrario de lo que la propaganda soviética mostró tras la guerra, el colaboracionismo con los nazis había sido bastante más frecuente de lo que después se ha contado. Aunque la inmensa mayoría de los ciudadanos soviéticos combatieron en los grupos partisanos y en el Ejército Rojo, fueron muchos los que cooperaron con el invasor y las razones fueron múltiples: la simple lucha por la supervivencia, colaborar era un medio de esquivar el hambre y la carestía de la guerra; con frecuencia para los presos de guerra rusos unirse al enemigo era una forma de salir de los terribles campos de prisioneros; en otros casos, estábamos ante puro oportunismo, lo que llevaba a algunos a adherirse al caballo que parecía vencedor; los había que desertaban y se unían a los alemanes para huir del maltrato que sobre los soldados ejercían algunos oficiales soviéticos, muchos de los cuales, de acuerdo con las pautas de Stalin, no mostraban aprecio alguno por la vida de sus hombres; y por último, están aquellos que se unían al enemigo por su rechazo al régimen político de Stalin y la represión vivida durante los años 30 en el país. Entre ellos había muchos que no habían olvidado los traumáticos años de las colectivizaciones y la hambruna, la represión y las purgas políticas, sí como los procesos de rusificación sobre muchas de las naciones de la Unión Soviética. Un ejemplo paradigmático de esta colaboración fueron los llamados hiwis. Hiwien alemán era la abreviatura del término Hilfswillige o textualmente "Auxiliar voluntario". Los Hiwis fueron la base del llamado Ejército Ruso de Liberación (ROA), dirigido por el general  Andréi Vlásov, creado oficialmente en 1944 y que combatía contra el Ejército Rojo.

En el mapa aparece el Comisariado Imperial de Ucrania, que durante la guerra ocupaba buena parte de la Ucrania actual. Al margen estarían los territorios más orientales, que por cercanía al frente, estarían bajo jurisdicción militar, y al suroeste, el Distrito de de Galitzia, que se englobaba en el Gobierno General de Polonia. Transcarpatia, se hallaría bajo control húngaro y transnistria y Bukovina bajo Rumanía. Fuente: wikipedia

El hecho de que la represión y la hambruna de los años 30 fuera particularmente dura en Ucrania, así como la dura represión nacional sufrida por los ucranianos, hizo que el colaboracionismo con los nazis adquiriera una mayor dimensión que en otras zonas. Sin embargo, tal situación no es tampoco única de los ucranianos, ocurrió también con otros pueblos que habían sufrido con extrema dureza las políticas uniformizadoras de Stalin, ese fue el caso de los tártaros de Crimea, los calmucos o los cosacos, así como los pueblos caucásicos, especialmente chechenos e ighuses. En el caso de todos estos pueblos, como en el de Ucrania, fueron muchos los que combatieron con el Ejército Rojo, pero el hecho de que el colaboracionismo con los alemanes revistiera singular importancia, llevó a Stalin a generalizar su traición y a depurarlos en masa a posteriori, con deportaciones masivas hacia Siberia y Asia Central tras la derrota alemana. 

Recepción y homenaje de las autoridades y la población ucraniana al ejército alemán a su llegada a una población de la Ucrania occidental en el verano de 1941. Fuente: wikipedia.

La importancia de los sentimientos nacionales como elemento antisoviético lo demuestra el hecho de que iba a ser la Ucrania occidental, donde el movimiento nacionalista era tradicionalmente más fuerte y la cultura ucraniana permanecía más viva, la región que se mostraría particularmente afín a los invasores nazis. Allí es donde la mayoría de la población, inicialmente, recibirá a los invasores como liberadores y mostrará su júbilo sin tapujo alguno. Conforme los alemanes avanzaban hacia la Ucrania central y sobre todo oriental, tales muestras de respaldo iban desapareciendo, pasando a la indiferencia o a la hostilidad abierta. Las regiones occidentales de Galitzia y Volinia, además, habían vivido bajo Polonia durante todo el periodo entreguerras y hasta el inicio de la guerra, en septiembre de 1939, no habían sido incorporadas a la Unión Soviética. En ese breve tiempo, la NKVD de Stalin había desarrollado una activa política de represión sobre el nacionalismo polaco y ucraniano en la zona. De hecho, al retirarse el ejército soviético, la NKVD dejó un terrible rastro de prisioneros y disidentes ejecutados. Para el nacionalismo ucraniano esto último sería fundamental y permitiría, no solo justificar sino incluso blanquear los evidentes signos de su colaboracionismo con el invasor nazi. Es difícil conocer la magnitud de las barbaridades que la policía política de Stalin había hecho en las tierras occidentales de Ucrania, donde la hostilidad hacia el régimen soviético era manifiesta y mayoritaria, pero hay que poner en duda las cifras de asesinatos muchas veces manejadas, pues éstas fueron claramente sobredimensionadas por los propios nazis, que cuando ocuparon las zonas se preocuparon de airear y agrandar para debilitar el prestigio del enemigo comunista, y por el nacionalismo ucraniano que pretendía así justificar su colaboracionismo y sus coqueteos con ideas fascistas, así como las matanzas de judíos por ellos protagonizadas y su colaboración intensa en el Holocausto. De lo que no hay duda, es de que dichas matanzas existieron. Tampoco hay duda de que dichos asesinatos masivos de disidentes anticomunistas fueron usados como pretextos por el nacionalismo ucraniano más radical para protagonizar terribles progroms contra la población judía, antes incluso de la llegada de los soldados alemanes y por supuesto después, sirviendo además de brazo ejecutor de las políticas de exterminio nazi en Ucrania.
Fuente: elaboración propia

Stepán Bandera. Fuente: wikipedia
Ese nacionalismo ucraniano radical de la época tenía un nombre, estaba personalizado en la Organización de Nacionalistas Ucranianos(OUN), que había sido fundado en 1929 por Evguen Konovalets en la Ucrania bajo dominio polaco. Allí luchó por la independencia ucraniana y pronto se convirtió en la organización política ucraniana más importante, pasando a desarrollar también sus actividades en la Ucrania soviética. Eso llevó al asesinato por el NKVD de su líder en 1938 en Holanda. Dividido en dos grandes facciones, laOUN (b), más radical, quedó bajo la dirección de Stepán Bandera, mientras A. Melnik se convirtía en líder de la OUN (m). Tras la invasión alemana, ambas organizaciones rivalizaron y se enfrentaron violentamente por el control del territorio y el ámbito político del nacionalismo ucraniano, aunque poco a poco la OUN (b) se hiría imponiendo a lo largo de la guerra mundial. 


Muchos de los miembros de la OUN (b) se unieron como voluntarios al comienzo de la guerra a los batallones Nachtigall y Roland del ejército alemán, formando parte de la llamada Legión ucraniana, y tras el inicio de la Operación Barbarroja y la invasión de la Unión Soviética, penetraron en Ucrania. El batallón Nachtigall, dirigido por Román Shujévych, participó activamente en progroms de judíos en el oeste ucraniano, junto a muchos civiles y a milicianos pertenecientes a la Milicia Popular de Ucrania, formación paramilitar ligada a la OUN. La OUNy el nacionalismo ucraniano en general, percibió desde un principio que la invasión alemana era una oportunidad para la independencia, al modo de lo acontecido durante la Primera Guerra Mundial. Pero los alemanes tenían otros planes. El 30 de junio la OUN proclama en Lvov(Lviv en ucraniano) la independencia de Ucrania, convencidos de que los alemanes llegarían a aceptarla. Pero no fue así, los nazis rechazaron de inmediato la declaración de independencia y el líder de la OUN (b), Stepán Bandera fue detenido, siendo encarcelado en el campo de concentración de Sachsenhausen hasta casi el final de la guerra, en septiembre de 1944. La detención de Bandera no impidió que la colaboración de los nacionalistas ucranianos con los alemanes se mantuviera, unos y otros tenían demasiado en común: ambos odiaban a polacos, judíos y comunistas.

Roman Shujévych. Fuente: wikipedia

Miembros del batallón Nachtigall en febrero de
 1941. F.: wikipedia













Insignia del Batallón Nachtigall. Véase el aguila nazi y el Trýzub o tridente ucraniano. Fuente: lasegundaguerra.com

Policía auxiliar ucraniana. Fuente: wikipedia
De hecho, serían los nacionalistas ucranianos ligados a la OUN y a la Milicia Popular de Ucrania, los que formarían parte de la clave de bóveda del colaboracionismo ucraniano con los nazis, la Policía Auxiliar Ucraniana o Ukrainische Hilfspolizei, que desde su creación en agosto de 1941 por Heinrich Himmler, actuó en los territorios del Reichskommissariat Ukraine  y en el Distrito de Galitzia, llegando a estar formada por más de 30.000 miembros. La Policía Auxiliar Ucraniana englobaba dos tipos de organizaciones, por un lado las Schutzmannschaft o policía móvil, y la Policía Ucraniana o policía local, especialmente asentada en Galitzia y ciudades como Kiev. Sin ellas, el Holocausto no se hubiera podido desarrollar de la forma que lo hizo en Ucrania y su colaboración resultó fundamental para el trabajo de aniquilación de los einsatzgruppen de las SS. Además, y como veremos más adelante, decenas de miles de ucranianos también ejercerían como guardianes en los campos de exterminio de Polonia.
El colaboracionismo ucraniano se iría resintiendo con el tiempo, especialmente a partir de 1942, cuando se puso de manifiesto el plan alemán para desarrollar el concepto de "espacio vital" o Lebesnbraum. Los pueblos eslavos (polacos, checos, rusos y ucranianos) debían ser exterminados para reasentar en dicho territorio a millones de colonos alemanes o arios. Eran Untermenschen o infrahumanos, racialmente inferiores, y solo un tercio de ellos había de sobrevivir, para convertirse en trabajadores esclavos en la nueva realidad aria. Esa sería la base del llamado Plan General Este o Generalplan Ost, que pretendía cambiar la realidad étnica y demográfica de la Europa central y del este. Como reflejo de esta visión del mundo, los alemanes se mostraron pronto como un ejército ocupante, generalizando el maltrato y el desprecio por la población y procediendo a la deportación de cientos de miles de ucranianos como trabajadores esclavos. Rechazaron igualmente cualquier autonomía para los ucranianos y, por supuesto, se mostraron abiertamente hostiles a cualquier tipo de independencia de Ucrania. Como ocurrió en otras zonas de la Unión Soviética, perdieron una oportunidad de oro de haber obtenido el apoyo masivo de la población, y de hecho, cuando las tropas del Ejército Rojo fueron penetrando en la Ucrania oriental y central fueron recibidas por la mayoría de la población como libertadores.

Miembros del Ejército Insurgente Ucraniano o Ukrayins'ka Povstans'ka Armiya (UPA) Fuente: mezha.media

Nacionalistas ucranianos posan para la foto apuntando a sus víctimas
polacas. Fuente: cinepolaco.com
A partir de 1942 una parte de los miembros de la Policía auxiliar ucraniana empezaría a pasarse a las filas del denominado Ejército Insurgente Ucraniano, en ucraniano Ukrayins'ka Povstans'ka Armiya (UPA), creado en octubre de 1942 como brazo armado de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) y que sería dirigido desde octubre de 1943 hasta 1950 por el general Román Shujévych. Nombrado en 2007 Héroe de Ucrania, Shujévych puede ser considerado el prototipo del ucraniano colaboracionista, pues dirigió al inicio de la invasión de la Unión Soviética el Batallón Nachtigall (unidad de ucranianos en el ejército alemán) y estuvo más tarde al mando de un batallón de la Policía Auxiliar ucraniana, teniendo un papel destacado en la represión y asesinato de judíos en Bielorrusia y Ucrania occidental. En Volinia y Galitzia los guerrilleros ucranianos del Ejército Insurgente se enfrentaron a los alemanes a la vez que se enzarzaron en una guerra étnica que no solo iba a afectar a los judíos, sino también a los polacos. El nacionalismo ucraniano decidió iniciar una fortísima limpieza étnica cuyo objetivo final era la ucranización del país, lo que llevó al asesinato de entre 35.000 a 75.000 polacos, aunque algunas cifras hablan de 100.000, especialmente campesinos del mundo rural, primero en Volinia en primavera y verano de 1943, y después, en 1944, en Galitzia. Cerca de medio millón de polacos se verían además desplazados por las matanzas protagonizadas por los ucranianos nacionalistas. El nacionalismo ucraniano, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, ha blanqueado sistemáticamente tales matanzas hablando de una supuesta "guerra campesina" entre polacos y ucranianos en la que el Ejército Insurgente Ucraniano no habría tenido un papel activo. Hoy tales posturas se evidencian del todo inconsistentes. 

Genocidio de Lipniki, perpetrado por el Primer Grupo de la UPA,
dirigido por Ivan Lytwynczuk "Dubowyj", en el que fueron asesinados
 180 polacos y 4 judíos en marzo de 1943. Fuente: cinepolaco.com
Especialmente sangriento fue el mes de julio de 1943, y especialmente el 11 de julio, ese día las tropas de la UPA, con el apoyo de población local ucraniana rodeó y atacó a la vez 99 aldeas polacas en los distritos de Kowel, Wlodzimiers, Horochów y Luck. La matanza fue brutal y salvaje, las aldeas fueron quemadas y los bienes robados, ese día fueron asesinados 8.000 polacos, en su mayoría niños, mujeres y ancianos, con disparos, hachas, cuchillos o cualquier herramienta a mano. La situación se tornó incontrolable cuando la espiral de violencia llevó a la reacción de los polacos: la venganza de la resistencia polaca de la Armia Krajowa o Ejército Nacional Polaco produjo también el asesinato de miles de ucranianos, ante la satisfacción de los alemanes, que estimularon abiertamente el enfrentamiento entre los dos pueblos eslavos, lo que favorecía su posición en el contexto de una guerra caótica en la que también debían enfrentarse a los partisanos soviéticos que actuaban en la zona. Se convertía el occidente ucraniano en el escenario de una terrible batalla campal a cuatro bandas, en la que participaron partisanos soviéticos, guerrilleros polacos y ucranianos y tropas alemanas, a lo que habría que añadir la presencia de una amplísima comunidad de judíos, masacrados y odiados por los tres últimos. 

Pasajeros polacos del tren Belzec-Lvov tirados en el bosque. El 16 de junio de 1944 el maquinista ucraniano detuvo el tren en un lugar desolado en medio del trayecto. Entraron nacionalistas ucranianos y asesinaron a los 50 pasajeros de origen polaco. Fuente: cinepolaco.com

Preparativos para el funeral de los asesinados en el pueblo de Lodzina, cerca de Sanok, hoy al sureste de Polonia. Dos días antes, el 10 de septiembre de 1946, los nacionalistas ucranianos habían quemado el pueblo y asesinado a nueve de sus habitantes polacos. Fuente: cinepolaco.com

Mapa reelaborado por el autor a partir del mapa original. Fuente del original: reddit.com 

Emblema de la División Galizien. F.: wikipedia
A pesar de todo lo dicho, el nacionalismo ucraniano nunca rompió sus lazos de colaboración con los alemanes. Como prueba de ello fue la creación de una unidad militar autónoma de las Waffen SS formada por ucranianos, la 14ª División de Granaderos Waffen-SS, también conocida como División Galizien, por el hecho de que buena parte de sus soldados eran voluntarios de esa región del occidente Ucraniano. Fue creada en mayo de 1943, cuando el ejército alemán empezó a dar claras señales de agotamiento, con un desgaste brutal que derivaba en una falta crónica de soldados. A pesar del rechazo de la Gestapo y de algunas autoridades del régimen como Erich Koch, Gauleiter de Prusia Oriental, así como las reticencias del propio Hitler, que veía con malos ojos una unidad de las SS formada por eslavos, Himler aprobó la creación de la unidad, que combatiría en el Frente ruso en 1944 y después actuaría en la retaguardia, en Eslovaquia y Eslovenia, en la lucha contra los partisanos. Se conformó inicialmente con más de 10.000 soldados y llegó a tener cerca de 18.000 soldados durante su época de mayor auge. Para el nacionalismo ucraniano la División Galizien era una importante oportunidad, pues podría convertirse en el embrión de un futuro ejército nacional ucraniano. A partir de 1944 y ante el avance imparable por el este del Ejército Rojo, los alemanes liberaron a Stephan Bandera, que se asentaría en Berlín para ponerse de nuevo al mando del Ejército Insurgente Ucraniano, recibiendo ayuda organizativa y financiera del gobierno nazi. A partir de ese momento, dicha organización se volcó en combatir a los soviéticos al lado de los nazis de nuevo, llegando a participar en la defensa de Berlín, formando parte de las llamada Volkssturm o milicia nacional alemana que defendía la ciudad. Bandera y los suyos huyeron de Berlín cuando cayó la ciudad hacia las zonas bajo ocupación aliadas. Sin embargo, el caudillo ucraniano no pudo evitar la muerte y en 1959 el KGB soviético lo asesinaba en Munich. Bandera no escondió nunca su ideología autoritaria, cercana al fascismo, su antisemitismo visceral, su ultranacionalismo violento e intransigente, así como su profundo anticomunismo. Por mucho que ahora en Ucrania su imagen sea sistemáticamente blanqueada, haya recibido el título de Héroe de Ucrania y su figura corone cientos de pedestales de estatuas por todo el país, Bandera no puede ser nunca el icono de un nacionalismo verdaderamente democrático.

H. Himmler, Reichsführer de las Waffen-SS, visita a los voluntarios ucranianos de la 14ª División de Granaderos Waffen-SS, conocida como División Galizien. Fuente: lasegundaguerra.com

Miembros de la 14ª División de Granaderos Waffen-SS. Fuente: slaviangrad.es
Desfile de reclutas de la División Galizien
el 18 de julio de 1943 en la ciudad de Lvov.
Fuente: lasegundaguerra.com

La colaboración de los ucranianos nacionalistas y los nazis alemanes fue siempre más allá del plano estratégico. Es verdad que los alemanes se sirvieron de su intolerancia y antisemitismo con el objetivo de exterminar a polacos y judíos en las regiones de Bielorrusia y Ucrania, también es verdad que los ucranianos trataron de apoyarse en el ejército alemán y aprovecharse del contexto de la invasión germana y la retirada soviética para conseguir un triple objetivo: la ucranización de la Ucrania occidental con la limpieza étnica de minorías judías y polacas en su territorio, la expulsión del comunismo y el bolchevismo y la consecución de la independencia política del país.Pero el colaboracionismo ucraniano no solo era algo estratégico, la Organización de Nacionalistas Ucranianos compartía con el nazismo muchos presupuestos ideológicos: por un lado, se trataría de una ideología autoritaria e intolerante a nivel político, cercana al fascismo, cuya esencia sería un ultranacionalismo violento e intransigente, por otro lado, estaríamos ante un profundo antisemitismo con raíces históricas y un anticomunismo casi obsesivo, fruto de la terrible huella que durante los años 30 había dejado en Ucrania el régimen de Stalin. No hace falta decir, que todos éstos son principios compartidos por el nazismo alemán.

El Holocausto judío en Ucrania

Más allá de la pervivencia de un antisemitismo de gran arraigo, es difícil encontrar justificación para los progroms ejercidos en Ucrania occidental por los nacionalistas ucranianos. El vacío de poder dejado por la retirada soviética y los asesinatos cometidos por la NKVD de Stalin, desembocaron en las crueles matanzas de judíos que se produjeron en muchas ciudades ucranianas, tal fue el caso de Tarnopol, Brzezany o Lvov. Los judíos fueron convertidos, al estilo medieval, en el chivo expiatorio, en los culpables de la represión estalinista. Siguiendo los principios de la "conspiración judeo-bolchevique" tan propia del fascismo, se les adjudicó el sambenito de colaboradores con los soviéticos y el antisemitismo de siglos hizo el resto. 

En Bielorrusia, Polonia y Ucrania, especialmente en el occidente del país, se encontraban las comunidades judías más importantes de Europa. Tradicionalmente, en los últimos siglos tanto el estado polaco, cuando existió, como el Imperio ruso o el austriaco, habían marginado y discriminado a la población judía: se habían cercenado sus derechos civiles, en ocasiones se había impedido su migración hacia las ciudades, en general se había limitado su acceso a determinados empleos y a estudios  universitarios. En ocasiones, la marginación se tornaba odio y entonces se imponía la violencia sobre los judíos, en forma de asesinatos, saqueos y progroms. Al contrario que en Europa occidental, los judíos de estas zonas vivían en gran parte en comunidades rurales, manteniendo su religión, su cultura y su propio idioma, el yiddish, de forma que la mayoría de los nacionalismos de la zona los concebían como un obstáculo en el proceso de construcción nacional, en el que de hecho, en la mayoría de los casos, no participaban. Por otro lado, con el proceso de urbanización de finales del XIX y principios del XX, muchos judíos se había desplazado a las ciudades y se habían secularizado, incorporándose al movimiento obrero e integrándose en partidos socialistas y comunistas. El caso más conocido fue el de Leon Trotsky, uno de los líderes bolcheviques de la Revolución Rusa de 1917, pero hubo muchos otros. De todos modos, la mayoría de la población judía del este de Europa siguió durante el primer tercio del XX al margen de los procesos de construcción nacional o del desarrollo del movimiento obrero, viviendo en pequeñas ciudades o en el mundo rural, apegados a su religión y valores tradicionales, los cuáles habían dado cohesión a las comunidades y les habían permitido resistir a lo largo de la historia en un ambiente hostil de discriminación y progroms

 Judíos charlando en la puerta de una tienda en Krasilov, Ucrania (1916-17). Fuente: anuario.amijai.org

La Primera Guerra Mundial y el periodo entreguerras fue terrible para los judíos. Durante la Gran Guerra los lugares donde se asentaban las principales comunidades judías (Polonia, Ucrania o Bielorrusia y Lituania) se convirtieron en zonas de combate, lo que volvería a suceder durante la Guerra Civil Rusa y la Guerra ruso-polaca, en la que los judíos se vieron en medio del fuego cruzado de todos los bandos, que ejercieron sobre ellos una violencia brutal, con saqueos y matanzas. Tanto los ejércitos blancos del general Denikin y las fuerzas militares polacas, como el Ejército Nacional Ucraniano encabezado por Symon Petlyura y su estado independiente (1917-1921), volcaron sus odios sobre los judíos, siendo decenas de miles de ellos asesinados. Aunque la caballería cosaca del general Budionni protagonizó algunos actos de violencia antisemita, en general el Ejército Rojo permaneció al margen de gran parte de los excesos y no empleó la violencia sistemática contra los judíos. Es más, entre los bolcheviques había muchos judíos urbanos secularizados, y además, como ideología, el comunismo aborrecía de la tradición antisemita del cristianismo europeo y no buscaba la construcción de estados nacionales sino la unión de pueblos bajo el comunismo, por lo que las comunidades judías y su fuerte personalidad cultural y lingüística no suponían ningún obstáculo inicialmente, salvo en lo que respecta a su componente religioso. Los bolcheviques abolieron buena parte de las leyes segregacionistas, los judíos vivieron una intensa represión en el ámbito de lo religioso, como el resto de los ciudadanos de la Rusia soviética, pero se les reconocieron sus derechos civiles y pudieron disfrutar de una increíble libertad cultural. Por eso, y en general, la postura de las comunidades judías no fue de hostilidad abierta hacia el bolchevismo, al menos no en la medida que sí desarrollaron los nacionalistas rusos, polacos o ucranianos. Tal realidad, unida al indudable peso que la élite intelectual y urbana judía tuvo en las organizaciones socialistas y comunistas en buena parte de Europa central y oriental, sería la base sobre la que el fascismo y el ultranacionalismo de la época cimentarían la supuesta conexión entre bolchevismo y judaísmo, a la que se le dotó de un aura conspirativa sin igual. 

El antisemitismo visceral de los nacionalismos de la Europa oriental se desataría del todo durante la Segunda Guerra Mundial, lo que se hizo especialmente evidente en Ucrania. Tras la retirada del Ejército Rojo, en la ciudad de Tarnopol, en la Ucrania polaca, se descubrieron fosas comunes con cientos de disidentes políticos ucraniano ejecutados por el NKVD. Los dirigentes locales, ligados a la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) azuzaron entonces a la población contra los hebreos de la localidad y el 24 de junio los paramilitares nacionalistas de la Milicia Popular Ucraniana entraron en las viviendas de los judíos y mataron a muchos de ellos, mientras la mayoría eran conducidos por las calles hasta las fosas comunes de los asesinados por los soviéticos, donde tras extraer y sacar los cadáveres, fueron introducidos y asesinados a golpes y palazos. Más de 1.000 judíos murieron brutalmente. Una situación similar se reprodujo en Brzezany, mientras en Zlockzow, tras descubrirse los cadáveres de los ucranianos asesinados por los soviéticos en el castillo de Zolochiv, los judíos de la ciudad fueron conducidos a la fortaleza, donde milicianos ucranianos los torturaron y asesinaron. Curiosamente, en estos casos, la llegada del ejército alemán frenó temporalmente la matanza, que después estimularían de forma más sistemática los SS. No fue este el caso de uno de los más terribles progroms realizados en Ucrania, el de la ciudad de Lvov, la capital de Galitzia. Tras la retirada soviética, el 30 de junio, se encontraron miles de cadáveres, muchos de ellos con signos evidente de tortura. Turbas de ucranianos salieron entonces a las calles con palos y cuchillos y condujeron a millares de judíos hasta la fortaleza de la ciudad donde fueron obligados a enterrar a los ucranianos asesinados. Después, fueron conducidos entre humillaciones y violencia de nuevo hasta la urbe, donde fueron asesinados en plena calle a base de golpes y cuchilladas. Un total de 4.000 judíos fueron brutalmente asesinados. La llegada del ejército alemán esta vez no frenó las matanzas, porque con los soldados venían unidades de las SS y la unidad de voluntarios ucranianos del Batallón Nachtigall, que ejecutaron a otros 3.000 judíos. Todavía Lvov viviría otra matanza más. En los llamados "Días de Petliura" (coincidieron con el aniversario, el 25 de julio de 1941, de la muerte de Simón Petliura, uno de los grandes líderes histórico del nacionalismo ucraniano), una población imbuida de exaltación nacionalista y patriótica se echó a la calle. La commemoración supuso el linchamiento público de miles de judíos, muchos de ellos niños, mujeres y ancianos, que fueron desnudados, humillados y golpeados públicamente, entre la mofa y divertimiento general, para después muchos de ellos ser fusilados o asesinados con palos y armas blancas. Al menos 2.000 judíos perdieron la vida en tales sucesos. Es así, como los alemanes pudieron constatar muy pronto el enorme antisemitismo de los ucranianos, especialmente en las zonas más occidentales de Ucrania, precisamente donde las comunidades judías eran más numerosas, e intentaron estimularlo y encauzarlo adecuadamente a sus intereses.

Mujeres judías son linchadas por nacionalistas ucranianos en las calles de Lvov en julio de 1941. Uno de los agresores empuña un cuchillo. Fuente: eurasia1945.com

Mujer judía golpeada en el suelo durante el progroms de Lvov de julio de 1941. Fuente: vitag.es

Agresión a judíos durante el progroms de Lvov de julio de 1941. Uno de los agresores porta una espada. Fuente: eurasia1945.com

Mujer aterrorizada es linchada durante el progroms de Lvov de julio de 1941. F.: vintag.es


Mujer judía semidesnuda y herida durante el progrom de Lvov en julio de 1941. F.: vintag.es

Una mujer judía y su hija en el suelo tras ser golpeadas por nacionalistas ucranianos durante el progrom de Lvov de julio de 1941. F. vintag.es

Linchamiento de un judío en las calles de Lvov en julio de 1941. Fuente: storymaps.arcgis.com

Un anciano judío se arrastra en el suelo tras ser herido durante el progrom de Lvov de julio de 1941. Fuente: vintag.es

Un judío es maltratado y humillado ante la estatua de Lenin
 durante el progrom de julio de 1941. Fuente: reddit.com 

Mujer judía semidesnuda maltratada en 
las calles de Lvov en julio de 1941.
F.: independientespanol.com
Mujer judía desnudada públicamente bajo
las mofas de los ucranianos, detrás uno de
ellos porta una espada. F.: eurasia1945.com 
eurasia1945.com

Progrom de Lvov durante los llamados "Días de
Petlyura". Una mujer judía corre aterrorizada y
un niño la sigue con una porra. F. Wikipedia.

Judío golpeado en las calles de Lvov durante
el progrom de julio de 1941. F.: Wikipedia.

Judíos antes de ser asesinados por los nacionalistas ucranianos durante el brutal progrom de Lvov de julio de 1941. Puede verse en primer término a muchos de ellos heridos. Fuente: storymaps.arcgis.com

Fragmento de la foto anterior. Fuente: storymaps.arcgis.com

Con las tropas alemanas, a Ucrania llegaron los Einsatzgruppen,en alemán "grupo de operaciones", que eran auténticos escuadrones de la muerte, escuadrones de ejecución itinerantes conformados por miembros de las SS, que tenían la función de realizar funciones de limpieza del territorio ocupado por los nazis en el este de Europa, lo que implicaba el asesinato de gitanos, judíos, comunistas y comisarios políticos, todo ello sin respaldo legal ni judicial. La incansable actividad de los Einsatzgruppen en Europa oriental se tradujo en el asesinato de cerca de un millón y medio de personas. La labor de estos grupos en Ucrania fue realmente intensa, poniendo en marcha todo un programa de exterminio de los judíos de la zona: los alemanes llegaban y ocupaban una ciudad o pueblo, confinaban entonces a la población judía en algunas calles o unguettoy establecían un Judenrat o asamblea  judía que se encargaría de controlar a la población del guetto judío. A partir de ese momento, los judíos eran obligados a estar identificados con un distintivo propio. Un tiempo después se procedía a su ejecución sistemática, siendo trasladados a lugares concretos para ser asesinados. La mayor matanza se produciría en el barranco de Babi Yar, cercano a Kiev, donde fueron asesinados buena parte de los judíos de la ciudad entre el 29 y el 30 de septiembre de 1941 -más de 33.000 judíos-. Se trató de la que fue una de las mayores matanzas de civiles de la Segunda Guerra Mundial. La decisión fue tomada por el General Kurt Eberhard, gobernador militar, por Friedrich Jeckeln, obergruppenführer de las SS y comandante de la Policía del Grupo de ejércitos Sur, y por Otto Rasch, Comandante del Einsatzgruppe C.

Tras hacer retroceder a los alemanes hacia el oeste, los soviéticos recuperaron en 1944 la ciudad de Kiev y desenterraron más de 14.000 cadáveres en el barranco de Babi Yar. Fuente: yadvashem.org

Un policía alemán dispara sobre civiles judíos en Ivangorod (Ucrania) en 1942. Fuente: historia.nationalgeographic.com.es

Un miembro de las Waffen SS dispara a un judío ante una fosa común
 en Vinnitsa (Ucrania), en julio de 1941. Fuente: wikipedia.

Judíos forzados por las SS a cavar su propia tumba en Sboriv (Ucrania) en julio de 1941. Posteriormente fueron ejecutados. Fuente: wikipedia.


Una madre y sus hijos antes de ser asesinados en Lubny,
 Ucrania, el 16 de octubre de 1941. 
F: yadvashem.org
En su macabra labor, los Einsatzgruppen contaron con la inestimable ayuda de la Policía Auxiliar Ucraniana o Ukrainische Hilfspolizei, creada en agosto de 1941 por Heinrich Himmler, que actuó en los territorios del Reichskommissariat Ukraine y el Distrikt Galizien. En gran parte, sus fuerzas se nutrían de miembros de la Milicia Popular de Ucrania, ligada a la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN). Sin ellas, el Holocausto no se hubiera podido desarrollar de la forma en que lo hizo en Ucrania y su colaboración resultó crucial: registro y detención de judíos, realización de redadas, vigilancia armada de los guetos, organización y carga de los convoyes de judíos en dirección a los puntos de ejecución e incluso participación en tales procesos de ejecución, aunque fuera en laboresuente auxiliares. Muchos de los miembros de la Policía Auxiliar Ucraniana se unirían más tarde al Ejército Insurgente Ucraniano, que nacía como el brazo armado de la OUN. Sus fuerzas serían además protagonistas del genocidio perpetrado contra la minoría polaca a partir de 1943 en Volinia y más tarde en Galitzia, que supuso el asesinato de cerca de 100.000 polacos y el desplazamiento de medio millón de ellos huyendo de las matanzas.

El 13 de octubre de 1941 se producía una matanza de judíos en la ciudad ucraniana de Miropol. Más de 450 judíos fueron asesinados por los einsatzgruppen de las SS. En la foto una madre y su hijo son asesinados por dos policías ucranianos a los que acompañan dos guardias de frontera alemanes. F.: United State Holocaust Memorial Museum

Capítulo aparte sería el destacado papel desempeñado por los ucranianos en la represión y vigilancia de los campos de concentración y exterminio nazi ubicados en Polonia. Decenas de miles de ucranianos fueron reclutados como guardias de dichos campos, la mayoría de los cuales eran antiguos prisioneros de guerra renegados, que se incorporaban a la maquinaria represiva nazi para salvar el pellejo y salir de los campos de prisioneros alemanes, donde los soldados soviéticos sufrían unas durísimas condiciones de vida. En general los alemanes reclutaban como guardias a bálticos (lituanos, estones, letones) y ucranianos, porque muchos de ellos eran profundamente anticomunistas y antisemitas, por lo que su compromiso y lealtad era más que evidente. Después se les entrenaba en campos de prisioneros como el de Trawniki en Polonia. En concreto, en este campo de prisioneros soviéticos se crearon instalaciones en septiembre de 1941 para el entrenamiento de auxiliares, y de los 5.000 que allí se formaron la mayoría eran ucranianos. Una vez formados como soldados auxiliares o Hilfswilligense incorporaban después a sus funciones. Tuvieron un papel relevante en la lucha contra los partisanos en Polonia, así como en redadas y evacuación de ghettos judíos polacos, siendo fundamentales en la aniquilación de los levantamientos judíos en guettos como el de Varsovia o Bialystok. Sin embargo su papel más destacado fue el de guardias en campos de exterminio como Belzec, Sorbibor o Treblinka. En estos campos el personal de las SS no excedía de los 20 o 30 miembros, siendo esencial la ayuda de los guardias auxiliares, que suponían buena parte del personal de los campos, con más de 100 efectivos. 

Himmler saluda a los guardias auxiliares en Trawniki (julio de 1942). Fuente: annefrank.org 

Guardias entrenados en Trawniki cuyo destino sería el campo de exterminio de Belzec (1942-43). Fuente: annefrank.org

Guardias del campo de exterminio Sobibor, en Polonia. Una parte importante eran ucranianos, muchos de ellos prisioneros de guerra soviéticos procedentes del campo de entrenamiento de Trawniki. Fuente: sobibor.de
Campos de concentración y exterminio nazis. Fuente: elaboración propia.

Reflexiones finales

Son muchos los que en Ucrania, y fuera de ella, están en la actualidad maquillando los hechos pasados que aquí hemos narrado. El nacionalismo ucraniano actual, con importantes raíces en el de entreguerras, está siendo blanqueado en aras de la derrota del invasor ruso. Occidente se ha involucrado en una guerra que trasciende la vieja vendetta entre dos nacionalismos históricos, el ruso y el ucraniano, una guerra entre la unilateralidad que salió del fin de la Guerra fría y los deseos de Rusia, compartidos con otras potencias, por implantar un nuevo orden mundial basado en la multilateralidad. Esa batalla implica el apoyo sistemático a Ucrania para frenar el crecimiento de Rusia como nueva potencia mundial. Para justificar ese apoyo sin paliativos, en Occidente se ha procedido a olvidar el pasado y el presente del nacionalismo ucraniano. Ucrania es una realidad con dos caras, una rusa y otra ucraniana, y el nacionalismo ucraniano desde la independencia, y especialmente desde los acontecimientos de 2014, ha pretendido borrar la primera y se ha embarcado en un exitoso proceso de ucranización. Eso ha implicado un lavado de imagen histórico. Personajes como Bandera o Shujévich han sido convertidos en Héroes de Ucrania y sus nombres están en plazas, avenidas y estadios, mientras sus estatuas decoran los espacios públicos de muchas ciudades. Sus figuras han sido depuradas e idealizadas y se han convertido en simples luchadores por la libertad de la Patria. Se asume con orgullo que lucharon en la II Guerra Mundial contra nazis y soviéticos por igual, lo que es más que discutible, como se evidencia tras la lectura de esta entrada del blog; se minimiza el colaboracionismo ucraniano con los nazis y se justifica como reacción frente a los crímenes de Stalin; se olvida la limpieza étnica de polacos durante la guerra y, sobre todo, el papel fundamental del nacionalismo ucraniano en el Holocausto nazi. 

Aficionados del club de fútbol FC Karpaty Lviv
en honor a la División Waffen-SS Galizien (Lviv,
Ucrania, 2013). Fuente: military-history.fandom
A la vez, en la Ucrania de hoy en día, las agrupaciones fascistas ucranianas, sin apenas presencia en el parlamento, pero omnipresentes en la calle y en el ejército, van adquiriendo creciente protagonismo amparados por el Estado, grupos paramilitares fascistas que fueron determinantes en la llamada por muchos como Revolución del Maidán o Euromaidán, aunque el proceso, bien analizado, no fue muy diferente de cualquier otro golpe de estado. En los disturbios del Maidán tuvo su eclosión la ultraderecha fascista ucraniana, organizaciones como Svoboda, Prâviy Sêctor (Sector Derecho) o el Batallón Azov, famoso por su resistencia numantina en la ciudad de Mariupol en la guerra del 2022, y que hoy se haya incorporado al ejército como parte de la Guardia Nacional de Ucrania. Estos grupos fueron responsables de posibles crímenes en el Donbass durante la guerra de 2014 y matanzas como los asesinatos de ciudadanos prorrusos en la Casa de los Sindicatos de Odessa en 2014. Aunque con escaso peso en los organismos representativos del país, se convirtieron desde el golpe de estado del Maidán en una punta de lanza del nacionalismo ucraniano, empeñado con éxito desde entonces en un proceso de ucranización, que ha supuesto en los últimos años la ilegalización de partidos considerados prorrusos o de sentimiento soviético, el cierre de medios de comunicación en lengua rusa y la discriminación del  idioma ruso en la educación, lo cual ha sido especialmente evidente en el oriente ucraniano, donde el ruso sigue hoy siendo la lengua dominante. 

Cuando, durante la Guerra con Rusia, el ejército ucraniano pasó a la ofensiva y comenzó a reconquistar pueblos y ciudades en otoño de 2022 -ese fue el caso de Jerson-, algunos asistimos horrorizados a un hecho que se hizo cotidiano: en las plazas de dichas localidades, junto a la bandera ucraniana solía ondear la rojinegra del antiguo Ejército Insurgente Ucraniano, hoy símbolo del nacionalismo radical ucraniano, que comparte no solo el legado sino la ideología de sus predecesores. Si sorprende que Rusia hable de desnazificar Ucrania, a todas luces una exageración, cuando no un despropósito, porque es evidente que la Ucrania actual no es un régimen fascista, aunque desde luego, tampoco lo es democrático en el sentido estricto; a mí me sorprende aún más que un presidente de origen judío, Volodímir Zelensky, consienta que aquellos que asesinaron de forma cruel y masiva a su gente en los años del Holocausto, puedan hoy ser homenajeados como héroes, y sus herederos políticos campar a sus anchas por el país que gobierna. 

Manifestación en Madrid en contra de la invasión rusa de Ucrania (febrero de 2022). La mayoría de los participantes son ucranianos. Obsérvense las banderas rojinegras ultranacionalistas junto a las de Ucrania. Fuente: 20minutos.es

Manifestación del partido ultraderechista Sbovoda en las calles de Kiev en enero de 2022. Los asistentes portan antorchas para conmemorar el nacimiento de Stephan Bandera. Omnipresentes los colores rojinegros del Ejército Insurgente Ucraniano de la década de 1940. Fuente: diariopopular.com.ar

Homenaje a Stephan Bandera en Lvov en enero de 2022. Fuente: sueddeutsche.de

Marcha en honor de la División SS Galizien celebrada en kiev el 28 de abril de 2021. Fuente: reddit.com